Tormenta política en Brasil
Cambios drásticos en el gabinete de Bolsonaro para neutralizar los lastres de su gestión
El lunes 29 de marzo comenzó en Brasil un reemplazo en cascada de ministros y altos funcionarios gubernamentales de inusual magnitud, desatado por el presidente Jair Bolsonaro. Véanse los cambios:
- El ministro de Defensa, general Fernando Azevedo Silva, fue sustituido por el general Walter Braga Netto. Tras su arribo fueron sustituidos los jefes de las tres fuerzas: el general Edson Leal Pujol por su par Paulo Sergio Nogueira; el almirante Iques Barbosa por su ídem Almir Garnier; y el brigadier Antonio Carlos Bermudes por su par Carlos de Almeida Batista.
- El canciller Ernesto Araújo fue sustituido por el diplomático Carlos Franco Franҫ
- El ministro de Justicia y Seguridad Pública, André Mendonça, por el hasta entonces Jefe de la Policía Nacional, Anderson Gustavo Torres.
- El ministro de la Casa Civil (equivalente a nuestra Jefatura de Gabinete presidencial), el citado Braga Netto, fue reemplazado por el general Luiz E. Ramos.
- El ministro a cargo de la Secretaría de Gobierno, el antedicho Ramos, fue sustituido por la hasta entonces diputada federal Flávia Arruda, del Partido Liberal (de Brasilia), vinculado al Centrao (Gran Centro), coalición de partidos de centro o de centro-derecha, buena parte de ellos prágmáticos y oportunistas.
- El titular de la Abogacía General de la Unión (ABU), José Levi, fue sustituido por el ya mencionado André Mendonça.
Como puede observase, fue una movida drástica, inesperada, profunda y amplia, que abarcó significativas áreas gubernamentales como las relaciones exteriores, la justicia, la seguridad pública, la defensa y las Fuerzas Armadas. Cabe agregar que, una semana antes, Bolsonaro había promovido la dimisión de su ministro de Salud, general Eduardo Pazuello, que fue reemplazado por un médico, el doctor Marcelo Queiroga.
No obstante haber estado el proceso de recambio expuesto durante tres días en un público y mediático tinglado, prácticamente nada referido a sus motivos fue revelado por ninguna de las partes.
Puede colegirse, por un lado, que Bolsonaro –cuyo período presidencial debería culminar el 1° de enero de 2022– está atento a conseguir su reelección. Por otro, que seguramente ha tomado nota de que la segunda mitad de su gobierno viene condicionada por tres severos lastres: el rotundo fracaso de su política para enfrentar al Covid-19; el escaso éxito alcanzado en las elecciones municipales de noviembre de 2020, en las que sólo 2 de los 13 candidatos a alcaldes que apoyó tuvieron éxito; y los problemas judiciales en curso, que acosan a sus hijos y lo salpican a él mismo. Desde luego, lo ocurrido en cada una de las áreas mencionadas lleva su propio rumbo y navega por su propio cauce.
Así las cosas, el objetivo de alcanzar una reelección y la pretensión de neutralizar los antedichos lastres parecen haber sido las metas rectoras de los cambios en el gabinete.
Recomposiciones
La renuncia de Araújo a la Cancillería tuvo que ver básicamente con su espeluznante incontinencia retórica, cada vez más a contracorriente de la catástrofe que ha desencadenado el Covid-19. Se trata de la salida de un piantavotos que había pasado a perjudicar al presidente. La salida de Pazuello –un general del arma de intendencia– del Ministerio de Salud se debió al fracaso de la política frente a la pandemia impuesta por Bolsonaro. Ambos ex ministros sostenían las posiciones de ultraderecha del jefe de Estado; podría decirse que a los dos los liquidó la incompetencia tanto propia como ajena.
En el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, un abogado fue reemplazado nada menos que por el jefe de la Policía Federal, Anderson Torres. Hay aquí un giro significativo que conecta con los problemas judiciales del clan Bolsonaro. Sus tres hijos están procesados en distintas causas. Flavio Bolsonaro –actual senador federal–por lavado de dinero junto a su asesor parlamentario Fabián Queirós; Carlos Bolsonaro por generar fake news para difamar a adversarios políticos, y Renán Bolsonaro por tráfico de influencias. Y el propio Jair Bolsonaro es investigado por el fiscal general, encomendado por el Tribunal Supremo Federal para determinar si ha intervenido ante la Policía Federal para favorecer a sus hijos. Así están las cosas: no debe sorprender que un jefe policial haya sido investido como ministro de Justicia.
El traslado del general Ramos y la incorporación de Flávia Arruda se deben a la necesidad de asegurar lealtades. Ramos pasó a la Casa Civil en reemplazo del general Braga Neto, que como se ha dicho fue designado ministro de Defensa. El nombramiento de Arruda, por su parte, apunta a satisfacer a aliados. Finalmente, el reemplazo de José Levi en la Abogacía General de la Unión deriva de su insuficiente bolsonarismo.
El entuerto militar
Bolsonaro desplazó de un plumazo a toda la cúpula militar. Su primera reunión fue con el ministro de Defensa. Dos cuestiones han sido señaladas por los medios brasileños como causantes del cortocircuito. Una era el interés presidencial de que el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas se alinearan con su prejuiciosa y deshumanizada manera de intervenir sobre la pandemia, cosa que éstos procuraban evitar. Y la otra, la molestia de Bolsonaro por la negativa del alto mando a presionar al Supremo Tribunal Federal respecto de las condenas que pesaban sobre Lula da Silva. Estas han sido las chispas que encendieron la pradera, que motivaron la renuncia Azevedo Silva y los pases a retiro de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas, que eran renuentes a aceptar esos pedidos presidenciales. Puede agregarse que el nuevo ministro, general Braga Netto, y el nuevo comandante del Ejército, general Nogueira, están alineados con Bolsonaro.
Es evidente que ha aparecido una cisura en el ejército brasileño; no puede saberse hoy, empero, si será duradera y/o producirá alguna repercusión inesperada. Para examinar este novedoso escenario conviene recordar que el retorno de Brasil a la democracia no significó el fin del intervencionismo militar. Por el contrario, permaneció bajo la forma de un papel tutelar, parecido al poder moderador que había ejercitado el emperador en el siglo XIX. Puede decirse que los gobiernos civiles desde José Sarney en adelante fueron monitoreados por los uniformados, que mantuvieron siempre una fuerte autonomía respecto de aquellos (o, lo que es lo mismo, una escasa subordinación). Recelaron de Lula da Silva cuando era presidente pero mantuvieron el rol tutelar, que recién cambió durante el período presidencial de Dilma Rousseff. Su derrocamiento marcó un inicial punto de inflexión respecto de la tutela uniformada, que se profundizó –ya bajo el gobierno de Michel Temer– con el lawfare que condujo al procesamiento judicial y el encarcelamiento de Lula. Lo que vino con Bolsonaro fue ya el fin de la tutela y el pasaje directo a la participación activa de los militares en la política. El mero hecho de que numerosos uniformados –se cuentan por miles– estén insertos en actividades gubernamentales lo demuestra.
El encontronazo de Bolsonaro con la cúpula militar que acaba de ser desalojada es toda una novedad. Es un tropiezo, por decir lo menos, en el desenvolvimiento del intervencionismo militar activo en la política. Hay una doble desavenencia: la que se produce entre uniformados y la que se establece entre una porción de éstos y el presidente. ¿Cómo se pueden interpretar estas dicotomías?
Inicialmente no había registro de que existieran diferencias importantes entre los uniformados. La oficialidad superior aceptaba el abandono de la tutela y el pasaje al militarismo políticamente activo. Aquella –la tutela– no exigía una práctica cotidiana y sostenida de la política. La politización de la milicia, en cambio, sí. Bajo estas condiciones, una parte de los uniformados ha encontrado, con algo de ingenuidad, que existe la discrepancia aún dentro del mismo campo, asunto que en el fondo forma parte del a-b-c de la política. Y ha chocado, por añadidura, contra un presidente intolerante, propenso al arrebato y a la colisión, tan poco responsable que hasta fue capaz de promover a la cloroquina como antídoto para la pandemia.
El tiempo dirá cómo termina esta película. Ya se está abriendo el juego para las elecciones de 2022, a las que se presentarán probablemente diversa coaliciones y candidatos. El juego electoral se presentará nuevamente con todo su esplendor y sus miserias, y los militares, si mantienen su posición de participación activa en la política, deberán ir definiendo sus preferencias. Habrá que ver si, llegado el momento, son capaces de mantener una unidad que hoy está en entredicho.
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