Supervillanos
Los testimonios de Ana María Montoto Raverta, Gloria Canteloro y Facundo Maggio sobre la Contraofensiva
Hace perceptible su fastidio. Se remueve en su asiento. A su turno, se queja: “Venimos escuchando testimonios, perdónenme la valoración, en los que aparentemente hay como cosa juzgada unos buenos y unos malos”. Entonces exige: “Pretendo saber cuál fue el accionar que motivó el despliegue militar”. Marcelo Botindari, uno de los abogados defensores, acaba de escuchar relatos pormenorizados de torturas, vejaciones, asesinatos, apropiación de niños y desapariciones cometidas por los militares argentinos. Su interés, sin embargo, es conocer cuál es el sostén ético de los militantes montoneros. El presidente del tribunal lo corta. Los tres testigos, hijos, víctimas y sobrevivientes, le explican.
En la cuarta audiencia del “Juicio Contraofensiva”, en el que se juzgan los brutales delitos de los aparatos de inteligencia de la dictadura cometidos entre 1979 y 1980 contra 94 militantes montoneros, declararon Ana María Montoto Raverta, Gloria Canteloro y Facundo Maggio. En una sala nuevamente llena de familiares y víctimas y con la presencia de la incansable Norita Cortiñas, Ana María y Facundo removieron recuerdos infantiles y aportaron una detallada investigación sobre lo ocurrido con sus mamás. Gloria Canteloro, sobreviviente, explicó el sentido de la Contraofensiva y el porqué de su participación.
El Pentagonito
En 2004, el consagrado periodista chiclayano Ricardo Uceda publicó una exhaustiva investigación sobre los crímenes de los servicios de inteligencia nacional y del ejército peruanos en los años '80 y '90 del siglo pasado. Uceda también reconstruyó la historia del secuestro y tortura de los militantes montoneros María Inés Raverta, Noemí Gianetti de Molfino y de Julio César Ramírez, perpetrados por militares argentinos en Lima en junio de 1980. En esta historia estuvo involucrado también Federico Frías, secuestrado un mes antes en Argentina, arrastrado hasta Perú y vuelto a llevar a Campo de Mayo cuando el objetivo estuvo consumado.
La reconstrucción hecha en Muerte en el Pentagonito: Los cementerios secretos del Ejército Peruano fue posible porque el relato provino de una fuente que no abunda: un militar. Cuando un militar confiesa o simplemente se desboca por narcisismo criminal, comienzan a moverse piezas que permiten reconstruir las tramas de la represión. El que habló fue el ex agente de inteligencia del ejército Arnaldo Alvarado, que aguantó el silencio durante 25 años. Alvarado simplemente estuvo allí cuando todo sucedió.
Raverta tenía 24 años en 1980. Era responsable de logística en la operación Contraofensiva. El 12 de junio fue secuestrada en el Parque Kennedy, en pleno barrio coqueto de Miraflores. Los militares argentinos habían llegado el 9 de junio. Se reunieron con sus pares peruanos en El Pentagonito. Traían secuestrado a Frías, quien debía encontrarse con Raverta en Lima para esta fecha. Frías informó una falsa fecha e intentó escaparse, pero no lo logró.
En un megaoperativo con militares disfrazados de agente de tránsito, artistas callejeros y homosexuales (sic), Raverta fue capturada. La llevaron a unas playas de descanso frecuentadas por militares peruanos, cerca de la capital. Raverta soportó lo inimaginable. Le daba tiempo a sus compañeros Julio César Ramírez, Gustavo Molfino, Noemí Gianetti, Roberto Perdía y Amor Amati. Ana María detalló los padecimientos sufridos por su mamá: “Como hija es algo que no hubiese querido saber, pero quiero contarlo así sirve de algo haberlas leído”. Alvarado estaba impresionado por la crueldad de sus pares argentinos.
Después de Raverta, cayeron Ramírez y Gianetti. Los tres fueron llevados a las mismas playas. Fueron torturados durante dos días, hasta que Molfino logró hacer público el caso. Los represores argentinos intentaron llegar por tierra a la Argentina con los detenidos. El 17 de junio cruzaron a Bolivia. Pero no pudieron seguir de forma directa. Seis días más tarde alcanzaron la frontera brasileña. Se cree que llegaron a Campo de Mayo. Raverta y Ramírez nunca más fueron vistos. Noemí Gianetti fue asesinada, pero fraguaron su suicidio en un hotel en Madrid. Aldo Morán, otro militante montonero que se encontraba en Lima y debía verse con Raverta, dijo tiempo después: “Inés me salvó la vida por no contar esa cita”.
Combatientes
Botindari es el defensor de Raúl Guillermo Pascual Muñoz, jefe de Personal en el Comando de Institutos Militares asentado en Campo de Mayo. En la última audiencia se mostró molesto con Canteloro, quien en medio de su testimonio se refirió a Cristina como la mejor Presidenta que tuvo este país y se retiró arengando con un “hasta la victoria siempre”.
Canteloro nació en una Rosario obrera. Su abuelo, cuenta, le había enseñado a un loro a cantar la marcha peronista. Con doce años vio los Rosariazos de 1969 desde la esquina de su casa. Dos años más tarde, trabajaba mientras cursaba el secundario. Cuando cayó presa en 1975, al igual que su hermana, militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). El penal de Devoto, en el contexto de lo que vino después, puede entenderlo hoy como un refugio. Allí terminó de formarse como persona y militante y se reencontró con su madre, quien había sido secuestrada por ayudar a escapar de la represión a su yerno Alberto (luego fusilado). Su madre pasó por el CCD Servicio de Informaciones de Rosario. En distintos tiempos, entre 1977 y 1978, las tres llegaron al exilio.
Gloria estuvo presente en la conferencia pública en la que Montoneros convocó a la Contraofensiva. Se anotó. Para explicar su decisión, apela a la ya clásica investigación del historiador Pablo Pozzi, quien en 1978 comenzó a indagar las prácticas de resistencia de los trabajadores bajo el terrorismo estatal. El libro se publicó en 1988, con el nombre Oposición obrera a la dictadura. En la línea de que toda resistencia en las fábricas manifestaba una oposición política al proyecto dictatorial, Canteloro encuentra el porqué de la Contraofensiva: “Queríamos que el proyecto de Martínez de Hoz comenzara a naufragar, salimos a participar de la resistencia de nuestro pueblo, a intentar formarnos como vanguardia del pueblo organizado”.
Canteloro fue designada a las Tropas Especiales de Infantería, las tei, y enviada al Líbano para recibir entrenamiento en defensa personal. Recuerda a sus compañeros. A mediados de 1979 ingresó a la Argentina junto a Manuel, su pareja de entonces. Se asentaron en Remedios de Escalada. Trabajaba en un taller y en sus horas libres realizaba las tareas de enlace, con mensajes telefónicos codificados. Después de cuatro meses, salieron del país. En aquella salida, por puro patriarcalismo, su historia estuvo a punto de derrumbarse. En el micro rumbo a Foz de Iguazú, un joven prefecto pidió al chofer que sentara a Gloria a su lado. “Durante 18 horas hizo todo para seducirme”, cuenta Gloria, que terminó cenando aquella noche con un prefecto, un miembro del Ejército y otro de la Policía Federal. Acoso agravado. Gloria declara con un pañuelo verde atado a su muñeca.
En febrero de 1980, en México, Montoneros evaluó los resultados de la primera etapa y anunció un nuevo regreso. Gloria decidió no participar. Estaba embarazada. “Los compañeros entendieron perfectamente”, señala y agrega: “Ninguno participó presionado, fuimos absolutamente conscientes”. No desconoce los errores. Dice, Montoneros era la mayor organización político militar de América Latina, pero no era una fuerza beligerante con territorio. Fueron combatientes con tareas políticas o militares, pero no eran soldados ni contaban con el soporte de un Estado para hacer ninguna guerra. En su accionar, subestimaron el accionar de la inteligencia militar, que contaba con el apoyo de la CIA y el Mossad israelí. “Necesitaron ir en manada y armar una cacería desde un escritorio para darle vía libre a los sádicos y a las bestias”, afirma Canteloro.
Para Botindari es suficiente. Resopla. Se pasa la mano por su nuca rapada. Quiere que los sobrevivientes hablen de los atentados contra los miembros de las cúpulas empresariales y militares. Quiere que le digan de dónde procedía el financiamiento de las actividades de Montoneros. Se arma bullicio en la sala. El presidente del tribunal interrumpe para que el juicio no se transforme en una charla de café, según sus palabras.
Sustento ético y jurídico
Ana María entra y sale de la sala de audiencia con una sonrisa reluciente, algo nerviosa y auténticamente alegre. Es médica pediatra. Facundo Maggio es cantante y percusionista. Se muestra tranquilo y se funde en abrazos con sus compañeros en el patio del tribunal.
Facundo cuenta sobre vida y militancia de su mamá Norma Valentinuzzi y de su papá Horacio “Nariz” Maggio. Vivían en Santa Fe, donde Horacio era delegado bancario y Norma profesora de expresión corporal. Facundo recuerda las mudanzas permanentes, la clandestinidad. Él había nacido en 1972 y su hermana María un tiempito después. Trae flashes de memoria. Los encuentros con sus tíos en Rosario, asesinados al poco tiempo. El establecimiento en Caseros, donde los Maggio hacen lazos barriales y Facundo tiene una vida como cualquier niño.
A Horacio lo secuestran en febrero de 1977 y su historia es reconocida por ser el primer fugado de la ESMA. “¿Alguna vez te llegó a tus oídos un comentario acerca de que tu papá pudo haber intentado escaparse de la ESMA?”, pregunta el defensor público. “¡¿Si pudo?! Se escapó”, responde Facundo con orgullo. Durante su fuga, Horacio escribió una valiosísima carta que envió a distintas personalidades donde detallaba los métodos de la masacre que se estaba cometiendo en la escuela de la Armada. Luego volvió a ser secuestrado y ejecutado. Su valiente historia está relatada en un documental estrenado este año, El pájaro voló.
Norma, con sus hijos, emprendió un extenuante exilio. Facundo recuerda las “vacaciones”, las playas, las casas de la militancia, la guardería en Cuba. “Siempre había vínculos y relaciones”, dice. Norma integró la Contraofensiva. A la distancia, les enviaba grabaciones de audio, con cuentos y canciones de María Elena Walsh. Por carta firmada por la abuela, les comunicó el fallecimiento de su papá. “Fue la manera más amorosa que encontró para contarnos”, asume Juan, que guarda como tesoro el recuerdo feliz de su cumpleaños número 7, en agosto de 1979, en Madrid, cuando se reencontró con su mamá y un avión de juguete. A los pocos días estaban los tres de nuevo en Argentina. El regreso duró poco, Norma fue secuestrada el 11 de septiembre. A los chicxs se los llevó su abuela materna y después los cuidó la otra abuela. Tiempo después, un amigo de la familia volvió a la casa de Caseros para recuperar sus juguetes.
La investigación permite llenar vacíos, atenuar dolores. No les faltó amor, de sus tíos, abuelos, compañeros y amigos, sobre todo de aquellxs niñxs de La Guardería. Pero falta. “Veo la posibilidad de que se haga justicia, me daría mucha tranquilidad saber qué hicieron con mi vieja y dónde está su cuerpo”, exige Facundo. “La desaparición es una imagen imposible de digerir, algo que todavía no puedo acomodar”, explica Ana María.
También recuerda las grabaciones y cartas que recibía de su mamá. Conserva las cintas. Estos documentos y las conversaciones con amigas de su madre le permiten a Ana María conocer lo que la biografía política no cuenta: “Era muy responsable, estudiaba mucho, se formaba, era muy coherente, divertida, muy deportista, capitana del equipo de vóley de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Era muy sensible, tenía con sus hijas una dulzura increíble”, cuanta Ana María. “Tu mamá no te daba lo que le sobraba, te daba lo que tenía”, le contaron una vez. Esos registros le dan a Ana María una explicación de la decisión de su mamá: “Era la lealtad por sus compañeros, su coherencia, dio su vida por lo que pensaba”.
Durante su testimonio, Canteloro se detuvo en una anécdota. A su compañera de celda no le permitían quedarse con su hijo que ya había pasado los dos años. Pero su familia no quería hacerse cargo porque el niño había sido concebido fuera del sacramento del matrimonio. Gloria le pidió a su papá que lo cuidara. Así fue. Con el tiempo, su papá lo fue acercando a la familia biológica, que terminó encariñándose con el niño, hasta que lo aceptaron. “Así es nuestro pueblo, no nos apropiamos de hijos que no nos pertenecen”, explica.
Ana María tiene dos hijitos. La abuela Inés está siempre presente en fotos y en conversaciones. De a poco, trata de que entiendan por qué la abuela no está. Les cuenta sobre superhéroes y supervillanos.
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