SIN AJUSTE
No se cercenarán los derechos a la salud y la educación mercantilizando servicios esenciales
Los medios de comunicación hegemónicos y concentrados han sido crecientemente concurridos estas últimas semanas por los economistas que constituyen hace décadas la representación permanente del establishment. Hacía mucho tiempo que ese coro no tenía el nivel de presencia actual. Broda, Kiguel, De Pablo, Cachanosky, López Murphy, Melconian han retornado para pregonar las políticas que siempre han promovido, evocando sus momentos de brillo mediático cuando el neoliberalismo se proclamaba como vencedor definitivo de la Historia. Es coincidente y constante su referencia al déficit fiscal como problema clave y central de la economía argentina. Todos ellos plantean la necesidad de recuperar la confianza y lamentan que el acuerdo con los acreedores externos privados no haya provocado un aquietamiento del mercado de divisas y el advenimiento de una euforia inversora, responsabilizando de ese acontecer a errores de política económica.
Lo que no distinguen (no quieren distinguir) es que la Argentina sorteó con éxito esa etapa de la refinanciación de su deuda, y que esta no se hizo “rápido” y siguiendo los tradicionales cánones de amigabilidad y sumisión a los bonistas acreedores. Al contrario, el acuerdo se alcanzó defendiendo los intereses nacionales, lo que permitió reducir 37.000 millones de pesos dólares de la deuda a pagar y ganar años de aire para recuperar la actividad económica y regenerar la capacidad de pago, sin acudir al ajuste que es la medicina por la que los economistas neoliberales se apasionan. No hubo tal acuerdo market friendly que hubiera despertado los festejos de victoria de los beneficiarios de la financiarización.
Aún falta la renegociación con el FMI de la deuda que supo construir el gobierno de Cambiemos por más de 44.000 millones de dólares y que el gobierno argentino se plantea renegociar sin ceder a condicionalidades de ajustes estructurales ni a la imposición de políticas de consolidación fiscal. Las razones del hostigamiento del establishment se deben a estas definiciones y actitudes del gobierno nacional y popular. No pudieron hacer a su antojo en las refinanciaciones de deudas privadas, ni tendrán negocios por el despliegue de reformas estructurales de las jubilaciones, la salud o la educación. No se cercenarán esos derechos con mercantilización de servicios esenciales. Tampoco hay ni habrá un sistema financiero de libremercado. Lo que ya comenzó, en cambio, es la creación de líneas y apoyos crediticios con orientación sectorial y regulación de tasas como parte de una política económica de desarrollo. Estas definiciones estructurales explican las acciones desestabilizadoras del mercado de cambios, que utilizan en forma oportunista el vaciamiento de reservas que dejó el gobierno de Cambiemos. Estos argumentos no eximen de los necesarios e imprescindibles ajustes en las políticas implementadas en el mercado de cambios, pero la raíz de la ofensiva del poder económico y sus intelectuales orgánicos que apuntan a desestabilizarlo se debe adjudicar al sentido de la política desplegada. Porque se terminaron las épocas de deuda y fuga libre.
Algunos planteos de quienes se presentan como los dueños del “saber objetivo” de la economía resultan burdos y jocosos. Cachanosky todavía no aprendió (no quiere aprender) que las peras no se suman con manzanas, entonces compara deuda cuasifiscal (deuda en letras emitidas en pesos por el Banco Central) con la deuda en bonos a fondos de inversión externos. Con tales martingalas construye la idea de que Cambiemos heredó la deuda del gobierno de Cristina Fernández. Menos precisos, pero con el mismo criterio, los demás voceros del capital financiero condenan al déficit fiscal, los subsidios y otras medidas del régimen popular del kirchnerismo 2003-2015 como responsables del gigantesco endeudamiento externo que habría tomado Macri con la excusa de ordenar las cuentas fiscales.
Su discurso saltea consideraciones sobre el período más negativo de la economía argentina de los últimos años, en el que cayeron el producto y el salario, escaló el endeudamiento y aumentó la pobreza. En esa etapa el gobierno cambiemita se arrojó vergonzosamente y sin dignidad al recetario del FMI, cerró miles de pymes y provocó un fuerte proceso de desindustrialización de la economía.
Las hadas de la confianza
Ahora, su insistencia es el tema de la confianza.
- ¿Cuál es la receta para la confianza?
- Reducir el déficit fiscal.
- ¿Cómo proponen hacerlo?
- Con reducciones del gasto público y medidas que atraigan los capitales externos y las siempre invocadas y nunca llegadas –bajo sus recomendaciones— inversiones productivas.
- ¿Cuál es su consejo maestro?
- Marchar a una liberalización del tipo de cambio para generar confianza. Reducir el gasto público para mostrar que el Estado puede comprar con pesos las divisas para pagar la deuda sin emitir y sin aumentar impuestos, para generar más confianza aun.
Estos cráneos –que nunca reconocen representar ningún interés económico, sino la pura verdad— sostienen que aumentar impuestos atenta contra la propiedad privada y, por lo tanto, se oponen al aporte a las grandes fortunas. Tributo que en verdad debería adoptar en el futuro una estructura de impuesto permanente para avanzar en los objetivos de justicia social.
El coro de economistas ortodoxos es apologeta de los modelos chileno, peruano y colombiano. Los que hicieron los deberes que el FMI, el Banco Mundial, las calificadoras de riesgo, los fondos de capitales financieros especulativos les han impuesto. Por eso tienen un andar menos tumultuoso, pero con derechos educativos conculcados, con jubilaciones miserables y desiguales, con sistemas de salud desarmados y precarizados, con empleos flexibilizados, con salarios de pobreza e indignidad.
Esta amalgama de voces de liberalismo neo presume del “saber único” de la economía y gusta de los ejemplos que construyen analogías entre la economía pública y la del hogar, entre el funcionamiento de la física y el de la economía política, entre la conducta del carnicero de la esquina y la del hipermercado, entre el comportamiento del consumidor que percibe un salario y el del que posee una fortuna de miles de millones de dólares. Estos devotos de la categoría del homo economicus han incorporado a su discurso de la confianza la necesidad de mano dura para con las familias sin vivienda que ocupan tierras. También sumaron a su verba la supuesta defensa de las instituciones, en la que abreva “el gobierno de los jueces”, como titulaba un editorial Horacio Verbitsky. Algunos de ellos rehúyen a caracterizar al gobierno boliviano como una dictadura surgida de un golpe, destacando a la señora Añez como una organizadora de elecciones.
En 2011, el economista Robert Skidelsky en Project Syndicate reseñó los conceptos con los que el Premio Nobel Paul Krugman había ridiculizado el discurso conservador sobre los déficits presupuestarios, usando las expresiones vigilantes de bonos y hada de la confianza. "A menos que los gobiernos recortasen sus déficits, los vigilantes de bonos les apretarían los tornillos forzando un alza de las tasas de interés. Pero si efectivamente hacían un recorte, el hada de la confianza los recompensaría estimulando el gasto privado más de lo que los recortes lo deprimieran".
Krugman en su ironía sobre las hadas de confianza sostenía que “recortar un déficit en un período de recesión nunca puede generar una recuperación. La retórica política puede impedir que se adopte una buena política, pero no puede impedir que tenga éxito. Por sobre todas las cosas, no puede hacer que una mala política funcione”. Por eso la retórica neoliberal se empeña en impedir la aplicación de una política expansiva.
Para obturar su éxito
Skidelsky afirma que la secuencia de acontecimientos en la Gran Recesión que comenzó en 2008 confirma estas conclusiones. “En un principio, los gobiernos la atacaron con todo lo que tenían a mano. Esto impidió que la Gran Recesión se convirtiera en la Gran Depresión II. Pero, antes de que la economía tocara fondo, se cortó el estímulo y la austeridad —liquidación acelerada de déficits presupuestarios, principalmente mediante recortes del gasto— se volvió la orden del día… Los conservadores que querían cortar el gasto público por cuestiones ideológicas encontraron que la historia del vigilante de bonos/hada de la confianza se ajustaba perfectamente a su objetivo. Hablar claro sobre el derroche fiscal anterior hacía que un ataque del mercado de bonos a los gobiernos altamente endeudados pareciera más plausible (y más probable); el hada de la confianza prometía recompensar la austeridad fiscal haciendo que la economía fuera más productiva… Con la ayuda de profesores como [Alberto] Alesina [experto emblemático en políticas de austeridad], la convicción conservadora pudo transformarse en predicción científica. Y cuando la cura de Alesina no produjo una recuperación rápida, hubo una excusa obvia: no había sido aplicada con suficiente energía como para ser creíble". Clarito: los sabiondos que volvieron a ocupar los espacios televisivos no sólo copian las recetas de los conservadores de los países centrales sino que repiten como loros sus mismos argumentos (excusas ante el fracaso). Así predican Espert y Milei: los cambiemitas habrían fracasado por gradualistas. Así clama Broda: haría falta un shock ortodoxo.
Volver a donde menos lo quieren
Las disputas del presente en el plano del mercado de cambios asoman como presiones frente a la futura negociación con el FMI. Este organismo multilateral podrá tener como directora-gerente a una señora que se muestra sensible ante la pobreza. Pero como señala Noemí Brenta en su artículo El FMI en la crisis del Covid: “Antes de la explosión global de la pandemia, en el seminario que organizó el papa Francisco, a principios de febrero, la directora gerente Kristalina Georgieva, presentó [estos temas] como prioritarios para la economía mundial: es necesario disminuir la desigualdad excesiva, impulsar el crecimiento, reducir las brechas de la globalización y combatir el cambio climático. Todo muy ponderable. Pero [advirtió Brenta que] en el plano de las propuestas asomaba la pesada historia fondomonetarista. Para el crecimiento inclusivo, bella expresión, propuso adoptar las reformas económicas, demasiado sabemos cuáles son y sus resultados. 'Abordar la concentración del mercado', como dijo Georgieva, suena bien; pero implica abrir las importaciones de bienes y servicios en desmedro de la producción nacional; [y] permitir el capital extranjero en cualquier sector, como las compras del gobierno, perdiendo la posibilidad de influir en las decisiones para orientar la estructura productiva en interés del país".
Será difícil la negociación con el FMI. El poder no está en su directora-gerenta sino en el departamento del Tesoro norteamericano y en la Casa Blanca, donde no predominan las reflexiones ni expresiones del papa Francisco, sino un gobierno racista que se enroló en las peores políticas sanitarias frente a la pandemia dejando un tendal de muertos, que se empeña en el intervencionismo en la política de América Latina, como lo hace en Venezuela y lo hizo en Bolivia. Gobierno que se encuentra en una encarnizada y belicosa confrontación con su oposición en vísperas de las próximas elecciones. Así lo refiere Mónica Peralta Ramos en su artículo de El Cohete A la Luna del domingo 20 de septiembre, donde escribe que “el establishment del partido Demócrata, aliado a un numeroso grupo de dirigentes republicanos neo conservadores, ha gestado diversas organizaciones que por diferentes vías buscan presionar a las Fuerzas Armadas para impedir la reelección de Trump en caso de que se niegue a dejar la Casa Blanca en medio de una crisis constitucional. El coronel Lawrence Wilkerson, jefe del Estado Mayor del ex Secretario de Estado Colin Granderson y vocero de estas organizaciones, ha dejado entrever distintos escenarios provocados por Trump que podrían derivar en una intervención militar. Entre estos se incluye la ocurrencia de un hecho grave e imprevisto de orden internacional”. No es un clima que pueda augurar un giro comprensivo frente a un gobierno democrático, nacional y popular que brilla en América del Sur como una luz de independencia y autonomía rodeado de un conjunto de regímenes sumidos en el neoliberalismo y adocenados y subordinados a la globalización y a las estrategias de la superpotencia mundial.
En Historia Crítica del FMI, el gendarme de las finanzas (Capital Intelectual, 2016), Oscar Ugarteche concluye con "un aspecto no menor para los latinoamericanos". Rodrigo Rato y Dominique Strauss Kahn "terminaron envueltos en escándalos tan fabulosos como el poder que supo ostentar la institución que dirigieron. Sin embargo, bajo la dirección de Christine Lagarde y por primera vez en casi cincuenta años, en 2015 la asamblea del FMI tuvo lugar en suelo latinoamericano, en Lima. La coyuntura actual permite intuir que no fue por casualidad. Tal vez el Fondo ensaye su regreso triunfal allí donde menos lo quieren”. Anticipatorio, Ugarteche. Luego de varias incursiones financieras de menor cuantía, el dúo Trump-Lagarde jugó muy fuerte en la Argentina. Suficiente advertencia para entender la dureza de la tenida que se avecina. La derecha argentina sabe tanto de la lógica del Fondo, como de la disposición del Frente de Todos a defender un proyecto de país. Por eso no se aviene a consenso alguno y se comporta con ánimo destituyente.
Pero el gobierno del Frente de Todos tiene un mito fundante en la autonomía que Néstor Kirchner construyó frente a las políticas de ajuste del FMI. Ese es un lugar donde es imposible que se resigne a doblegarse. Por eso la derecha, más que en obstruir el programa del gobierno democrático, está obsesionada en la construcción de un camino para expulsarlo.
“Tal vez ensaye su regreso triunfal allí donde menos lo quieren”. Aquí vinieron. Donde hay una creencia, una fe en la necesidad de volver a decirles “chau Fondo”. Como afirmara Mariátegui, más tarde les tocará a los filósofos codificar el pensamiento de la gran gesta multitudinaria que alcance ese deseo colectivo. La negociación con dignidad habrá de construir un acuerdo que sea el punto de partida de un camino hacia ese destino, sin ningún ajuste que caiga sobre las espaldas populares. Por eso, el poder concentrado está empeñado en la estrategia de “Acoso y derribo”, como se titulaba otro editorial de El Cohete.
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