Un ángel bilingüe

Enrico Calamai, su tarea para refugiar a perseguidos y las peripecias de los exiliados en Roma

 

“No me siento un héroe”, dice, sonriendo a cámara y sin falsa modestia, Enrico Calamai, conocido como “el Schindler de Buenos Aires”, ex cónsul de Italia que fue el puente humano y político para salvar entre 400 y 500 personas. Calamai es uno de los personajes gravitatorios de Resistenza, un documental dirigido por Omar Neri y Mónica Simoncini que, a fuerza de una dinámica testimonial tan notable como la de su punto de vista cálido y a la vez profundo sobre los sobrevivientes, fue presentado en Roma y próximamente se estrenará en la Argentina. De forma polifónica, hilando ágilmente cada pieza de un rompecabezas colectivo, el film pone en primer plano la vida de los argentinos exiliados en Italia, los que lograron, a través de Calamai, huir de la garras de la dictadura cívico militar. Calamai habla perfecto castellano, porque su madre era española, y él se convirtió en un ángel bilingüe para tantos perseguidos.

 

 

La historia de Calamai es, en sí misma, cinematográfica. Había llegado a la Argentina en los ‘70, primero ejerciendo como vice cónsul y después cónsul, o sea, una de las máximas autoridades diplomáticas. Luego del golpe de Pinochet en Chile, Calamai fue enviado a Santiago y se encontró con una misión inesperada. Italia no reconoció a la dictadura pinochetista y más de 200 personas se asilaron en la embajada, saltando los cercos de vigilancia del edificio. Con el tiempo, el diplomático ayudó a sacar a esos perseguidos políticos hacia Italia. En 1976, tras la irrupción de la junta militar, volvió a la Argentina y aquí, con la ayuda de –entre otros– un sindicalista y un periodista, ambos italianos, repitió el modus operandi y logró salvar a argentinos e ítalo-argentinos.

En épocas turbulentas y oscuras, Calamai se convirtió en un maestro de la logística: armó una pequeña red para refugiar a perseguidos y falsificar documentos. Descubrió que en Aeroparque los controles eran menos duros que en Ezeiza, y entonces ideó una ruta: desde ese punto los mandó mayormente a Uruguay –luego a Brasil, el último en febrero de 1977–, donde se podía llegar con un simple documento de identidad y había menos controles policiales. El propio Calamai encaraba a represores como Héctor Oscar Seisdedos, de la Cancillería argentina, para tramitar los papeles y las certificaciones. Una vez en la embajada italiana de Montevideo, les hacía entregar un pasaporte italiano firmado por él y el pasaje de avión a Roma.

 

El sello de vice cónsul de Italia.

 

En el documental Resistenza se muestra de qué modo Calamai, con apenas 30 años, se jugó la vida, solitario y secreto, incluso por debajo de las alianzas entre el gobierno italiano y la dictadura argentina entramadas por el accionar de la logia P2 bajo la égida de Licio Gelli. Al tiempo, enterados de su rol, los militares presionaron a la embajada italiana para que lo trasladaran –lo enviaron bien lejos: a Nepal, y después a Afganistán– y, en efecto, su misión quedó trunca. Otro de sus confidentes había sido el periodista Giangiacomo Foá, corresponsal del Corriere della Sera, que publicó una lista de 297 italianos desaparecidos en los centros clandestinos de detención. Tras esa proeza, a Foá lo depositaron en Río de Janeiro, lejos de la represión argentina.

A lo largo de una suma importante de testimonios, entre los que aparecen Lita Boitano, Fernando Birri y León Gieco, el retrato de Calamai se siente como una especie de oasis en el desierto, desde el punto inicial donde había refugiado en un cuarto estrecho del consulado a los que estaban marcados por la dictadura. Sus pares no creían lo que había llegado a hacer por ellos; era tal la desolación diplomática que hasta incluso él, como confiesa en el documental, perdió de vista la dimensión de su trabajo. Lo perturbador era que, mientras en su oficina Enrico Calamai comprendía lo que estaba ocurriendo con la represión, en la calle reinaba la calma, como si nada pasara. “Yo a veces tengo borroneados los recuerdos, como si en aquel momento todo hubiera sido esquizofrénico”, rememora el diplomático ya jubilado, nunca de forma grave sino con un semblante de bonhomía. Y agrega: “Era como si al mismo tiempo hubiera dos realidades, de locura. Te venía la tentación de decir ‘no es posible, me están engañando’, de no creer lo que te contaban”.

 

 

 

 

Según sus directores, el documental Resistenza nació de una idea conjunta entre Progetto Sur y Mascaró Cine en 2015. Progetto Sur fue fundada en 2003 en Roma por argentinos e italianos que, a través de distintas acciones, se focalizaron en la defensa de los derechos humanos, pero también sociales y ambientales, colaborando con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Mascaró Cine, en tanto, es un grupo de cine independiente que nació en la Argentina en 2002, formado por periodistas de investigación que decidieron hacer audiovisuales como Seré millones, Uso mis manos, uso mis ideas, Gaviotas blindadas, El viaje de Alba y Soy tambor.

Resistenza teje lazos con el documental de Nanni Moretti, Santiago, Italia, que reconstruye cómo la embajada italiana se convirtió en refugio de más de 250 personas, entre adultos y niños, durante los meses siguientes al golpe que derrocó a Salvador Allende. Tanto Omar Neri y Mónica Simoncini como Nanni Moretti, en su faceta de directores, construyen la trama de manera clásica, con precisión y claridad argumentativa en ambos documentales, dejando fluir los testimonios que traen las voces del pasado reciente. En el caso de Resistenza, se narran las peripecias de los argentinos recién llegados a Roma, recibidos con calidez por los italianos, pero ignorados por el gobierno, que nunca les dio el status de refugiados políticos. Piazza Navona se convirtió en el epicentro de la comunidad argentina: en ese centro neurálgico de lo público irradiaron las historias de subsistencia y solidaridad. Además, con el paso del tiempo, fundaron el CAFRA (Comité Antifascista contra la Represión en la Argentina), “con el objetivo de denunciar las violaciones a los derechos humanos que estaban ocurriendo en nuestro país, pero también para generar un espacio de contención a los nuevos exiliados”, como definió uno de los testimonios.

 

Exiliados denunciando a la dictadura en Italia.

 

Lita Boitano, la “madre coraje”, es otro protagonista excluyente. Se recuerda en Resistenza el día en que fue a la plaza San Pedro a aprovechar que Juan Pablo II irrumpía a saludar a los fieles. Se acercó y le habló de los hijos desaparecidos, dejándole una lista. Ese papel resonó poco tiempo después. En el documental aparece cuando los argentinos fueron ayudados por un jesuita en una parroquia de Italia, y fue tal el entramado político que tejieron con la pujanza de Lita que al Vaticano no le quedó otra opción que darles lugar en la escucha. El efecto llegó a un discurso del Papa, “el Ángelus” de octubre de 1979: “Así, con ocasión de los encuentros con peregrinos y obispos de América Latina, en especial de la Argentina y Chile, se recuerda frecuentemente el drama de las personas perdidas o desaparecidas. Roguemos para que el Señor conforte a cuantos no tienen ya la esperanza de volver a abrazar a sus seres queridos”. Poco tiempo después, en Casa Rosada, el periodista José Ignacio López se atrevió a mencionar las palabras del Papa ante lo cual Videla respondió, por primera vez, ante los ojos del mundo: “Los desaparecidos son una incógnita, no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos”.

“Subimos a los altillos de la memoria para recuperar, de aquellos años, toda la parte hermosa, toda la parte luminosa”, se dice en uno de los testimonios del documental, que también recoge anécdotas hilarantes de la supervivencia. Como cuando se hicieron expertos en la venta de unos patos de madera, movidos con un hilos desde arriba al estilo de una marioneta, que fue el principal ingreso de muchos argentinos durante un largo tiempo. O cuando un exiliado cuenta que, al no poder pagar la ducha de su pensión, se compró una pinza para activar las canillas y bañarse en la madrugada; u otro, psicoanalista de profesión, que atendía a sus pacientes en un bar, alejado del resto y con el bullicio a cuestas, cobrándole apenas la consumición del café. Todo matizado con la nostalgia pero a la vez la alegría de estar vivos, la juventud interrumpida, el dolor y escenas siniestras en la memoria, como cuando un hombre rememora la circunstancia de su secuestro, con sus captores golpeándole en sus genitales mientras ponían a todo volumen una canción de Raffaella Carrà en el auto, eufóricos camino a un centro de detención.

 

En las calles de Roma, reinventándose para sobrevivir.

 

Artesanos, obreros, intelectuales, psicoanalistas, músicos y poetas, anónimos exiliados en Roma, fueron artífices de acciones épicas, hechas con escasos recursos y sin un marco de contención, logrando contar en Europa los crímenes de la dictadura argentina. El documental es un largo tejido de voces como las de Giorgio Corrente, Lucía Torres, Nora Gilges, Claudio Camarda, Augusto Rodríguez Jáuregui, Hernán Varela, Deliana Fanego, Wanda Fragale, Nora Fratini, Blanca Clemente, Eugenio Chavarría, Diana Caggiano, María Mosca, Julio Frondizi, Osvaldo La Valle, Nino Biuso, Marguerita Paraboschi, Julio Santucho, Roberto Astudillo, Ángel Abus, Concetta Licitra, José Luis Tagliaferro y Florencia Santucho. Y en el epílogo, aunque tal vez sin la fuerza narrativa que había logrado sostener con las historias de los exiliados, se muestran imágenes de un grupo de jóvenes argentinos e italianos que se organizan actualmente en Roma y retoman las banderas de la resistencia política a través de la música, la murga, los asados y encuentros en la ciudad, “construyendo una continuidad en la lucha contra el avance de las derechas en el mundo”, según dice una de las entrevistadas.

 

 

 

 

 

 

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