Tesoro para el 8M

Papeles mecanografiados de María Luisa Carnelli, primera letrista del tango canción

 

¿Mi berretín mayor? Cirujear entre diarios, revistas, bibliotecas y archivos de tango; encontrar datos de primera mano, entrevistas perdidas, fotografías olvidadas, se disfruta como si fueran manjares de un festín. ¿Y si en una de esas aparece la cédula de Carlos Gardel y dice que es de nacionalidad boliviana? ¿Bajo las patas de qué mesa se van a esconder todos esos cosos que arman logias y se pelean a gritos por estampar en la frente del Zorzal criollo la banderita francesa o uruguayo? No jodan más, ¿no les alcanza con los discos?

Lo cierto es que a mediados del 2023, acomodando antiguos papeles de la Academia Porteña del Lunfardo, sucedió lo inesperado: saltó a mis ojos un ramillete de hojas mecanografiadas por la primera letrista del tango canción: María Luisa Carnelli, dirigidas al por entonces secretario de la academia lunfa: José Gobello.

Carnelli firmaba sus letras de tango bajo seudónimos masculinos: Luis Mario y Mario Castro, y aún hoy para muchos es una desconocida. Por fuera de su oficio de letrista fue periodista, combatió en la guerra civil española, fue parte de la Agrupación Feminista Comunista, y tuvo su exilio en México. Si querés saber de su increíble vida te arrimo el link de una nota que escribí en abril del 2020.

 

Carnelli con traje oaxaqueño en su exilio en México. Archivo personal.

 

 

Pero el asunto es contarte algo más del tesoro encontrado. Ni bien hojeo los papeles leo en la última de las carillas escrito a mano: “Nota de María Luisa Carnelli para José Gobello”. Ahí nomás comencé a prenderme fuego. Trascartón los interrogantes: ¿Tendré entre manos un epistolario? ¿Será un diario de viaje? ¿Un pequeño apunte? Tomé aire, comencé la lectura y seguidamente el nacimiento de ese otro viaje que es cuando uno siente que esa historia vuelve a cobrar vida, y se imagina a Carnelli tecleando la máquina de escribir, bajando recuerdos, y a medida que avanzan las hojas uno absorbe la información, contextualiza, historiografía, estudia las correcciones de erratas en manuscrito, cruza datos, y nacen las ganas de circular el material entre amigos y amantes del tango como ahora lo estoy haciendo con vos.

 

El material mecanografiado

Gobello estilaba solicitar a los músicos, poetas, cantores y bailarines de tango semblanzas de su vida artística; material que utilizaba como complemento de sus libros, ensayos y crónicas. En esta oportunidad, Carnelli le envía quince páginas mecanografiadas compartiendo una ración de su obra relacionada a los intereses del solicitante: el lunfardo y el tango. El documento no está fechado, pero estimo que es de principios de la década del ‘70, pues Gobello comparte unas mínimas líneas en su libro Conversando tango.

El material cuenta con una breve estampa de sus inicios y creaciones, una selección de letras de sus tangos: Se va la vida, Primer agua, Viejo Taura, El Malevo, Quiero papita y, para sorpresa de uno, el resto del material es de carácter inédito: El Cielito (letra). Dos poemas: Evocación al tango (para una audición en el Auditórium de Radio Belgrano, en 1950), Amanecer del tango. Y el relato lunfa Carta privada y confidencial para el más lince de los loros, firmado como Lara Misha.

Por tanto, lo que sigue tiene carácter de documento histórico; y para quienes estudian el tango y el lunfardo en diálogo con las políticas de género es una bocanada de luz entre tantas artistas silenciadas, ninguneadas y olvidadas. Quienes lean bien descubrirán en su testimonio el peso del androcentrismo y el machismo de la sociedad de su tiempo que, por cierto, no difiere tanto del nuestro.

 

Carnelli en primera persona

Como la mayoría de los argentinos, yo tenía el tango en la sangre. Desde muy niña sentí su sugestión. Mis hermanos mayores, tangueros de ley, amontonaban discos y más discos que hacían girar en aquellos ya históricos fonógrafos de corneta. El Irresistible, La catrera, Independencia, El cachafaz, Armenonville, Entrada prohibida… Algunos no tenían letra, otros sí. Las aprendí casi en secreto, pues mis padres no aceptaban –justificadamente– cierto tipo de letrillas desvergonzadas. La de Entrada prohibida, por ejemplo, o aquella de El choclo, la primera, la original, que comenzaba así: “Como se manya que esa mina que es del yiro…”

El tango me familiarizó, en la primera y segunda década del siglo, con el lenguaje de sus letras, ni muy castizo, por cierto, ni muy pulido. En aquellos años leía a Félix Lima con verdadero entusiasmo, lo mismo que a Felipe Fernández (Yacaré), el de los “Versos rantifusos”, valioso antecedente de esa tan “de bute” y difundida “Crencha engrasada”, de Carlos de la Púa.

Un diccionario lunfardo se publicaba periódicamente, en esa misma época, en el diario “Última hora”. He olvidado en gran parte aquella extraña y extraordinaria terminología, que ha ido cambiando, pero no tanto, pues aún seguimos escuchando palabras que ya se consideraban insustituibles en el lenguaje popular, tales como morfe, laburo, punga, yuta, merza, araca, shofica, vento, garaba, marroco, balurdo…

En el año 1928 comencé a escribir letras para tango. La oportunidad me la brindó Enrique González Tuñón. Él estaba haciendo entonces, en Crítica, una serie muy leída, por cierto, de cuadros y viñetas tangueras, llamémosle así. Este trabajo le facilitó la vinculación con la grabadora Max Glücksmann y con los músicos populares, que eran a la vez compositores y directores de orquesta. Mi primera letra fue para Julio de Caro, para su tango El Malevo, dedicado a Carlos de la Púa, en aquellos días más conocido que El Malevo Muñoz. Utilicé para esa letra el seudónimo de Mario Castro, que me sirvió también para 18 kilates de Ernesto Ponzio y Primer agua de Francisco de Caro. Para Se va la vida de Edgardo Donato y Cuando llora la milonga de Filiberto, usé otro seudónimo, el que quedó definitivamente declarado en SADAIC para todas mis letras, a fin de facilitar la tarea en el cobro de derechos de autor. Alguna vez se ha dicho por allí que Enrique González Tuñón era el autor de todas esas letras, pero es un error, Enrique jamás escribió letras, en cambio lo ha hecho Raúl, que tiene algunas muy hermosas, por cierto, como Con tarjeta de cartón, una bonita ranchera de Moreno González, no tan difundida como lo merece.

En algunas de mis letras he utilizado palabras del lunfardo. Era muy corriente hacerlo en aquellos días, pues no se conocía ningún tipo de censura y todo el mundo estaba familiarizado con ese original vocabulario.

Siempre que me ha sido posible he tratado de reivindicar para el tango ciertas expresiones “lunfardas” que me parecen insustituibles y que casi puede decirse que le pertenecen, puesto que él las ha difundido y les ha dado categoría popular, no solo dentro del país, también en el extranjero.

Yo no podría imaginar Margot con una letra distinta a la de Celedonio Flores. Y lo mismo digo de Yira… Yira… de Enrique Discépolo. En lo que a mí respecta hago la aclaración de que con ningún compositor trabajé tan a gusto como con Ernesto Ponzio, as de ases en el estilo canyengue.

Con El Pibe Ernesto sacamos dos tangos entre el 28 y el 30. El primero fue 18 kilates, dedicado a Carlos de la Púa y a Enrique y Raúl González Tuñón. El otro, Quiero papita, lo había escrito Ernesto Ponzio muchos años antes, pero lo retocó y lo ejecutó en el Luna Park durante los bailes de carnaval en el año 1932 o 1933. Hicimos capote con ese tango durante los bailes, pero la prolongación de ese éxito se nos malogró porque empezó pocos años después la censura radial y su letrilla fue declarada tabú.

Con El Pibe Ernesto colaboré también poniéndole letra a Tardes pampeanas, un hermoso y melancólico estilo que él compuso cuando estuvo en Ushuaia… y “no de curioso” como solía decir el gordo Suero.

Teníamos en preparación otras tres piezas, dos tangos y una milonga, pero desgraciadamente quedó trunca nuestra colaboración con la muerte de El Pibe.

La milonga, cuya letra y música conservo, está completa, pero quedó inédita, su título es Avellaneda y estaba dedicada a Don Alberto Barceló, de quien Ponzio fue guardaespaldas en algún período de su turbulenta y accidentada vida. A uno de los tangos, ¿De quién es eso?, no alcancé a ponerle letra, pero lo haré en cualquier momento, pues conservo también la música. ¿De quién es eso? era una vieja producción de El Pibe Ernesto, que había sido impresa sin letra, muchos años antes. El otro tango llevaba el título Viejo taura, yo ya había hecho la letra y Ponzio, sobre ella, había compuesto algunos compases.

Con Filiberto colaboré en tres oportunidades, dos tangos y un gato. Cuando llora la milonga se estrenó, si mal no recuerdo en 1929. Linyera es posterior. El gato Azul del cielo no fue editado, pero lo ejecutó muchas veces con su Orquesta Porteña.

Con Edgardo Donato tengo dos tangos: Se va la vida y Cómo me gusta. También los afectó la censura, pero creo que no ha de haber puerto en el mundo que desconozca los compases de Se va la vida, caballito de batalla de Azucena Maizani durante años.

Posteriormente colaboré con Rafael Rossi, autor de Jueves y otras piezas de éxito. Con él tengo un tango grabado por Gardel: Pa’l cambalache, y otras tres piezas más. La última se titula El plato volador y va a ser grabada por Rossi en discos Odeón.

Con los hermanos Francisco y Julio de Caro tengo El Malevo, Primer agua, Dos lunares y Moulin Rouge.

Con Luis Teisseire, glorioso autor de Entrada prohibida, Bar exposición y otros tangos famosos, tengo una milonga cadenera: Luna roja, y con su hijo Germán, la ranchera Mano santa.

Hay una decena de composiciones más que llevan letra mía, pero me he limitado a las más conocidas y a aquellas en las que he utilizado el argot popular.

 

Su caligrafía. Archivo personal.

 

Mis libros

Tengo varios libros impresos y otros tantos inéditos.

El primero es del año 1922: Versos de mujer.

El segundo de 1924: Rama frágil.

El tercero de 1928: Poemas para la ventana del pobre.

El cuarto de 1930: Mariposas venidas del horizonte.

El quinto de 1933: Quiero trabajo.

El sexto de 1935: UHP. Mineros de Asturias.

Inéditos: Poemas de séptimo piso, de 1931. Sinfonía heroica y Los jóvenes mueren dos veces, de 1940 ambos, uno de poemas y otro en prosa. Las mieles y el aguijón y Los juegos, de 1945.

A partir de ese año mi producción ha sido periodística.

Nací e hice estudios primarios y secundarios en la Ciudad de la Plata. He vivido muchos años en el extranjero, después de haber recorrido 22 países de Europa y América. Eso es todo.

 

 

Carta privada y confidencial para el más lince de los loros.

 

 

Letra inédita

 

CIELITO

Se apellidaba Traversa

y lo apodaban “Cielito”;

pesado de Balvanera,

guardaespaldas de un caudillo,

con carpeta entre las grelas

y escolaseador tranquilo.

 

Usaba saco con tajo

y se afeitaba la nuca;

tenía fama de guapo,

y aunque era de acción, y púa,

no se encocoraba al bardo,

le cuerpiaba a la disputa.

 

Pero una noche de farra

se desgració en El Quiosquito;

se tocaba “La Tirana”

cuando empezó el amasijo.

La bronca, fue provocada,

y se le alteró el cuchillo.

 

Argerich, un cajetilla,

hijo de doctor mentado,

pensó que lo merecía

y lo recibió hasta el mango.

Le entró por la rabadilla,

¡como “pedido de encargo”!

 

Esta letrilla no tiene música, la hice en 1946, evocando un episodio real, ocurrido en El Quiosquito a principios de siglo. Cielito era tal cual lo descripto. Estaba apadrinado por un diputado cordobés de mucha influencia y arrastre en la parroquia de Balvanera. Argerich llegó al Quiosquito con una patota de “galeritas”. Cielito tenía su barra brava. Las razones de fondo, en el entrevero, han de haber sido políticas, pero el pretexto fue la disputa por la ejecución del tango “La Tirana”, solicitado por un bando y rechazado por otro. Cuando Argerich, ya en la calle, intentó subir a un coche, Cielito lo alcanzó y le hundió el cuchillo donde la espada cambia de nombre. Lo hundió y lo rascó hacia arriba, para dejarlo al fin tendido en el barro.

 

Rosita Quiroga, Gardel y Charlo cantan a Carnelli

 

El Malevo (1928). Su primer tango.

 

 

Linyera (1930). Primer premio en los concursos Max Glücksmann.

 

¡Hasta la Victrola Siempre!

 

 

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