Un abrazo infinito

Muestra fotográfica de Leo Vaca

 

Esquel, Chubut. Año 1974. La carta dice: “Queridos viejos, hermano, abuela y tío: estoy pasando unos días muy lindos, si bien llueve mucho, la paso muy bien. El otro día dormí en un hotel porque estábamos empapados, en una pieza para cuatro dormimos siete. Nos encontramos con unos conocidos y estamos con ellos. Subimos a una montaña, y sacamos unas fotos muy lindas. Más adelante les voy a mandar otra carta. Así que saludos para todos. Chau. Norberto”.

Norberto Morresi era militante de la Unión de Estudiantes Secundarios y luego pasó a Montoneros. Fue desaparecido el 23 de abril de 1976. Durante años, Irma y su marido Julio buscaron a su hijo sin saber que había sido asesinado el mismo día de su secuestro cuando un retén militar lo detuvo, junto a un compañero, transportando revistas Evita Montonera. En 1989 su cuerpo fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense: había sido enterrado como NN en el cementerio de General Villegas. Aquella carta del joven Norberto, que revelaron unos días de vacaciones por el sur argentino, Irma Scrivo de Morresi, su madre, todavía la guarda entre los pocos recuerdos que le quedaron. Ahora es parte de la muestra “Un abrazo infinito”, fotografías de Leo Vaca: cuarenta perfiles de las mujeres que cambiaron la historia de la Argentina, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en sus casas, con sus objetos atesorados, en su más profunda intimidad.

 

 

“Un abrazo infinito”, que estará hasta el 16 de octubre en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, con entrada libre y gratuita, surgió del libro fotográfico de Leo Vaca Madres y abuelas por iniciativa de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. “¿Pueden los objetos capturar algo de lo que puede un cuerpo?”, se pregunta Marta Dillon en un texto de la muestra. La letra casi infantil de un poema; las fotos familiares, escasas a partir de la adolescencia; lo que se había hecho para esos hijos y esas hijas antes de que también salieran a la vida política; esos objetos no pueden lo que puede un cuerpo, pero ahí estuvieron, escribe Dillon, manteniendo el espacio vacío lleno de ternura y de rabia.

 

 

“La desaparición no se lleva una vida, no al menos en su primer tramo, sigue titilando en la incertidumbre. Y por eso las cosas tienen que quedar a la espera: el lugar de las flores, los certificados de estudio, otra vez las fotos. Que aquí son a la vez fotografiadas en un gesto que busca también captar con la luz la persistencia de las Madres por sostener no sólo la memoria, sino la presencia de les ausentes en los pequeños gestos que hacen a la vida cotidiana, más acá y más allá del pañuelo: una identidad y un grito político que transformó para todes la barrera de lo posible”, continúa la periodista y escritora dando lugar a las imágenes de Leo Vaca, que retrató con su fina sensibilidad a las Madres y Abuelas con pañuelo, que fue a buscarlas cuando la pandemia las había aislado como a todas las personas mayores.

Fue entonces que en 2021, a través de la Secretaría de Derechos Humanos, Leo Vaca empezó a retratar a un grupo de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en sus casas: por la pandemia no podían conmemorar el 24 de marzo. Hoy las fotografiadas ya son cuarenta y representan diversas ciudades del país. “Significó una gran responsabilidad, en principio, por acercarme a sus casas en tiempos de Covid. En un primer paso fueron nueve testimonios en Buenos Aires. Y luego se extendió por todo el país en dos años de trabajo”, dice Vaca al El Cohete al Luna, y cuenta que seis de las cuarenta murieron en el camino. Siempre viajó solo y tuvo una charla previa antes de fotografiarlas. En la muestra se puede escuchar por unos paneles un audio donde están sus voces, que Vaca documentó en un grabador cuando se encontró con ellas.

 

 

Cierto día en la casa de Delia Giovanola sonó el teléfono. Era su nieto Martín Ogando Montesano, nacido en cautiverio en 1976 y restituido en 2015. Desde el momento de la desaparición de sus padres, Stella Maris Montesano y Jorge Ogando, la abuela Delia Giovanola emprendió la búsqueda de la pareja: fue una de las doce mujeres fundadoras de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. También Delia buscó por cielo y tierra a su nieto, a quien pudo disfrutar unos años antes de su fallecimiento, en 2022. “Ese día, cuando Delia cortó la llamada, se me ocurrió que podía fotografiarlos juntos, ya que era un hecho inédito. Al rato, Martín apareció para cenar y entonces los retraté. Es la única imagen de ese tipo en el libro”, cuenta Leo Vaca.

Angelita Tasca es una madre y abuela de Plaza de Mayo que vive en Mar del Plata. Vaca la retrató como abuela. Angelita le contó que su nieto, Sebastián, la buscó por todos lados y cuando la encontró eso significó para ella un “abrazo infinito”. Para Vaca, ese era el nombre de la muestra. A Sebastián lo conoció luego en el Centro Cultural Conti e hizo una nueva foto con otros familiares que aparecieron allí. “Al ver la foto de sus padres, me di cuenta que Sebastián era muy parecido al papá. Eso fue conmovedor”, comenta Vaca, que se inspiró en el libro “Por cada minuto que estás enojado, perdés 60 segundos de felicidad” del fotógrafo inglés Julian Germain para darle la identidad visual a su trabajo: el tratamiento de la luz, los encuadres, la estética que refleja una insondable intimidad.

 

 

Cada casa es un mundo, con sus rincones, livings, cocinas y patios. Los muebles, los cuadros, las fotos guardadas. Postales, juguetes, recuerdos, una blusa por aquí, una remera por allá, banderines que siguen colgados en el placard, una caja de cigarrillos, un álbum de fotos que quedó con páginas en blanco. “Me llevé una sorpresa cuando les pregunté qué conservaban de sus hijos o hijas. Algunas tenían bibliotecas llenas de expedientes, todo muy bien organizado. Y otras no más que una foto, una prenda de vestir, una carta. Hay un caso en Neuquén, el de Inés Rigo de Ragni, donde la familia conservaba la habitación intacta, e incluso el hermano del hijo desaparecido seguía durmiendo ahí. Me impactó ver las fotos de niños tan chiquitos, aquellos recuerdos de infancia, fotos amarillas, ajadas, pasadas por el tiempo”.

A los 19 años Leo Vaca empezó a trabajar como fotógrafo del diario La Nación. Dos años después entró a Clarín. En 2013, tras casi 20 años, se sumó a Infojus Noticias, la agencia de noticias judiciales dirigida por Cristian Alarcón. Un trabajo suyo sobre la ESMA fue finalista del premio Gabriel García Márquez 2014, el cual finalmente ganó en 2018 con el trabajo “Memoria, verdad y justicia para las pibas”. En el camino, Vaca colaboró con revistas naciones e internacionales y hasta en ediciones discográficas de Estelares, Pájaros y Palo Pandolfo. “Tengo algunos ensayos previos —contó el fotógrafo en la inauguración de la muestra—, pero nada que tenga la importancia histórica y simbólica que tienen las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, sobre todo si se toma en cuenta que son personas  a las que no es fácil fotografiar en la intimidad. Por lo que ellas significan en la historia argentina reciente, lo que me tocó hacer es un verdadero premio”.

 

 

Hay un imaginario social que ubica a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo en sus acciones públicas. Rondando en la plaza, marchando con banderas, con las fotos de sus hijos e hijas en alto. “Las fotos de este libro vienen a hacer el recorrido inverso. No son fotos de celebración ni de denuncia ni de épica. Son fotos sensibles, amorosas, que nos las devuelven a la intimidad de sus hogares, a sus afectos, al espacio privado que las cobijó, del que tal vez no hubieran salido si el terrorismo de Estado no les hubiera arrancado a sus hijas e hijos. Lugares donde descansan, cocinan, sueñan, donde se curan las heridas”, escribe Cora Gamarnik en otro texto que acompaña la muestra.

Memorias íntimas; memorias cotidianas y pequeñas, familiares y hogareñas que construyen la Gran Memoria Social. Algunas Madres contagian fuerza, energía, vitalidad, entereza, otras sonríen y esa sonrisa contagia; otras no pueden ocultar la melancolía, solas y acompañadas, en la montaña y en el mar, a lo largo de todo el país. Son tan distintas y, sin embargo, algo las reúne. Escribe Gamarnik: “Atravesaron ese punto de inflexión, ese tajo que las partió al medio. Todas tuvieron que reinventarse, aprender a vivir de nuevo con la esperanza deshilachada, tejiendo a lo largo de su vida, miedos, sueños y deseos. Todas se hicieron fuertes a partir de la fragilidad brutal. Sus razones de vivir se alteraron por la crueldad infinita que significa la desaparición. A partir de esa relación íntima de amor y compromiso, se parieron a sí mismas”.

Como artista visual, Vaca también pensó en la puesta en escena de la muestra, tanto en la distribución de las luces como la altura en la que se colocaron los epígrafes. Al lado de un pañuelo gigante hay una mesa chica y una vasija que hizo especialmente para la muestra y le regaló la ceramista platense Charo Perelli; cada semana, Leo Vaca pondrá allí un arreglo floral. “Las flores siempre estuvieron presentes, porque en cada visita yo le llevaba a cada madre un ramo”, dice el fotógrafo, que también trabaja como florero. La muestra está emplazada en el primer piso del Centro Cultural Conti; son ciento veinte fotografías colgadas en los dos paneles rosados —del mismo color del libro, que se puede descargar gratuitamente—  que surcan en diagonal la sala de exposiciones, a centímetros de ventanales grandes que dan a la arboleda del predio de la ex ESMA.

 

 

Las palabras de Marta Dillon no pueden sino cerrarse con preguntas, las mismas que aún se siguen haciendo las Madres y Abuelas cuando piensan en aquellos destinos de juventud interrumpidos por el horror. “En las arrugas de las manos, en la luz de las cocinas, las salas y los jardines, en las imágenes de cuando ser madre era todo promesa, en los rasgos ajados donde se puede advertir la herencia interrumpida de un hijo que sonríe para siempre en un registro de graduación, en el bordado de los pañuelos blancos; allí tal vez haya algo de respuesta para las preguntas del principio que recorren esta muestra: ¿Cómo se teje la trama de la existencia en torno a un cuerpo ausente? Mientras, a la vez, se formulan otras: ¿Quiénes seremos todes cuando las Madres ya no estén? ¿Dónde seguirán estando?”

 

 

 

 

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