SILBA EL POMBERO
Marina Closs entrega su serie de cuentos galardonados en un semillero de nuevos narradores
Entre los más difundidos personajes míticos del área guaranítica en el noreste argentino, el Pombero sobresale por su presencia homeomorfa, eventual crueldad y desgarbada figura. Imagen proclive para asustar a los niños a la hora de la siesta, se le justifica por su presunta función de dejar dormir a los adultos en paz. Sospechosa tarea utilitaria, semejante a la de endilgarle embarazos cuando los maridos están ausente extensas temporadas. Munido de una caña, garrote o bastón de oro que emiten un constante silbido, suele confundirse con un carpincho parado sobre las patas traseras. Presencia atemorizante, se evita nombrarlo en voz alta, ostenta una fuerza invencible, camina con los pies invertidos.
Marina Closs (Aristóbulo del Valle, Misiones, 1990) elige el monte, “lugar de encuentros”,”también lugar de insomnios” para hallar, entre breves sueños, otras vigilias oscurecidas en el interior de la foresta humana. Aplica la leyenda del Pombero no sólo a fin de titular el primero de los siete cuentos y, con éste, al libro. También para marcar que, al igual que el temerario duende montaraz, esa literatura recorta un territorio: el del rancho, la huerta, la aldea, el coto; un cerco de historias, leyendas, palabras señala el perímetro que distingue del extranjero. Por dentro rigen reglas distintas, aún las enunciativas y gramaticales; como a ellas, basta con temerles o reírse, según la ocasión. Una lectura sin escapatoria: “Ahora no sé qué vamos a hacer, esta es la tierra bruta — ellos dicen y se quedan doblados en una raíz. Quisieron venir a buscarme. Ahora, no saben cómo salir. Se retuercen y piensan que me están escuchando. Se rozan contra la corteza de los árboles. Cierran los ojos. Las manos reposan, los pies se les juntan y el corazón les salta”. Al avanzar en ese terreno de letras, casi sin percatarse, el lector se sorprende dentro y encuentra de dónde llega esa voz: “A veces persigo a los malos, a los cazadores de pájaros. A ellos primero les abro un boquete en la espalda. O les bebo la sangre, chupándoles la nariz. El Pombero abre el cuerpo humano como la cáscara de un huevo. La sangre baja negra por su barba. Hay una gota también en su garganta. Cuando el cuerpo se queda sin sangre, lo deja colgado, prendido inocente, bajo el cielo”.
Planteado el código de escritura y las claves de lecturas, los relatos multiplican sus posibilidades. Opciones abiertas que ya desde “Pombero”, el primer cuento, se presentan y guardan una duplicidad formalizada en una nota final (ahí está, nada de spoiler:) “Como todos los demás relatos, se nutre de textos y firmas orales propios de mi territorio y no tiene otra pretensión de realidad que la de alzar una pequeña voz de miedo ante el tiránico español monótono”. Su territorio es la selva misionera, claro; también un literatura solo propia, de imagen clave y palabra precisa. El español monótono, en consonancia, tanto el invasor como una lengua tiránica frente a la dulce plasticidad de las voces guaraníticas, rescatadas en personajes y escenas.
Con estas consideraciones, ingresar en la galaxia Closs abarca de estremecimientos inesperados a placenteras congojas. ¿Cómo permanecer impávidos en tiempos de empoderamiento femenino ante la niña de trece años que es ¿entregada?, ¿vendida?, ¿cedida? en sacro matrimonio a un señor muy mayor que a los padres “les había ayudado tanto que de ninguna manera podían negarse”. El hombre la amaba; la educación sentimental transcurría sin contrariedades, había tiempo para acostumbrarse a todo. Cuerpos “como varenikes” y, de repente, jabalíes, ñandúes, misioneros anglicanos, el ministerio del Indio, los cazadores y hasta un antropólogo; las series se construyen con la enmarañada prolijidad del verde.
“María das luces creció brasilera como la tapioca, como la mandioca y como la guayaba”. Le hubiese gustado ser negra, pero su pai era blanco. Había surgido de la raza de los que van caminando”. Descubrió a los hombres obedeciendo las señales de su belleza, de la que era esclava mientras se hacía independiente: estudiaba magisterio. Bendiciones que son castigos y viceversa, para gloria de Xangó.
Ambigüedades que no llegan a convertirse en paradojas, la de la travesti del pueblo, repudiada y exitosa, modista y peluquera, hija de la asesina de perros. En otro orden geográfico y de códigos, la sanadora acupunturista japonesa que nació argenta y ni habla nipón, parece conservarse como la abuela. Cuando “vio por primera vez la selva, pensó que aquí nunca había ocurrido nada. Que aquí no había habido historia, sino día y luego noche”. Pues, primero, todo sucede en el cuerpo. Las abuelas importan; habilitan personajes lábiles donde se asienta lo perdido. Eslabón del mestizaje, surgen en las historias de Closs presagiando el lado maldito del destino: “Ten cuidado. La gente ama las cosas hermosas solo cuando las posee. Tú eres tan bella que cualquiera vendría a robarte. Pero por las buenas, nadie te ama porque se da cuenta de que tu belleza es tan extraña que solo se aprovecha si se comparte. Y antes que compartir, todos prefieren tener algo para sí solos”.
Marina Closs en momento alguno regala gratis el formidable producto de sus dones. Coloca al lector en su territorio a fin de que vaya adentrándose en la frondosa geografía de sus palabras. Sin tropiezos, ni accidentes, ni ramas ocultas; sólo espesuras para quien sostenga abierto los párpados a la fluida franqueza de cada trama y decida atravesarla desnudo de moralinas. Tensión en el lenguaje, refleja holgura en la narración, permite comprender por qué la autora acaba de ingresar en el selecto parnaso de jóvenes escritores (en la práctica, escritoras; prácticamente) galardonados por Ribera del Duero, uno de los poquitísimos certámenes literarios incorruptibles, que edita en Madrid y Buenos Aires al mismo tiempo. Dueña de un escritura personal, se inscribe en una flamante tradición prolífica en estilo y de augural escuela de lenguaje latinoamericano.
FICHA TÉCNICA
Pombero
Marina Closs
Buenos Aires, 2023
160 páginas
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