En el mundo que Tito Cossa frecuentó, se destacó como pocos y honró, a los que mueren, tal vez para acortar el dolor, les dicen que “se fueron de gira”. Parece que fue una ocurrencia de un notable comediante llamado Osvaldo Miranda. Está bien la figura, porque la gira es lo que sucede a la temporada, etapa que Cossa cumplió con brillo único durante 60 años y con cerca de 50 obras propias, adaptaciones, versiones y asesorías. Antes y durante fue un excelente periodista (en rigor, todavía lo era: solo basta revisar sus deliciosas e irónicas crónicas en El Cohete a la Luna). Acompañó esa trayectoria con diversas militancias. La gremial y cultural desde la Sociedad Argentina de Autores (Argentores), entidad que presidió y de la que era presidente honorario; la artística, como figura emblemática del grupo creativo del Teatro del Pueblo y como impulsor del legendario Teatro Abierto, en plena dictadura, y también la política, como hombre de ideas nacionales y populares y, en tiempos recientes, como defensor de los derechos humanos desde la Comisión Provincial de la Memoria.
Su dramaturgia completa —desde Nuestro fin de semana, de 1964 a la última Solo queda rezar, en co-autoría con su hijo Mariano, estrenada en 2021— se encuadra en el género del realismo de clase media. Desde ese lugar interpretó el modo de mirarnos por fuera y por dentro que tenemos los argentinos. Fui un seguidor de su carrera, un interesado en cada una de sus creaciones y advertí sus guiños frente a cada cambio de época. En mi programa de radio, que en este 2024 cumple 25 temporadas, no hubo año en que no lo consultara. El último contacto fue reciente, data del sábado 10 de febrero. En muchas ocasiones, ese encuentro en el aire fue un 30 de noviembre, el día de su cumpleaños. Nada es casual en un dramaturgo de su talla e intereses. En esa fecha, la Argentina celebra al teatro nacional en general y al teatro independiente en particular. Lo que sigue a continuación son fragmentos de otras entrevistas, una de 1985, en el diario Clarín, y otra de 1997, incluida en el libro Paren las rotativas.
—¿Cuáles son tus modelos?
—En los años 60 estaban De Gaulle, Juan XXIII, Mao; situaciones como las de la revolución cubana. En mi adolescencia me conmovía la figura de Alfredo Palacios. En el plano de la escritura mi modelo era Arthur Miller, la obra de Chéjov, me siguen conmoviendo maestros como Armando Discépolo o Florencio Sánchez. Eran modelos románticos, ideológicos, combativos, inconformistas. Es lo que falta ahora.
—¿Qué es el ser nacional?
—No lo sé tan claramente como quisiera saberlo. A lo mejor, debe ser la mezcla que los argentinos somos. Si tuviera que aproximarme diría que puede ser un promedio entre un enorme complejo de inferioridad y una soberbia muy grande. Entre país de inmigrantes y granero del mundo; entre país que queda detrás del mundo y la Argentina potencia; entre el “no te metás” y la patria socialista, cuando era evidente que no había patria socialista.
—¿Qué te dio de distinto pertenecer a la generación del peronismo?
—En principio me conmueve esa pertenencia. Me conmociona pensar que el 17 de octubre de 1945 tenía 10 años y que, todavía hoy, no haya referencia posible a la identidad sin hacer intervenir al peronismo. Para un autor de teatro la cercanía del fenómeno peronista puede ser algo muy atractivo porque en él está presente la ambigüedad, el mismo fenómeno que, como país, nos ha hecho mover siempre entre el todo, la nada y la dependencia. El peronismo alberga dentro suyo lo más importante y lo más rechazante del ser nacional, lo que más convoca y lo que más nos aleja, personajes de izquierda y de derecha. Si buscamos respuestas sobre el ser nacional en el Martín Fierro hallaremos momentos llenos de sabiduría y podrán sorprendernos sus firmes convicciones sobre la justicia junto a su fuerte individualismo, una visión no contemporizadora de lo social junto a un odio indisimulable por el indio y por el negro. Perón reproduce en parte esas contradicciones. Le da, como nadie antes, ni después lo hizo, una organización a la clase obrera, pero le pone como condición que vaya de la casa al trabajo y del trabajo a casa. Es un líder que ama a su pueblo y se lo hace sentir, con todo lo importante que es ese intercambio de afecto y de identificación, pero, al mismo tiempo, le enseña que la víscera más sensible del hombre es el bolsillo.
—¿El teatro puede acabarse?
—Si lo decía por el avance tecnológico, creo que eso atacará primero al cine que al teatro. Posibilidades como las del video deben ser temidas antes por el cine. La gente siempre va a requerir la presencia del actor en vivo. Ese es un fenómeno único y cuando a uno le llega la fuerza de esa experiencia, es inolvidable. Yo he visto mucho cine, pero lo que me quedan son esos cuatro o cinco espectáculos teatrales que han marcado y significado un cambio. Por ejemplo, el gran impacto de ver La muerte de un viajante, de Arthur Miller, interpretada por Narciso Ibáñez Menta, que a mí me marcó para siempre. No: el teatro no va a desaparecer. Siempre habrá gente dispuesta a dejarse atrapar por la fuerza y la belleza del espectáculo vivo, por la epopeya del actor. En todo caso lo que debe pasar entre nosotros es que cambien algunas formas de producción, de realización, de actuación, todavía demasiado conservadoras.
— ¿Cómo es el público de teatro?
—Debe haber muchos, clase media progresista, clase media impaciente. Son capaces de divertirse críticamente e identificarse con los tics de los personajes y después salen del teatro y hacen cinco horas de cola para ahorrar 200 pesos frente al aumento de la nafta. Es muy difícil reclamarle coherencia a la gente de una sociedad desintegrada por el individualismo o pedirle solidaridad a quien ha vivido sobre terrenos desestabilizados durante décadas. Hasta el tipo más generoso deberá pensar en cómo resuelve su economía personal, ya sea ahorrando en plazo fijo o comprando dólares. En estas circunstancias se ahonda la brecha, la distancia entre el pensamiento teórico y la realidad social de un individuo. Nuestra realidad no favorece los encuentros con la solidaridad. Únicamente veo a los jóvenes intentando reagrupamientos que eviten el aislamiento. Es conmovedor verlos buscando la realización en actividades políticas.
—¿Cómo es la vida de un intelectual, de un creador en la Argentina?
—De uno u otro modo, todos los creadores, en este país, galgueamos. Yo vivo de mi profesión, correctamente, pero no tengo ningún bien. El mío es el caso de una persona, de un creador que crece en un país que se achica. Mi primer éxito grande, La Nona, data de 1976. Para mí fue algo providencial, porque en ese momento yo ya había decidido alejarme del periodismo, profesión de la que había vivido en los anteriores 20 años y no sabía como iba a hacer para mantenerme. Incluso era uno de los que en ese instante pensó y estuvo a punto de irse de la Argentina. Pero el galgueo no es únicamente económico. El galgueo que todos sufrimos tanto hasta 1983 es el que más me preocupa y el que más huellas dejó.
De qué huellas hablaba Cossa
Cuando el golpe de Estado (el del ‘76) llegó, Roberto Cossa, ya entonces un consagrado autor teatral, integraba la mesa de redacción del diario El Cronista. Como muchos otros periodistas, él sabía cuándo y cómo se iba a producir el golpe: durante la madrugada del 24 de marzo. Ese momento llegó. El encargado de la sección Política, Hugo Murno, estaba sumergido en preocupaciones, angustias y cables de agencias. Apenas se miraron sus sentimientos coincidieron.
—Hay que irse de este país —propuso Cossa.
—Hay que irse —asintió Murno.
Pero adonde les tocó trasladarse fue hasta una oficina ubicada en el edificio Libertador, sobre la avenida Paseo Colón. Del Comando del Ejército requerían la presencia de los responsables de los medios. Cuando les tocó el turno, mantuvieron unos diálogos increíbles con el responsable militar que los atendió.
—Por orden de la Junta Militar, los diarios están obligados a publicar únicamente los cables de la agencia oficial Télam, explicó un coronel.
—¿Qué hacemos con los cables de Noticias Argentinas? —atinó a preguntar Cossa.
—Eso, justamente. Es a las noticias argentinas a las que me refiero. Porque, por el momento, sobre la información extranjera no hay limitaciones —alegó.
—Coronel, disculpe. Me estaba refiriendo a la agencia Noticias Argentinas. Es una agencia de noticias privada —aclaró Cossa.
La información que el periodista le acababa de dar desconcertó por un buen rato al oficial de inteligencia.
En una nota escrita para Página 12 en marzo de 1996, a veinte años del golpe, Cossa cuenta que al regresar de aquella extraña reunión se cruzó con Rafael Perrota, director de El Cronista, el diario que tiempo antes había cambiado su línea de especialización económica por otra más combativa.
—Ustedes no saben lo que se viene. Ustedes no los conocen. La respuesta va a ser terrible —dijo Perrota.
No solo no se equivocó. Además, lo sufrió en carne propia. Perrota fue secuestrado después del golpe. Lo torturaron en un centro clandestino. Timerman lo reconoció en una de esas prisiones y en su libro revela que estaba tremendamente dañado y disminuido. Hoy Perrota es uno de los periodistas desaparecidos.
Obras completas
1964: Nuestro fin de semana / 1966: Los días de Julián Bisbal / 1966: La ñata contra el libro / 1967: La pata de la sota / 1968: Tute Cabrero (versión cinematográfica, dirigida por Juan José Jusid) / 1970: El avión negro (co-autoría con Germán Rozenmacher, Carlos Somigliana y Ricardo Halac) / 1976: La Nona / 1979: No hay que llorar / 1979: El viejo criado / 1981: Gris de ausencia / 1981: Tute cabrero, versión teatral / 1982: Ya nadie recuerda a Frederic Chopin / 1983: El viento se los llevó (co-autoría con J. Langsner, E. Grifero y F. Ananía) / 1984: El tío loco / 1984: De pies y manos / 1985: Los compadritos / 1986: Yepeto / 1986: El sur, y después / 1991: Angelito / 1993: Lejos de aquí / 1994: Viejos conocidos / 1996: Tartufo, adaptación de la pieza de Molière / 1997: Los años difíciles / 2001: Pingüinos / 2002: Historias de varieté / 2003: Definitivamente adiós / 2005: De cirujas, putas y suicidas / 2009: Cuestión de principios / 2013: Daños colaterales / 2021: Solo queda rezar, co-autoría con Mariano Cossa.
En este momento en la cartelera porteña pueden verse Un guapo del 900 (adaptación de la pieza de Samuel Eichelbaum), Ya nadie recuerda a Frederic Chopin y La Nona.
Aplausos, por favor
Tito, mucha suerte en la gira.
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