Suprema autonovida
La inteligencia al servicio de la malignidad para convertir vicios en presuntas virtudes
La patrulla infernal
En la proclama del 18 de abril de Horacio Rodríguez Larreta considerando casus belli al Decreto de Necesidad y Urgencia firmado por el Presidente Alberto Fernández cuatro días antes, que obligaba a que las escuelas del AMBA no impartieran clases presenciales durante dos semanas, y en la sentencia de ese Estado Mayor Conjunto que resulta ser la Corte Suprema confirmando el 4 de mayo la violación territorial denunciada, la metáfora de la guerra ante la pandemia se volvió más potente que nunca. Muchas veces se ha usado esa metáfora en el sentido de estar en guerra contra el virus pero también se la ha usado y acaba de usársela con más fuerza que nunca en el sentido de guerra política en pandemia sin importar los enfermos y los muertos.
Las metáforas enseñan. Un año después del estreno de su película bélica La patrulla infernal (Paths of Glory, 1957), titulada en España en modo literal Senderos de gloria, Stanley Kubrick declaró en una entrevista: “A pesar de su horror, la guerra es un drama puro, probablemente porque es una de las pocas situaciones en que los hombres se levantan y hablan de lo que creen que son sus principios”.
La película trata del fallido intento de una división francesa durante la Primera Guerra Mundial de tomar el “Hormiguero”, una muy sólida posición alemana virtualmente inexpugnable dentro de territorio francés. El intento era suicida y el fracaso anticipado. Pero para escarmentar a las propias tropas el ejército convoca a un Consejo de Guerra que elige a tres soldados para ser fusilados por cobardía.
Los generales mueven los hilos con absoluto desprecio por la vida de aquellos a quienes mandan a la muerte. Uno de ellos le dice a un coronel (Kirk Douglas) contrario a la sentencia: “Estas ejecuciones van a ser un tónico perfecto para toda la división. Hay pocas cosas más alentadoras y estimulantes que ver a alguien morir”. Así, por el presunto honor y la gloria castrenses enlazados a intereses egoístas del alto mando, se sacrifican miles de vidas sin compasión ni sentido común alguno. El coronel a quien se le pide que lleve sus hombres a morir responde: “No soy un toro, mi general. No me ponga delante la bandera de Francia para que embista. El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
La película se basó en el libro Paths of Glory (1935) de Humphrey Cobb, que tomó ese título del famoso verso del poema Elegy Written in a Country Churchyard (1751) de Thomas Gray que dice: “Los senderos de la gloria no conducen sino a la tumba” (The paths of glory lead but to the grave). Y Cobb se basó en hechos reales ocurridos en 1915 con el fusilamiento de cuatro soldados por cobardía cuando el comandante Géraud Réveilhac, después de fracasar en tres intentos de tomar una posición enemiga ordenó el bombardeo de las trincheras francesas para obligar a los soldados a atacar y después insistió con ese bombardeo porque ese día no habían tenido suficientes bajas.
Las metáforas enseñan. En la guerra militar como en la guerra política por pandemia, la gloria, en su significado negativo de realización de los intereses egoístas, no señala otro trayecto que el de los senderos de la muerte.
¿Qué es un dato?
Como el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tiene una subsecretaría de políticas públicas basadas en evidencia que acompaña a la repetida afirmación de Rodríguez Larreta de que sus políticas se basan en datos y evidencias, como sostuvo en la proclama en que pidió amparo supremo, me ocupé de uno de esos datos.
Desde su primer Parte Diario de Información Sanitaria Covid-19 del 12 de marzo del año pasado, que registraba la primera muerte por la pandemia en la Argentina ocurrida cinco días antes y correspondiente a un hombre de 64 años que había regresado de Francia y fue asistido en el Hospital Argerich, hasta el jueves 29 de abril pasado, los datos informados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sobre el número de camas disponibles en el subsistema público para la atención de enfermos graves siempre fue oscura y despertó críticas, sospechas y conjeturas. Veamos algo de su consistencia.
Ya el término genérico “atención de enfermos graves” se presta a engaño en cuanto a los datos a informar dado que puede incluir camas en unidades de terapia intensiva (UTIs), camas en shocks rooms de las guardias, camas con oxígeno de alto flujo, camas de unidades coronarias, y hasta siendo generosos aquellas camas de los servicios de cirugía utilizadas para el posoperatorio cuando los pacientes no se derivan a terapia intensiva. ¿Qué significado tiene entonces el término “camas para la atención de enfermos graves”?
El problema de esa oscura amplitud es que la Covid-19 tiene como cuadro dominante de amenaza inmediata para la vida a una insuficiencia respiratoria aguda grave y este cuadro no se puede atender en cualquier cama en la que no se cuente con el equipamiento necesario ni con cualquier recurso humano dado el alto grado de especialización que se requiere. ¿Quién puede creer que una política de salud sea seria si se basa en esa confusa ignorancia? Y si esa distinción no se ignora: ¿quién puede tener confianza en un gobierno que utiliza términos confusos y ambiguos siendo que tiene muy claro cuántas camas de cada tipo dispone?
Hasta el 31 de mayo de 2020 aquel Parte Diario sólo indicaba el número de “casos totales confirmados hospitalizados en CABA” sin desagregar como lo empezó a hacer el 1 de junio a las camas ocupadas con pacientes Graves, Moderados o Leves. No sabemos cuántas camas para pacientes graves se contaban en abril y mayo, pero en las dos últimas semanas de julio del año pasado se abrió un fuerte debate por el número y calidad de las camas ocupadas ya que un informe reservado de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva del 21 de julio elevaba los porcentajes de ocupación en UTIs al 85% en 12 hospitales públicos y 29 centros privados, en tanto el Gobierno de la Ciudad reducía ese porcentaje a un 70% (280 camas de 400). En ese contexto de alarma sanitaria y crítica al nivel de ocupación en UTIs, el 20 de julio el vicejefe de gobierno de la Ciudad Diego Santilli salió a anunciar sin mayores detalles la incorporación de 50 camas más. Con eso, el porcentaje de ocupación descendió inmediatamente al 62%.
En los 420 días de pandemia entre el 12 de marzo de 2020 y el 29 de abril de 2021, el número de muertos pasó de 1 a 10.821, pero la cantidad de 450 camas para pacientes graves se mantuvo constante desde el 20 de julio del año pasado. Ese número, nuevamente, era un dato engañoso. La Ciudad contrataba camas de terapia intensiva en otros establecimientos aunque esas camas nunca aparecieron en sus informes, lo que descargaba su capacidad instalada para enfermos graves que no se ampliaba.
Sin embargo, en los Partes diarios de los días 27, 28 y 29 de abril pasados se observó un fenómeno muy extraño y nunca antes visto: el número informado de pacientes hospitalizados en camas para pacientes graves fue el mismo en los tres días, 388, arrojando un 86.2% de ocupación. No es que se congelara el Parte por una falla del sistema, ya que el Jefe de Gobierno pudo tener los datos a utilizar para otras de sus políticas públicas: según el Parte de cada uno de esos tres días hubo 750, 709 y 708 pacientes moderados, y 473, 590 y 567 pacientes leves respectivamente.
Cuesta imaginar una explicación para esto que no se base en indicios y observaciones, esto es, que no sea conjetural, ya que no había pasado antes en los 288 Partes diarios informados por el Gobierno de la Ciudad desde que se amplió a 450 el número de camas para pacientes graves. Por otro lado resulta muy raro (y habría que consultarlo a Adrián Paenza, que ya ha escrito acerca de rarezas) que los 80 muertos del día 27, los 84 del día 28 y los 98 del día 29 en la Ciudad, así como la dinámica de unos 4.500 nuevos casos cada día, no hayan modificado en nada el dato del número de camas ocupadas con pacientes graves en el subsistema público.
Cabe recordar que por entonces y a modo de una cuenta regresiva en relación al pico de casos de la segunda ola, en un programa televisivo se iban mencionando día a día las camas libres que quedaban en el subsistema público de salud de la CABA. El 26/4 se informó, según los datos del Gobierno de la Ciudad, que estaban ocupadas 378 de 450, un 84%, y que quedaban 72. El 27/4 que estaban ocupadas 388, el 86,2%, y quedaban 62. Ahí la Ciudad detuvo el conteo durante tres días.
El 30/4 el ministro Bernaldo de Quirós informó que se habían sumado 50 camas para atención de pacientes graves y en el Parte diario de ese día el número de esas camas pasó de 450 a 500 y se retomó el conteo de ocupación de las mismas, que dejaron de ser 388 y pasaron a ser 401. El porcentaje de ocupación bajaba así de 86,2% a 80,2%. No se supo de dónde salieron esas camas, dónde estaban, cómo era su equipamiento material y humano pero sí sabemos que si los 401 pacientes se contaban sobre 450 camas su porcentaje habría sido del 89,11% de ocupación y quedarían 49 camas para un ciudad con su subsistema privado saturado. El colapso y su impacto político estarían muy próximos.
El 24 de abril, seis días después de la proclama de Rodríguez Larreta contra el Presidente Fernández y su DNU con medidas para intentar reducir el número de infectados y de muertos por Covid que crecía exponencialmente con foco en el AMBA, y cuando el Jefe de Gobierno ya había pedido el amparo de la Corte Suprema, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) publicó su Análisis de situación del Covid-19 en las terapias intensivas de la Argentina. En el estudio del AMBA se observó una tasa de ocupación del 96%, de los cuales el 75% eran pacientes con Covid que en el 84% de los casos habían requerido asistencia respiratoria mecánica (ARM).
Por otro lado, la ocupación comparativa de camas de terapia intensiva en varias provincias indicaba que las tres jurisdicciones con mayor ocupación eran la Provincia de Buenos Aires con 95,94%, la Ciudad de Buenos Aires con 95,79%, y la provincia de Mendoza con 95,74%. Es interesante observar que estas dos últimas son las que se oponen a tomar decisiones en modo concurrente con las demás provincias, como la Corte le exigió al Ejecutivo Nacional, según lo establecido por el Consejo Federal de Educación para el dictado de clases en forma de “presencialidad administrada” de acuerdo al riesgo epidemiológico bajo, moderado o alto en cada jurisdicción y con suspensión de clases presenciales para aquellas en situación de alarma sanitaria como Buenos Aires, CABA y Mendoza.
Los datos con los que el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires toma sus decisiones y ejecuta sus políticas públicas, según lo que informa, son inciertos.
La política por otros medios
Dice Carl von Clausewitz en su tratado De la guerra (1832) que los tres elementos que están en juego en la guerra son el odio que ha de sentir emotivamente el pueblo para poner su voluntad y esfuerzo al servicio del objetivo buscado, el cálculo que han de hacer los combatientes para imponer con reacciones rápidas su voluntad, y la inteligencia política que ha de manejar la incertidumbre de los datos para direccionar los conflictos hacia su objetivo, que es “obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”.
La oposición política y corporativa ha promovido el odio en la población a través de un amplio conjunto de medios de comunicación, se enfrenta a la pandemia con un cálculo permanente de resultados medidos por su eficacia independiente de los valores en juego, y ha tenido la inteligencia política para direccionar el conflicto anunciado desde el comienzo mismo de la pandemia, que es el fracaso de la política de salud que viene desarrollando la Ciudad desde Macri, dando fuerza efectiva a ese direccionamiento con la legitimación de uno de los tres poderes de la Nación puesto a su servicio mientras hablan de República.
Desde el primer día en que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por Covid-19, Larreta no pudo desconocer que la Ciudad tendría un grave problema de salud pública y tenía plena conciencia de las políticas de salud contrarias al subsistema público de salud y al de educación que él mismo había implementado desde que el Jefe era Macri. Larreta sabía que la pandemia iba a desnudar el fracaso de esas dos políticas. Y las dos veces que esa nebulosa de camas ocupadas para la atención de pacientes graves en el subsistema público de salud creció en modo inocultable pese a la incertidumbre de los datos que ofrecía a la opinión pública, hizo un pase de magia y aparecieron 50 camas más para seguir diciendo que no pasaba nada.
Pero cuando la enfermedad y la muerte comenzaron a crecer en modo exponencial rompiendo todos los registros anteriores, ya que el 29 de marzo mostraba 158 pacientes graves y 12 muertos y el 15 de abril cuando el Presidente acababa de firmar su DNU eran 255 y 39, con una proyección en fuerte aumento a 15 días como se comprobó el 30 de abril con 401 pacientes graves y 69 muertos, Larreta puso toda la malignidad de su inteligencia para direccionar el conflicto y obligar a su adversario mayor a acatar su voluntad imponiendo la suya, esto es, su llamada autonomía, o sea, su auto-no-vida.
En un solo movimiento convirtió sus dos vicios –mala salud y mala educación– en presuntas virtudes: se puso en defensor de la educación y al mismo tiempo desvió la atención del conflicto de salud. Y acudió al Estado Mayor para que convalidara su estrategia. El razonable temor de que la presencialidad en las escuelas se sumara a la cadena de causalidades de enfermedad y muerte cuyas evidencias Larreta nunca mostró para su Ciudad, para el país ni para el mundo, fue considerado por el Supremo Rosenkrantz como “consideraciones meramente conjeturales” del gobierno nacional, afirmando que en cambio “la Ciudad de Buenos Aires ha proporcionado elementos de juicio que indican que el impacto interjurisdiccional de la actividad regulada es meramente conjetural”.
“La guerra es la continuidad de la política por otros medios” afirma la sentencia más difundida de Clausewitz, quien también afirmó: “...la guerra, es decir la tensión hostil y la actividad de las fuerzas hostiles, no pueden ser consideradas como terminadas hasta tanto la voluntad del enemigo no haya sido también sometida, es decir hasta que el gobierno y sus aliados sean inducidos a firmar la paz o hasta que el pueblo se someta”.
Nunca han sido tan esclarecedoras esas palabras para comprender la guerra del complejo político, mediático y judicial contra la democracia en la Argentina. Una Argentina feliz. Somos derechos y autónomos.
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