“Las malas leyes son la peor clase de tiranía”.
Edmund Burke
La noticia sonó como un trueno, aunque ya había relámpagos que la habían anunciado. La Corte Suprema de Estados Unidos revocó el fallo Roe vs (versus) Wade en un acto que podría llamarse La Corte versus el Pueblo. La ley que otorgaba a las personas el derecho a decidir sobre algo tan íntimo como la maternidad ha dejado de existir. El viernes se han llorado ríos en el país, porque este desandar medio siglo de libertad le ha cortado el aliento a millones de personas y ha pulverizado una esperanza en el futuro que ya era poca.
Luego del anuncio, unas 17.000 personas que se abrazaban entre la tristeza y la furia se juntaron en el parque Washington de Manhattan para después marchar hacia Times Square. De manera similar, las protestas se han reproducido en el resto del país, evidenciando la profundidad del dolor y el caos que esta decisión ha generado. Es que ni siquiera se ha vuelto al casillero uno: la libertad de la mujer sobre su cuerpo quedó directamente fuera de juego.
Sí, Donald lo hizo. Tres de los cinco jueces de la corte que votaron a favor fueron designados por él, uno de los libertinos más reconocidos del país, el mismo que dijo que, para tener sexo, sólo tenía que agarrarle la concha a cualquier mujer. El mismo que se pronunció ”muy” a favor del aborto durante décadas, hasta minutos antes de ser Presidente. Esta decisión de la Corte desgarra, pero encima le suma algo de la naturaleza de lo absurdo y desenmascara completamente al imperio del cinismo.
Trump, mientras designaba a estos tres jóvenes jueces ultra conservadores, Amy Coney Barret (50), Neil Gorsuch (54) y Brett Kavanaugh (57), reconocía en privado que esta decisión sería muy mala para el país. Su elección fue un regalo a la base religiosa, con vistas a la reelección. Este vuelco no ha sido producto de un movimiento real de la voluntad de los ciudadanos. Un poco más de seis de cada diez estadounidenses se oponen al fallo, lo que lo transforma en una doble aberración.
Roe vs Wade fue un caso de 1973 sobre el cual la Corte Suprema decidió con una votación de 7-2 a favor de Norma McCorvey. El fallo sostuvo (y cómo duele ya no poder escribir sostiene) que las mujeres del país tienen derecho a elegir la interrupción de su embarazo, declarando inconstitucional la prohibición del gobierno de Texas. Fue en Texas también, y esta misma semana, donde el partido republicano local declaró formalmente que la homosexualidad es anormal. Durante décadas —antes del advenimiento de Trump— este tipo de declaraciones por parte de un partido no se hacían tan ligeramente. Pero, citando a Bob Dylan, “los tiempos están cambiando”.
El gran impostor no lo hizo solo. Como sabemos, se trata de un país donde todo está corrido a la derecha, una derecha que, como suele suceder, es más astuta que esa izquierda que hoy, en varios países del mundo, nos recuerda a un zombie del Apocalipsis. Joe Biden (que para los republicanos es, créase o no, un socialista radicalizado) sigue bajando en las encuestas mientras espera el rédito político que esta decisión de la Corte puede otorgarle a los demócratas. “Este otoño Roe estará en las urnas. Las libertades personales estarán en las urnas. El derecho a la privacidad estará en las urnas.”, dijo el Presidente inmediatamente luego del fallo. En las urnas, desafortunadamente, estará también la inflación y un cúmulo de frustraciones, y no sólo en las de los Estados Unidos.
La ofensiva de la Corte es feroz, y tiene un personaje que se destaca en estos días. Clarence Thomas es un juez supremo afroamericano designado por Bush (padre) que cobró fama por haber sido acusado de acoso sexual por Anita Hill, una parsimoniosa funcionaria republicana. Nadie le creyó a Anita, claro, a pesar de haber pasado el test del polígrafo: era el año 1991. Desde entonces, Thomas ha sido uno de los jueces conservadores más recalcitrantes.
El supremo está casado con Ginni Thomas, una abogada que en estos días ha sido llamada a declarar en las audiencias de la insurrección del 6 de enero por haber presionado al jefe de gabinete de Trump con el objeto de revertir los resultados de la elección, lo que generó un clamor para que el juez se exima de votar en cualquier caso referente a ese ataque. Los Thomas no se mosquean y van por todo: el sábado Clarence declaró que ya está en campaña para revertir el matrimonio igualitario y el acceso a los anticonceptivos. Nuevamente, no es sólo Trump, pero éste les sacó el bozal y la correa.
Las consecuencias de esta decisión son tectónicas. Más allá de la tragedia de los abortos ilegales y la crispación de la grieta, se modificarán demografías, preferencias electorales y sistemas de salud, todo esto sumado al inimaginable caos judicial. Como siempre, serán las más pobres y morenas las que den a luz a un hijo no deseado o mueran. Nueva York y Los Ángeles, entre un puñado de estados, serán los lugares de peregrinación de aquellas que tengan la suerte de poder costearse el viaje y la estadía.
Es posible que las mujeres que se dirijan a Nueva York encuentren a la ciudad algo cambiada: esta semana la Corte Suprema decidió también que este estado debe permitir a los ciudadanos llevar armas encima. Recordemos que la violencia en Nueva York continúa subiendo —esto es algo que realmente se siente en el aire— y que en 2020 hubo 45.222 muertes por arma de fuego en el país, donde sólo en este año hubo 275 ataques masivos. Notablemente, la Corte Suprema protege la vida de los que no han nacido más que las de los que ya están en el mundo.
Uno se pregunta qué hay por delante. ¿Perseguir legalmente a una residente que viajó a terminar un embarazo al estado contiguo? ¿Investigar cada pérdida de embarazo como posible ilícito? ¿Obligar a una adicta cuyo feto ya está dañado por la droga a que lo traiga al mundo? Trece estados ya han declarado que prohibirán la interrupción del embarazo. Cinco de ellos no la permitirán aún en caso de violación o incesto.
Ayer, los tres supremos que disienten con la decisión declararon conjuntamente que “no se debe confiar en que esta mayoría en la Corte haya terminado aquí con su trabajo. Los derechos del caso Rowe y Casey no han sido algo solitario, sino que han estado relacionados durante décadas a otras libertades relacionadas con la integridad corporal, vínculos familiares y procreación”. Dicho claramente: esto recién empieza. Y, dada la juventud de los jueces de Trump en cuestión, va para largo.
La pandemia se va disipando, pero la distopía crece. Mi abuela, la escritora María Teresa León, decía: “¡Que poco tiempo se necesita para establecer el mal! Jamás creí que los mortales pudieran encontrarlo tan a mano. Ahí con sólo inclinar la mejilla a derecha o izquierda, con sólo emborracharse de poder”. Sí, muy poco tiempo, abuela: en los cuatro años de Trump murieron más personas en Estados Unidos por Covid que en ningún otro país, se intentó un golpe a la democracia más antigua del mundo y se establecieron las bases para un retroceso que parece avanzar a la velocidad de la luz.
Gentileza de los desencantos sobre la política y el éxito de los provocadores mediáticos, nos encontramos con una realidad desolada y un futuro que amenaza con ser un espanto. Algo es evidente: las pesadillas del momento no van a pasar hasta que las fuerzas que pueden oponerse a esta avanzada de ultraderecha religiosa despierten.
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