El dólar, moneda mundial, en la deuda y la apertura de 1981 y de 2018
En marzo de 2018, la Argentina democrática está enfrentando la misma clase de problemas económicos, y por la misma causa, que afrontaba la dictatorial del 29 de marzo de 1981, cuando los genocidas Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola se pasaron el ilegítimo bastón de mando presidencial. Antes y ahora, lo que capota es la estrategia de enflaquecimiento del mercado interno y desindustrialización, con eje en la pingüe deuda externa. Ambas se ven factibles cuando la economía mundial reparte dólares baratos. Antaño, por el reciclado de los petrodólares. Después de 2008, tras la crisis global, por la tasa de interés norteamericana en la frontera del cero.
Nada es para siempre y cuando los dólares se encarecen, la irracionalidad se termina. En diciembre de 1980 la tasa de interés mayorista norteamericana –la prime rate— llegó al 21,5 por ciento anual, para cortar el desorden inflacionario desatado por la crisis del petróleo. En 2018, con la fe puesta en que no se produzca tal desorden, la autoridad monetaria de los EE.UU. empezó a subirla. Y, en consecuencia, por acá se viene encima la hora de remar con todas sus desagradables consecuencias y suena Banda en fuga.
En 1981 ya era tan claro como improbable que la salida pasara por retomar, con las lecciones aprendidas, el rumbo económico que el país había perdido con el golpe de 1976, cuyo prolegómeno fue el rodrigazo. Pese al desastre, la feroz reacción tenía margen interno y externo para continuar como si nada, mientras la olla juntaba presión. En lo interno, la sangrienta represión comenzaba a rendir menos. En lo externo, los pasivos soberanos eran titularizados por los grandes bancos globales, cuyo derrumbe amenazaba a todo el orbe, la Guerra Fría andaba tensa y no se dudaba sobre la fortaleza del dólar como moneda mundial.
En 2018, los bancos globales asimilaron la experiencia y cobran comisiones por colocar bonos soberanos emergentes a inversionistas audaces o sin mejores alternativas. La Unión Europea (UE) está tratando de crear su propio Fondo Monetario, una de las señales inequívocas de que lo que está primordialmente en discusión es la fortaleza del dólar. Las perspectivas de Donald Trump y lo que expresan configuran una estrategia para apuntalar al dólar. No es, como se suele aducir, porque China quiera ocupar ese lugar. Sin guerra, ciencia y experiencia demuestran que eso no ocurre. En rigor, la principal amenaza al dólar proviene del propio funcionamiento de la economía norteamericana. Al fin y al cabo, la moneda es poder político impreso. Y todo esto trata del poder mundial.
Moneda mundial
Tanto la reforma fiscal de Trump, que bajó los impuestos a las corporaciones y aumentó el déficit fiscal, como la temida guerra comercial a partir de los aranceles al acero y al aluminio, deben ser leídas en conjunto y con relación a la salud del dólar. Ocurre que el dólar como moneda mundial le es suministrado al planeta por medio del déficit comercial norteamericano. Existe una relación causal entre el déficit presupuestario y el déficit exterior corriente. La inflación del poder de compra que deriva del déficit presupuestario, cuya magnitud depende de la decisión política, al mismo tiempo reactiva la actividad económica interna y las importaciones de Estados Unidos. En un primer momento estas son absorbidas por el aumento de la producción nacional; a continuación son neutralizadas por las consecuencias deflacionistas del déficit externo.
Ahora bien, todo dólar primario creado fuera de los EE.UU. por el déficit de la balanza de pagos de ese país es, automática e inmediatamente, un activo financiero que tiene de monetario nada más que la apariencia. En 1971 cesó el sistema monetario mundial que regía desde el fin de la guerra, en el que todas las divisas se podían cambiar por dólares, pero el dólar era la única que podía cambiarse por oro. A partir de allí, en el resto del mundo todas las cuentas corrientes en dólares de los bancos comerciales y las reservas de los bancos centrales son remuneradas en tanto que son invertidas en títulos de créditos, en gran parte por los emitidos por el Tesoro norteamericano.
Es aquí donde aparece el papel crucial de los intereses. Es que si esos activos monetarios son remunerados, convirtiéndose por eso en activos financieros, no sólo el mundo no necesita un nuevo aporte de dinero primario para cubrir el saldo representado por el crecimiento, sino que este superávit de intereses hace que el mismo stock inicial de dólares de la economía mundial se vuelva gradualmente súper abundante.
Llegado ese momento, desaparece el privilegio estadounidense de ser el único país que puede pagar las importaciones con su moneda. Estados Unidos dejaría de ser el deudor eminente en que se ha convertido desde principios de 1980. La deuda es degradada. Al nivel de la expresión contable, el déficit por cuenta corriente podrá subsistir, ya que los intereses ganados por el resto del mundo se registran como pasivos en su balance externo. Pero este déficit no representa más una entrada de valores reales sino de servicios financieros. El extranjero no le da más productos del trabajo por sus signos. Y en la medida que los intereses en cuestión superen el déficit total de la balanza por cuenta corriente, compensado por el saldo positivo de la sub-balanza comercial, la situación se invierte completamente y ahora es el extranjero quien da signos por valores reales.
Hoy por hoy, Estados Unidos se encuentra lejos de ese escenario dado que la cuenta corriente es deficitaria en 462.000 millones de dólares y la cuenta comercial es deficitaria en 776.000 millones de dólares; con una deuda externa orillando los 18 billones de dólares. Pero venimos casi de una década donde las tasas estuvieron por el piso. Ante un rumbo alcista de la prime rate, ¿no se llegará más temprano que tarde a que la taba se de vuelta como prometen las tendencias de fondo en danza? Encima Trump, con su reforma fiscal, agrandó el déficit y, a largo plazo, la Oficina de Presupuesto del Congreso estima que a mediados de siglo la deuda pública aumentará a 140 por ciento de PIB –hoy está en 75 por ciento—, muy por encima de la de cualquier época anterior, incluso en tiempos de guerra. Buena parte a quedar en manos extranjeras.
La respuesta a esta contradicción, cuya exacerbación impulsa el sector de poder norteamericano que expresa Trump, es alambrar Estados Unidos. Así, esos dólares externos vuelven como inversión y le permiten sin problemas seguir pagando las importaciones con su moneda. Más cantidad de papeles estériles, que no le cuestan nada, por bienes reales. Seguir como venían es lo que reclaman los otros sectores de poder norteamericano que recusan a Trump. Lucen no tener respuesta para la amenaza al dólar. Se hacían los distraídos y el vacío se ocupa. Ahora cuestionan esta política con el manual que redactaron para el periférico emocionado con el librecambio. Hacen el ridículo. El problema no es el rocambolesco Trump, la mejor creación de la falta de respuesta racional. La cuestión es que el resto del mundo únicamente puede acomodarse a las consecuencias de esta política. Desafiar al dólar es desafiar el equilibrio de poder mundial. Para una salida que contemple, ponderados, los intereses en presencia, se necesita otra templanza y no sólo de los american liberals.
El reemplazo
Tratar de navegar en este mar de fondo estropeando las bases materiales de la democracia industrial argentina, es no poner en la ecuación de los intereses nacionales que el diseño de la política económica norteamericana considera entre sus parámetros la percepción de cómo resulte el balance final de la relación inflación-deflación proveniente de las cuentas externas de ese país. Si las medidas que adoptan los norteamericanos a partir de esa percepción impactan negativamente en el resto del mundo, como ahora, mala suerte.
Se configura así la gran contradicción que repercute en la economía internacional: el uso como medio de cambio y reserva de valor de una moneda nacional, el dólar, que no la tiene en cuenta entre sus parámetros de manejo. Hacerse el buen alumno como respuesta subjetiva a esta realidad objetiva no puede tener otro destino que la pérdida del espacio político de quien asuma ese papel. Hacer esa clase de deberes y recitar esa clase de lección es aumentar el desempleo y empobrecer a la población. La factibilidad del reemplazo determina el ritmo de esa pérdida de espacio político. Si no se materializa, es posible quedar empantanados en situaciones buenas para nadie.
Aunque se trate de años lectivos muy diferentes, el diploma de mejor alumno en 1981 y 2018 viene engalanado por el mismo endeudamiento externo y la misma apertura. Y eso que, al menos sobre los dos rubros, los buenos alumnos de 2018 no aprendieron ni olvidaron nada de la experiencia de los perversos de 1981. Posiblemente, porque no pueden aprender ni olvidar nada.
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