Sartre, a 40 años de su muerte
Una filosofía capaz de proponer métodos
El 15 de abril de 1980 en el hospital Brousais de París donde estaba internado desde hacía semanas, muere Jean Paul Sartre. Cuatro días después —el 19— se reúne espontáneamente una multitud que quiere dar un último saludo al intelectual más importante de la posguerra francesa. Simone de Beauvoir, la compañera de toda la vida, describe el momento del funeral en la Ceremonia de los adioses: “Había una inmensa muchedumbre, alrededor de cincuenta mil personas, en su mayoría jóvenes, a lo largo de todo el trayecto, la multitud fue disciplinada y calurosa. 'Es la última manifestación del '68', dijo Claude Lanzmann. Yo no veía nada, estaba como anestesiada por el Valium”. Aquel día una marea silenciosa y dolida recorre los tres kilómetros hasta el cementerio para rendir un homenaje laico al intelectual del engagement, del compromiso social y político.
El filósofo Revault de Alones cuenta que cuando su hijo volvió del cementerio de Montparnasse le dijo: “Vengo de la manifestación contra la muerte de Sartre”. Casi una marcha de protesta, pero quizás no la última del '68 como creía Lanzmann. En los procesos históricos es equivocado poner la palabra fin, la historia es compleja y a menudo aquello que parece terminado retorna con otras formas y contenidos. El fin implica una ruptura, pero discontinuidad o continuidad son sólo palabras, términos con los cuales tratamos de entender los hechos reales, son la forma que toman los elementos reales cuando se ordenan en la construcción de la realidad.
Sartre tiene 75 años cuando muere, pero desde 1973 sufre de una ceguera casi total que no le permite escribir. Es entonces cuando abandona la tarea y decide publicar, aunque incompleto, su amado estudio sobre Gustave Flaubert, El Idiota de la Familia, que con el pasar de los años había superado las dos mil páginas. La última gran obra de Sartre en la cual quiere dar una respuesta a una pregunta simple, sólo aparentemente tautológica: “Cómo se llega a ser aquello que uno es”. Un movimiento hacia sí mismo, una carrera hacia la imposible identidad. Lo dirá en un modo magnífico: “Corremos hacia nosotros mismos y es por esto que somos el ser que no puede nunca alcanzarse”.
En el Flaubert, Sartre pone en juego todo el arsenal metodológico que ha desarrollado durante años, primero en el estudio sobre Jean Genet y más adelante en Cuestiones de método, con el cual introduce la Crítica de la razón dialéctica. Quiere entender cómo se elige el propio destino, cómo se supera la propia época conservándola mientras se la supera, quiere explicar la historia a través de la biografía y el individuo a través de la complejidad de la época. Para poner a prueba su propuesta metodológica elige el caso Flaubert. Se pregunta cómo ha sido posible que ese hombre, considerado cuando era niño casi un tonto, se haya transformado en el padre del realismo, un escritor prestigioso de primer nivel. ¿Cuáles mediaciones tuvo que aceptar y cuántos obstáculos superar para convertirse en sí mismo?
El destino, tal vez haya que recordar, es para Sartre la libre elección de sí mismo. Es así que Flaubert será definido como “el Principe de lo imaginario”, aquel que a través de la literatura logra huir a una fatalidad anunciada y aparentemente debida. Imaginar es ir más allá del dato real, usar como pretexto la materia para inventar otra cosa, librarse de su peso conservándola en una nueva forma. Dirá que la imaginación es el espacio de la libertad, y no es poco para un autor que afirma que la libertad es lo que distingue al ser humano, aquello que lo hace persona. Una libertad calada en el mundo del cual no puede escapar. Estamos obligados a asumir estos parámetros de la condición humana: libres y responsables de nuestras elecciones, sean estas acciones o faltas.
Además de su monumental producción, después de su muerte se encontraron numerosos ensayos inéditos y más adelante, conmemorando los diez años de la muerte, su vieja revista Les Temps Modernes publica dos volúmenes de Témoins de Sartre, en total 1.400 páginas con trabajos de intelectuales de todo el mundo sobre su obra. Años después, el Groupe d’études sartriennes que recopila anualmente la bibliografía internacional sobre Sartre, termina considerándolo el autor francés más citado en el mundo.
El último filósofo
Se ha hablado de Sartre como del último filósofo, no porque los que hayan llegado después no lo fueran, sino porque, como decía Alain Renaut (Sartre: le dernier philosophe), el Sartre de la posguerra, en 1943, tenía como proyecto dar una respuesta a todo el saber a través de un sistema unitario y coherente. Un complejo filosófico donde del micro al macro, las problemáticas individuales y universales encuentran una articulación: la libertad, la vida, la muerte, las emociones, la imaginación, la historia, la literatura y el compromiso social y político. Un proyecto ambicioso. Sartre retoma y transforma la noción de universal-singular creada por Søren Kierkegaard, para proponer la superación dialéctica de la analítica cuantitativa que cree que la acumulación de datos y conocimientos sea suficiente para garantizar el pensamiento. Sartre propone la cuestión desde otro punto de vista, no ofrece soluciones sino instrumentos, métodos, observaciones. Nos provoca, propone buscar el infinito en el finito. Es más, afirma que se trata de ponerse en marcha para encontrarlo porque ontológicamente cada elemento de una colección conserva las propiedades del conjunto del cual es parte.
El enorme suceso de esta propuesta filosófica y social, que entonces había alcanzado el mérito de poner de moda a la filosofía, ha superado su época llegando hasta nuestros días. Sartre rechaza los vínculos académicos, sus ideas circulan por las calles, en los cafés, en las manifestaciones, en los ensayos, en las obras de teatro, en las novelas, en los diarios y en las revistas. Un intelectual metropolitano, que nunca ha aceptado premios ni reconocimientos, llegando a rechazar en 1964 el premio Nobel de Literatura. No quería convertirse en un monumento, no quería ser momificado por la gloria, quería ser hostil al poder, un escritor que se ponía en discusión en cada obra porque vivir es una sucesión de desafíos. No quería tener una cátedra, pero en el '68 fue uno de los pocos intelectuales invitados a hablar en una universidad ocupada. Se dice que cuando llegó a la Sorbona la asamblea estaba repleta y en la pizarra encontró escrito: “Sartre, por favor, sé breve”.
Universal-singular
Hemos hecho referencia a la categoría del universal-singular, pero hay muchas otras dignas de entrar en la caja de herramientas como instrumentos útiles para el conocimiento. Sartre trabaja para superar la fragmentación de la sociedad moderna, define el saber como una totalización siempre en curso, no una totalidad detenida e inerte. Una noción, como decíamos, micro y macro: el ser humano es también una totalización que existe dando vida, fundiendo en el presente de la acción pasado y futuro. Quién si no él hace la historia, elige, produciendo cada vez una síntesis única que lo hace singular, convirtiendo en universal la época que lo constituye. Será una dialéctica sin pausa donde prevalece el presente, lo existente, la vida real y datada.
Cada ser humano carga sobre su espalda toda la humanidad, cada problema que afrontamos son todos los problemas, porque un aspecto singular es en realidad el producto de una operación que ha separado, definido y descontextualizado algo que es en sí inseparable de su mundo. El in-significante es simplemente algo que hemos descuidado.
Ahora más que nunca nos damos cuenta de cómo nuestras sociedades individualistas no están en grado de dar respuesta a los complejos problemas humanos que hoy son todos, indefectiblemente, globales. Es necesario derribar los muros, como sostenía André Gorz, hacer una alianza entre socialismo y ecología para construir un planeta vivible para nosotros y para el futuro.
* El autor agrega a su nota un link a la gran exposición sobre Sartre en la Biblioteca Nacional de Francia.
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