Si Alberdi viviera…

Los libertarios tergiversan sus ideas y le atribuyen un programa que no suscribiría

 

El título es solo provocador. Atribuir una simpatía política en el siglo XXI a una persona que vivió en el siglo XIX es, salvo casos excepcionales, problemático. También lo es tomar ideas de esa época como modelo de desarrollo actual sin más consideraciones.

¿Cómo considerar idóneo para construir un capitalismo industrial con justicia social en la Argentina del siglo XXI, que presenta un 40% de pobreza, un programa pensado para un país casi despoblado y sin industria, que para Alberdi tenía una estructura feudal heredada de la colonia?

Sin embargo, semejante afirmación fue realizada por Javier Milei al sostener que “la salida es la libertad, el modelo de (Juan Bautista) Alberdi” [1].

¿Qué habrá querido decir?

Circula una cita que replican los libertarios donde Alberdi cuestiona la emisión de papel moneda calificándolo de “empréstitos forzosos”. La cita es cierta, pero contextualizada parece parte del análisis de la crisis política producida por las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda ante la persistencia del poder de Buenos Aires de mantener la ciudad, el puerto, la aduana y un banco con capacidad de emitir moneda [2].

En cualquier caso, creo que es errado afirmar que de su extensa obra pueda extraerse un pensamiento anarco-capitalista y autoritario como el que expresa Milei.

 

Las ideas de Alberdi

Calificar las ideas de Alberdi no es fácil. Nació en 1810 y escribió durante medio siglo sobre derecho constitucional, relaciones internacionales, educación, política, filosofía, economía… aun moda (estética), etc.

Intervino en casi todos los grandes debates de su época, desde el gobierno de Rosas, incluyendo el sitio de Buenos Aires, hasta la federalización de Buenos Aires, pasando por la separación de la ésta de la Confederación en 1854 [3], la desgraciada Guerra con el Paraguay –la postura crítica le valió la enemistad de Mitre y eso conllevó al rechazo senatorial a su designación como embajador– y, obviamente, la reorganización nacional –donde su proyecto de Constitución fue uno de los considerados en la Convención de 1853 en Santa Fe [4]– y la nacionalización de la aduana de Buenos Aires.

José Ingenieros (La Evolución de las Ideas Argentinas, II, pp. 260, 337 y ss.) lo describe de joven como “un economista utilitario a la manera de Bentham y un socialista humanitario a la manera de Leroux”, influencias que “se filtran a través del savignismo jurídico de Lerminier”. Un romántico.

Ya mayor lo ve como un práctico que cree que las ideas, para fructificar, deben ser pensadas sobre la realidad en la que van a operar. Dice Ingenieros que aparece con insistencia en todas sus obras la idea del “nacionalismo filosófico” que el mismo Alberdi enunciaba así: “Es preciso conquistar una filosofía para llegar a la nacionalidad”.

No parece un anarquista de derecha. ¿Socialista no marxista de buenos modales, resumiría un libertario?

 

El Estado de la cláusula del progreso

La “tesis” de Milei parecería ser la siguiente:

  • Alberdi era un liberal absoluto.
  • Sus ideas fueron las que se aplicaron entre 1853 y el triunfo de Yrigoyen por el voto popular y trajeron una prosperidad que los gobiernos populares destruyeron.
  • Ese modelo es replicable en el siglo XXI.

El primer punto, como vimos, es falso. Alberdi es un pensador complejo que, como intelectual, está dispuesto a cambiar de opinión. Lo que parece persistir en todos sus textos es la búsqueda de soluciones virtuosas para la organización política de la Argentina y el desarrollo cultural y económico de la población, la que cree que debe ser aumentada con inmigración europea, un punto que hoy seguramente merecería reparos. Promueve la educación y el desarrollo económico. Pone gran énfasis a la infraestructura, por ejemplo las vías navegables y los trenes (en esto sí que su idea está vigente).

En todo hay un fuerte acento en la defensa del interés nacional y en la unidad nacional. Se advierte en sus escritos sobre las relaciones exteriores, pero más aún cuando niega derechos de secesión a Buenos Aires cuando ésta dicta su Constitución en 1854 rechazando la sancionada un año antes bajo la conducción política de Urquiza.

Es tema recurrente la defensa del interés del interior ante el poder de Buenos Aires, de su banco con capacidad de emitir papel moneda, que quiere limitar, y de su aduana, que propone nacionalizar.

Hace hincapié en la unidad del territorio como unidad de negocios. Por eso en su proyecto de Constitución prohíbe las aduanas interiores y las preferencias de un puerto sobre otro.

Si bien el molde de su proyecto de Constitución fueron las de los Estados Unidos y de California, la inclusión de una facultad específica de promover el progreso entre las competencias del Congreso y el mandato a los gobernadores para que sean agentes naturales del gobierno nacional para hacer cumplir las normas federales son originalidades de Alberdi.

La cláusula del progreso (rige hoy con un texto similar: artículo 75 inciso 18 de la Constitución Nacional) expresa la idea de un Estado activo y no pasivo, lo que se destaca pues el pensamiento general era de dar libertad a la iniciativa privada y, ante la inmensidad de territorio y la escasa población (la relación con los pueblos indígenas era conflictiva, por ser leves y no profundizar), imperaba la errada idea de que los recursos naturales eran inagotables (casi res nullius), susceptibles de ser apropiados. Esta ideología parece ya ridícula, pero rige aun hoy en el Código de Minería, en 2023, escandalosamente.

La cláusula de Alberdi dice que es facultad del Congreso: “Proveer lo conducente a la prosperidad, defensa y seguridad del país; al adelanto y bienestar de todas las provincias, estimulando el progreso de la instrucción y de la industria, de la inmigración, de la construcción de ferrocarriles y canales navegables, de la colonización de las tierras desiertas y habitadas por indígenas, de la plantificación de nuevas industrias, de la importación de capitales extranjeros, de la exploración de los ríos navegables, por leyes protectoras de esos fines y por concesiones temporales de privilegios y recompensas de estímulo”. Parece incompatible con las ideas libertarias.

Tampoco propone el uso de la moneda extranjera.

En su proyecto es el Congreso argentino quien “hace sellar moneda, fija su peso, valor y tipo” (art. 69 inc. 6°).

La fijación del “valor” de la moneda (art. 75 inc. 11, actual) no es tema menor, porque lo pone en cabeza del gobierno federal y no del mercado. Para la Corte, la prescripción constitucional de fijar el valor de la moneda, que en cierta forma Milei niega, constituye un “atributo de la soberanía”, una jurisprudencia constante desde el siglo XIX.

En el ramo de rentas y hacienda, lejos de prohibir los impuestos, establece como competencia del Congreso imponer contribuciones y reglar su distribución. Es cierto que en materia económica su pensamiento era marcadamente liberal. Pero aun su obra más radical en este aspecto, Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853, puede leerse también como un alegato a la unidad nacional ante la separación de Buenos Aires. La idea de la libertad económica expresa no solo una visión teórica sino también la reacción práctica contra la prepotencia de Buenos Aires, su banco y su puerto, que se imponía al interior, ya desde la época de la colonia. La nacionalización de la aduana de Buenos Aires es un punto relevante también en este texto.

Veamos los últimos puntos de la “tesis” de Milei.

¿Fueron las ideas de Alberdi las que pusieron en ejecución en los gobiernos de Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y Carlos Pellegrini? Es discutible. No parece haber sido un político influyente más allá del prestigio que tuvieran sus obras. Fue un feroz crítico de la guerra contra Paraguay, lo que lo opone a Mitre, y tuvo fuertes polémicas con Sarmiento. También es discutible que esas presidencias hayan tenido un programa común en todas las materias. Un ejemplo es la federalización de la ciudad de Buenos Aires, que requirió una cruenta lucha.

Más discutible aún es suponer que el programa de esas presidencias haya sido un Estado ausente. La ley 1.420 de educación (lamentablemente derogada en los ‘90) constituye un programa de fuerte presencia estatal en la vida de todos los ciudadanos (recomiendo su lectura aquí), contradictorio con la idea de que el Estado debe desentenderse de un plan de educación común mediante la asignación de vales de dinero y que luego rija el mercado. La ley Láinez de 1905 profundizó el programa al llevarlo a las provincias.

El último postulado es también falso en cuanto afirma que la Argentina fue próspera hasta que el voto secreto hizo gobierno, primero, al radicalismo, y, después, al peronismo. La simple constatación de cualquiera de los indicadores sociales y económicos entre 1930 y 1976 desmiente esa afirmación [5].

Queda el último punto, relativo a la aplicación en el siglo XXI de ideas del siglo XIX.

El país cambió sustancialmente a partir del descubrimiento de los hidrocarburos, el desarrollo industrial, las instituciones que se crean en los años ‘30 y se aplican con Perón y las consecuencias del fin de la Segunda Guerra Mundial. Los años de prosperidad finalizaron con la dictadura que provocó un inicio de la destrucción de la infraestructura estatal, el endeudamiento, la desindustrialización y extranjerización y, como consecuencia, la multiplicación de la pobreza, que aun con el interregno de algunos períodos de gobiernos populares, no cesa.

En el siglo XXI la Argentina no es más un país despoblado recién liberado de la colonia, como el que miraba Alberdi. La aduana está nacionalizada, la ciudad capital escindida de la provincia que, obviamente, ya no emite papel moneda.

Es un país con un 40 % de pobreza donde gobernar no es solo poblar, sino fundamentalmente dar trabajo. Y, en el mundo del siglo XXI, la única forma de crecer para dar trabajo y reducir la pobreza (“la que usan los países a los que le va bien”, como les gusta decir a los liberales) es hacer lo que esos países hacen, no lo que dicen. Esto es, tener políticas activas para promover la formación de capital industrial en el marco de un programa económico y de desarrollo social. La desgracia provocada por la dictadura y los '90 de desandar el proceso virtuoso de esos 50 años posteriores a 1945 han hecho que volver a pensar un sistema ferroviario o invertir fuertemente en las escuelas nos genere algún parecido con el país que miraba Alberdi, pero nada más alejado de las necesidades actuales sería desentenderse de la realidad social y de los millones de necesitados para ver si “las fuerzas del mercado” lo solucionan. En cualquier caso, los libertarios tergiversan las ideas de Alberdi y le atribuyen un programa que él no suscribiría.

 

 

 

[1] El audio tiene además partes insólitas, como en el minuto 6 cuando dice que Macri es “kirchnerista de buenos modales”, socialdemócrata como Berni Sanders, y califica a Marcos Peña y Prat Gay de socialistas.
[2] Entiendo que las citas corresponden a Estudios Económicos, a su vez publicados como escritos póstumos. Son una obra extensa, de interés como descripción y crítica de la situación política durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, es decir, previa a la federalización de Buenos Aires. Copio un párrafo que es ilustrativo, y aquí puede consultarse la obra completa editada por la Universidad de Quilmes.
Refiriendo al poder de Buenos Aires ante la Nación por la posibilidad de emitir papel moneda desde el banco provincial, dice:
“Su integridad territorial garantida mantiene a Buenos Aires en posesión de la capital de la nación; del puerto nacional que está en la capital; de la aduana nacional que está en el puerto; del crédito nacional, basado en la renta de aduana; del poder ilimitado de endeudar a la nación por las emisiones de deuda pública que hace en forma de papel moneda su Banco de la Provincia.
El banco es de la provincia en cuanto ella sola lo gobierna y explota, pero es de la nación por la naturaleza nacional del gaje que sirve de garantía vital a su papel: la renta de aduana, en que consiste el tesoro nacional.
Ese orden, o desorden, de cosas es lo que Mitre, Sarmiento y Vélez llamaron reconstrucción de la organización nacional en 1860.
Desde ahí data la crisis económica que vive atrasando a la nación.
Todos le reconocen por causas los empréstitos o los abusos del crédito. Pero los empréstitos no son todos extranjeros. Los más gravosos han sido los interiores, levantados a la sordina, por emisiones de papel de deuda pública consolidada, de billetes del tesoro, sobre todo de papel moneda.
Cada emisión de ésas es un empréstito forzoso levantado en el país”.
Alberdi, además, siempre fue crítico del endeudamiento, desde el empréstito de Rivadavia, que dice fue tomado por la provincia, pero luego imputado a la deuda de toda la Nación.
[3] Su texto de 1855: De la integridad nacional de la República Argentina bajo todos sus sistemas de gobierno. A propósito de sus recientes tratados con Buenos Aires, es uno de los mejores estudios comparativos de la situación política de las colonias en Estados Unidos y las provincias en la Argentina, a los fines de defender la indisolubilidad de su unidad como Nación (puede verse en Antología Conmemorativa 1810-2010, Buenos Aires, 2011, Cámara de Diputados de la Nación, t. I pp. 309 y ss.; extraído a su vez de Obras Completas, t. V).
[4] Su influencia es indiscutible, aunque autores como Paul Groussac (Las bases de Alberdi y el desarrollo constitucional) cuestionen el punto. En definitiva, la sanción de una Constitución es una negociación de alta política y no solo un debate teórico. Sin dudas su proyecto tuvo enorme influencia.
[5] Copio tres párrafos de Pablo Gerchunoff, que como es sabido, no es peronista. Por cierto, todo el texto es recomendable. Dice sobre el período 1880-1930:
“Durante el último cuarto del siglo XIX, los dados cantaron generala. Fue contingencia, fue política como reacción a la contingencia. La condición necesaria para que la fortuna sonriera fueron las innovaciones tecnológicas que si bien eran el producto del ingenio ajeno, le caían a la joven Argentina como anillo al dedo: nos referimos al ferrocarril y al buque a vapor, que reducían los costos de transporte terrestre y marítimo y tornaban más benevolente a la tiranía de la distancia interna y externa. Ideal para un país grande, despoblado y lejano. Pero, como se sabe, con la condición necesaria no alcanza. Hicieron falta gobiernos que supieran identificar la envergadura de esas innovaciones y las incorporaran al proceso productivo. Eso ocurrió un poco tarde en comparación con Estados Unidos o Canadá, pero cuando ocurrió fue vertiginoso, y la Argentina cambió su fisonomía. Entre 1880 y 1930 la economía creció a una velocidad que hoy, en medio del largo estancamiento, nos parece una fábula, e incluso pareció entonces una fábula a los ojos del mundo.
¿Cómo contar sintéticamente aquella historia? La buena nueva no habría ocurrido si el Estado nacional, creado apenas veinte años antes, no hubiera impuesto la paz en 1880 a través de la última guerra, la de la federalización de la ciudad de Buenos Aires. Y probablemente el progreso material no se hubiera consolidado y sostenido sin una “estrategia distributiva” de sus frutos a lo largo y lo ancho del territorio. El big bang del progreso fue la expansión agrícola, el trigo del invierno, el maíz del verano, sembrados y cosechados en la tierra fértil del centro del país, cerca del único puerto de aguas profundas con que contaba la nación, atrayendo millones de migrantes de ultramar, la mayoría de los cuales se asentaban en la gran ciudad y sus alrededores, y completando la empresa colectiva, una ganadería vacuna y lanar modernizada a partir de los fines del siglo XIX. La propagación de los beneficios hacia las provincias de la periferia vino de la mano de un proteccionismo moderado que atenuó la dutch disease generada por el agro súper-competitivo y permitió la supervivencia de algunas producciones regionales nada competitivas; y vino también de la mano de una política fiscal y de inversión pública, en algunas ocasiones inmoderada, que transfirió recursos hacia las regiones carentes de tierra fértil y de puertos”.
Sobre el período 1930-1952:
“Al proceso que estaba viviendo la Argentina de esos años le cabe mejor, por lo tanto, el concepto de convergencia que el de declinación. La energía productiva de la Argentina agraria, con su potencia fulgurante, había quedado en el pasado. Otros países tomaban la delantera. De todos modos no fue, en medio de la Gran Depresión, un fenómeno que se nos aparezca a la distancia como especialmente traumático. En el ranking de PBI per cápita de Angus Maddison, la Argentina ocupaba el puesto 12º en 1930 y el puesto 19º en 1952. Pero de los 18 países que en ese segundo momento se encontraban por delante, 11 ya lo estaban en 1930, 5 no figuraban en la lista o no se contaba con sus datos en ese año inicial (Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Luxemburgo e Islandia), y sólo 2 (Venezuela y Noruega) la habían sobrepasado”.
Sobre 1952-1974:
“Entre 1952 y 1974 –desde que Perón se convirtió en un aliado de USA hasta el año de su muerte tras al exilio, pasando por gobiernos militares y civiles que no difirieron tanto como se ha creído en su visión sobre el país económico– la Argentina no vivió una edad de oro, pero tuvo lo que podríamos denominar una evolución digna que, como tantos otros fenómenos sociales, recién se descubrió con todos sus matices cuando ya había terminado. El progreso material se pareció mucho al del promedio del mundo y fue prácticamente igual que el de Australia y Canadá. Para ser precisos, la Argentina fue la mediana entre 151 países, lo contrario que una excepcionalidad. Por lo demás, la sociedad era más homogénea e igualitaria que el promedio del mundo, y la inflación fue alta pero no especialmente alta en el contexto sudamericano. Esto último puede sorprender: 28% promedio anual en la Argentina, 32% en Brasil, 39% en Uruguay y 55% en Chile”.
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