Shakespeare García

De escritores, músicos y periodistas escondidos detrás de célebres seudónimos

 

Cuando a uno lo incorporan a la Academia Nacional del Tango (ATN) o a la Academia Porteña del Lunfardo (APL) se estila pronunciar un discurso de ingreso con algún tema relativo a los estudios que interesan en ambas instituciones. Trascartón, la cofradía te declara ocupante de un sillón simbólico. En la ANT llevan nombre de tangos emblemáticos: Dandy, Flores negras, A fuego lento, Adiós Nonino... a mí me tocó Griseta, tango romanza de José González Castillo y Enrique Delfino. En cambio, en la APL los sillones evocan personalidades destacadas de la cultura nacional: Roberto Arlt, Enrique Santos Discépolo, Evaristo Carriego, Fray Mocho, Enrique Muiño, Nicolás Olivari… allí recibí el de un poeta que lleva uno de los más ingeniosos seudónimos del reaje y la bohemia porteña: Dante A. Linyera (Francisco Bautista Rimoli), claro está, en juego con el nombre del vate de la Divina Comedia.

 

Dante A. Linyera (1903-1938). Año 1919. Archivo APL.

 

¡Ay, los seudónimos! Al pronunciarlos dan ganas de escudriñar el porqué de ese velo o máscara que cubre los verdaderos nombres y apellidos de tantos escritores, músicos, pintores, científicos, periodistas, etc. Las causas pueden ser tan diversas como misteriosas: preservar o escapar de la identidad civil, estrategia comercial, política, evitar juicios discriminatorios, pertenencia territorial, mero ingenio lingüístico, humor, homenaje... Rápidamente pienso en Voltaire (François-Marie Arouet), Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson); entre los latinoamericanos Rubén Darío (Félix Rubén García Sarmiento), Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto) y su compatriota Gabriela Mistral (Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga), continuando con la poesía de Tao Lao que le correspondió a Alfonsina Storni, H. Bustos Domecq (Bioy Casares y Jorge Luis Borges), y qué decir de los ocho seudónimos que Olga Orozco utilizó en la famosa revista Claudia, uno de ellos el escalofriante Jorge Videla y aún más escalofriante al notar que bajo ese seudónimo firma en febrero de 1967 una crónica titulada “Rapto”: “La idea de un posible secuestro atemoriza a los padres. ¿Cuál es la verdadera dimensión de ese peligro que impulsa a la sobreprotección de los padres? Y continua: ‘Ha desaparecido mi hija. Edad 15 años. Nombre N. N. (...)’”. Creer o no creer. Sépase que a Olga Orozco se le atribuía un gran dominio del tarot, por añadidura, el vaticinio de acontecimientos futuros.

En lo musical Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero), su compañera Pablo del Cerro (Antonietta Paule Pepin-Fitzpatrick ), Tanguito (José Alberto Iglesias), y si digo Tanguito lo enlazo con, al parecer, la primera publicación que historizó al 2x4, firmada bajo el seudónimo Viejo Tanguero (José Antonio Saldías). Ángel Villoldo fue para sus notas: Ño Gregorio, Ají Picante, Fray Pimiento, entre otros, sin olvidar para sus canciones ultra lupanarias: Juan Techouna, Antonio Techotra y Lope de la Verga. Otros seudónimos de artistas de tango: Pancho Laguna (Francisco Lomuto), Juan Milonga (Deolindo Juan Pyra) Luis Mario y Mario Castro (María Luisa Carnelli), Barquina (Francisco Loiácono), y cómo olvidar al gran César Tiempo (Israel Zeitlin) que además firmó su primer poemario como Clara Beter. El último poema de corte lunfardesco publicado en vida por Evaristo Carriego salió como El Barretero, y si hablamos de lunfa Carlos Raúl Muñoz y Pérez fue Carlos de la Púa o el Malevo Muñoz, y Amleto Enrico Vergiati un tal Julián Centeya más otros seudónimos como el de su primer libro de poesía Enrique Alvarado, pero también Enrique Álvarez. Juan de la Luna, Juan de la Calle, o este que ahora te arrimo, tan ingenioso, tan maravilloso que merece la corona del reinado: SHAKESPEARE GARCÍA, y aparecerá por primera vez en 1942 en la revista Cine Argentino.

 

Enrique el Sabio en la portada de la Cine Argentino (1939). Archivo personal.

 

 

 

Un poco de historia de la revista Cine Argentino

A cuatro años de ¡Tango! (1933) –el primer largometraje sonoro de la cinematografía nacional– se da a conocer bajo la dirección de Antonio Ángel Díaz –también propietario del noticiario Sucesos Argentinos–, el primer número de la revista Cine Argentino (12 de mayo de 1938), una publicación pionera por dedicarse enteramente a la pantalla grande. Desde el vamos, esta revista propone romper con la cinematografía transitada exclusivamente por un núcleo reducido de hombres y mujeres de empresa, artistas y directores. En el marco de este pensamiento se le pide al por entonces Amleto Enrico Vergiati ser parte fundacional de la deseada publicación. Así comienzan a aparecer sus notas de “opinión” bajo diferentes seudónimos, pero fundamentalmente el que le daría su refundación total y definitiva: Julián Centeya. Este seudónimo aparece por primera vez en el número 6 (16 de junio de 1938) en su nota titulada “Fenómeno Luisito!”. Centeya, semana a semana, se convertirá en el áspero comentador crítico del cine nacional, visitando diariamente el “Monu” (léase Cine Monumental, Lavalle 780, considerado por entonces La Catedral del Cine Argentino), sacando nota de cada estreno, para luego ser volcada con su impronta personal, no esquivando –por supuesto– su verba lunfa.

 

Sus seudónimos en Cine Argentino. Archivo personal.

 

En los primeros meses del año 1942, Cine Argentino incluye una nueva sección: Cine Extranjero, y como te contaba, nacerá SHAKESPEARE GARCÍA. Las notas llevarán por título Un montón de palabras para usted. Allí se despachará con cartas íntimas dirigidas a las actrices más relevantes del momento. Por ejemplo, a Joan Crawford la tratará de pilla, de tiránica, recriminándole las bolsas de agua caliente que le hacía preparar a cualquier hora de la noche; a Ann Sheridan la invita a visitar su bungalow de La Pampa, contándole que no hace más que pensar en ella, y a Claudette Colbert le promete una cena en El Pescadito, bodegón de La Boca, recomendándole lo bien que le hará conocer Buenos Aires de noche.

 

Shakespeare García le tira los galgos a Verónica Lake.

 

Incluso llegó a recibir una carta de la icónica actriz y bailarina Rita Hayworth que, dicho sea de paso, también era seudónimo (su nombre real: Margarita Carmen Cansino). Este asunto de la carta de Rita no es chamuyo, la tengo en casa con firma de puño y letra de la quía, pero quizá merezca una nueva nota que podría titularse “El día que Centeya vestido de Shakespeare García se carteó con Rita Hayworth”. Si querés la seguimos más adelante, por lo pronto suelto un avance con las primeras líneas de la Hayworth y la fotografía que le envió.

 

QUISIERA ESCUCHAR LA CANCIÓN QUE ME OFRECES, SHAKESPEARE GARCÍA…

 

Nuestro común amigo Alberto Soria, acaba de hacer llegar a mis manos un ejemplar de CINE ARGENTINO.

Aquel en el cual aparece tu artículo titulado: “Un montón de palabras para Ud., Rita Hayworth.

Con alegría he leído y entendido las hermosas palabras que para mí escribieras, Shakespeare García…

Me ofreces una canción de cuna, inédita, para adormecerme.

Es la primera vez que alguien me ofrece una cosa tan sencillamente romántica y hermosa a la vez (…)

 

Fotografía que Hayworth le envía a Shakespeare García. Archivo Norman Kely Vergiati.

 

¡Hasta la Victrola Siempre!

 

 

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