Sinceramente

Dos militantes montoneras y dos hijas declararon en el Juicio por la Contraofensiva

 

“¿Algo más quiere agregar?”, pregunta el presidente del tribunal. “Sí”, responde segura Susana Brardinelli. Su firmeza causa gracia en el público, porque su testimonio no fue solo extenso, sino fluido y repleto de detalles. “Queda cool criticar la Contraofensiva –retoma a modo de balance-, pero todo este trabajo que venimos haciendo los querellantes que contribuye a que se busque justicia, sirve también para que se nos conozca”. El de Brardinelli fue el último testimonio de una nueva audiencia del “Juicio Contraofensiva Montonera”, que se desarrolla cada martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 4 de San Martín y que investiga los crímenes cometidos por la Inteligencia de Campo de Mayo durante el terrorismo de Estado.

En la misma jornada declararon otra militante montonera, Silvia Yulis, y dos hijas de militantes desaparecidxs, María José Luján Mazzuchelli y María Maggio. Fueron cuatro testimonios de gran utilidad para el debate, ya que permitieron recomponer distintos momentos de la organización de la Contraofensiva y de varios hechos represivos. Pero también útiles para repasar los últimos momentos de la historia de un grupo de militantes políticos que decidieron, a pesar de todo, volver al país en aquel contexto aciago. Útiles también para sincerar –como sucedió en esta audiencia- el desprecio que los defensores de la represión ilegal tienen por la historia. Insistente, pero torpe y poco filoso, se mostró uno de ellos.

 

Conociendo la Contraofensiva

“Los testimonios se convierten en un terreno fértil para rastrear la lógica que sustentó los actos de quienes fueron tildados, en ese momento y en las décadas siguientes, como ‘mesiánicos’, ‘locos’ y ‘militaristas’ por sus detractores o, mínimamente, fueron invisibilizados por los resultados políticos negativos que cosechó la Contraofensiva”, observa el historiador Hernán Confino, que ha dedicado años a investigar esta última acción montonera.

Justamente, en este juicio, los militantes que formaron parte de este regreso y pueden testimoniar tienen esta intención que se superpone al objetivo del juicio, explicar de qué se trató y por qué volvieron. “Militamos porque queríamos cambiar el mundo”, explicó Yulis. Ella y Brardinelli, cada una a su tiempo, comentaron los contextos en que decidieron retornar al país en 1979, en el marco de la primera Contraofensiva. “Nos pudimos haber equivocado, sí, puede ser, pero en mi opinión no se puede hablar de éxitos y fracasos, sino de avances y retrocesos”, señaló Brardinelli mientras que Yulis explicitó que sentía “culpa y responsabilidad por los que no se pudieron ir” y agregó que también pesaba mucho la pérdida del contacto con los familiares.

En esta tarea de reconstrucción, estos testimonios buscan atenuar las connotaciones militaristas con que fue decidida la Contraofensiva. Brardinelli era la compañera de Armando Croatto, militante gremial y ex diputado nacional peronista electo en 1973 (de los que renunciaron al año de asumir por desacuerdo con la sanción de algunas leyes represivas impulsadas por la fuerza gobernante que representaban). En su testimonio, recorrió la trayectoria cristiana, sindical y política de su compañero. Sus contactos con distintos referentes y organismos nacionales e internacionales. Después de tres años en la clandestinidad, salieron rumbo a Madrid y al poco tiempo emprendieron el regreso, a pesar del miedo que –admite- le daba esa decisión.

Otro punto sensible sobre el que martillan es la idea de que fueron entregados en bandeja sin debate, casi como masa inerte en disponibilidad. “No nos mandó nadie”, aseguran. Yulis trabajaba en el exilio en el equipo de prensa que coordinaba Miguel Bonasso desde la casa de la calle Alabama, que la organización tenía en México. Recuerda las diferencias existentes, las discusiones, y su profunda convicción política de regresar para hacer tareas de agitación y propaganda en el país. Remarca que durante el regreso, por miedo, urgencias familiares o decisión política frente a un contexto adverso, algunos militantes comunicaron su decisión de salirse y se desconectaron. En algunos casos, estas decisiones alimentan rencores contra quienes alentaron el regreso sin volver ellos mismos.

 

Susana Brardinelli y su madre, Irma Ortolani. La besa su nieta, Virginia Croatto. ( Fabiana Montenegro/Diario del Juicio).

 

 

Niñxs, Cuba y psicología

“Siempre nos vimos como una familia con hijos que íbamos a vivir en un contexto revolucionario”, cuenta Brardinelli al tribunal. Habían decidido volver, pero no quería dejar a sus hijos en la guardería que la organización había montado en Cuba. “Resulta una paradoja quizás que después termino siendo una de las responsables de la guardería”, dice.

La decisión de regresar con los hijos en aquel contexto no es sencilla de asimilar a la distancia, pero se enfoca mejor bajo una lectura donde estos militantes no volvían como una patrulla perdida dispuestos a enfrentar abiertamente a las fuerzas dictatoriales. Brardinelli reconstruye la manera de reinserción en el territorio. Junto a Armando y sus hijxs Diego y Virginia, se establecieron en Villa Tessei, mandaron a los chicxs a la escuela y, gracias a un amigo, consiguieron trabajo en una curtiembre, él como contador, ella como operaria de pieles suaves. “No era tan claro como se veía desde afuera, pero había que generar la participación popular para que se terminara la dictadura”, recuerda que le dijo Armando.

El 17 de septiembre de 1979, Croatto fue asesinado en una emboscada. Era una cita envenenada donde también resultaron víctimas Horacio Mendizábal y Jesús María Luján (el “Gallego Willy”, al que el ejército llevó capturado al lugar). Al notar que no regresaba, Brardinelli hizo los bolsos, levantó a los chicos y se fue de la casa. Recurrió a amigos y contactos para salir del país.

Lo mismo hizo la mamá de Norma Valentinuzzi. María Maggio contó que Norma, su mamá, salió de su casa en Caseros, la dejó a ella y a su hermano Facundo con su abuela, que los acompañaba, y les dijo que si no regresaba pronto se marcharan.

Antes o después de los dos momentos de la Contraofensiva, muchxs  hijxs de estxs montonerxs, pasaron un tiempo en la guardería que la organización montó en Cuba. María y Facundo lo hicieron en la primera etapa. Virginia y Diego, en la segunda.

Brardinelli comenta que hay un documental que trata muy bien el tema. “No es por ser la mamá…”, se jacta cuando lo elogia. El documental La Guardería fue dirigido por su hija, Virginia Croatto. Brardinelli, que fue una de sus responsables en la segunda etapa, tras escapar del país a fines de 1979, recuerda especialmente la sensibilidad de lxs chicxs, muchxs de lxs cuales habían perdido a sus papás y mamás y cargaban con historias traumáticas. Destaca la contención que recibieron de asistentes del Ministerio del Interior de Cuba y de dos profesionales de la salud mental que vivían allí: “Nos daban pistas para analizar cada caso y consejos concretos para el momento”, cuenta Brardinelli.

Lxs dos profesionales que menciona son el psicoanalista Juan Carlos Volnovich y la psicóloga Silvia Werthein. Volnovich, en una extensa conversación con su colega Michel Sauval, publicada en la revista especializada Acheronta en 2002, explicó:

“Tomamos entre otras la experiencia de Summer Hill. Inauguramos esta guardería para los chicos argentinos (…) A algunos también los atendía en forma individual, en el hospital. Era una comunidad cambiante porque venían los padres, se los llevaban, los traían, etc. Algunos venían con perturbaciones severas o síntomas gravísimos (…) Los chicos iban a la escuela cubana. Y la escuela en Cuba es la vida (…) La única diferencia con sus compañeritos cubanos era que, a la noche, en vez de irse con sus familias, iban a la guardería. Claro que ahí, las charlas eran pesadas. Por ejemplo, estaban jugando, y uno decía ‘mi papá se va para la Argentina’, y el otro decía ‘entonces lo van a matar igual que al mío’. (…) Era sorprendente lo rápido que mejoraban. La evolución de esos chicos me hacía acordar a una florcita que está seca, y le echas agua y renace. Era maravilloso. Si vieran los despojos que llegaban, y como, al muy poco tiempo, revivían. Era fantástico. (…) En realidad era que para estos chicos, en Cuba, a diferencia de otros países, el contexto, -en particular la valoración de la lucha de los padres-, ofrecía un espacio que facilitaba la elaboración del trauma individual”.

 

María Maggio y María José Luján. Crédito: Fabiana Montenegro/Diario del Juicio.

 

 

Sinceramente

Cuando declaran lxs hijxs de lxs militantes, los abogados defensores –tanto los particulares como los del Ministerio Público de la Defensa- se abstienen generalmente de preguntar o hacer comentarios. Cuando declaran lxs militantxs, la actitud cambia.

Las estrategias son similares y no muy elaboradas. Se basan en detener los relatos del exilio en El Líbano, momento del entrenamiento para la defensa personal de lxs militantxs de la Contraofensiva; subrayar los disensos internos de la estrategia de regreso, especialmente el momento de la ruptura encabezada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman; sembrar la hipótesis de la “entrega” de militantes por parte de la conducción; e insinuar que, dada la opción por las armas de los militantes que regresaban, el accionar represivo estaba justificado. Como por ninguna vía tienen posibilidad de “blanquear” las atrocidades cometidas por los aparatos de la represión ilegal, también apuntan a desactivar o deslegitimar los testimonios que conectan los crímenes que aquí se juzgan con el aparato de inteligencia militar del Ejército que operaba desde el Instituto de Comandos Militares de Campo de Mayo.

Cuando nada de esto pueden hacer, se dedican a ensuciar el debate. “Objeción”, “objeción”, “Objeción”, plantea de forma reiterada el abogado Hernán Corigliano. “Objeción”, insiste una última vez mientras mira de reojo al presidente del tribunal a ver si en esta oportunidad le da la razón. “Hace 40 testimonios venimos soportando las preguntas indicativas de la fiscal”, larga en otro momento, cuando interrumpe las palabras de descargo que hace la testigo Yulis. “No quiere que nos quedemos con la última palabra”, dice una de las familiares querellantes presente en la sala.

La intervención de Corigliano brilla de torpeza. “¿A cuántas elecciones se presentó Montoneros?”, le pregunta a Yulis. El abogado de la secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ciro Anicchiarico, se precipita sobre el micrófono para objetar, pero se escucha la palabra de la fiscal Gabriela Sosti que llega primero: “Me opongo a la pregunta, había una dictadura entonces”. El juez razona de forma similar y pide reformular el planteo. Corigliano quiere saber por qué medios Montoneros buscaba llegar al gobierno. “No tiene hilo jurídico”, observa una abogada avezada en estos temas.

Durante todo su relato, Brardinelli se ocupará de aplacar la inquietud de Corigliano. Explica cómo llegó su compañero a ser electo diputado nacional, por qué renunció y cuál era el objetivo de la Contraofensiva. Ni blanco ni negro. Lo que se condena es la represión ilegal del Ejército. “Hago un reclamo de sinceridad, estamos en la tarea de reconstruir dolorosamente la memoria y juzgar a los responsables que subvirtieron el orden constitucional y las leyes internacionales”, solicitó Brardinelli, quien finalizó demostrando gratitud ante el tribunal por el respeto que están enseñando hacia los testimonios durante el juicio.

 

 

 

 

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