Buenos días. Llaman para comunicar que el gobierno provincial, después de una pila de años de iniciado el trámite, me otorga la pensión que por ley corresponde como ex detenida desaparecida durante la dictadura. Bien. Mientras indican los pasos a seguir para obtener el alta, no puedo evitar pensar en cuánto ha costado demostrar, y que el Estado reconozca, que los niños también fuimos prisioneros políticos y no solamente un accesorio de nuestros padres en cautiverio. Que no hubo errores, que no hubo excesos, que la población infante era uno de los objetivos, que fuimos destinatarios directos de la violencia de Estado y a la vez utilizados como medios de diseminación del terror, a través de operaciones psicológicas y concretas,.
Necesitábamos de los otros para comprender las repeticiones de una historia inentendible. Para poner en palabras y en primera persona nuestras vidas. Para poder nombrar el daño impuesto como punto de fractura. Para saber que no somos víctimas, pero sobrevivientes y para darnos cuenta de que no fueron hechos aislados de violencia absurda, sino mecanismos dentro de un plan sistemático de disciplinamiento del pueblo para llevar a cabo un saqueo económico feroz.
Me quedo en las miradas que se sostienen en momentos reveladores, en los pasos que van grabando este sendero, en el camino del reconocimiento colectivo. En el amor.
La voz sigue dando indicaciones. Me distraje y no entiendo nada.
Recuerdo que era un cuartito azul, o verde claro, que quedaba arriba, donde estuve secuestrada. Había una sola puerta, una silla, un escritorio y no sé de dónde entraba la luz. Desde una claraboya perdida en la memoria vuelven a iluminarse sonidos, olores, texturas, sensaciones en carne viva.
No sé qué me dice. Le voy a tener que preguntar todo de nuevo, pero no interrumpo, dejo que continúe hasta el final. Tiempo. Lo personal es político y mi historia no es solo mía.Aparecen uno a uno los nombres de aquellos niños y niñas que encerraron y todos a los que se llevaron puestos. Aparecen también los sin nombre, todos aquellos que no tienen quien los mencione. Los niños anónimos, exterminados, de mi generación.
Me atraviesa la contradicción de recibir esta pensión de manos de un gobierno negacionista, capaz de relativizar constantemente el genocidio y llamar curro a los Derechos Humanos. Una gestión ejecutora del terror, con presos políticos y niños fusilados por la espalda, cuya plataforma electoral fue la represión a un hospital de salud mental.
Incomoda en algún lugar que no haya llegado antes con los compañeros, pero así son las cosas y aunque sean solo unos pesos, es un alivio en estos tiempos. Son años difíciles: inflación, poca guita, trabajo devaluado y los niños de ahora, que quieren comer todos los días, les crecen los pies y necesitan libros. Se superponen pensamientos y sentimientos. Alivio y pesar.
Hay algo en la voz del teléfono que me hace acordar a la escuela. Detesto el rigor de los trámites. Estoy por pedirle que me envíe todo por escrito, cuando la persona dice: “¡Ah! Casi me olvidaba, ¡algo muy importante! Para cobrar, nos tendrías que dar la supervivencia”.
¡¿La que?! “La supervivencia”. Entonces estallo de risa. ¿La supervivencia? ¡Es lo único que tengo! ¿Como le van a pedir a un sobreviviente, justamente la supervivencia?
Lo que digo no se entiende y la persona al teléfono me explica lo que ya sé: que es un tramite obligatorio en el que hay que demostrar que uno no se encuentra fallecido. Pregunto si con un llamado telefónico de “Hola estoy viva” no podría resolverse, pero no. Los papeles son los papeles. Burocracia que me revuelve las tripas.
¿Y me podrían decir donde tramitar la mal llamada supervivencia? Muy sencillo: en cualquier registro civil. Pido la info por mail. Corto.
El tema de entregar la supervivencia pasa a ser un tema que me molesta. Una molestia sutil, como un zumbido, que va creciendo cuando en el registro civil me dicen que no, que ellos no hacen ese trámite. Fijate en el ANSES, turno para el mes siguiente. No, acá tampoco, la suya no es una pensión nacional, sale de caja provincial. Con solo hacer un movimiento bancario, a los jubilados les dan por certificada automáticamente la supervivencia, lo intento pero eso no genera el papel sellado que me piden. Me comunico nuevamente con la secretaría para avisar que no consigo tramitar la supervivencia. “Estoy viva” digo, y nuevamente no entienden el chiste. Quizás porque no es un chiste. Me indican que cualquier médico o escribano puede hacer el certificado. No consigo ninguno que lo haga. Me dicen que la policía lo hace, pero es el último lugar al que voy a ir. Hasta que se agotan la posibilidades y el tiempo, entonces voy a la policía y en 5 minutos tengo el certificado en mano.
Acabo de informarles quién soy, dónde estoy, dónde vivo y que cobro una pensión. La misma institución que montó una cacería humana contra mi familia, la misma policía que nos persiguió disparando a mansalva, la misma institución que golpeó de un cachazo a mi padre en la cabeza hasta matarlo, la misma que arrastró de los pelos a mi madre escalera abajo, la misma fuerza bruta que la pateó y la subió a un auto con destino incierto, la misma policía que me separó de ellos y me llevó a otro destino. La misma policía que nos torturó y nos utilizó como elemento de tortura. La misma policía que había metido a toda mi familia presa en el año '72. La misma policía que junto a otras fuerzas represivas ayudó a desaparecer a mi hermana y a su compañero. Esa misma policía es la que ahora me certifica la supervivencia. A esa misma policía debo rendir cuenta trimestral de mi estado vital.
Respiro. El corazón me late fuerte. Tengo pulso.
Pueden pedirme todo, menos la supervivencia.
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