Ya pasó casi un mes y la entrega de los premios Oscar 2022 sigue siendo tema de conversación, aunque no por cuestiones cinematográficas. La cachetada de Will Smith a Chris Rock, como reacción a un chiste que hizo sobre la pelada de Jada Pinkett, causó un furor que aún sigue encendido. Un acontecimiento sin precedentes en la academia, que vale la pena analizar desde una perspectiva feminista.
¿Qué es, realmente, lo peor de todo lo que pasó?
Podríamos enfocarnos en el chiste de Rock (sea propio o guionado) e indagar sobre los límites del humor, pero jamás llegaríamos a una conclusión. He escuchado todo tipo de análisis por parte de comediantes locales. Quienes defienden a Rock, quienes lo acusan de misógino, quienes dicen que es indefendible pero no por el tema sino porque el chiste era malo. Lo cierto es que jamás se podrá llegar a un acuerdo en este punto porque los límites en el humor, al igual que en cualquier otro discurso, son absolutamente subjetivos. Dependen de la cultura, la ética, la ideología y otra decena de factores, del público. Lo que a unos les cause gracia a otros podrá parecerles un acto de violencia y discriminación, dependiendo de sus propias convicciones y moral.
Otro punto digno de analizar es el comportamiento de Will y su ridículo impulso de golpear al comediante. Todo está mal en ese sentido. Responder a un discurso con violencia física, arrogarse la potestad de reaccionar en nombre de su esposa (una mujer adulta y sana que estaba presente en ese momento), los insultos después de la cachetada, al grito de “sacá el nombre de mi esposa de tu boca”, como si Jada fuera un objeto de su propiedad y él tuviera derecho a decidir quién la puede nombrar y quién no. Una sucesión de acciones desubicadas, violentas y humillantes, principalmente para la propia Jada, que quedó expuesta como una pobre y frágil mujer sin voz propia, víctima de… ¿su pelada?
Más allá del estilo de humor de Rock y de la reacción machista de Smith, lo que más llama la atención es todo lo que puede generar la estética no hegemónica de una mujer heterosexual, expuesta ante millones de personas.
Empecemos por decir, sobre la alopecia, que no es una enfermedad terminal, no genera dolor ni limitaciones físicas y, además, muchas veces es reversible. El 40% de las mujeres tiene alopecia en algún momento de su vida (muchas, como consecuencia de años de colocarse extensiones y hacerse tratamientos para modificar el aspecto de sus cabellos). En el caso de los varones, la mitad padece alopecia androgénica (calvicie) a partir de los 50 años y no he visto que se les tenga ni lástima ni compasión por esto. Acaso algún chiste o apodo, pero jamás la pelada masculina ha sido vista como una tragedia. Sin ir más lejos, la propia estatuilla de los Oscar –símbolo de éxito y celebración– es un varón pelado.
Sin embargo, la pelada de Jada parece haber conmovido al mundo y hacer un chiste sobre ella provocó indignación. ¿Por qué? Porque tener pelo en la cabeza es lo que esta sociedad espera de una mujer heterosexual para considerarla, verla y reconocerla como tal. Ser pelada hoy, año 2022, es un problema de belleza y, por lo tanto –al tratarse de una mujer– de poder y representatividad.
Jada Pinkett Smith eligió mostrarse calva desde el comienzo de su alopecia teniendo todos los recursos para ocultarlo (pelucas, implantes, sombreros, etc.) como lo hace el 90% de las mujeres en su situación. Pero ella eligió lucir diferente y manifestó públicamente ser amiga de su nueva imagen, mostrándose orgullosa y saludable. El problema no es la alopecia (hay cientos de patologías más graves), el problema es, evidentemente, la calvicie en una mujer, eso es lo que incomoda.
Entonces, volviendo a la escena del crimen, pienso: ¿Qué es lo que realmente le molesta a Smith, la patología de Jada o su imagen? ¿Qué le pasa a un varón cuando tiene a su lado una mujer que no responde a los estándares de belleza de nuestra cultura? ¿Qué le pasa cuando se siente atraído por una mujer distinta a lo que esta sociedad reconoce como “deseable”?
Quienes tenemos más de 40 y supimos ser chetas de Recoleta (sospecho existirían pautas similares en otros territorios) aprendimos desde la adolescencia la imagen que debíamos tener para ser “mujeres deseables”. Ni muy gorda, ni muy alta, ni muy atrevida… para ser “novia” o “mujer” había que encajar en determinado formato. Si te tocaba por naturaleza buenísimo y si no… ¡a tunearte! Y esta situación, que ojalá hoy haya cambiado, no creo que fuera solo un padecimiento femenino, pues he visto muchos varones de mi generación sufrir por la imagen de las mujeres que les gustaban y tener que trabajar internamente cierta aceptación para estar con ellas. También he visto (y sigo viendo) muchos varones emparejarse con mujeres portadoras de actitud y belleza hegemónicas y tener amantes radicalmente diferentes desde el punto de vista estético e intelectual.
La estética hegemónica (mal llamada belleza, porque la belleza es otra cosa) es una herramienta de muchísimo poder para las mujeres de nuestra sociedad, un poder similar al que el dinero y el desarrollo profesional le dan al varón. Y esto, desde mi punto de vista, es una linda trampa del patriarcado para tenernos ocupadas con metas frustrantes y debilitantes. ¿Por qué? Porque la imagen, a diferencia del dinero y el desarrollo profesional, no generan ningún tipo de placer, más allá de la mirada ajena. Es decir, nos vuelve dependientes. Todo lo contrario a lo que ocurre con el dinero y el desarrollo profesional, que generan independencia.
La estética hegemónica no modifica la capacidad de amar ni ser amadas, no optimiza nuestras capacidades de disfrute corporal, ni sexual, ni de ninguna índole, no nos da ninguna satisfacción profunda ni perdurable. Lo mejor que nos puede dar una imagen hegemónica es el alivio de no ser rechazadas. El alivio de que no te hagan chistes con tu cuerpo, ni con tus arrugas, ni con tu pelada. Y todo esto es gravísimo para quienes queremos una sociedad igualitaria, libre de violencias y con mujeres empoderadas.
Creo que lo peor de todo lo que pasó no fue ni la cachetada, ni el chiste, ni el machismo de Will Smith. Lo peor fue que en pleno siglo XXI, millones de personas sintieran pena por una mujer, por el solo hecho de ser pelada.
¿Imaginan una mujer indignada porque un comediante haga un chiste con la pelada de su esposo? Yo no.
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