Trabajo sin trabajadores

Del sujeto trabajador a la meritocracia sin sujeto

 

Luego de la profunda crisis con la que se inició el siglo XXI, Argentina comenzó a recomponer paulatinamente la intervención pública orientada a asegurar la satisfacción de necesidades sociales. Tal recomposición tuvo como eje, al comienzo, al trabajo recuperado como un valor social y como medio de los derechos y dignidad de las personas, más allá de las condiciones de contratación. Sin embargo, en lo que va del siglo las dificultades para superar las restricciones del mercado de trabajo se mantuvieron y más de un tercio de población trabajadora se mantuvo y permanece en la informalidad.

Las particularidades estructurales del mercado local explican en parte esas condiciones. Pero además se inscriben en la profunda transformación del trabajo (sus medios, organización y condiciones), a nivel del sistema global. Ligado tanto al extraordinario desarrollo tecnológico como a la transformación del régimen de acumulación que siguió a la predominancia del keynesianismo y del bienestarismo del siglo pasado, los cambios socio-culturales y políticos subsiguientes son la médula del “tercer capitalismo”.

Si la transformación del trabajo está fuera de dudas, lo que no puede dejar de discutirse son las condiciones políticas bajo las cuales se conducen esas transformaciones, porque no se trata meramente de cuestiones técnicas u organizativas sino de la vida de quienes no tienen más patrimonio que sus capacidades, y la de aquella/os que el capitalismo actual desecha. La sociedad y sus lazos están en juego en esa transformación, en la dilución del sujeto trabajador clásico y en el desamparo de quienes ya no pueden trabajar. En el caso de nuestro país, tales condiciones y cambios dieron lugar a distintas respuestas políticas, sociales y culturales en lo que va de este siglo. (1)

 

La supervivencia de la sociedad del trabajo

Entre 2003/2015 hubo un fortalecimiento del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. Se puso énfasis en la regularización del empleo y se amplió el sistema de seguridad social para quienes quedaban fuera del trabajo en relación de dependencia o no tenían ninguno. Entre las medidas más relevantes figuran las moratorias previsionales para quienes habían trabajado informalmente o no completaban los años de aportes y para las amas de casa, así como la asignación universal por hijo y por embarazo.

Asimismo la preocupación por la inclusión de sectores vulnerables se expresó en políticas de promoción de formas asociativas de trabajo y de apoyo a la economía popular, en la búsqueda de inclusión por el trabajo. En buena medida, gracias a tales políticas tomó visibilidad –e ingresó al debate público— tanto el trabajo en cooperativas de promoción estatal como el realizado autogestionadamente en las empresas recuperadas. Aunque limitadamente –y pese al cuestionamiento a las primeras por no constituir “cooperativas legítimas”— fueron generando iniciativas grupales de asociatividad. A pesar de las falencias en la gestación de capacidades, hubo aportes importantes a la problematización del tema en diplomados, tecnicaturas, cursos, talleres y capacitaciones. Aunque el trabajo cooperativo sea una práctica compleja y la cooperación esté lejos de ser un principio extendido en la sociedad capitalista, a través de esas políticas un número importante de quienes participaron en los Programas Argentina Trabaja y Ellas Hacen accedieron a información y formación acerca de cuestiones sobre las cuales seguramente no tenían noción previamente, convirtiendo al trabajo en cooperativas en una identidad posible o, como mínimo, en la referencia a algo existente.

 

El imaginario de la sociedad emprendedora

La ampliación de derechos a la protección, más allá de la que proviene del trabajo en relación de dependencia formal y de la seguridad social contributiva, fue objeto de un fuerte cuestionamiento cultural y político que encontró expresión y canalización a través de la Alianza Cambiemos. El nuevo gobierno inauguró el retroceso paulatino del Estado en el respaldo y sostenimiento de derechos sociales y la vuelta a la tradición de “la ayuda” que exige comprobar su merecimiento por parte de quien la necesita. La ayuda suplanta al derecho y el sujeto meritocrático se impone al colectivo trabajador y al ciudadano, que solo adquieren representación ante la necesidad de negociar condiciones de gobernabilidad.

El trabajo se desacopla, así, de quien lo hace y de sus necesidades, de la dignidad y de los derechos, para ser solamente un factor más de la economía. Y en el mismo movimiento, la cuestión social se repolitiza alrededor de los problemas de la inseguridad y de derroche de gastos, que requieren (ambos) control y orden.

Frente a las transformaciones del mundo del trabajo, quienes nos gobiernan, lejos de hacerse cargo del problema social, encuentran en ella/os un problema para el mercado. Desde su punto de vista, las protecciones de la/os trabajadores (activos o pasivos) son una carga que, como mínimo, hay que aligerar, como exige el FMI en el marco de la reforma del sistema jubilatorio y la flexibilización laboral, que se corresponden con el aliento a las nuevas formas de empleo del emprendedorismo individualista. Expresión del sueño, para el capital, de disponer de trabajo sin trabajadores, y sin las instituciones que la/os representan y regulan el contrato laboral que impide que queden totalmente a su merced.

Ocupar trabajo sin trabajadores (es decir, desentendiéndose del sujeto) se expresa crudamente en el proyecto de las plataformas de “trabajo colaborativo”. Sin embargo, el ideal de disponer de trabajo sin responsabilidad sobre quienes lo realizan comenzó hace tiempo con las modalidades de contratación que se denunciaron como “contratos basura” que contribuyeron a precarizar el empleo. Actualmente, Uber, Rappi o Glovo son ejemplos de servicios en los cuales la persona es empleada a través de una plataforma virtual. Los medios para trabajar (celular, bicicleta, moto o auto), duración de la jornada, intensidad del trabajo, ingresos, seguridad, etc., son únicamente de su incumbencia. La relación de dependencia típica y la negociación colectiva se hacen obsoletas bajo estas modalidades, aunque la dependencia persiste, cada vez menos oculta a medida que se conoce más sobre el carácter de este tipo de trabajo.

Estas nuevas modalidades también dan cuenta de cambios culturales más profundos, entramados a las condiciones de vida urbana, a las posibilidades que brinda el desarrollo tecnológico, a las aspiraciones de trabajar sin que nadie fije los tiempos y ritmos de la tarea que, sumadas a la presión que implica el aumento del desempleo, componen un conjunto de circunstancias socio-culturales en las que el desentendimiento respecto del sujeto del trabajo halla oportunidad de anidamiento. Las ideologías neoliberales son, a su vez, ciegas al riesgo social que ello implica e impiden a los políticos y a los gobiernos, advertirlos y acompañar los cambios, protegiendo a la sociedad y a las personas.

Es lo que se advierte, también, con las políticas sociales y lo ocurrido con los programas mencionados más arriba. Si hasta el 2015 (con variaciones y matices) un grupo de políticas impulsaron la asociatividad y el trabajo cooperativo destinado al mejoramiento barrial, a la creación de capacidades y de puestos de trabajo, apostando a un nosotros colectivo, sin duda con grandes dificultades para concretarse en la práctica, a la inversa puede verse que a lo largo del actual gobierno, los programas se dirigen fundamentalmente a personas que son llamadas al emprendedorismo sostenido en las propias capacidades individuales como condición de realización de la inserción laboral y la integración social. Es el mérito individual demostrado con esfuerzo lo que legitima la dependencia temporal y acotada de la ayuda del Estado, gracias a la cual emergerán de la pobreza o dejarán de caer más profundamente. Ese es el espíritu del programa Hacemos Futuro, de transferencia condicionada de ingresos a cambio de capacitación, con el cual, en 2018 se reemplazó a tales programas.

También en estas políticas parece perfilarse una sociedad de individuos emprendedores imbuidos del espíritu de la competencia y adaptados a la naturaleza del mercado como la utopía neoliberal “superadora” de la sociedad salarial. En ella, habría trabajo pero ya no trabajadores, sino emprendedores dependientes de un empleo autoregulado, o emprendedores a secas, si pueden superarse con la ayuda del Estado en la transición.

Esta es la visión de una sociedad que no es tal. Pero no necesariamente un destino, creemos. Al menos, si entendemos que una sociedad es más que el mercado capitalista y que los lazos que unen a sus miembros son de una cualidad diferente de los meros intercambios que se establecen entre individuos egoístas.

 

(1) De ellas nos ocupamos en el libro Tramas de la desigualdad. Las políticas y el bienestar en disputa. Estela Grassi y Susana Hintze (coordinadoras), Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2018.

  • Estela Grassi, Instituto Gino Germani, (FCS-UBA) y Susana Hintze del Instituto del Conurbano-UNGS.
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