Soberanía política

Para la independencia económica y la justicia social

 

La bandera de la soberanía política ha sido una de las tres que nos legara el líder del movimiento nacional, Juan Domingo Perón, junto con las de independencia económica y justicia social.

Nunca mejor este momento para rescatar las tres a partir de la primera, que entiendo involucra necesariamente las otras dos y que resignifica la lucha actual del pueblo argentino para recuperarla como el símbolo de aquello que debe ser conquistado nuevamente. Porque si hay algo que el actual gobierno ha destruido, menoscabado y pisoteado es la soberanía política de la nación argentina.

No es una cuestión de sectores políticos o de ideologías, se trata de la dignidad de un pueblo hecho nación, se trata de la convicción de pertenecer a una patria, de honrar una historia y de quienes ofrendaron sus vidas por ella. Todo lo cual está siendo traicionado por una gestión que intenta destruir ese acerbo, esa tradición, sin límites de ningún orden.

La soberanía es un concepto esencialmente político, es su exaltación en el ámbito de la vida social. Se entiende como el ejercicio pleno y digno de los poderes del Estado, representando y respetando los intereses de la nación.

Implica necesariamente una lucha permanente por mantenerla y, en este caso, reconquistarla. Es una bandera perdida, mancillada.

Se manifiesta de muchas maneras, adquiere la dimensión de las cuestiones más importantes de la vida de un pueblo y encuentra su expresión cabal en las actitudes de una nación en su relación con las restantes del planeta. Supone respeto y altivez al mismo tiempo. Honor sin soberbia. Comprensión de las demás naciones y sus problemas sin humillación de la propia.

Se ejerce tanto hacia el exterior con esas calidades, como de igual manera hacia el interior de la patria, sirviendo de ejemplo la actitud que nos exigimos ante las otras naciones en el respeto a la organización civilizada que se ha dado la propia comunidad nacional.

No existe soberanía política sin el cuidado irrestricto de la propia institucionalidad y de la dignidad de su pueblo: no se puede exigir a los demás lo que no se cumple en la propia tierra.

Tiene numerosas connotaciones políticas e institucionales, pero sirve sobre todo de consigna para la identificación de un pueblo en su propia existencia como tal y de sus intereses con relación a los demás pueblos.

Requiere coraje y a la vez templanza; sabiduría y, al mismo tiempo, audacia; integridad y también comprensión de los problemas; esfuerzo para conquistarla y decisiones firmes hacerla respetar.

Se la ha perdido al resignarla en aras del alineamiento inconsulto e irresponsable con el “occidente” del norte y sus aliados guerreros, sin respetar nuestra doctrina tradicional en relación con los conflictos bélicos que le son ajenos. Poniendo en riesgo la zona de paz que se había consolidado hasta ahora en América Latina.

Se la ha abandonado al rechazarse el ingreso a los BRICS+, un ámbito estratégico global de alta conveniencia para los intereses nacionales. Se la daña continuamente cada vez que nuestro gobierno adopta posturas de apoyo a guerras lejanas y extrañas a nuestra región, o favorece enclaves militares en nuestro territorio, así como contribuciones a las necesidades de aquel “occidente”, tan alejado hoy de principios cristianos.

Actitudes en algunos casos de traición a los intereses argentinos, de los de su pueblo pacífico, integrador, donde conviven todas las razas y religiones.

Se configura así una política exterior que lastima la unidad y solidaridad con los países de la región, introduciendo allí peligrosamente conflictos extraños.

La soberanía política se define y representa en la firme independencia ante esas presiones externas que conllevan la sumisión a poderosos intereses económicos multinacionales. Son los que en los últimos tiempos vienen llevando una política cibernética de penetración cultural a través de los medios y de las redes con los fines de fragmentar a nuestro pueblo dividiéndolo a través de información falsa, tratando de apoyar consignas favorables a sus intereses, creando enfrentamientos internos.

En el contexto actual pareciera imposible suponer la reivindicación de los principios de la soberanía política; tan distantes están de la práctica que desarrolla el gobierno que levanta la bandera de la sumisión. Sin embargo, es hoy una de las principales guías para una doctrina y un proyecto nacional.

La soberanía política es el origen y la oportunidad de la independencia económica, ya que solamente bajo el paraguas de esa actitud puede desplegarse una política económica que favorezca las necesidades de nuestro pueblo. Al mismo tiempo funciona hacia el interior de la Patria, desarrollando las políticas sociales que permitan la vigencia de los principios de inclusión, de igualdad, de participación, de justicia social. En este último caso, sin limitaciones que a menudo interponen los conglomerados económicos, y a veces en connivencia con las matrices extranjeras.

Es también el ámbito conceptual en el que se definen y resuelven los conflictos que hemos descripto en la soberanía territorial, el espacio que contiene la defensa de la soberanía de los recursos y la posibilidad real de ejercer la soberanía energética.

No se nos escapan las dificultades de recobrar las condiciones para el ejercicio natural de la soberanía en el contexto actual del país y el que se viene observando en un mundo conflictivo, aquejado por grandes disparidades sociales y económicas.

Si bien, dado que ambas limitaciones se dan en forma contemporánea, el desafío es su superación por la política, la más noble de las actividades en la sociedad. Y es por ello que insisto nuevamente en la necesidad de reconfigurar el movimiento nacional y popular, con un amplio criterio federal, asumiendo todas las luchas de su historia reciente, actualizando su doctrina y su práctica con la reafirmación de los valores.

Un aporte a esa lucha permanente consiste en la adopción de las consignas soberanistas como un punto de encuentro de lo nacional ante los intentos de fragmentación institucional y social de los poderes económicos y políticos para dividir al pueblo.   

Cuando se expresa alegremente que el movimiento nacional, el peronismo, no tiene protagonismo político en la coyuntura, que no presenta alternativas a los desafíos que enfrenta el país, expreso con seguridad y confianza que ellas están ahí, que se manifiestan con claridad en el aprovechamiento adecuado, justo y racional de los abundantes y muy requeridos recursos naturales, en el ejercicio de la soberanía política para hacerlos un producto nacional y también, después, una fuente de divisas.

Una política digna e inteligente para transformar la minería, los hidrocarburos, los productos del agro como sectores aptos para la transformación de nuestra economía en ámbitos de producción, en lugar de mera extranjerización y, al mismo tiempo, de creación de trabajo nacional, de empleo adecuado a las condiciones de nuestra Constitución nacional.

La soberanía política, entonces, es una forma de encarar un programa del movimiento nacional, desplegando todas las variables que hemos analizado en una nueva y profunda visión para el futuro de nuestro pueblo.

 

 

 

 

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