Sin paz no hay sociedad posible
El odio y la violencia enseñoreados de la vida cotidiana corroen las bases de toda convivencia
En estos momentos de nuestro presente, y sin duda no se trata de algo exclusivamente de nuestra Patria, notamos –no entre los pobres, por cierto– un clima que nos parece nocivo para la convivencia y, por lo mismo, peligroso para la sociedad.
Pensar distinto, discutir, cuestionar o criticar es algo no solamente normal sino que también es bueno, y –lo creemos– nos ayuda a todos y todas a crecer, a caminar, a vivir y convivir. Pero cuando esto se transforma en una búsqueda de la eliminación, destrucción o cancelación de la otra parte, cuando el odio y la violencia parecen enseñorearse de nuestra vida cotidiana, nos parece no sólo peligroso sino que engendra una corrosión en la base de toda convivencia.
Dialogar no significa renunciar a las propias opiniones y convicciones, pero sí implica disposición a la escucha y respeto por las diferencias, aunque no cambiemos un ápice nuestros modos de ver, pensar o vivir. La búsqueda de la eliminación de todos y todas aquellas que no participan de nuestro modo de pensar es expresión peligrosa no solo de violencia, que luego corre el riesgo de volverse irrefrenable, sino también de una intolerancia con la que no podemos ni queremos coexistir.
Como dijimos, no vemos que esto sea algo que se viva entre los pobres, pero sí en las dirigencias y en los medios de comunicación, y, por lo tanto, algo que puede trasladarse tarde o temprano a toda la sociedad. Violencia en gran parte de los ambientes políticos, violencia engendrada por la impunidad judicial, violencia por la degradación ambiental y la destrucción de nuestra casa común, violencia de las fuerzas de seguridad, violencia internacional, violencia contra los pobres y los diferentes a aquello que algunos pretenden hegemónico, violencia desde la mentira sistemática de muchos medios de comunicación… violencia, demasiada violencia. Las nuevas denuncias contra Milagro Sala, ¡una más!, no podemos verlas sino como denuncia sobre denuncia, violencia sobre violencia y mentira sobre mentira.
Es imposible vivir sin paz, y la paz, que nace de la justicia, crece en el diálogo y la tolerancia. No hay paz donde hay injusticia, no hay paz donde los poderosos aplastan a los débiles, no hay paz donde se impone un discurso único y se silencian o niegan otras voces, no hay paz donde se ostenta impunidad…
Quizás no se pueda pedir grandeza donde no la hay, pero al menos queremos llamar a todos y todas a mirar nuestra patria y el mundo. Mirar a los otros y las otras que debieran ser vistos como hermanos y hermanas. Mirar, que implica no creernos el “ombligo del mundo” sino simplemente (¡y nada menos!) miembros de una gran familia; una que –para los creyentes– tiene un Dios que es Padre y Madre y celebra, reina y festeja cuando brilla la hermandad, pero que se conmueve y padece cuando el odio, la mentira y la negación de los demás pareciera ser la única manera de vivir que conocemos y queremos. ¡Otro mundo es posible!
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