Planificar un partido de fútbol siempre es una aventura. Entrenadores, futbolistas, hinchas y periodistas imaginan con diferentes grados de profundidad el partido que puede ser. Todos, con mucho margen para la equivocación. Porque siempre el juego reserva espacios para lo imprevisto. Afortunadamente. Jugar a imaginar el River-Boca del sábado no es la excepción. Podemos conjeturar –y de hecho, lo hacemos desde hace un mes— un sinfín de estrategias posibles, de tácticas e influencias decisivas de jugadores según el reparto de roles y un larguísimo etcétera, hasta que el partido cobre vida y se salga de control.
Abundancia y escasez
Tanto River como Boca no dieron señales precisas de sus posibles alineaciones en toda la semana. Los entrenadores suponen que es una ventaja para el rival mostrar todas las cartas.
Barros Schelotto define si juegan Jara o Buffarini de lateral derecho, y cómo integra la delantera. El resto está claro, incluso la titularidad de Andrada. La ratificación de Jara, a esta altura, parece una obsesión, o en su defecto una falta de confianza inmensa por Buffarini. Solo por alguna de esas dos razones se explica la presencia del ex jugador de Estudiantes, cuya probada y elogiada versatilidad apagó sus facultades más específicas.
Respecto de la dupla o el trío atacante, Barros Schelotto siempre prefirió una delantera de tres, con dos extremos y un centrodelantero. Las actualidades de Ábila y Benedetto lo obligan a considerar una alternativa diferente a la original, a la que se suma Carlos Tévez, por su mejoría futbolística pero sobre todo, por su vínculo emocional con el clásico en el final de su carrera. ¿Puede prescindir Barros Schelotto de Tévez y Benedetto siendo que probablemente sean los dos jugadores que más temor provocan en River? Si Boca es en los últimos tiempos “un equipo de jugadas” más que de funcionamiento, las individualidades se vuelven más importantes que nunca. En ese contexto, reservar a Tévez y Benedetto para más adelante es una opción riesgosa. Pretender que Boca tenga una organización del juego ofensivo sofisticada parece una aspiración demasiado ambiciosa. En cambio, luce más verosímil intentar pronunciar su potencia goleadora individual con la presencia de los tres delanteros en cuestión.
Mientras Boca no necesita dominar el trámite para marcar goles, River sí precisa controlar el juego, relacionar a sus futbolistas con pases en la fase anterior a la definición. Más, es probable que River necesite generar varias ocasiones de gol para convertir alguno. Los problemas de Boca en ese último tercio se vinculan a la abundancia de opciones, los de River son problemas de escasez. Una teoría sencilla confirma la hipótesis: Espinoza, que seguramente quedará fuera del banco de suplentes de Boca, hoy sería titular en River para acompañar a Pratto. La ausencia de Borré obliga a Gallardo a soluciones ingeniosas. Y aquí emerge la figura del técnico millonario: nada lo estimula más que estos desafíos. En situaciones de presunta adversidad sale lo mejor de él, se impone como un conductor sobresaliente. Mucho más que un estratega, Gallardo es un conductor fascinante. Ahí tiene delante de sí una paleta de colores que le permite crear, y como una alquimia, aquella escasez traumática se transforma en una abundancia creativa que él mezclará como nadie.
Las pelotas paradas
Hay pelotas detenidas de bajo, de mediano y de alto riesgo. En la primera final, se anotaron dos goles en balones de bajo riesgo: lanzamientos frontales, anunciados, previsibles, con muchas posibilidades que caigan en un solo sector y con tiempo para tomar medidas defensivas. Sin embargo, dos envíos acabaron adentro del arco. Uno por cada lado. El supuesto riesgo de sacar a la defensa lejos, le da espacio al arquero para dominar el área. Llenar esta zona de jugadores es también llenarla de obstáculos, acercar el punto de definición y disponer de menos tiempo para la reacción del guardameta. Armani y Rossi lo padecieron en la Bombonera y se esperan ajustes para el sábado.
Andrada suele manejar estas situaciones de otro modo, marca los límites más adelante y el área es su dominio. Armani, acaso por la confianza en su despegue y potencia de piernas al servicio de unos reflejos extraordinarios, siempre opta por un área exageradamente poblada que hacen que un pelotazo largo y sin riesgos aparentes se transforme en una situación de peligro innecesario.
Los córners, que son de mediano riesgo, también tienen sus particularidades. Más allá de quiénes sean los cabeceadores, Boca ofrece debilidades en cómo defiende este tipo de acciones. Generalmente hace zona, y solo dos marcajes individuales sobre los mejores cabeceadores rivales. Las ventajas para el oponente son varias. Primero puede elegir a qué sector tirar la pelota, que naturalmente será el más débil en juego aéreo de Boca. Luego, asignar a un futbolista con buen cabezazo para que acuda a ese espacio. Y por último, que este llegue impulsado contra un adversario estático. Demasiadas concesiones. Casi lo aprovecha Martínez Quarta en el partido de ida en una jugada planificada exactamente de esta manera.
Fortalecer las debilidades colectivas
Si los objetivos a alcanzar en el plano estrictamente futbolístico se redujeran a dos, uno por equipo, en ambos casos seguramente serían mejorar los puntos débiles. Gallardo debe pensar íntimamente que si logra conservar el cero, que si consigue opacar la potencia individual de los delanteros de Boca, la Copa está al alcance de la mano. Ese mensaje, sin dudas, será música de fondo en el vestuario millonario. Para conseguirlo no alcanza con que Pinola y Maidana o quién sea marquen bien toda la tarde. El blindaje defensivo no es solo cosa de defensores ni de refugiarse en campo propio. Es una tarea de todo el equipo. Para que Ábila y Benedetto se desempeñen en condiciones desfavorables, el trabajo empieza 60 metros más lejos, minando el campo para que jamás reciban con ventaja.
Barros Scehelotto, en su vestuario, pensara en ataques rápidos, con transiciones casi invisibles, justamente para tomar a River desplegado y usar los espacios grandes para procurar el uno contra uno en el último tercio. Para jugar ese partido hay que saber leerlo; interceptar, más que ir a la lucha física para recuperar y desmarcar rápidamente detrás de la línea de mediocampistas de River. Si ese partido no es posible, la movilidad será más necesaria en fases anteriores, de manera no de aprovechar la desorganización del rival apenas pierde la pelota sino de provocarla, circulando a buena velocidad y con criterios de desmarcación programados. Los espacios siempre están, es cuestión de saber detectarlos.
Planteado así, parece un juego de ajedrez, pero no. El fútbol es mucho más que un buen plan. El partido será lo que quiera ser y no hay modo de contenerlo. Los grandes partidos, dice la cátedra, se definen por detalles. Y en realidad, esa es una coartada para aplacar las inseguridades y hacer todo lo que esté al alcance sin reprocharse nada, pero las grandes contiendas, cuando hay equivalencias (y desde luego que este es el caso) se definen por las variables de siempre: imposición de condiciones, azar, templanza, cualidades individuales, recursos colectivos, más azar, serenidad, paciencia, entusiasmo, agresividad deportiva, otra vez azar, y mucho de misterio... Nadie sabe exactamente qué será lo decisivo, ni qué dosis ni en que momento hará falta cada ingrediente. Porque los partidos tienen vida propia y hay que saber convivir con ellos, de eso se trata.
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