¿Se puede hacer feliz al mercado?

La foto de Macri con el helicóptero y el mal gusto de Clarín

El Gobierno, de declarada adhesión al liberalismo, sigue haciendo y deshaciendo pensando en el Mercado (o los Mercados). Se habla del Mercado como si fuera una entidad supraempírica, orgánica, con razonamiento y hasta sentimientos. Contradictorio, porque la filosofía política liberal tiende a rechazar las entidades supraempíricas como “Pueblo”, “Nación”, etc., intentando reducirlas a hechos constatables empíricamente.

El Mercado aparece en el relato del Gobierno y sus periodistas difusores como un monstruo racional y poderoso que resulta ser el único objetivo de la política. La sociedad, para Cambiemos, se organiza con un único fin: satisfacer los deseos de la entidad supraempírica Mercado.

Podrán decir que la satisfacción del Mercado no es un fin en sí mismo, sino el medio para lograr la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación (que la gente viva bien eligiendo su propio destino sería la traducción si se eliminan las entidades supraempíricas Pueblo y Nación). Pero para eso falta tanto que el medio se transforma en el fin del gobierno. Así, por lo que queda de mandato, aun por el improbable futuro y, claramente, lo fue en el período consumido.

La teoría política de Cambiemos, el hacer feliz al Mercado, es inconsistente. Causa gracia leer a los periodistas que desde hace dos años repiten el slogan de Duran Barba (aunque algunos se burlan de él) cuando impulsan al Gobierno a abandonar el “gradualismo” y “hacer lo que hay que hacer” (otra frase llena de filosofía política). Para Cambiemos y sus intelectuales esa frase significa “hacer feliz al Mercado”.

Casi todos —se incluye a los que transmiten el pensamiento de los peronistas dialoguistas— consideran que al Mercado se lo hace feliz si se reduce el déficit fiscal. Sólo se diferencian en los que opinan que hay que hacerlo de golpe; o de a poco. El reparo de los que no quieren shock es que puede causar la derrota en las elecciones, no las consecuencias morales o sociales.

Hacer feliz al Mercado es, dicen, reducir el déficit del Estado pero, además, no de cualquier modo. No es logrando que los más pudientes aporten más; sino haciendo que los menos pudientes lo hagan. Reduciendo salarios y prestaciones que aprovechan los menos pudientes. Si el Mercado tiene sentimientos o criterios morales, no son los de la equidad social. Más bien parecería de un utilitarismo extremo, que rechaza cualquier postulado kantiano que prohíba usar las personas como medio de la felicidad de sus semejantes.

La reducción del déficit es relevante para poder pagar los intereses de la deuda, que es lo que, cada vez con mayor claridad, es casi lo único que realmente hace feliz al Mercado. Los analistas de Cambiemos no se atreven a decirlo con tanta nitidez, pero sí son enfáticos en que si en algún momento no se pagan los intereses el Mercado va a estar enojadísimo: furioso; y sería no solo el fracaso de toda la organización social política (el Estado) que tiene por fin la felicidad del Mercado, sino algo peor: perderían las elecciones.

Ya poco importan los filo Cambiemos “críticos” que hacían salvedades de pureza neoliberal, como cuando Alsogaray decía que Martinez de Hoz no era liberal. Los pronósticos parecían bastante fáciles, pero los publicados por los expertos no acertaron nunca por más que pusieran cara de serios y los corrigieran: los de hace un año, tres meses o quince días… (ejemplo, como cuando un banco de inversión calificó a la Argentina de “emergente”, como en la época de De la Rúa, para que los fondos institucionales no se pierdan la fiesta de tasas y todos los analistas afirmaron que los precios de las acciones volarían: el vuelo fue gallináceo).

En los '90, o antes con el discurso de Alsogaray, o aun después con el de Macri en diciembre de 2015, hacer feliz al Mercado era generar condiciones de inversión a largo plazo: en minería o en Vaca Muerta, en el siempre oscuro y rentable de la obra pública o las concesiones de servicios públicos. El otro negocio, el de la soja, está completo; y no requiere más inversiones externas. Eso se expresaba en cesiones de soberanía a todo extranjero por prórroga de jurisdicción general en tribunales como el CIADI, modificando la estructura del Poder Judicial, de dudosa constitucionalidad, supergarantías como el PPP, la liberalización del egreso de capitales y del mercado de cambios, etc. Abandonando la entidad supraempírica, el Mercado era, en concreto, las multinacionales mineras o petroleras, y algunos fondos o bancos de inversión.

Como es obvio, las entidades supraempiricas no existen. Son recursos del lenguaje para denominar procesos o conjuntos de sujetos. El error emerge cuando el análisis, sea interesado o de buena fe, se reproduce en la lógica literaria y la herramienta se corporiza y toma vida. El análisis termina en lugares disparatados. Como si el Mercado fuera un ser con racionalidad y sentimientos.

Referir al Mercado y no a un puñado de diez, veinte o cincuenta empresas petroleras, mineras, fondos de inversión y bancos con sede en el exterior es también un recurso con carga valorativa. Hablar del Mercado hace pensar en un sistema de competencia perfecta, idealizado también por algunos filósofos liberales como un modo de encontrar la racionalidad casi matemática para determinar valores económicos y aun morales, asignación de recursos, etc. En esa universalidad, los intereses individuales y egoístas aportan un componente benéfico para conformar la solución racional que resulta de su confrontación y puja. En cambio, aludir a tales y cuales empresas pone en blanco y negro que se trata de intereses individuales, carentes de moralidad, que juntos o separados no construyen decisiones racionales necesariamente benéficas para la sociedad. Pone también de manifiesto que si la decisión del Mercado es amoral (o busca la satisfacción del interés patrimonial egoísta), la política del Gobierno que solo busca su satisfacción también es amoral.

A dos años de “hacer feliz al Mercado”, el objeto de la acción del gobierno nacional es algo muy distinto de perseguir inversiones petroleras o mineras a largo plazo con modificaciones legales estructurales. Ahora se limita a subir la tasa de interés hasta números de alta inflación. El martes 3 de julio una letra del BCRA llegó a pagar 70 % anual. Hacer feliz al Mercado es ya una tarea que no se mide en semestres ni años, ni mucho menos lustros o décadas. Se mide por semanas, día a día, o en horas.

Decía Alsogaray que el capital (el Mercado) es miedoso. La lógica del capital es su reproducción. La ganancia. La acumulación. El miedo no existe; existe el riesgo en todo caso. Y en el lenguaje del prestamista, “tengo miedo al riesgo” se dice más tasa de interés. Es obvio que pudiendo ganar un 70 % anual en pesos o 5,5 % en dólares a noventa días, nadie racional y mucho menos un capitalista profesional pone dinero a largo plazo.

Macri ha llevado esto a la política. Transformó a la sociedad y al Estado en una organización cuyo único fin es satisfacer el deseo de los prestamistas internacionales de corto plazo de obtener más tasa de ganancia día tras día.

El Mercado, los prestamistas, no son idiotas. Saben que cada peso o dólar que gana se lo saca a la sociedad-Estado y de ese modo aumenta el déficit fiscal y se aleja cada vez más el llegar a la felicidad vía inversiones a largo plazo. Porque sea con LEBACs, LETEs, reservas, bonos duales o el papel que inventen, las tasas son cada vez más altas y el bolsillo es uno solo: el del Estado. Que si, dice el Presidente, estaba exhausto, cada vez lo estará más y no faltará mucho para que diga basta, y eso tal vez ocurra cuando se acabe el respirador artificial del FMI. Cuando eso ocurra, no habrá pasado algo que no hayamos vivido.

Conclusión: el Mercado no es más que una suma de empresas multinacionales. Desde hace unos meses, solo prestamistas con sede en el exterior –aun cuando administren en parte dinero de residentes en Argentina— que les importa un rábano el déficit fiscal: solo la tasa de interés.

Macri lo admite: por eso pone al frente de la Economía a dos idóneos en rentabilidad a corto plazo. Si en diciembre era escandalosa la tasa del BCRA en 28 % con el dólar a $ 18, tanto que llevó a la intervención del Jefe de Gabinete en una actuación ridícula (sobre la también ridícula —y vacía de razón constitucional— “independencia del Banco Central“), ¿qué decir de la tasa del plazo fijo de los bancos en 34 %, la del BCRA entre 40 % y 50 % con picos de 70 % y dólar de casi $ 30? Parece que cuando estábamos mal en diciembre estábamos bárbaro. Qué no dirían del equipo si lograra poner la tasa en 28 % y el dólar en $ 20, y recuperara los 10.000 M de U$D de reservas regalados.

Si a un equipo le meten seis goles en el primer tiempo, y en el segundo ninguno: ¿el equipo perdió seis a cero y hay que cuestionarse el planteo, o hay que felicitarlos porque en el segundo tiempo no le hicieron más goles? Es obvia la respuesta: se va el DT.

Parte de la oposición, complaciente, no parece darse cuenta del disparate de la gestión de Macri. Algunos analistas, atribuyendo a otros torpezas propias, insinúan que tal vez dejan hacer soñando que el descalabro deje a Macri como la indiferencia de Messi dejó a Sampaoli, de modo que  la derecha local (y hasta el Mercado) vuelvan a ilusionarse.  Carrió dice que Lorenzetti busca ese lugar, sin que se genere escándalo. (Esa tesis no tiene en cuenta a Michetti, y supone que a Pinedo lo arrastraría la caída de Macri.)

En el Senado se negoció la ley de medios donde parece que volvió a perder Telefónica y, según los que dicen entender, ganó Clarín. El mismo que ilustró hace dos domingos en la edición digital una nota de análisis político con la foto del Presidente y un helicóptero: un extraño gesto de mal gusto.

 

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