TE AMO, TE ODIO, DAME MÁS
La hipótesis de que si Trump pierde la reelección hace un golpe y no entrega el gobierno
Todos dicen te quiero. ¿Quién no? Desde Groucho y Chico Marx hasta aquella comedia musical de Woody Allen. Carlos Gardel de muchas formas. Taylor Swift y María Callas rompiendo tímpanos y acariciándolos, respectivamente. No hay primera piedra. Al POTUS Trump todos parecen decirle te odio. Un porcentaje considerable de la sociedad norteamericana arroja piedras, aunque en estas cuestiones de política agónica en el norte hay un par de procesos a observar que operan por detrás, de forma más específica: en el ámbito de la acumulación a escala mundial, cuya comprensión también hace al interés argentino, particularmente al espacio político de los trabajadores.
Por estos días los afligidos se alivian invocando encuestas en las que el rival demócrata para las presidenciales de noviembre próximo, el muy conservador Joe Biden, le está sacando varios cuerpos de ventaja a Trump. Se alega que el electorado le estaría cobrando a Trump su espantoso manejo de la pandemia, entre otros pagarés. Trump, que ahora va por los 74 años, insinúa que Biden, de 77, está gagá. Biden contragolpea diciendo que Trump "no parece ser cognitivamente consciente de lo que está sucediendo". Consistente con un mundo envejecido, la senilidad pasó a formar parte como nunca antes de la disputa política. Pero aunque esas encuestas y sus proyecciones estén en lo cierto, con prudencia se advierte que por la singularidad del sistema electoral estadounidense basado en el colegio electoral, no siempre la mayoría del electorado se hace oír.
Con no menos cautela hay que percatarse de que entre el sistema político norteamericano y la sociedad civil hay un acuerdo implícito entre tahúres. Es como si la élite dijera: nosotros resolvemos nuestras disputas internas mediante el voto limitado pero que no parece, y ustedes participan lo menos posible y no lo cuestionan mientras paguemos la cuenta del mayor nivel de vida del planeta. La disputa de los no son Wasps es por entrar a ese club. El andamiaje electoral está objetado porque de un par de décadas a esta parte la cuenta sufrió una merma importante. La mengua provino de que el sistema de acumulación recayó en una práctica que había abandonado hace más de un siglo: la de exportar capital para salir de una crisis. La debacle de 2008 coronó ese empeño y China fue el gran recipiendario. Trump (y lo que representa) vino a rehacer la factura que cobran los trabajadores revirtiendo esa tendencia. Que esté bien o mal planteada su consecución, es otra cosa. La subjetividad poco edificante del personaje tampoco entra en ese inventario.
Tierra de gigantes
Los gigantes corporativos que afectan la política de Trump ejercen de varias maneras la oposición al objetivo de aumentar los ingresos de las mayorías. Una de ellas se registra en el direccionamiento de las inversiones internas. El American Investment Council es el principal grupo de lobby en Washington de los operadores del mercado accionario. En su más reciente informe de hace unas semanas, aduce que el año pasado los inversores que representan invirtieron 700.000 millones de dólares y pese al bajón de la pandemia van por más sorteando los serios obstáculos de la infección. American Investment indica que tres cuartas partes de las inversiones del año pasado se distribuyeron en 20 Estados, siendo un criterio común en la decisión de invertir, cumplida la condición necesaria de perspectivas de ganancia, el de optar por aquellas que fueran políticamente ventajosas. El problema político que enfrentan es el de la oposición de legisladores que quieren imponer impuestos más altos y critican el comportamiento signado por sobrecargar a las empresas con deudas y recortar empleos. Los distritos que más fondos recibieron son los de legisladores demócratas.
La paradoja de apostar a suelo demócrata cuando son los que usualmente proponen más impuestos del tipo de los que vienen bajando desde la época de Reagan –se ve que sin mucho éxito—, encuentra una explicación en el análisis del profesor de leyes M. Todd Henderson y el de finanzas corporativas de la Universidad de Chicago Steven N. Kaplan, conforme aparece en una nota de opinión en el Wall Street Journal (WSJ, 30/06/2020). Afirma el dueto que "los populistas no saben mucho sobre el capital que se invierte en acciones”. Señalan que “Wall Street nunca ha sido particularmente popular en la imaginación estadounidense, pero el reciente crecimiento del populismo conservador amenaza con erosionar aún más su posición. Un ejemplo es un nuevo grupo de expertos, American Compass, dirigido por Oren Cass, ex director de políticas de Mitt Romney. Uno de sus primeros proyectos importantes […] concluye que los fondos de inversión, como el capital puesto en acciones o el capital de riesgo (venture capital), son un derroche social”.
A primera vista esto luce muy contradictorio con la insistencia de Trump en que la salud de la economía se palpa en los resultados de la bolsa más grande del mundo, la de New York. No hay tal contradicción. Ninguno pone en tela de juicio el mecanismo bursátil. Lo que los conservadores le reprochan a los asset managers es que además de ser portadores de la ideología hacelo en China que sale más barato, cobran mucho. Los asset contestan defendiendo sus precios. Entonces, y aunque se acusen mutuamente, para tirios y troyanos esto es por más actividad bursátil, no por menos. Mientras tanto los tres índices principales de los Estados Unidos con el cierre del segundo trimestre el martes 30 de junio no solo terminaron al alza en el día, sino que cada uno concluyó el trimestre con su mejor desempeño en al menos 20 años. Aunque las ganancias son muy malas, las perspectivas de ganancias por los estímulos monetarios y fiscales están funcionando en las expectativas. Según S&P la última vez que hubo un mayor cambio trimestral fue en 1932. De hecho, el sector manufacturero norteamericano se expandió en junio por primera vez en tres meses coinciden fuentes privadas y oficiales. Además, durante junio volvió a caer la tasa de desempleo, ubicándose en el 11,1% en junio, aunque sin reflejar los efectos del rebrote de la última semana.
Boicot
En el plano de la disputa política contra Trump, el aroma característico de influencia de gigante corporativo se olfatea en su ex asesor de seguridad nacional John Bolton, autor del ensayo La habitación donde ocurrió, una memoria de la Casa Blanca. La imagen que del libro de Bolton da de Trump es la de un idiota perverso. Entre otras consecuencias, reforzó por hacer creíble el runrún global que corre desde los medios más serios a los otros, de que en caso de perder las elecciones en noviembre, Trump estaría dispuesto a hacer un golpe y no entregar el gobierno porque indefectiblemente iría preso y su cuantiosa fortuna sería incautada. Nadie mostró ninguna prueba de que la enormidad estuviera sucediendo. Se limitan a afirmarlo.
No es para nada ajeno a este clima el asesinato de George Floyd a manos de la policía (25/05/2020), que suscitó la impronta cultural de Black Lives Matter y abrió espacio para que grupos pertenecientes al ala izquierda del espectro político norteamericano la emprendieran contra lo que consideran un arma clave de la reacción republicana, que son las redes sociales. Los grupos de izquierda se aunaron en la campaña Stop Hate for Profit (Basta de Ganar Plata con el Odio), que se propuso boicotear a las corporaciones que publicitan en las redes sociales. Exigen que Facebook "otorgue poder a la infraestructura permanente de los derechos civiles" para ir en busca de los discursos que consideran sesgados. Mark Zuckerberg, el mandamás de Facebook, prometió la semana pasada más controles en general y para los mensajes políticos en particular.
Para el WSJ (29/06/2020), “ahora las grandes empresas se están uniendo a una campaña para convertir las plataformas de redes sociales en herramientas de vigilancia política y aplicación de la ley contra los conservadores” e, invocando la cuota normal de cinismo, consigna que un conjunto de marcas importantes “han pausado la publicidad de Facebook después de que grupos activistas de izquierda afirmaran que no censura lo suficiente al discurso político... Es posible que una cantidad de empresas se hayan subido a esta campaña porque de todos modos tenían que achicar los presupuestos publicitarios en medio de la recesión del coronavirus y vieron la oportunidad de ganar aplausos fáciles en un medio inconmovible. Algunas pueden regresar después de que finalice el período de boicot de 30 días”.
Andrew Ross Sorkin, además de ser uno de los factótums de la serie de Netflix Billions, edita de lunes a viernes la letter del NY Times DealBook. En la editada el 01/07/2020, informa que el 30/06/2020 Facebook anunció que había prohibido cientos de cuentas, grupos y páginas vinculadas al movimiento boogaloo de extrema derecha, cuyo objetivo es incitar una guerra racial en los Estados Unidos. Es parte de la estrategia de la corporación para detener el éxodo de los anunciantes que hasta el momento en número de más de 500 se han unido al boicot publicitario. Los 100 principales anunciantes de la empresa representan solo alrededor del 6 % de sus ingresos. El tema es que en esa centena se contabilizan los gigantes corporativos cuya adhesión al boicot podría influir en la salida de millones de anunciantes más pequeños. Ross Sorkin cita a la columnista de tecnología del NY Times, Kara Swisher, en la que taxativa advierte respecto de Facebook que no hay que contemplarla “como si todas las empresas de redes sociales fueran iguales. No lo son". Dirigiéndose a la boicoteada compañía, Kara Swisher redondeó: "El problema del odio y la información errónea que fluye en las redes sociales es tuyo". Señaló que ha desactivado sus cuentas de Facebook. A todo esto, las acciones de Facebook subieron casi un 5 % el 1° de julio, el tercer día consecutivo de ganancias, quedando cerca del máximo de hace 52 semanas.
En un asunto atravesado por la pasión, el corresponsal de The Economist Leo Mirani contextualiza en The Guardian (29/06/2020) que “la victoria electoral de Donald Trump hizo que el mundo se despertara respecto del increíble poder de los algoritmos de la red social. Se avecinan otras elecciones presidenciales en los Estados Unidos y aún no se resuelven los debates provocados por la última: ¿deberían Facebook y otras redes sociales tener el poder de decidir qué constituye un discurso aceptable? ¿Deberían permitirse los anuncios políticos en las redes sociales? ¿Qué se puede hacer con las mentiras de los políticos?” Para Mirani esas “son las preguntas equivocadas”, puesto que “la difusión de la información errónea está habilitada por las estructuras de las redes sociales... Sin un cambio en este diseño, nada más puede cambiar […] La respuesta, entonces, es cambiar las redes mismas. […] El lenguaje de la epidemiología, tan familiar en medio de una pandemia, sugiere una solución. Así como la información es 'viral', el antídoto contra la desinformación debería reducir su viralidad […] Para hacer esto, las redes sociales deberían reintroducir la fricción en sus mecanismos de intercambio. Piense en ello como el equivalente digital del distanciamiento social”.
Bajo fondo
Por detrás de estos escarceos subyace funcionando el proceso que sirve de base material a la disputa de aquellas corporaciones que se ven perjudicadas por el proteccionismo de Trump. Al examinarlo, aguijonea la cuestión de si las redes sociales tienen el poder de falsear la realidad o simplemente hacen posible lo que antes por una u otra razón no lo era: juntar minorías influyentes a través de exacerbar la alienación ideológica, la cual es el estado de la naturaleza. En principio, lo que sucede en la superestructura del sistema no obedece al espíritu absoluto, aunque tenga vida propia una vez que acontece por efecto de cambio en la base material. De manera que si el gobierno de Trump con el proteccionismo enriquece a los Estados Unidos, vale la pregunta que plantea Arghiri Emmanuel de forma general: “¿Por qué se oponen con tal energía los capitalistas de esos países a las reivindicaciones de sus trabajadores y sólo ceden bajo coacción? Por la simple razón de que esos aumentos de salarios en los países avanzados empobrecen no sólo a los países de bajos salarios, mediante la relación de precios de intercambio sino también a los capitalistas de los países avanzados”.
En el mundo tal cual es, si los burgueses pudieran actuar como clase serían globalmente solidarios. Los trabajadores nunca. La ganancia es mundial, los salarios son nacionales. De todas formas, el amor a la bolsa de New York y bajarle la tasa de ganancia a las corporaciones, ¿no es contradictorio? No, si lo segundo implica aumentar la masa de ganancias por efecto de aumentar las ventas. Pero, entonces, ¿qué representa Trump? Eso que Rogelio Frigerio (el abuelo del jugador clandestino de paddle) estableció con todas las letras: la lucha de clases es por construir la nación, lo cual se hace acumulando capital, no importa de dónde venga. Hablando en plata, eso está en la masa de ganancias no en la tasa de ganancia, eso está en el poder de compra de los salarios nacionales. Es de insistir en que si eso lo está haciendo bien o mal Trump es un tema importante, pero que cualquiera sea el juicio que merezca no mella la dirección que se le quiere encontrar a los acontecimientos.
Bajo estas condiciones, los conservadores se montaron en las redes sobre la pulsión de la base material de la acumulación exacerbando la alienación de la conciencia para que no dé todo de sí. En el límite de ese juego con fuego está el fascismo. La izquierda objetivamente sigue sin saber cómo gestionar el capitalismo y se ilusiona objetivamente –vaya paradoja— con congelar la pulsión. En el límite de ese también jugar con fuego está la crisis, de la que nunca se sabe si sale pato o gallareta. Entre los argentinos, la observación del proceso que está en plena disputa en el norte en las redes sociales indica claramente hacia dónde —en lo que hace al interés nacional— debe apuntar la brújula en la salida del marasmo económico y humano de la pandemia.
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