La irrupción de la pandemia propagó con impensada velocidad una abrupta transfiguración del mundo. Un virus novedoso, de rápida expansión, sin una respuesta terapéutica, ha impuesto medidas preventivas capaces de eliminar, reducir o modificar drásticamente actividades sociales y económicas. El origen del virus, las políticas de prevención, los modos de tratamiento, su letalidad y las consecuencias sociales de la pandemia han sido focos centrales del interés público. Sin embargo, con el correr de los días el incremento de casos en los barrios populares evidencia la importancia de las desigualdades sociales para comprender la situación actual y sus posibles consecuencias.
Investigaciones realizadas en el Instituto de Salud Colectiva sobre las formas en que las desigualdades afectan los modos de enfermar y morir de los conjuntos sociales, han destacado un hecho recurrente: lxs pobres se enferman más, se enferman peor y mueren antes. Aún resulta prematuro anticipar el grado en que la pandemia expresará y agudizará las extremas desigualdades sociales que la antecedían. De todos modos, los acontecimientos recientes develan dimensiones que distinguen el modo en que lxs pobres padecen esta situación sanitaria. Repasemos algunas de ellas:
El virus no llegó solo a los barrios
El virus no viaja sólo sino a través de los cuerpos. Para llegar a los barrios populares, tuvo que hacer un largo trayecto. No son sus habitantes quienes lo posibilitaron sino los sectores medios y altos que, ya sea por el placer de viajar o por las obligaciones de empleos vinculados con actividades altamente lucrativas, visitaron países con presencia del virus. Lxs habitantes de los barrios populares tal vez se anoticiaron de la existencia de la nueva enfermedad mientras que la pandemia se acercaba en los cuerpos de quienes ocupan posiciones más aventajadas en la sociedad. Ningunx de ellxs se benefició directamente de los viajes por los cuales el virus llegó al país y, sin embargo, ahora padecen sus consecuencias.
Prevenir es cosa de ricos
Las medidas preventivas adoptadas para detener la expansión de Covid-19 no distinguen raza, clase, color, religión, género o edad. Igualan a las personas con un conjunto de prescripciones precisas y recurrentes a nivel planetario: distanciamiento social —deberíamos decir “distanciamiento corporal”—, uso de tapabocas, lavado de manos y reclusión en las viviendas. Sin embargo, las posibilidades de adoptar estas medidas no son iguales para todxs. En el plano material, requieren disponer de una vivienda —algo que ya es un punto crítico para un conjunto importante de la población argentina— y, además, tener la posibilidad de quedarse en ella. Quienes habitan los barrios populares, frecuentemente están obligados a salir de sus casas no sólo para abastecerse de comida diariamente, sino para realizar diversas tareas que les permitan obtener alguna remuneración económica, participar de redes que posibilitan el cuidado necesario para sostener la vida cotidiana o tener un espacio personal, muchas veces negado por el hacinamiento tan recurrente en sus viviendas. En determinados contextos, salir no es una opción individual, sino una exigencia social.
Ellos son los que no se cuidan
Quienes tienen menos o ninguna condición para cumplir con el aislamiento preventivo, suelen ser objeto de condenas morales que recrudecen prejuicios preexistentes a la pandemia: “El problema es que ellos no respetan las normas”. Desconocer los condicionamientos de su situación conduce a responsabilizar a los sectores populares por su padecimiento e incluso culparlos por la posible expansión de la pandemia a otros estratos sociales. No se trata de un discurso novedoso. En el campo de la salud, la pandemia del VIH-SIDA nos dejó como enseñanza que cuando los modos de transmisión de un virus se vinculan con la acción de las personas, el culpabilizar a las víctimas suele ser una reacción frecuente. Lo anterior se basa en vincular la epidemia con comportamientos “irresponsables”, “ignorantes”, “inadecuados”, “inmorales”, e “incivilizados”, que se postulan como rasgos esenciales de una clase social, un conjunto nacional, grupo etario o de género. Así, se reproducen y agudizan miradas simplistas y estigmatizantes que levantan barreras entre los discriminados y la sociedad a la que pertenecen. Como consecuencia de ello, la construcción de respuestas inclusivas frente a la pandemia a partir de la promoción de los derechos ciudadanos de quienes la padecen se torna políticamente más dificultosa.
Del deber ser a lo posible
Las perspectivas biomédicas de la pandemia minimizan las desigualdades que interfieren en el cuidado preventivo. Al hacerlo, promueven un “debe ser” que no siempre es posible para todxs, naturalizando visiones condenatorias que refuerzan prejuicios sociales, además de ocultar que los cuerpos enfermos por la Covid-19, en los sectores más desfavorecidos pueden tener menos fortalezas para enfrentarla. Un pasado con carencias en la calidad de la alimentación, con deficiencia en las condiciones habitacionales, con mala calidad del aire en el medioambiente, con daños en el cuerpo vinculados con las actividades que realizan, o la falta de acceso a servicios de cuidado de la salud en forma adecuada y oportuna dejan una impronta que lxs torna más frágiles antes los nuevos y viejos virus. Esta configuración epidemiológica, que persiste en la pandemia de Covid-19, constituye la marca que las desigualdades imprimen sobre la salud de lxs pobres. Así, los efectos de una infección para quienes están en esta situación pueden ser más graves, porque su condición sanitaria previa lo era.
El futuro y el viejo orden mundial
Aunque abundan las predicciones optimistas y pesimistas sobre las consecuencias de la pandemia en la configuración del orden mundial, sabemos que sus efectos inmediatos son el decrecimiento económico, la pérdida de empleos y el aumento de la pobreza. Esta caracterización breve y recurrente no subraya con el énfasis necesario que lxs pobres nuevamente asumirán las consecuencias más severas. Aquí no sólo se trata de lxs enfermos, lxs muertxs, la pérdida de empleo y el empobrecimiento consecuente, sino además de los efectos que la coyuntura actual tendrá sobre las condiciones sanitarias. Un presente crítico por la vulnerabilidad diferencial de enfermar y los modos en que se viven las enfermedades en situación de pobreza, puede anunciar un deterioro más silencioso en el futuro mediato. Allí donde las condiciones de vida de estos vastos contingentes de personas no sean modificadas, habrá nuevas muertes por otras causas. Esos decesos difícilmente ocupen las portadas de los diarios, noticieros y sitios informativos, ocurrirán en el silencio con el que suelen tratarse las endemias que sufren lxs pobres (tuberculosis, chagas, paludismo, violencias, y otras).
* Instituto de Salud Colectiva, Universidad Nacional de Lanús
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