Tensión nuclear
El golpe que silenció a Europa podría abrir las puertas del infierno
La provocación
Ya de salida de la Casa Blanca, al final de un mandato melancólico, el Presidente estadounidense Joe Biden autoriza a su par Zelensky de Ucrania a utilizar misiles de alcance intermedio ATACMS [1] sobre territorio ruso. Hasta hace poco, su uso sólo estaba permitido en territorio ucraniano, precisamente para no cambiar el nivel de beligerancia. La cuestión es que este tipo de misil requiere, para determinar el objetivo y navegar hacia él, el control de una tecnología que no está en manos de los ucranianos. Esto significa que personal militar de Estados Unidos y/o de la OTAN debe operar el lanzamiento y navegación del misil, lo que los convierte en responsables directos del ataque. Obviamente los rusos lo saben. El primer lanzamiento de ocho ATACMS fue el 21 de noviembre. La mayoría fueron interceptados, y según el Ministerio de Defensa ruso los destrozos de uno de ellos, alcanzado por la defensa aérea, cayeron sobre un cuartel militar en Briansk, territorio ruso, provocando un incendio rápidamente controlado.
Gran Bretaña y Francia también autorizaron el uso de misiles de mediano y largo alcance en territorio ruso. Evidentemente, no habrían tomado esa decisión sin la autorización de Biden, tal es la dependencia de Europa con relación a los Estados Unidos. Gran Bretaña ha entregado docenas de misiles Storm Shadow [2] de largo alcance adicionales a Ucrania a medida que se agotaron los suministros enviados anteriormente a Kiev. Posiblemente fueron algunas de estas Storm Shadows las que se utilizaron en el segundo lanzamiento (23/11) contra territorio ruso, un día después del ataque de Kiev a la región rusa de Bryansk utilizando misiles ATACMS suministrados por Estados Unidos. A estas alturas nadie duda de que este es el inicio de una guerra formalmente no declarada de la OTAN contra Rusia, aunque no todos los miembros de la OTAN están convencidos de que tal guerra sea una buena idea, algunos rechazan la posibilidad de tener que enfrentar militarmente a Rusia en el campo de batalla y la mayoría no tiene la mínima idea de que ese gesto podría significar el fin de Europa tal como la conocemos.
La respuesta
En una entrevista concedida al periódico Rossiyskaya Gazeta, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergev Lavrov, afirmó que “los ataques con misiles en lo profundo del territorio ruso son un paso de escalada” [...] “Todas nuestras advertencias de que estas acciones inaceptables recibirán una respuesta adecuada han sido ignoradas”. Una vez más, las palabras del experimentado diplomático parecen haber caído en el desierto del sentido común occidental. Sin embargo, como confirmación de su advertencia, la respuesta rusa vino dada por el despliegue de un misil sin precedentes llamado “Oreshnik” (avellana en ruso). Bajo la inocencia de este nombre, Rusia presentó un arma que por su velocidad, letalidad y maniobrabilidad la sitúa en la cúspide de la tecnología de la muerte y que ahora cuenta con una “prueba de campo exitosa”, en palabras de Putin.
Oresnik cayó literalmente como un rayo o, mejor dicho, decenas de rayos paralelos y coordinados que atravesaron la distancia de dos kilómetros entre las nubes y su objetivo en un abrir y cerrar de ojos (a una velocidad de entre 10 y 13 Mach, según diferentes analistas) en las primeras horas del 21 de noviembre. Según la subsecretaria de prensa del Pentágono, Sabrina Singh, se trata de un misil balístico experimental de alcance intermedio “basado” en el modelo ruso RS-26 Rubezh. Volando a una velocidad 10 veces más rápida que la del sonido (puede alcanzar hasta 13.000 km/h), transportando seis [3] ojivas orientables individualmente (que pueden resistir explosivos nucleares), cada una con hasta seis municiones maniobrables, este misil representó un muy breve y dantesco espectáculo, sin precedentes para los videos que lograron captarlo. Sus ojivas estaban dirigidas a la fábrica de armamento Pivdenmach, remanente del período soviético y que había sido construida profundamente, como un búnker para resistir incluso un bombardeo nuclear en Dnipro, en el centro-este de Ucrania.
Resultado
Al parecer esta respuesta de Putin a la provocación de Biden no era esperada ni por el Presidente americano ni por los líderes europeos que quedaron atónitos durante un tiempo, antes de empezar a aumentar los decibeles retóricos. Su silencio es comprensible: por un lado, porque el alcance de un misil intermedio, tal como lo define el ya desaparecido [4] Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INFT), es de entre 1.000 y 5.500 kilómetros. Esto significa que un misil Oreshnick podría llegar a cualquier capital europea en pocos minutos y sin posibilidad de interceptación, dada su velocidad y navegabilidad. Por otro lado, porque la parsimoniosa gramática militar de Putin tenía un objetivo inequívoco: la sensible percepción de Europa y Estados Unidos. La advertencia del líder ruso fue clara: la implicación de cualquier país de la OTAN contra Rusia no conseguirá cambiar la situación de la guerra prácticamente ya definida, pero tendrá una respuesta contundente, inmediata y sin posibilidad de defensa. Según Putin, actualmente no existe ningún arma de esta capacidad y velocidad letal, ni ninguna arma capaz de interceptarlo. En la dialéctica de la espada y el escudo, que dinamiza el desarrollo tecnológico militar, todavía no existe ningún escudo que consiga parar el golpe de la espada que representa al Oreshnik.
A pesar de todas las advertencias y demostraciones de poder de Rusia, los países del Occidente ideológico parecen encaminarse alegremente hacia el Armagedón a un ritmo marcial. Una resolución del 27 de noviembre de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN pidió el envío inmediato de misiles de medio alcance a Ucrania, sabiendo que esto podría significar una indefendible represalia rusa en territorio europeo. Evidentemente, esta resolución no es deliberativa y depende de una decisión final del bloque, pero el trino insensato de sus halcones es significativo. Es difícil saber si los líderes europeos no creen en las repetidas advertencias nucleares de Putin, si no les importa el posible fin de la vida humana o si padecen una epidemia de disonancia cognitiva. En este momento de tensión nuclear en el que se debate el sistema internacional, cualquier error de cálculo podría ser el último.
Las posibles preguntas que cabe plantearse en este momento son: ¿Cuál es el sentido de que el Presidente Biden comprometa a Estados Unidos en una guerra, ahora inocultablemente directa, con Rusia? ¿Esta desafortunada decisión de Biden de levantar las restricciones que limitaban el uso de misiles intermedios suministrados a Ucrania, tuvo como objetivo estratégico alterar positivamente la situación en el campo de batalla ucraniano o el propósito político de complicar la próxima administración de Trump? Si fuera la primera alternativa, es decir, cambiar la situación en el campo de batalla, todo indica que si algo cambiara sería para empeorar la situación en Ucrania combinado con la posibilidad de que escale a extremos, incluyendo la guerra nuclear y mundial. Si se trata de la segunda hipótesis, tampoco parece haber sido muy feliz, porque la formación del gabinete del futuro Presidente indica la construcción de un muro, no sólo en la frontera sur con México, sino también en relación con el Estado Profundo, donde se refugia el Partido de la Guerra.
Unas semanas antes de dejar el gobierno, el Presidente estadounidense provocó una peligrosa escalada de la guerra en Ucrania, con un sesgo bélico que parece tener como objetivo condicionar la continuación de los combates mucho más allá de su mandato. Esto podría dificultar el cumplimiento del compromiso electoral de Trump de poner fin a las guerras. Sin embargo, por otro lado, la calma racional con la que Putin está respondiendo a los ataques de los misiles americanos y europeos sobre su territorio, de forma suficientemente clara y ponderada, no obstante contundente, parece indicar que el líder ruso apuesta por este último movimiento de Biden y pretende continuar la guerra evitando mayores daños a los ucranianos hasta que Trump tome el control del gobierno estadounidense. El peligro es que los halcones sin garras de Europa no comprendan o no quieran comprender este movimiento y arrastren al mundo al definitivo y radiactivo “Campo de la Muerte” final.
[1] Los ATACMS, fabricados por la empresa Lockheed Martin, son misiles balísticos de corto alcance que, dependiendo del modelo, pueden alcanzar blancos a 300 kilómetros de distancia con una carga de aproximadamente 170 kilogramos de explosivos.
[2] El Storm Shadow es un misil lanzado desde el aire guiado con precisión con un alcance de más de 250 kilómetros (155 millas) que ha estado en servicio desde principios de la década de 2000.
[3] La ojiva del Oreshnik alcanza una temperatura de 4.000 grados centígrados en el momento del impacto, convirtiendo en polvo todo lo que se encuentra en la zona de impacto.
[4] Paradójicamente, el 20 de octubre de 2018, durante la primera administración del Presidente Donald Trump, Estados Unidos abandonó el INFT, uno de los acuerdos de control de armas más importantes firmados entre Washington y Moscú durante la Guerra Fría, con el fin de contener el crecimiento de China.
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