La historia que sigue es real. Una adolescente quería leer algo que sus padres consideraban inconveniente. La chica insistía. Los padres, también. Como no tenían luz eléctrica, le escondían las velas para que no pudiera leer mientras ellos dormían. Es que no podían (ni querían) sacar tantos libros de la biblioteca. Y como además hacía mucho frío... otra vez, mucho mucho frío, no encendían el hogar precario que tenían para que a la niña se le hiciera imposible tolerarlo. Más aún: a propósito, dejaban una ventana abierta. Pensaban que sería suficiente para espantarla. Sin embargo, Sophie (el nombre de la joven) tenía otras ideas, y se las arreglaba a su manera: se envolvía en cortinas y frazadas para protegerse de las temperaturas gélidas y además iba robando y conservando trocitos de vela y los encendía para poder ver. Con eso, lograba iluminar, aunque fuera tenuemente, los textos que quería leer.
Lo convencional sería pensar que Sophie quería leer algo de pornografía. Pero claro, en ese caso, ¿qué hacían tantos libros pornográficos en una biblioteca con padres que decidían exhibirlos en lugar de esconderlos o tirarlos? No. Era otra cosa. Sophie quería estudiar matemática y sus padres se oponían: “Eso no es para mujeres”.
Sophie Germain era la segunda de tres hijas de una familia de clase media establecida en París. Nacida en abril de 1776, su padre era un comerciante dedicado a la seda y luego se transformó en el director del Banco de Francia. Sin embargo, sus padres no querían transigir. No querían que Sophie leyera esos libros ni estudiara esos textos. Lo curioso era que el padre los tuviera en su propia biblioteca (por lo que intuyo que debía valorarlos), pero no quería que “contaminaran” a su hija.
Los biógrafos de Sophie aseguran que la niña había quedado impactada al leer la historia de Arquímedes, cuando, al producirse la invasión romana a Siracusa, un soldado, viendo el dibujo que Arquímedes había hecho en la arena, comenzó a cuestionarlo. Supuestamente, Arquímedes estaba tan ensimismado y concentrado en la geometría que tenía delante que ignoró a su interlocutor. Resultado: el soldado le clavó su lanza y lo mató.
Sophie decidió que debía valer la pena averiguar qué tenía la matemática si había sido capaz de poder atrapar de tal forma a una persona, al punto tal de hacerla ignorar una amenaza de ese calibre.
Y allí empezó una parte de su calvario. Sophie leía a escondidas hasta que al final, viéndola enferma y cansada durante el día, sus padres decidieron transar. En ese momento tenía 14 años.
Igual, no sería fácil. En 1794, ya con 18, se producía en París la fundación de la Ecole Polytechnique (La Escuela Politécnica), una de las instituciones más famosas del mundo. Se creó con la intención de “entrenar a los matemáticos e investigadores para que no se fueran del país” (igual que en la Argentina). Pero las mujeres no estaban autorizadas a ingresar: era un lugar sólo para hombres.
Sophie ya había dado muestras de no saber aceptar un “no” muy fácilmente. Siguió estudiando en forma individual, pero necesitaba someter sus investigaciones ante matemáticos que entendieran lo que hacía. ¿Cómo hacer?
Sophie encontró una manera. Comenzó a usar un seudónimo, Monsieur Antoine-August LeBlanc, quien había sido un ex alumno de Lagrange, y le mandaba por correo lo que había escrito.
¡Sophie Germain necesitó hacerse pasar por un hombre para poder lograr la aceptación de sus investigaciones! El verdadero Le Blanc había abandonado París y Sophie aprovechó para robarle la identidad y esconder su género.
Al final, luego de varios años, Lagrange, quien ni siquiera recordaba bien a Le Blanc, decidió entrevistarse con el joven que daba respuestas tan brillantes. Ante el estupor de Lagrange, LeBlanc esta vez ¡era una mujer! y nada tenía que ver con su ex alumno.
Superado el impacto inicial, el matemático francés “la adoptó” y su apoyo le permitió a Sophie entrar en un círculo un poco más privilegiado de matemáticos y científicos. Su área de investigación es lo que se conoce con el nombre de Teoría de Números. El más destacado de todos era el alemán Carl Friedrich Gauss, uno de los mejores matemáticos de la historia. Sophie volvió a usar el seudónimo con él por temor a que Gauss no quisiera leer sus trabajos. Eso fue en 1804. En 1807, Gauss conoció la verdad y no sólo no se enojó, sino que hasta le pareció simpático.
Sin embargo, la vida para Sophie tomó una curva inesperada. Cuando más contaba con Gauss para que le sirviera como tutor, éste decidió abandonar la Teoría de Números y se dedicó a la astronomía en la Universidad de Gottingen.
Germain siguió avanzando como pudo, y logró trascender más allá de París, en especial en el círculo privilegiado de los matemáticos (todos hombres) de Europa. Sophie produjo un trabajo que sería reconocido como una gran contribución para la época, tratando de resolver un problema que tendría en vilo a los matemáticos casi 400 años: el Último Teorema de Fermat.
Igualmente, Sophie abandonó la Teoría de Números ella también y se dedicó a la Física, muy en particular a estudiar la vibración de superficies elásticas. Sus trabajos, algunos considerados geniales, sufrían sistemáticamente los reproches del establishment porque no tenían el pulido de aquel que había recorrido los claustros en forma sistemática. Pero sus ideas podían más. Sophie Germain terminó publicando su famoso paper “Memoir on the Vibrations of Elastic Plates” (Memoria sobre la vibración de láminas elásticas), considerado aún hoy como un paso esencial en ese campo.
Era tal la discriminación que había para con las mujeres que se querían dedicar a la ciencia que un italiano, Francesco Algarotti, escribió un texto especial que tituló: “La Filosofía de Sir Isaac Newton explicada para el Uso de la Mujer”. Es difícil imaginar un agravio mayor.
Sus trabajos terminaron catapultando a Germain y le permitieron entrar en lugares sólo reservados a los hombres. De hecho, se convirtió en la primera mujer que –no siendo la esposa de un miembro– fue invitada a participar en las sesiones de la Academia de Ciencias.
El Instituto de Francia también la “galardonó” en el mismo sentido cuando, superando su condición de mujer, la distinguió con un lugar en la mesa de debates, algo que no había hecho nunca antes.
Por supuesto, como en toda historia de este tipo, Sophie murió prematuramente a los 55 años, el 27 de junio de 1831. Falleció de un cáncer de pecho que virtualmente la confinó a una pieza durante la última parte de su tortuosa vida.
En Francia se sostiene ahora que Sophie Germain fue posiblemente la mujer más profundamente intelectual que Francia haya producido. Y como apunta Simon Singh en su libro sobre la historia del Ultimo Teorema de Fermat, cuando Sophie falleció el funcionario estatal que fue a hacer el certificado de defunción la clasificó como una rentiere-annuitant (mujer soltera sin profesión) y no como matemática... Todo un símbolo de la época.
Su memoria fue honrada de diferentes maneras, claro que mucho después de fallecida. Gauss había logrado convencer a la Universidad de Gottingen para que le dieran un título honorario. Cuando la junta de gobierno decidió aceptar la propuesta, fue demasiado tarde. Sophie no vivía ya para ir a retirarlo.
La calle Rue Sophie Germain en París es otro ejemplo y una estatua se erigió en la entrada de la Ecole Sophie Germain, también en París. La casa en la que murió, ubicada en el 13 Rue de Savoir, fue designada por el gobierno francés como un monumento histórico.
Afortunadamente, hoy la historia es distinta. No muy distinta, pero distinta. No es fácil ser mujer en el mundo de la ciencia. De ello pueden dar prueba varias generaciones de mujeres en el mundo, y muy en particular en la Argentina. La mujer siempre tuvo una tarea doble: investigar (que de por sí ya conlleva una vida sacrificada y plena de frustraciones), pero también atender a todo lo que a su alrededor sirve para despreciar su capacidad intelectual, sea hecho en forma consciente o inconsciente. Y, además, la mujer pelea contra un sistema y una sociedad que, lo reconozca o no, es machista por excelencia.
Aún hoy, en algunos lugares, hay que dar explicaciones para conseguir mismos derechos, misma paga, mismo trato, mismo respeto. Y no estoy tan seguro que cuando escribo algunos lugares, esos algunos sean minoría. En todo caso, cada vez que escribo o cuento la historia de Sophie Germain, me produce escalofríos pensar que una mujer tuvo que hacerse pasar por un hombre para poder progresar en su vida.
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