TREINTA AÑOS

El desafío de atender el mercado externo mientras se afronta el desastre.

 

I.

Los países que han logrado desarrollarse y dar a sus pueblos un nivel de vida digno, una buena vida, lo han hecho siguiendo, por muchos años —por lo menos treinta, en muchos casos más de cuarenta— un “modelo de desarrollo”, un conjunto de ideas básicas sobre las que se había logrado un consenso generalizado.

Tomemos varios ejemplos:

1. El caso más emblemático es el de Estados Unidos, donde republicanos y demócratas han concordado en ciertas ideas —y exclusiones— básicas. Por ejemplo, nunca admitieron el fascismo ni el socialismo. Ambos partidos, con diferencias instrumentales importantes, han concordado, sin embargo, en el diseño básico del país: una democracia elitista, limitación del poder de quien ejerce el gobierno a través de mayorías especiales para la aprobación de ciertas normativas o designaciones, gran libertad económica, poca protección de los trabajadores, situación privilegiada de los WASP (White Anglo Saxon Protestant), etcétera. Cuando aparecieron elementos extraños y se rompió este acuerdo básico comenzó la inestabilidad: la irrupción en la política de los afroamericanos, de los inmigrantes extraeuropeos y otros fenómenos provocaron el rechazo del establishment y la reacción de grupos fascistoides que existían minoritariamente pero llegaron al poder como un huracán de la mano de Donald Trump, creando una brecha cada vez más amplia.

2. La Italia de la posguerra surge de un acuerdo liderado por la Iglesia Católica y su brazo político, la Democracia Cristiana, que incluyó a un amplio espectro político: los republicanos, los liberales, los socialistas, los socialdemócratas, etcétera, y excluye a fascistas y comunistas. Esto duró muchos años y generó el “milagro italiano”, hasta que irrumpieron elementos extraños como los localismos de la Lega Nord y el neofascismo de Silvio Berlusconi.

3. Los países nórdicos tuvieron largos períodos de predominio socialdemócrata y socialista, que sentaron las bases de un sistema de bienestar social que no ha podido ser destruido. Incluso los partidos conservadores, que luego de largos años accedieron eventualmente al gobierno, no pudieron romper el modelo.

4. Alemania, en la que los partidos democráticos debieron unirse alrededor del espanto provocado por el nazismo, colaboran en programas comunes hasta hoy, siendo un ejemplo de ello los gobiernos de “Grosse Coalition” democristiana/socialdemócrata.

5. El Reino Unido tuvo por largos períodos un consenso laborista/conservador con una fuerte base de protección social y sindical. Luego las ideas neoliberales reformularon el liberalismo histórico basado en el libre mercado como mecanismo promotor de la competencia y el equilibrio social. El neoliberalismo descarta cualquier freno inhibitorio de la codicia de los grandes capitales. Este nuevo paradigma, conducido por Margaret Thatcher, rompió el equilibrio, y la brecha entre los sectores se fue agravando hasta llegar a la crisis decadente del Brexit, quizá preanuncio del ocaso definitivo de la otrora poderosa Albión.

6. La Argentina oligárquica de fines del siglo XIX generó una gran estabilidad —más allá de luchas intestinas— que duró por más de medio siglo y generó una élite rica y excluyente que dominó el escenario nacional hasta la segunda década del siglo XX. La irrupción de nuevos elementos desestabilizantes (la inmigración y los nuevos clasemedieros de la mano del radicalismo, luego los trabajadores sindicalizados con el peronismo) hizo imposible el anterior predominio conservador indiscutido.

El peronismo quiso reemplazar la prevalencia conservadora creando una nueva alianza multiclasista, incorporando a radicales industrialistas, a socialistas e incluso a conservadores nacionalistas. Pero razones exógenas y endógenas frustraron este propósito. Las exógenas se fundaban, sintéticamente, en el asco que producía en la “gente bien” lo que un dirigente radical dio en llamar “el aluvión zoológico”. Entre las causas endógenas podemos mencionar el predominio de actores ideologizados y/u obsecuentes que quitaron vitalidad al movimiento. Roto este proyecto en 1955, se sumió nuevamente la Argentina en la reiterada serie de crisis que hacen que oscilemos entre modelos totalmente antagónicos e irreconciliables, sin que ninguno dure lo suficiente como para afirmar el predominio de sus valores políticos.

 

 

II.

En nuestro país podemos caracterizar sumariamente los modelos antagónicos del siguiente modo:

1. Un modelo “popular-inclusivo”, que cifra el desarrollo en una economía basada tanto en la agricultura como en una industria eficiente, con valor agregado y un sustantivo aporte de tecnología. Estas actividades, al generar un alto índice de empleo, están orientadas a dinamizar el mercado interno y potenciar la exportación.

2. Un modelo “oligárquico-excluyente” que pone el acento en las actividades agroexportadoras, buscando sólo el superávit comercial y el equilibrio fiscal, sin que le preocupe si la riqueza nacional se concentra y produce un alto número de pobres y excluidos. Estas políticas terminan siempre e inexorablemente en profundas crisis, como las de 2001 y 2019, ya que destruida la industria aumenta el desempleo, se pierde la capacidad de consumo y esta retracción retroalimenta la caída. El final previsible es un generalizado caos social.

 

 

III.

Cuando esto sucede aparecen en el escenario los gobiernos del tipo “popular-inclusivo” que deben hacer frente a las demandas populares con las arcas del Estado vacías, tanto porque la recaudación fiscal ha disminuido a causa del parate industrial como por la fuga de divisas debida a la especulación financiera.

A estos gobiernos les ha tocado asumir el poder en condiciones sociales y económicas desastrosas y han debido implementar con las arcas del Estado vacías las indispensables prestaciones sociales para paliar el hambre y la miseria. Esto ha hecho crecer, necesariamente, el desequilibrio fiscal. A esta causa exógena de inestabilidad, a la que es imposible sustraerse, se han sumado falencias que se originan en debilidades propias: generalmente se ha puesto el énfasis exclusivo en la reactivación del mercado interno, motor del renacimiento industrial. Esta es una estrategia correcta siempre que su vigencia se limite al corto plazo, como detonador para la reactivación de la economía. Pero si se piensa en el largo plazo debe ponerse el acento en la meta del superávit comercial externo, aumentando las exportaciones. Esto requiere de medidas de fomento estructurales que no siempre se han tomado. En este sentido es imprescindible aumentar la competitividad internacional de nuestra industria, cuyos productos son a veces de excelente nivel pero muchas otras sólo son aceptables en el mercado interno al amparo de barreras aduaneras para frenar la competencia de las importaciones. Esta cómoda posición de la llamada “industria flor de ceibo” debe ser superada. Para ello conviene observar la evolución de naciones cuyas industrias han dado en plazos relativamente breves impresionantes saltos de calidad. Entre los países que pasaron de la categoría de “emergentes” a productores de bienes de máximo nivel se ubican el Japón en la década de los '80, Corea en los primeros años de este siglo y China en tiempos más recientes.

El incremento de la calidad de nuestros productos requiere de programas que alienten, por un lado, la investigación y el desarrollo tecnológico, el diseño, etcétera, y por otro faciliten la operatoria comercial y de penetración de mercados. En este sentido es importante cambiar el acento del accionar de las agencias nacionales y provinciales de promoción de las exportaciones, que mayormente hacen estudios de mercado, útiles pero insuficientes, para que se aboquen a la asistencia concreta a las empresas exportadoras, en especial a las PYMES/PYMEX, en el área tecnológica, bancaria, burocrática, logística, etcétera.

 

 

IV.

En resumen: debemos superar los ciclos recurrentes e instaurar un consenso sobre el camino a seguir: establecer una economía que produzca superávit y financie una redistribución de la riqueza sin exclusiones. Para ello debemos corregir errores del pasado, logrando no sólo atender al mercado interno sino también al externo, para generar los recursos necesarios para la inversión productiva y social.

Esta instauración de un “ciclo largo” requiere la negociación entre todo el arco de partidos y actores sociales y económicos que concuerden en estos propósitos.

La negociación no debe necesariamente conducir a la constitución de una alianza electoral, sino a algo más profundo y permanente: la concordancia sobre el “modelo” de país que sea apoyado por una sustantiva mayoría de la gente.

Al interior de esta “coalición programática” los partidos podrán competir entre sí, discutiendo quién puede llevar adelante estos propósitos del modo más eficiente. Esto produciría una sana alternancia, evitando al mismo tiempo el regreso a un modelo político antagónico, basado —como se dijo— en el monocultivo, la bicicleta financiera y el bienestar para unos pocos.

De algún modo este consenso tendría alguna similitud con el intento de reunir a los partidos democráticos y excluir a los representantes de la dictadura, impulsado por el Presidente Perón en 1973 y llamado “La Hora de los Pueblos”, frustrado por su muerte.

El horror del pasado cuatrienio 2015-2019 debería darnos fuerza para lograr este necesario consenso nacional.

 

 

 

 

* El autor fue secretario de relaciones exteriores (2008-2010), embajador en México (1994-1999), Italia (2004-2008) y Alemania (2010-2013).

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