Un antídoto al egoísmo
La resistencia será terrible, pero las fuerzas populares bien conducidas pueden hacer milagros
Antes de escribir salgo un rato al balcón a reflexionar. Pienso que es un privilegio tener un balcón en la Buenos Aires del coronavirus. Tengo un departamento espacioso, internet, computadora, luz, gas y todas las comodidades para vivir dignamente. Para colmo, cobro una jubilación razonable, no de privilegio, del régimen general, pero mejor que la que la recibe la mayoría, así que no tengo que preocuparme siquiera por mis ingresos, los tengo asegurados. ¡Soy un súper privilegiado!
Por las calles vacías de autos y de gente pasan una tras otra, bicicletas de todo tipo, con un muchacho o una muchacha que con una caja adherida a la espalda a modo de mochila, llevan y traen todo lo que la gente necesita: son los nuevos explotados del ciber-capitalismo. Pienso en cuantas personas no tienen ninguna protección: ¿cómo vivirán hasta que les llegue el bono de $10.000? Y en los trabajadores de la salud, los recolectores de residuos y los miles de trabajadores que permiten que yo disfrute de mis privilegios. Si hasta la policía me resulta por primera vez simpática, cuando hasta hoy, siempre pensé que, como dice Serrat: “Entre esos tipos y yo hay algo personal”. El coronavirus democratizó los riesgos y puso en negro sobre blanco quiénes son los que hacen andar al país. Una persona en situación de calle puede ser tan peligrosa como un señor muy rico que vino hace poco tiempo de un crucero por el Caribe. También pienso en Alberto Fernández y su equipo, que se están jugando la vida en un cara o seca donde si se gana esta guerra será la gloria, pero si se pierde, el panorama será desolador.
Todos dicen que el mundo post coronavirus no será el mismo y seguramente así será. Hace mucho que trabajo en identificar qué hacer para eliminar los estados de necesidad encarnados en la pobreza, siguiendo el ejemplo de William Beveridge. Todo esto me motivó a compartir con los lectores un simple resumen básico de esas ideas para invitar a la reflexión. Mi mayor aspiración es abrir un debate serio sobre este tema porque estoy convencido de que es el futuro, que como hizo el gobierno con el coronavirus, si lo hacemos antes los resultados serán mejores y si no hacemos nada, pueden ser impredecibles.
Informe
La encarnación del Estado Social de Derecho ha estado representada por el Estado de Bienestar, del cual han podido disfrutar algunos estados europeos. Sin embargo, el 9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín —último símbolo del comunismo soviético— asistimos a la sentencia de muerte del Estado de Bienestar. Nació entonces el mundo unipolar y tomó vigor una nueva tendencia ultra capitalista: el neoliberalismo. El neoliberalismo había sido aplicado con toda vehemencia por la tristemente célebre primera ministra inglesa Margaret Thatcher. Pero a la caída del Muro de Berlín le dio a los sectores del capital financiero impunidad para desparramarse por el mundo, y los resultados fueron catastróficos. Esta “pandemia financiera” evolucionó hasta llegar a convertirse hoy en lo que llamamos “financiarización”. Por eso hoy se hace imprescindible redefinir el Estado de Bienestar con el fin de generar un Estado Social que satisfaga las exigencias de la ciudadanía social. En los tiempos que corren, corresponde al Estado definir qué necesidades y bienes integran el mínimo decente, por debajo del cual no debería vivir ningún habitante del territorio argentino. De esta manera, el Estado de Bienestar evolucionaría hacia un Estado de Justicia.
Hay múltiples experiencias puntuales respecto de lo que aquí llamo Ingreso Universal Ciudadano. Francia, Finlandia y hasta Estados Unidos de Norteamérica hicieron experiencias puntuales, con resultados disímiles. Creo que el fracaso de algunas de esas experiencias tiene que ver con el momento en que se realizaron y con lo limitado del universo alcanzado. Sucedieron en pleno auge del neoliberalismo financiarizado, y como la derecha siempre tiene plan boicotearon la experiencia, justamente para que nadie vuelva a intentarlo y entonces contar con una prueba empírica que permita fundamentar el bloqueo a cualquier intento similar.
Otro mundo
Pero hoy el mundo es otro. La pandemia demostró que el capital financiero no resuelve los problemas de salud ni de contención social, más bien todo lo contrario. Resulta curioso cómo ajustarse a los dogmas mas ortodoxos del neoliberalismo, donde la economía parece ser más importante que la vida humana, ya que lo relevante es la producción de bienes y las ganancias que ello entraña para los dueños del capital, ha llevado a que el Covid-19 se haya desparramado como reguero de pólvora sobre la vieja Europa. Por estos lares, el espectáculo grotesco de las decisiones y declaraciones de los gobiernos de Estados Unidos, Brasil, Chile, Ecuador y algunos adalides de la economía no han podido evitar la propagación exponencial de enfermedad y muerte sobre sus pueblos. Afortunadamente, nuestro país ha tomado otro rumbo y eso salta a la vista. Creo que las decisiones adoptadas en el tiempo adecuado nos han puesto en un lugar de privilegio, aún cuando esto no haya podido evitar que tuviéramos que llorar muertos, pocos por suerte, pero muertos al fin y una muerte ya es una desgracia.
En honor a esos muertos y a los millones de argentinos que estamos cumpliendo las recomendaciones, y sobre todo por aquellos más pobres que, como siempre son los que pagan los platos rotos —porque en los barrios humildes es donde se hace mas difícil cumplir el aislamiento, porque la casa del pobre es el barrio y esto que generalmente actúa como un colchón de contención hoy puede ser su tumba—, tenemos que salir de esta pandemia con la promesa inquebrantable de desterrar de la Argentina el estado de necesidad básica en que se encuentra una proporción importante de compatriotas. Dar una gran batalla, como lo hicieron los héroes anónimos de la Independencia, para lograr la libertad. Tiene que ser una empresa épica, sabiendo que la resistencia será terrible, pero las fuerzas populares bien conducidas y en pos de una epopeya pueden hacer milagros.
Podemos simular que no estamos en default, pero sabemos que la deuda externa es impagable y por más que el ministro Martín Guzmán pueda lograr una quita y aplazar los pagos, si no logramos hacer crecer la economía de nada servirá tanto esfuerzo. No podemos esperar el aporte de fondos por parte de la comunidad internacional, ya que ésta se abocará en los próximos años a defender las economías centrales. Solo podemos esperar que vengan a buscar productos básicos a precio vil. Por lo tanto, parafraseando a Aldo Ferrer, tenemos que aprender a vivir con lo nuestro. Cuando termine la pandemia nuestra economía estará en recesión, con el aparato productivo en estado terminal como resultado de las políticas del macrismo y del impacto de estos días. Por ende, sabiendo que nadie nos podrá ayudar, creo que debemos abocarnos a pensar una solución a la Argentina, con coraje, pensando en los que menos tienen como dice Alberto Fernández. Creo que llegó el momento de dar este debate, antes de que sea muy tarde.
¿Qué significa un ingreso universal ciudadano?
- En primer lugar, corresponde definir que nivel de satisfacción de necesidades y calidad de vida conforman el mínimo aceptable para la sociedad que queremos construir.
- Luego definir el nivel de ingreso que cubra ese mínimo aceptable.
- Ese ingreso debe adaptarse a la realidad económica de nuestro país. Puede ser, como decía Beveridge, que hoy no alcance, pero marcará una tendencia respecto del camino a recorrer.
- A cada persona mayor de 18 años se le garantizará un ingreso mínimo, a modo de salario, equivalente al ingreso universal ciudadano. Esto quiere decir que si alguien gana por otra vía un ingreso que representa el 50% de ese ingreso mínimo, el sistema abonará el otro 50% de manera de complementar sus ingresos y asegurar la satisfacción del piso de necesidad acordado.
- Además, todas las familias con hijos percibirán la asignaciones familiares en idénticas condiciones a las actuales.
- Todos los beneficiarios serán considerados trabajadores en idénticas condiciones que cualquier trabajador y prestarán servicios para el Estado, según sus capacidades, asumiendo las obligaciones que tiene cualquier trabajador en relación de dependencia.
- Entre otras actividades que podrían realizar estos trabajadores están:
- Controlar el cumplimiento de las obligaciones de los empleadores en procura de cumplir las leyes laborales. Para disminuir los niveles de trabajo informal.
- Controlar en todo el país los abusos en los precios de los productos de primera necesidad e informar a la autoridad competente.
- Realizar pequeñas obras de saneamiento ambiental y pequeñas obras de servicios públicos, en particular de agua potable, de gas y de cloacas, seleccionando a aquellas personas que puedan ser capacitadas para realizar ese tipo de trabajos.
- Construir viviendas populares.
- Hay infinidad de otras pequeñas actividades de utilidad comunitaria.
La eliminación de la pobreza
La aplicación de un plan de estas características implica la optimización de recursos por parte del Estado. Si todos reciben un ingreso significará la eliminación, lisa y llana, de la pobreza. Si se elimina la pobreza ya no será necesario un plan contra el hambre, ni los comedores escolares y comunitarios, ni infinidad de programas sociales que aplican las provincias, entre otros y se terminará el subempleo y la explotación. Lo más importante de todo es que la protección del Estado alcanzará a todos y no como ocurre frecuentemente que algunos cobran uno o muchos beneficios, mientras otros no reciben nada. Será también la mejor política sanitaria. Implicará también ponerle un piso al salario real, ya que nadie va a aceptar trabajar por menos si ya tiene garantizado cobrar un valor superior al ofrecido.
Las dos grandes críticas que rápidamente podrá recibir un plan de estas características se vinculan con cómo se solventarán los costos de financiación y cuál será el impacto sobre los precios y la inflación. Respecto a la dificultad de financiar un plan de estas características, creo haberlo respondido en la nota de la semana pasada, cuando indiqué que con solo eliminar las excepciones y las deducciones del impuesto a las ganancias se recaudaría lo suficiente para financiar, con holgura, un plan de estas características. La cuestión de la inflación es algo más complejo de responder con simpleza. Lo primero que hay que tener en cuenta es que la inflación siempre tiene un origen especulativo y un efecto manada, las grandes empresas aumentan los precios con el objeto de optimizar ganancias y luego el resto del mercado sigue esa lógica. La única forma de cortar este circulo vicioso es con un Estado fuerte y con un gran control social. Todo este plan se funda en un Estado presente y el propio plan aportaría los recursos humanos para efectuar el control social.
El 80% de nuestra economía esta en manos de pequeñas y medianas empresas, la mejor forma de beneficiar a esas empresas, el mejor crédito con que se les puede ayudar, es que la gente tenga dinero para gastar y, en consecuencia, ellos puedan vender. Durante los últimos 30 años se ha intentado bajar los llamados costos laborales en la ficción de que ello bajaría costos empresariales, los dueños del capital harían nuevas inversiones demandando trabajadores y de esa forma crecería el empleo. Ello no ocurrió ni en la Argentina ni en ningún país. La única forma en que una empresa contrate nuevos trabajadores es el incremento de la demanda. Si el empresario tiene posibilidades de vender más, aumentará la producción y, para aumentar la producción necesitará más trabajadores, poco le importará si el salario es alto o bajo, de todas formas, conformará un costo que transferirá a precios. Para decirlo de una manera brutal, si el empresario no vende, un esclavo es caro porque tiene que darle de comer, pero si vende, un buen salario no es problema ya que el salario se diluirá en el costo del producto. Así que lo más importante es vender y para vender hay que tener un mercado. Por ello las empresas más exitosas tienen presencia en los países que pagan salarios altos, porque allí el poder adquisitivo de la gente le permite vender cada día más.
En nuestro país tenemos que crear mercado interno y la mejor forma de hacerlo es incorporando a aquellos que destinarán todos sus ingresos al consumo. Por ello, este programa se funda en la idea de que hay que mirar la ecuación de la economía desde el lado del incremento de la demanda y no desde la baja de los costos. En la Argentina tenemos una experiencia exitosa, en una época de extrema fragilidad económica y política, que fue el Plan Jefas y Jefes de hogar. La Argentina venia de años de neoliberalismo ortodoxo donde lo principal era el ajuste que nos llevo a la crisis del 2001. Allí lo primero que hizo Duhalde fue implementar el Plan Jefes y Jefas de hogar, repartiendo más de 2,5 millones de planes. Con la llegada de Nestor Kirchner y el rápido crecimiento económico, en poco tiempo naturalmente este Plan fue desapareciendo. Otro extraordinario ejemplo fue el plan de inclusión jubilatoria, vale recordar que mediante este plan se incorporaron 3,5 millones de personas al régimen previsional y no hubo un economista ortodoxo que no dijera que con ese plan se destruía el sistema previsional. Pero el resultado fue exactamente el contrario, fue el momento de mayor esplendor del sistema previsional argentino y la ampliación de la cobertura jubilatoria ha permitido a los adultos mayores enfrentar de mejor manera la realidad viral que hoy nos toca transitar.
De la reseña anterior se desprende que en la Argentina contamos con varios ejemplos atrevidos que dieron una gran respuesta. El plan que aquí se propone es la aplicación de esas experiencias al conjunto de la población en forma planificada y ordenada. El fin del plan es que cada plan se transforme en empleo genuino.
Quiero dejar una reflexión final, el mundo inexorablemente va rumbo a eliminar el trabajo físico, el cual será realizado seguramente por un robot. Por eso, con esa lógica el mundo se quedará sin empleo. Ahora, si no hay empleo y por ende no hay salario, no tendrá lugar el mercado y si no hay mercado, ¿a quien se venderá lo que produzcan los robots? No hay que ser muy imaginativos para darse cuenta que deberá crearse un mercado vía impuestos y la posterior reasignación, o estaremos ante el fin de la humanidad. Para ello son necesarios Estados fuertes y una justa distribución del ingreso.
Un gran amigo, Juan José Laxagueborde, decía que cuando soplan malos vientos siempre hay que disparar para adelante, porque si retrocedés o te quedás quieto te llevan puesto. Eso creo que es lo que tenemos que hacer como sociedad, usar la pandemia como experiencia y dar un salto para adelante en procura de establecer un piso mínimo de cobertura de las necesidades básicas de los que hoy menos tienen, para que todos alcancemos un mínimo de dignidad como sociedad.
En este punto conviene recordar a Eduardo Galeano cuando decía que “las estadísticas dicen que son muchos los pobres del mundo. Pero los pobres del mundo son muchos más de los que se dice que son. La joven investigadora Catalina Álvarez Insúa formuló un criterio muy útil para corregir los cálculos. Ella dijo: los pobres son los que tienen las puertas cerradas. Cuando lo dijo, Catalina tenía tres años de edad. La mejor edad para asomarse al mundo y ver”. Si emprendemos juntos este desafío podremos decirle a Eduardo Galeano: hemos abierto las puertas para que todos podamos ver.
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