TIC-TOC
La población estadounidense, en vilo, se prepara para una elección que podría tornarse caótica
En estos últimos días se vive en los Estados Unidos una histórica inquietud preelectoral. La sensación, a ambos lados de la grieta, es que está en juego el espíritu de la nación, su larga democracia y la seguridad de sus instituciones. La afluencia de votantes a los centros de votación anticipada es récord, y no parece haber viento ni lluvia que desanime a una multitud que, con distancia social y barbijo, espera horas para emitir su voto. Esta es la respuesta ante una crisis política, sanitaria e institucional inédita que puede exacerbarse frente a un resultado electoral equívoco o un nuevo desmán del Presidente, quien se niega a decir si aceptará el resultado de las elecciones. Trump lleva meses echando nafta sobre un supuesto y altamente improbable fraude y atacando la legitimidad del voto a distancia, ya que sabe que el electorado demócrata, más afín a la prevención de contagio, es más proclive a votar por esa vía. También le ha negado fondos vitales a la empresa nacional de correos, y ha gastado varios millones de dólares en demandar a los Estados que acepten votos recibidos luego del día de la elección. El nivel de desgaste producido por el gobierno de Trump, junto a la presión económica y psicológica de la pandemia, se reflejan en la cara de los que esperan y hoy cruzan los dedos para que el 3 de noviembre el país no se convierta en un caos total.
A esta ansiedad se suma la que produce la impensable cifra de 100.000 contagios diarios por Covid-19. Mientras los expertos en salud le ruegan a la población que reconsidere los planes de juntarse con los suyos en el día más familiar del año, Thanksgiving, Trump continúa amontonando miles de seguidores y suma 14 actos en los tres días previos a las elecciones. Los eventos de Trump son así, rebosan de peligroso entusiasmo: el martes, en Omaha, varios concurrentes terminaron en el hospital por hipotermia luego de esperar en el frío, y lo mismo sucedió el jueves debido a una ola de calor en Florida. Biden, mientras tanto, organiza sus encuentros online, y cuando son presenciales la gente se queda en el auto y toca bocina. Volar bajo ha sido una estrategia ganadora frente a un rival verborrágico e hiperexcitado, y enfatizar la civilidad y los cuidados parece ser una estrategia de sentido común. Las instituciones, tanto privadas como públicas, se preparan para un triunfo demócrata, pero no sin agarrarse fuerte al bote. Como es de imaginarse, la pendenciera y exasperada era Trump, si termina, no lo hará gratis.
Es que se escucha un fuerte tic-toc y no se sabe bien si viene del reloj o de una bomba. Walmart anunció que ha retirado todas las armas y municiones de sus góndolas “por precaución frente a disturbios aislados”. En Manhattan, los consorcios de varios edificios de lujo (como el icónico Time Warner de Columbus Circle) han contratado agentes privados de seguridad, armados con ametralladoras. En las grandes ciudades la gente ha hecho acopio de alimentos básicos, una reminiscencia del marzo pasado. Organizaciones que monitorean las milicias armadas, como Militiawatch, reportan que hay múltiples zonas de peligro. Estos grupos han renovado energías durante el verano interfiriendo en protestas y hasta planeando secuestros (como el de la gobernadora Gretchen Whitmer, vilipendiada por el Presidente). La venta de armas ha trepado de manera alarmante antes de las elecciones, y los compradores incluyen amas de casa y simpatizantes progresistas usualmente reacios a esta idea. La mayoría demócrata sin duda ganará el llamado voto popular en las elecciones, tal como lo hizo en 2016, pero existe una pequeña posibilidad de que gane el Presidente una vez más, gracias al sistema electoral. Si Biden es elegido por poco margen, es posible que Trump monte uno de sus usuales berrinches, manipule el sistema judicial y convoque al caos.
El Colegio Electoral no es un sistema únicamente estadounidense. Los otros países con ese singular método son Burundi, Estonia, Kazakhstan, Madagascar, Myanmar, Pakistan, Trinidad Tobago y Vanuatu. En los Estados Unidos la elección por cuerpo de electores está escrita sobre piedra en la Constitución, y es un estilo de representación que favorece a los Estados menos poblados, que tienden al voto republicano. Muchos se preguntan la justicia de un método que contradice la idea democrática de un gobierno de la mayoría. En la práctica las batallas terminan librándose en un par de estados llamados swing (oscilantes). En gran parte Biden lleva una delantera de menos del 2%, porcentaje que entra dentro de la posibilidad de error de las encuestas. Trump espera que este número oculte muchos votantes que no se animan a decir que lo votan. Por ahora lleva la delantera en Ohio y espera ganar nuevamente en Wisconsin y Michigan, a pesar de que allí el resurgimiento del virus le ha dado una más cómoda ventaja a Biden. Pensilvania, con un promedio de 5% arriba para el demócrata, se presenta como el Estado clave junto con Florida, y aparece también como un posible polvorín. A menos de una semana de las elecciones sufrió dos noches de violencia y vandalismo luego de una masiva protesta pacífica por la muerte de Walter Wallace Jr. en manos de la policía, el tipo de situación que puede dirigir el voto temeroso para el lado de Trump.
Por más que las experiencias del Brexit y la anterior elección de Trump 2016 hayan aplastado la fe en los sondeos, el promedio nacional de nueve puntos arriba a favor de Biden (a una altura del partido en el que la ventaja de Hillary Clinton, en 2016, se había achicado a dos) nos permite imaginarlo Presidente. Su campaña le lleva una enorme ventaja a la de Trump desde hace rato: comenzó octubre con más de 177 millones en sus haber, en comparación con los 63.1 millones de la de Trump. Biden suma el apoyo de algunos millonarios pero sobre todo un vasto caudal de pequeños donantes que fue extendiéndose en el último mes. Para balancear, hace pocos días el magnate Sheldon Adelson donó a la campaña de su amigo Donald 75 millones de dólares, y Ike Perlmutter, dueño de Marvel —la compañia de los superhéroes— le aportó 21 millones, aunque esta vez es posible que ni el Capitán América pueda hacer que gane.
La base electoral del Presidente son los hombres blancos, un 57% contra un 36% de Biden. Entre la población afro-americana la diferencia a favor de Biden es de 80% a 14%, lo que después de tanto romance del Presidente con el supremacismo blanco, no sorprende. Donde realmente es notable su caída, según las encuestas, es entre los jóvenes y las mujeres. De los estudiantes, hoy movilizados por la lucha antiracista, el 70% contra el 18% votaría por Biden, y el 39% dice que posiblemente salga a protestar si gana Trump. Según el académico Mark Hannah, “los jóvenes son menos proclives a considerar a los Estados Unidos como un país excepcional, como consecuencia de haber crecido en un mundo donde sus acciones militares han sido cuestionables en el mejor de los casos y fallidas en el peor. Estos jóvenes no nacieron con la Guerra Fría o la Segunda Guerra Mundial”. Si es realmente así, las tantas naciones que han sido o son víctimas del poder estadounidense podrían alojar alguna esperanza en el futuro.
De las mujeres puede decirse que durante los últimos años ha bajado notablemente su nivel de tolerancia al abuso y la prepotencia. Muchas de ellas, hartas de los políticos tradicionales (las criaturas del pantano, según Trump), eligieron al Presidente en 2016 por ser un outsider, un tipo colorido ante tanto gris establishment. Ahora ven que en realidad se trataba de un tipo que invoca la vuelta a un patriarcado arcaico. El martes Trump las increpó desde el púlpito electoral: “¿No se dan cuenta que estoy haciendo que sus maridos vuelvan al trabajo?”, como si estuviéramos en 1955. Para colmo, el Presidente acaba de sumar a Amy Coney Barrett a la Corte Suprema, una conservadora ultra-religiosa que se pronuncia en contra del aborto, en reemplazo de Ruth Bader Ginsburg, la jueza progresista que luchó durante décadas por los derechos de la mujer. Se trata de la Corte más conservadora en décadas, y pueden esperarse muchos años de decisiones empáticas con los ideales republicanos, comenzando, quizás, con algún fallo electoral que favorezca a Trump. La nueva jueza, nombrada a las apuradas en la semana previa a las elecciones, no ha querido excusarse en este tema.
Si ya las longitudes políticas en Estados Unidos venían corridas de tal modo que la izquierda es centro, el centro la derecha y ésta la ultraderecha, con Trump continúa moviéndose el límite de la cancha. La idea del país convertido en Venezuela bordea el delirio, pero inunda los foros virtuales, tal como sucede en la Argentina. Biden, un candidato apoyado, dadas las circunstancias, tanto por Wall Street como por Noam Chomsky, es un moderado del cual pueden preverse políticas que en cualquier lugar del mundo serían de centro. Sin embargo, se lo presenta como un “títere” de la izquierda radical, una caracterización que también resuena entre los argentinos. Biden es el candidato más popular, pero la astucia suele estar del lado republicano, y no sabemos qué cartas arcanas podrán salir de las galeras judiciales. La eficacia de los ultraconservadores en tomar poder y definir políticas que no representan la voluntad de la mayoría es notoria. Como ejemplo, el 77% de los habitantes está a favor de que exista el aborto, práctica legalizada por un fallo de la Suprema Corte en 1973, pero hoy, con tres jueces supremos nombrados por Trump, la anulación de esa decisión no parece muy lejos de convertirse en realidad.
Desde mi ventana veo las copas de los árboles desatándose en un movimiento inmenso, sus ramas empujadas por una fuerza que parece salir de las entrañas del universo mismo. Siento que así están los ciudadanos del norte, agitados, sacudidos por fuerzas atávicas, a merced de poderes y estructuras que ya no los representan ni son creíbles, sin saber cuánto durará la tormenta y cuál será el daño, y con temor a que el ardor de la violencia llegue a casa. En el país del desinterés por la política, el 70% de la población dice estar afectado por el estrés que esta elección le provoca. Busco respuestas en los artistas, que ofrecen, afortunadamente, un sentido distinto a las estadísticas. Ezequiel Zaidenwerg, poeta y traductor argentino radicado en Brooklyn, nos presenta a Terrance Hayes, “un poeta que hoy logra traducir el momento que se vive, expresando un clima político asfixiante signado por la aparente clausura del proyecto multiculturalista de la globalización neoliberal, a raíz del avance del supremacismo blanco, el fundamentalismo neocristiano y la efervescencia machista y xenófoba”. Aquí va, en traducción del propio Zaidenwerg.
Soneto estadounidense para mi asesino del pasado y del futuro
Te encierro en un soneto estadounidense que es mitad cárcel,
mitad armario antipánico, un cuartito en una casa prendida fuego.
Te encierro en una forma que es mitad caja de música, mitad
picadora de carne, para separar el canto del pájaro de los huesos.
Inmovilizo a tu personaje con una llave del sueño que te hace soñar,
mientras tus mejores versiones miran desde las gradas.
Te desegrego el cuervo del gimnasio. En tanto cuervo, disfrutás
de una hermosa catarsis atrapado una noche en las sombras
del gimnasio. En tanto gimnasio, la sensación de mierda
de cuervo que te cae en el piso no dista demasiado de las estrellas
que llueven de los pósters de porristas que tenés en las paredes.
Te fabrico una caja de oscuridad con un pájaro en el corazón.
Voltas de acústica, instinto & metáfora. No alcanza
con quererte. No alcanza con querer que te destruyan.
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