TROPEZÓN Y CAÍDA
Juan Manuel Romero hila las razones que llevaron a la derrota peronista hace cuarenta años
“Las urnas te dan sorpresas / Sorpresas te dan las urnas” canturreaban los muchachos peronistas aquél último lunes noviembre de 1983, siguiendo la tradición futbolera y, luego, en los actos políticos, de cambiar un fragmento de la letra al cancionero popular; esta vez “Pedro Navaja” del panameño Rubén Blades. El día anterior, las primeras elecciones tras la lúgubre noche dictatorial habían consagrado la fórmula radical Raúl Alfonsín - Víctor Martínez con el 52% de los votos contra el 40% obtenido por el binomio justicialista Ítalo Luder - Deolindo Bittel. En tercer término emergió el Partido Intransigente que postulaba a Oscar Alende - Lisandro Viale, con el 2,33%.
A pesar de las señales emitidas por las encuestas, los monumentales actos proselitistas protagonizados por los candidatos radicales que empardaban las movilizaciones similares peronistas, y la atmósfera dubitativa reinante entre la ciudadanía, el peronismo daba por descontado su invicto en el primer sufragio libre desde el 3 de septiembre de 1973 que llevó a Juan Domingo Perón por tercera vez a la presidencia de la Nación. Por vez primera, el peronismo caía en derrota.
Este es el episodio recorrido por el docente e historiador Juan Manuel Romero (Buenos Aires, 1984), precisamente a lo largo de las 128 páginas de 1983, la primera derrota del peronismo. Momento bisagra en la historia argentina, clausuraba “un ciclo de treinta años marcados por dictaduras, inestabilidad y violencia política. Comenzaba otro que estaría caracterizado por los esfuerzo en la consolidación de la cultura política democrática y por un estancamiento económico persistente”.
Libro encuadrable en el rubro “divulgación histórica”, abreva en el cotejo de documentación, entrevistas a los protagonistas y una variedad de investigaciones tanto periodísticas como académicas. Investigación extendida a “la dirigencia peronista que lideró el camino a las elecciones presidenciales y en las características de la crisis que provocó en ellos la derrota”. Recorte, éste último, que privilegia el accionar de los protagonistas, dejando en segundo plano, sin desdeñarlos, a diversos actores sociales encuadrados o no en las nutridas prácticas políticas de las masas populares.
Cierto relato reduccionista, banal, simplifica la causa de la derrota en la quema del sarcófago de utilería con la sigla UCR llevado a cabo por el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, al concluir el acto del 18 de octubre en la Avenida 9 de Julio frente a cerca de un millón de asistentes, fragmentariamente televisado. El autor resta trascendencia al “gesto espontáneo, pretendidamente jocoso, insolente, amparado en el folclore de la campaña peronista, en una tradición irreverente y herética”, convertido en principal noticia por los medios informativos hegemónicos, como “un símbolo expresivo de los defectos del estilo político que los dirigentes ortodoxos del peronismo representaban ante la sociedad argentina que había sido silenciosamente transformada por la experiencia de la dictadura”.
No sólo la incorporación de cinco millones de nuevos votantes, sino tales transformaciones en la estructura social, el predominio del ala sindical más burocratizada y la consiguiente balcanización del movimiento peronista, son las variables independientes remarcadas por Romero. Sobre tales contradicciones, agrega, el radicalismo capitalizó el espacio vacante dejado por el peronismo, apropiándose de propuestas reivindicativas como la justicia social. La muerte de los líderes de la UCR, Ricardo Balbín y Arturo H. Illia, y el desplazamiento de la vieja guardia sirvieron, a su vez, a fin de enjuagar la connivencia con la dictadura, a la que había aportado funcionarios e intendentes.
Iniciativas que no se logran de un día para otro permiten al historiador formular un recorrido por las tradiciones constitutivas de ambos movimientos en pugna, sus internas y realineamientos, incluyendo a la dictadura y sus nefastas prácticas. Delimitado ese complejo circuito, Romero se aboca al desglose de las respectivas campañas electorales, la radical signada por un ingente profesionalismo publicitario, la peronista presa de la atomización relativa a sus líneas intestinas, carente de un liderazgo claro. El relevamiento de ambas campañas efectuado por el autor, combina factores de disímil relevancia: propaganda, actividades culturales, actos masivos, propuestas programáticas, etc; más al modo de referencias representativas que causas unívocas del triunfo de unos y la derrota de otros.
Con prudencia historiográfica, al promediar su investigación el autor atina a esbozar lo que considera las razones principales de la derrota. En primer término subraya que en todos los planos de la diáspora movimientista peroncha, en distinto grado, “no se supo entender que la demanda de democratización que se hizo oír hacia el fin de la dictadura le cabía también a su propia dirigencia, que aparecía aferrada todavía a prácticas violentas y estilos autoritarios”. En esa pugna por el liderazgo se desataron fuertes contradicciones “por la definición de su destino, su orientación y su programa”. Para la burocracia sindical y sectores gremiales aliados en la coyuntura, además, “la derrota era hija de una ofensiva brutal contra el movimiento obrero que había comenzado con la dictadura y que Alfonsín había continuado”. En rigor, esta última caracterización había sido el baluarte discursivo del para entonces difunto dirigente mayor del radicalismo, Ricardo Balbín, cuando él mismo procuraba alguna aproximación a la dictadura declinante, montándose en el coincidente gorilismo consuetudinario.
Refrendado a partir del contenido de una representación cinematográfica (El arreglo, de Fernando Ayala), Romero incorpora un nivel de análisis de otra densidad. Señala “la demanda de reparación moral que Alfonsín supo interpretar” (cuyo efecto fue el juicio a las Juntas), la fragmentación del mundo del trabajo y la consiguiente desintegración del tejido social. La “clase trabajadora peronista”, aduce, dejaba de constituirse como un sector social homogéneo “orgulloso de su identidad y sus conquistas”, fragmentándose entre los nuevos pobres, empleados, cuentapropistas, desocupados, una amorfa clase media y diversidad de frágiles premisas ideológicas.
A tales contingencias se sumaba el recuerdo de una conducción peronista asociada a la decadencia política y económica que presuntamente dio lugar a la dictadura, por lo cual la propuesta electoral “se recortó en un discurso nostálgico, no articuló propuestas originales, no interpeló exitosamente las inquietudes de los diferentes agregados sociales, no atinó a proyectarse hacia el futuro y distinguirse de un pasado que se percibía como demasiado oscuro, no presentó candidaturas atractivas”. Circunstancia que redundó en que “Alfonsín triunfó con el voto de las clases medias y con una porción del voto de las clases populares, de los trabajadores, y de lo que se suponía era el voto peronista”. La línea de tiempo con la que Juan Manuel Romero concluye 1983, la primera derrota del peronismo da cuenta en forma sintética de la pendiente por la cual se deslizó tamaño deterioro; grafica en forma elocuente ese devenir histórico, tanto como en sentido inverso ilustra el coyuntural ascenso del partido victorioso.
Lo cierto es que a partir de allí quedó erradicado el mito del voto cautivo, suplido por la emergencia de los lábiles núcleos duros, azuzados por periferias de ocasión y el creciente raquitismo del posicionamiento ideológico. De hecho, las fundantes banderas de independencia económica, justicia social y soberanía política, en adelante flamearon con ímpetu dispar, cuando no resultaron arriadas en forma aislada o en su conjunto. Así lo corrobora el continuismo neoliberal durante las dos gestiones menemistas y el experimento de requechos con la frustración de la Alianza. Hasta el arribo de un por entonces poco conocido y por ende difícil de clasificar Néstor Kirchner y el arranque de un renovado tiempo político.
Probablemente la enumeración propuesta por Romero pueda ser cuestionada por la dificultad de evaluar el peso de cada una de las variables en tiempos vertiginosos, su consideración cualitativa y la pregnancia de otras causalidades. Limitación metodológica que a su vez impide trazar paralelismos vis a vis con los pormenores políticos actuales. De todos modos, el abanico desplegado por el autor, por encima de la trascendencia que otorga a cada elemento, resulta un inventario generoso, amplio, a fin de bocetar alguna evaluación. Del mismo modo como el cajón de Herminio no fue la razón principal de la derrota peronista, ni la extensión ultramarina del terrorismo de Estado en Malvinas el determinante unívoco del fin de la dictadura, otros factores resultan dignos de considerar. En toda ocasión, el accionar de los mandantes soterrados característicos del neocapitalismo global monopólico sigue manipulando a sus agentes encargados de llevar su proyecto a la práctica.
FICHA TÉCNICA
1983, la primera derrota del peronismo
Juan Manuel Romero
Buenos Aires, 2024
128 páginas
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