Siete banderas, siete destinos
Un libro sobre la gesta del Comando Cóndor de 1966 y las banderas que estuvieron en Malvinas.
Introducción
El 28 de septiembre de 1966 una bandera argentina flameó en las Malvinas. Junto a otras seis banderas colocadas en un avión, en unos coches y en unos alambrados, fueron el tesoro más preciado de un grupo de dieciocho jóvenes, patriotas y entusiastas, que había emprendido un audaz viaje a las islas para reafirmar la soberanía nacional sobre aquellas tierras usurpadas por los ingleses.
Los jóvenes pasaron a la historia con el nombre de Comando Cóndor.
Su gesta fue heroica no solo por las características del reclamo en sí, sino también por el contexto de la Argentina de esos años. Hacía tres meses que las fuerzas armadas habían dado un nuevo golpe de Estado, encaramando como presidente de facto al general Juan Carlos Onganía, impulsor de la Doctrina de Seguridad Nacional y máximo responsable de la brutal represión a profesores y alumnos de la Universidad de Buenos Aires, conocida luego como La Noche de los Bastones Largos. En los corrillos políticos, a Onganía lo habían bautizado “el Caño”: según decían, era duro y rígido por fuera, pero vacío por dentro.
En este ambiente político y social, el Operativo Cóndor llevó siete banderas argentinas a las Malvinas con el firme compromiso de regresar con ellas. Y así lo hicieron.
Siete banderas, siete destinos cuenta la increíble historia de estos pabellones nacionales, rescata su incuestionable valor histórico y enumera los lugares donde se encuentran en la actualidad, junto a las razones por las que fue escogido cada sitio donde son venerados.
Hay dos mujeres que hicieron posible este relato. María Cristina Verrier fue la artífice y protagonista de la gesta, guardó y protegió por más de 45 años las banderas que estuvieron en Malvinas. Y Cristina Fernández de Kirchner, quien junto a su compañero Néstor Kirchner logró “malvinizar” a la sociedad argentina, como parte del sentir patagónico con que llegaron a la Casa Rosada.
Ellas se han vuelto emblemáticas para la causa Malvinas, como lo han sido a lo largo de nuestra historia las pequeñas proezas y las incursiones heroicas que protagonizaron el Gaucho Rivero, el aviador Miguel FitzGerald y, claro, los integrantes del Operativo Cóndor.
Néstor y Cristina lograron integrar a las islas Malvinas en un relato nacional, popular, democrático y latinoamericano, que las contiene y las homenajea por derecho, sentimiento y convicción de un pueblo.
Las Malvinas son argentinas y –más temprano que tarde– nuestra bandera volverá a flamear en las islas.
Como lo hizo aquel histórico 28 de septiembre de 1966.
Como lo sigue haciendo desde la portada y las páginas de este libro.
Capítulo 1: Las primeras banderas
1820: El día que hizo historia
El 6 de noviembre de 1820, en Puerto Soledad y con salva de veintiún cañonazos, la bandera que creó el general Manuel Belgrano fue izada por primera vez en las islas Malvinas. Ocurrió durante la toma de posesión soberana en nombre de las Provincias Unidas de Sud América por parte del coronel de la Marina David Jewett, comandante de la fragata “Heroína”.
Cuatro días antes, Jewett había escrito esta carta para comunicar los motivos y el alcance de su empresa a los británicos presentes en el archipiélago:
Noviembre 2 de 1820
Señor, tengo el honor de informarle que he llegado a este puerto Comisionado por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas de Sud América para tomar posesión de las islas en nombre del país a que estas pertenecen por la Ley Natural.
Al desempeñar esta misión deseo proceder con la mayor corrección y cortesía para con todas naciones amigas; uno de los objetos de mi cometido es evitar la destrucción de las fuentes de recursos necesarios para los buques de paso, que, en recalada forzosa, arriban a las islas, y hacer de modo que puedan aprovisionarse con los mínimos gastos y molestias.
Dado que los propósitos de Usted no están en pugna y en competencia con estas instituciones y en la creencia de que una entrevista personal resultará de provecho para ambos, invito a Usted a visitarme a bordo de mi barco, donde me será grato brindarle acomodo mientras le plazca; he de agradecerle –asimismo– que tenga a bien, en lo que esté a su alcance, hacer extensiva mi invitación a cualquier otro súbdito británico que se hallare en estas inmediaciones; tengo el honor de suscribirme señor, su más atento y seguro servidor.
David Jewett, coronel de la Marina de las Provincias Unidas de Sud América y comandante de la fragata “Heroína”.
1829: Luis Vernet, primer gobernador argentino
Comerciante nacido en Hamburgo y radicado en Buenos Aires, Luis Vernet fue el primer comandante político y militar argentino de las islas Malvinas, designado por decreto del 10 de junio de 1829, con las firmas del entonces gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, y del jurista y ministro Salvador María del Carril.
En el artículo 2° del documento con que se dispuso un gobierno para el archipiélago, las autoridades argentinas señalaban que la residencia del nuevo comandante “será en la isla de la Soledad y en ella se establecerá una batería bajo el pabellón de la República”.
Ya en 1828, Vernet había obtenido permisos para asentarse en la zona y explotar su riqueza marítima, con la condición de establecer una colonia. La historia cuenta que, junto a 50 colonos y sus familias, y gauchos traídos de las pampas bonaerenses para cuidar el ganado, el comerciante arribó a las islas con el objetivo de hacer valer la exclusividad de su concesión, pero que tuvo que lidiar con los buques pesqueros de bandera extranjera que desoían la soberanía nacional establecida desde 1820.
Esa situación llevó a Buenos Aires a nombrar a Vernet comandante político y militar de las islas Malvinas y las adyacentes al cabo de Hornos, cargo que ocupó hasta fines de 1832. Establecido en la isla Soledad, el flamante gobernador se comprometió a cumplir con el artículo 3° del decreto que había creado su cargo y que le ordenaba: “Hará observar por la población de dichas islas las leyes de la República y cuidará en sus costas de la ejecución de los reglamentos sobre pesca de anfibios”.
En su designación, el gobernador Rodríguez y el ministro Del Carril habían dejado en claro las facultades atribuidas:
El Gobierno de Buenos Aires, habiendo resuelto por decreto de esta fecha que las Islas Malvinas, adyacentes al Cabo de Hornos en el mar Atlántico sean regidas por un comandante político y militar y teniendo en consideración las calidades que reúne Don Luis Vernet, ha tenido a bien nombrarlo, como por el presente lo nombro, para el expresado cargo de Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas, delegando en su persona toda la autoridad y jurisdicción necesaria al efecto.
Pero estas advertencias y otras que el propio Vernet hizo llegar a los buques extranjeros no impidieron que continuara la actividad ilegal de pescadores y loberos, tanto que en agosto de 1931 la comandancia de las islas capturó a tres goletas norteamericanas para someterlas a la jurisdicción de la Justicia de Buenos Aires.
1833: El alzamiento del Gaucho Rivero
En agosto de 1833, ante una nueva ocupación inglesa y la explotación a la que fueron sometidos los trabajadores de las islas, Antonio Rivero, un peón de campo, lideró un alzamiento contra el yugo británico junto a un grupo de sus compañeros y, por varios meses, mantuvo izada la bandera celeste y blanca.
En 1834, los británicos recuperaron el control de la isla Soledad y detuvieron a Rivero, con la orden de llevarlo a Londres para ser juzgado. Sin embargo, ese proceso nunca ocurrió. Según una de las versiones, la justicia inglesa se negó a enjuiciar al gaucho porque su ley no regía en suelo malvinense, evitando así el debate que un litigio de ese tipo hubiera generado sobre la soberanía argentina en el territorio.
1964: La hazaña de FitzGerald
En septiembre de 1964, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) trataba “la aplicación de la Declaración sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales”, en cuyo temario habían sido incluidas las islas Malvinas. A pesar de la oposición de la diplomacia británica, la Argentina logró participar en ese debate, en el que su representante, el embajador José María Ruda, expuso las razones históricas y jurídicas que sostenían y validaban el reclamo argentino de soberanía. El “alegato Ruda” se volvió un hito de la Cuestión Malvinas, al sentar las bases para que la ONU propusiera el inicio de negociaciones bilaterales y el arribo a una solución pacífica.
Al mismo tiempo, también ocurría otro hecho histórico: el 8 de septiembre de 1964, el piloto argentino Miguel Lawler FitzGerald partió de Río Gallegos y atravesó el océano Atlántico a bordo de su avioneta monomotor Cessna, modelo 185, matrícula LV-HUA. Descendiente de irlandeses, FitzGerald –que ese mismo día cumplía 38 años– había bautizado a su nave con el nombre de “Don Luis Vernet”, en homenaje al primer gobernador argentino de las Malvinas. El audaz objetivo del piloto era aterrizar en las islas para enarbolar la bandera nacional y entregar una proclama. Y así lo hizo.
Para su hazaña, FitzGerald solo contó con datos cartográficos y las charlas que en el aeródromo de Monte Grande –de donde era oriundo– solía mantener con un inglés de apellido Fenton, dueño de la estancia Monte Dinero, en los márgenes del estrecho de Magallanes y de fluido intercambio comercial con las islas.
El piloto logró aterrizar su avioneta en la pista de cuadreras del entonces Puerto Stanley, bajó con una bandera y la sujetó a un alambrado de la cancha, el mismo donde dos años después los “cóndores” volverían a colocar insignias argentinas. Uno de los habitantes que se habían congregado a ver el aterrizaje, se acercó a FitzGerald, quien le entregó un sobre con esta proclama:
Al representante del gobierno ocupante inglés en las islas Malvinas:
Yo, Miguel L. FitzGerald, ciudadano argentino, único, necesario y suficiente título que exhibo en cumplimento de una misión que está en el ánimo y la decisión de veintidós millones de argentinos, llego al territorio malvínico para comunicarle la irrevocable determinación de quienes –como yo– han dispuesto poner término a la tercera invasión inglesa a territorio argentino.
Han transcurrido casi 132 años del acto de piratería y avasallamiento de la soberanía argentina de las islas que hoy ocupo simbólicamente. El despojo perpetrado por los corsarios de la fragata “Clío” conmovió en aquel entonces a la Patria, muy joven aún y, a través de las generaciones, se ha mantenido en los hechos una usurpación que nunca fue admitida por los argentinos, por los latinoamericanos y por todos aquellos que, en el mundo, ajustan su quehacer al respeto de los derechos inalienables de cada nación.
Hoy, en que también mi Patria despierta de un largo sueño, consciente de su grandeza moral y material, está decidida a recuperar este, su territorio insular. De ahí, yo constituyo la avanzada de este ideal patriótico y justo que crecerá, no lo dude usted, como formidable avalancha. Los argentinos estamos resueltos a no permitir que Inglaterra siga ocupando un archipiélago que, por razones geográficas, históricas, políticas y de derecho, pertenece a la República Argentina. Pienso, como mi pueblo, que a la postre y ante el mundo solo habrá un perjudicado moral de esta injusta situación, mantenida a través de tantos años: ese perjudicado es Inglaterra.
Las islas Malvinas tienen, para los argentinos, un valor que no se mide solamente por lo material –no obstante el sistemático saqueo a que han sido y son sometidas–; ni tampoco aceptamos que sean motivo de negociaciones. Tienen, en cambio, el valor de la dignidad humana, porque son una parte incuestionable del país que como argentino represento en este acto de voluntad y plena decisión. Argentina no hace del ejercicio de la libertad y del derecho una manifestación vacua, como si fuera una consigna o un lema comercial. Argentina ejercita el derecho y la libertad, respetando por igual a todos los pueblos de la Tierra, y, en consecuencia, exige para sí igual tratamiento.
Los 21 cañonazos que en el siglo pasado señalaron la hora en que Argentina izó su pabellón en Puerto Soledad en acto de ejercicio de plena soberanía, resuenan nuevamente para anunciar al mundo que en esta hora ha comenzado otra reconquista, como en 1807.
En consecuencia, como ciudadano, he podido, por mí y ante el mundo, descender en territorio nacional para ratificar la soberanía argentina en el archipiélago y reiterarle al representante del gobierno usurpador inglés que “no hemos sido ni seremos un país de 86 conquistadores, pero tampoco aceptamos que se nos pretenda conquistar”, como bien lo ratificara el canciller de mi país, en agosto último. Con igual título acabo de enarbolar en esta isla de la Soledad, integrante del archipiélago, mi pabellón celeste y blanco.
Esta actitud personal, que interpreta los sentimientos y la vocación del pueblo argentino, coincide con la decisión de la Organización de las Naciones Unidas, de considerar en el más alto tribunal internacional las legítimas reivindicaciones de mi Patria sobre el territorio malvínico.
EN ESTE PRIMER MINUTO DE LA RECONQUISTA DE MALVINAS.
8 de septiembre de 1964
Miguel L. FitzGerald
El piloto estuvo no más de 15 minutos en las islas y, sin apagar los motores, regresó al continente. Cuando la noticia llegó a Buenos Aires, su hazaña produjo tal impacto y apoyo popular que el presidente Arturo Illia lo eximió de las sanciones que se le querían aplicar.
La bandera argentina de FitzGerald, junto a su proclama, fueron depositadas en el museo de Puerto Stanley. En cuanto a la avioneta Cessna 185, se encuentra expuesta en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).
Cuatro años después, el 27 de noviembre de 1968, FitzGerald voló de nuevo a las islas, esta vez, junto a Héctor Ricardo García, el dueño del diario Crónica. Viajaron a bordo de un avión bimotor propiedad del empresario periodístico y debieron aterrizar en una carretera, luego de lo cual fueron detenidos y enviados a Río Gallegos.
* Siete banderas, siete destinos. El Operativo Cóndor y la reafirmación de la soberanía argentina en las islas Malvinas, de Carlos López López, fue editado por la Editorial de la Imprenta del Congreso en 2020.
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