SOBRE LA NEODEPENDENCIA
Una receta para desaprovechar la época de vacas gordas y padecer la de vacas flacas
El gobierno del presidente Macri inauguró una etapa de retroceso que se extendió a todos los órdenes de la vida nacional. El sometimiento económico y político del país a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales y al sistema imperial dominante es la principal seña de identidad del proceso iniciado en diciembre de 2015.
La región y el país están expuestos a la alta intensidad de la lucha por la hegemonía global, cuyos principales contendientes son Estados Unidos y China. En lugar de resistir los embates de los gigantes con políticas promotoras de un desarrollo autónomo, el gobierno ha hecho exactamente lo contrario: ha desmontado todos los instrumentos que permiten mantener y construir soberanía, mientras sus integrantes se beneficiaban y se benefician como socios minoritarios del despojo.
Primarización y extractivismo
Si bien la actual dependencia argentina no es ajena al dominio del capitalismo monopólico por parte de las finanzas, reconoce como causa un conjunto de factores, como el patrón de especialización exportadora impuesto por el macrismo, que se rige por la preponderancia excluyente de la primarización y el extractivismo. La derecha insiste en su proyecto de un país proveedor de productos básicos, y ha subordinado el Estado a los intereses de sectores económicos integrantes de la alianza social que la sostiene en el gobierno: las familias terratenientes y las corporaciones agropecuarias, con lo que ha dado rienda suelta a la sempiterna preferencia de estos actores por los negocios de exportación en desmedro del abastecimiento interno. Otro tanto ocurre con los recursos energéticos y mineros en general.
Este perfil de actividades centradas en el agro, la minería y la energía acentúa la vulnerabilidad del país, dado el vaivén de los precios de las materias primas; fragilidad que se pone en evidencia en el estancamiento actual de las cotizaciones del petróleo y la soja, que no mantienen los elevados niveles de la década pasada.
Al mismo tiempo, la ofensiva exportadora de Estados Unidos amenaza a varios mercados de la zona, y China incrementa su presencia en la región pero, si bien es el principal demandante de insumos básicos, selecciona compras e incentiva la competencia con proveedores de otros continentes.
Se agravan así problemas estructurales de la dependencia: la subordinación a los precios externos de los commodities afectará cada vez con mayor virulencia a la economía nacional, en razón de que —más allá de las causas de las fluctuaciones señaladas— la configuración impuesta le impide aprovechar la época de vacas gordas y la condena a padecer la de vacas flacas.
Otro problema que se ha agudizado es el manejo de la renta por remuneración a la propiedad de los recursos naturales, cuya gravitación ha crecido exponencialmente por la importancia estratégica de estos recursos para la acumulación. Mientras las grandes potencias disputan este botín, América Latina en general y ahora nuestro país están sufriendo la confiscación sistemática de ese excedente: apropiación que retrata la dinámica actual de la renta imperialista y de los procesos de acumulación por desposesión.
La cuestión industrial
Un proceso simultáneo al descripto es el actual repliegue de la industria, pues su peso en el PIB ha descendido en los últimos 3 años y el gobierno hace todo lo posible para que siga cayendo.
El aparato industrial ha perdido en dimensión y en productividad, el déficit externo se ha expandido y los costos se han incrementado por la obsolescencia de la infraestructura. Si la importante recuperación verificada durante los gobiernos populares desde 2003 a 2015 no revirtió la aguda caída previa, el desplome actual es similar al peor, registrado en 2002. Por si fuera poco, el sector se destaca por la elevada concentración, el predominio extranjero —que incrementa el drenaje por el giro de utilidades— y la baja integración de componentes locales.
Por otra parte, las medidas adoptadas por el Presidente norteamericano para revertir el desbalance comercial de su país afectan las producciones latinoamericanas. Trump pretende debilitar a los rivales en cada país con escándalos como el de Oderbrecht en Brasil, y afianza el dominio yanqui en el tráfico de datos y comunicaciones; asimismo disputa con China el control del aparato fabril de la región. Desde hace años el país asiático despliega un modelo de compras de materias primas y ventas de manufacturas que erosiona el tejido industrial y, como otras potencias, suele utilizar los convenios de libre comercio para bloquear cualquier protección al ingreso de sus productos: tiene una estrategia industrial, estrategia que el macrismo niega al país con la ignorancia propia del talante oligárquico.
Así, las potencias cuentan con el auxilio de un gobierno que ha dispuesto la reducción de aranceles en el mismo momento en el que Estados Unidos y China discuten el incremento de sus tarifas. A lo que hay que agregar la desesperación macrista por firmar un convenio de libre comercio con la Unión Europea que equivale al certificado de defunción del Mercosur. Son comportamientos similares a los de Temer, que serán profundizados por el capitán Bolsonaro, según reza su programa y confirma el elenco que lo acompañará; con lo cual no hay buenos augurios para el futuro próximo de la región.
A propósito, el actual retroceso de la industria latinoamericana coexiste con un florecimiento de sus equivalentes asiáticas. Esa divergencia se verifica en el enorme ensanchamiento de la brecha que separa a Corea del Sur de Brasil o la Argentina, que obedeció en un principio al atractivo para los capitalistas de explotar la fuerza de trabajo barata del Sudeste Asiático. Sin embargo, esa diferencia de salarios derivó posteriormente en una inserción diferenciada de ambas regiones en la división internacional del trabajo: Corea del Sur quedó integrada al eslabón superior de un vasto entramado oriental que ha aprovechado la internacionalización capitalista de la producción para industrializarse, entretanto, nuestros países no han sostenido el modelo de sustitución de importaciones, proceso que nada tuvo que ver con la simplista visión ortodoxa que atribuye las divergencias a una ventajosa inclinación asiática por la apertura comercial. Y mientras los salarios asiáticos tienden a crecer, el modelo de las derechas latinoamericanas busca que los salarios criollos tiendan a caer.
Aunque hoy los grandes cambios generados por la globalización productiva han diversificado la estructura internacional de los salarios, sigue vigente la afirmación de Ruy Mauro Marini, uno de los mentores de la Teoría de la Dependencia, quien sostenía que la disparidad de sueldos entre la periferia y el centro se amplía por la inclinación de los capitalistas autóctonos a compensar su debilidad internacional con mayor opresión de la fuerza de trabajo.
El problema de la deuda
Se sabe que uno de los problemas estructurales no superados por las economías de la región es la periódica crisis del sector externo. En diciembre de 2015 el déficit en la balanza de pagos era un problema a resolver. En abril de 2016 el gobierno argentino, con la complicidad de una pseudo-oposición integrada entre otros por los actuales aspirantes del Régimen al relevo de Macri, Pichetto y Massa, aprovechó la favorable relación deuda/PBI heredada del gobierno popular y el importante excedente de liquidez en los países centrales para iniciar —después de una “negociación” tan beneficiosa para los fondos buitres y algunos integrantes del gobierno como perjudicial para los argentinos— un camino de endeudamiento irresponsable que generó un aumento inédito de la relación deuda/producto.
Se había dado el puntapié inicial de un juego que culminaría dos años después con una severa crisis financiera y monetaria, y una vergonzosa imploración al FMI que a partir de entonces conduce la política económica del país: su consecuencia inmediata es un pronunciado deterioro de todos los indicadores sociales, formalizado en el proyecto de Ley de Presupuesto elaborado por el Fondo que trata en estos días el Congreso Nacional.
Que la ideología, impericia y falta de escrúpulos de miembros del gobierno en el contexto del dominio global de las finanzas hayan puesto al país en una situación límite, no significa que el endeudamiento sea un simple problema de especulación financiera. El creciente peso de la deuda expresa también la flaqueza productiva y comercial del capitalismo dependiente, la vulnerabilidad financiera complementa esos déficits. El agobio por el pago de intereses, las refinanciaciones compulsivas y una eventual cesación de pagos están directamente relacionados con la profundización de la primarización de la economía, la desindustrialización y la especialización en servicios básicos. El endeudamiento se agrava con el saqueo de funcionarios-financistas pero refleja la creciente debilidad del proceso de acumulación.
Algo similar ocurre con el trillado déficit fiscal. Este desbalance no es consecuencia del populismo, del gasto público o de la indisciplina argentina. Refleja nuestra condición de país dependiente. No es necesario agregar que el deterioro de las cuentas públicas se ha agravado por la reducción de impuestos a los ricos y la importante fuga de capitales que, además de haber sido facilitada por el macri-radicalismo, es una derivación de la localización de las grandes fortunas y grupos económicos —como el de los Rocca— en las guaridas fiscales, mudanza indicativa —entre otras cosas— de su estrecha asociación con las empresas transnacionales.
El disciplinamiento imperial
Causa y consecuencia de la trayectoria descripta es la incondicional subordinación al imperialismo estadounidense. Trump intenta hacer un uso intensivo del poder geopolítico y militar para recuperar posiciones económicas y políticas perdidas. América Latina es considerada un territorio sujeto a la doctrina Monroe, y se exige a la Argentina que se sume a las provocaciones a Irán y Venezuela, que Macri sobreactúa llegando en ocasiones al papelón, y que han determinado el curso del proceso por la muerte del fiscal Nisman entre otras cuestiones domésticas. En esta línea, se convalidan sin chistar las decisiones de la OEA, que funciona como un verdadero Ministerio de Colonias, y se promueve la disolución de la UNASUR a partir de una simple solicitud del Departamento de Estado.
La intensificación de la presencia norteamericana, que antecede a la era Trump, no es ajena a la aparición de gobiernos autoritarios en el subcontinente ni a la consolidación de los más antiguos, sino todo lo contrario. Entre los primeros se cuentan los surgidos de elecciones —Argentina 2015, Brasil 2018— o de golpes institucionales —Honduras 2009, Paraguay 2014 y Brasil 2017—; entre los segundos, los de Perú y Colombia. En todos los casos se consolidan aparatos represivos para aplicar la agenda que en esta fase del capitalismo monopólico se asigna a nuestros países. La persecución de opositores —militantes sociales, políticos y periodistas— y la proscripción de los principales líderes de los movimientos nacionales completan el dramático cuadro. Sobran las evidencias que corroboran la incompatibilidad entre la citada fase capitalista o neoliberalismo y la continuidad de las conquistas democráticas.
Un nuevo gobierno popular
Los distintos factores de la dependencia se complementan recíprocamente, cada uno es condición de posibilidad de los demás e implica deterioros crecientes de las condiciones de vida de millones de compatriotas; tal vez sea ésta una de las causas generadoras de la situación presente, en la que sobresalen tres datos políticos relevantes que cimentan expectativas positivas respecto de un triunfo popular en 2019: la activación del fuerte entramado de organizaciones sociales característico del país, la creciente movilización popular y la también creciente deslegitimación de la derecha autoritaria en el gobierno.
De acceder a la Casa Rosada, el movimiento nacional se verá ante un desafío análogo al que enfrentara con éxito bajo la conducción de Néstor Kirchner: revertir una relación de fuerzas desfavorable respecto de los poderes reales. Simultáneamente habrá de afrontar la reconstrucción de lo que ha sido destruido. Pero además se habrán de revisar experiencias anteriores para evitar que se repita la histórica secuencia de gobiernos progresistas que ponen de pie al país y gobiernos reaccionarios que lo ponen de rodillas. Será indispensable considerar aspectos tales como el manejo estatal del comercio exterior y la reformulación de proyectos de integración, tanto los existentes bajo acoso —Mercosur—, como los que quedaron pendientes —Banco del Sur, fondo común de reservas y sistema cambiario coordinado—. No será fácil, pero es posible.
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