Lejos de haber frenado la aplicación de su política económica, el gobierno aprovechó su revés electoral para darle otro embate adicional a los salarios. Mi hipótesis es que detrás de todo el supuesto capricho macrista, el Presidente aprovechó indiscriminadamente su posición para aplicar un nuevo shock en el nivel salarial y su contracara, la tasa de ganancia. Los $ 12.500 de salario mínimo que ahora buscarán elevar son el equivalente a sólo 215 dólares y reflejan el principal impacto económico que dejará la semana post-elecciones.
El salto del dólar del 26% la última semana con un volumen por debajo del promedio mensual y un Tesoro que no pudo colocar en sus licitaciones el total de los U$S 30 millones asignados ante el FMI ni jueves ni viernes, dan para pensar en que la devaluación fue, en principio, una decisión política y no una dinámica impulsada por el mercado. A eso se suman algunas voces tardías que reconocen la decisión de la Casa Rosada.
Inducir a la baja los salarios reales parece ser una de las pocas políticas con la que el gobierno ha sido consecuente en el tiempo. Parecen considerar que el éxito de una devaluación tiene su fundamento, precisamente, en que los salarios avancen menos que los precios, lo que generaría baja de costos al empresariado, especialmente a aquel que tiene ingresos dolarizados.
Si se lo piensa, la única forma efectiva de conseguir una reducción salarial real es a través de la disminución del poder de negociación de los trabajadores, lo que sin duda tiene lugar cuando aumenta la desocupación, consecuencia lógica de la recesión que genera la caída del consumo, el freno de la inversión y el ajuste del gasto público. Queda claro entonces el impacto que tiene la devaluación en los precios internos a través de una suba de los bienes transables (exportables), pero también de los importados y la caída del mercado interno.
El punto central es que, a diferencia de lo que ha sucedido en otras campañas devaluatorias, en este caso el gobierno decidió avanzar dando por sentado que el pass-through o traslado a precios se iba a dar igual y en forma inmediata. Había, de fondo y marginalmente, la idea de una aceleración de la espiral inflacionaria.
En el pasado, la caída del poder adquisitivo provocado por la devaluación cayó directamente sobre un sector muy importante de la sociedad y generó el incremento sustancial de la pobreza e indigencia por la pérdida del poder adquisitivo, sobre todo en los alimentos básicos cuyos precios avanzan permanentemente por encima de la inflación del resto de los bienes y servicios (debido a la estructura económica local y los oligopolios existentes) y que se recupera, marginalmente, cuando se negocian salarios.
En este caso, para evitar que los números de pobreza se multipliquen dramáticamente (y erosionen aún más la legitimidad política de Cambiemos en el poder), la estrategia consistió en utilizar parte de los ingresos del Estado que se coparticipan con las provincias: la reducción del IVA. Entonces, se bajaron salarios a costa de los ingresos del Estado, que así tiene menos recursos (aún) para hacer políticas públicas. Por ende, existe una transferencia de riqueza de los sectores de ingresos más bajos que dependen de los recursos del Estado vía asignaciones y otras erogaciones, a los sectores dolarizados.
El ciclo es doblemente recesivo porque la devaluación impacta no sólo en la caída de consumo de un sector importante de la sociedad, sino también porque hay otros sectores que restringen preventivamente su consumo aunque puedan hacerlo: cae entonces la demanda agregada, el Estado pierde recaudación y el freno de la actividad económica se profundiza. Esto trae aparejado una menor producción, y por ende menor empleo, lo que nos lleva a una menor puja distributiva.
En criollo, el gobierno volvió a forzar una nueva reducción en el precio de la mercancía trabajo, es decir los salarios, mientras que los otros precios relativos de la economía (tarifas, combustibles y dólar) subieron o van a subir muy pronto.
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