Sara Facio, peronismo recargado

El 7 de marzo se inaugura una muestra en el Malba que promete polémica

 

Podría empezar elogiando el valor histórico de las fotografías de la muestra Perón de Sara Facio, curada por Ataúlfo Pérez Aznar, que se expondrá desde el 7 de marzo en el Malba y narra la efervescencia política que se vivió desde la vuelta del viejo líder a la Argentina en 1972 hasta su muerte el 1º de julio de 1974. Pero, dado el contenido de esta muestra, es inevitable hacer una reflexión previa sobre el marco ideológico que la rodea.

Madre adoptiva de toda una generación de fotógrafos, Sara Facio presenta en esta exposición del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires una amplia iconografía fotoperiodística del segundo peronismo, movimiento con el cual nunca comulgó. Por otra parte, Perón expuesto en el Malba remite directamente al famoso verso de Discépolo que liga biblia y calefón. Uno se pregunta entonces si estas contradicciones no son parte de la desinfección en curso de los contenidos históricos-revolucionarios del peronismo, cuya cara más desbordada de los años '70 muestran las fotos de Facio. Titular “Perón” a esta exposición que muestra los gestos más desbocados de un tiempo que terminó en una tragedia y exhibirlos en el contexto esterilizado de las salas del Malba, hace pensar que las brisas que flotan sobre esta muestra son parte de la misma tormenta sigilosa y perfecta con la que el modelo gobernante tilda hoy al peronismo de populismo ladrón, mientras evita una discusión de fondo sobre la construcción política argentina más profunda y controversial del siglo XX. Así visto, ni el Malba se merece a Perón ni, mucho menos, Perón al Malba.

Nadie duda, sin embargo, que Sara Facio mantiene intacta la gloria celeste de su bien ganado título de Pacha Mama de la fotografía argentina que edificó durante toda su vida. La fundación de la Fotogalería del Teatro San Martín, la Colección Fotográfica del Museo Nacional de Bellas Artes y otras obras en su haber son hitos indiscutibles en la lucha por la reivindicación de la fotografía de arte de nuestro país. Nadie como ella construyó tanto espacio en favor de la fotografía y de sus colegas, y esto nunca podría ser negado. Pero la carga política de esta muestra reaviva inevitablemente algunos gestos de su trayectoria: la escena de Sara atrincherada en el Museo de Bellas Artes en 2003, junto a su director, defendiendo al neoliberalismo cavallista frente al modelo kirchnerista apenas naciente; su confrontación con los reporteros gráficos por no vestirse de un modo adecuado como para poder ser aceptados en el Waldorf de New York o el Ritz de Paris; su consideración de que las famosas fotos del general Menéndez corriendo con un cuchillo a un fotoperiodista son inservibles para el arte; o su idea de que el Che Guevara era un hombre absolutamente opuesto al héroe en que se transformó gracias a la famosa foto de Korda impresa en las camisetas izquierdistas. Bastaría una sola de estas menciones como muestra de su ideología. Esos han sido los verdaderos gestos políticos de Sara. Y este dato no puede pasar inadvertido ante esta muestra que expone solo la superficie de un tiempo de sueños, trabajo colectivo, contradicciones, pasión y tremendos errores, cuya profundidad necesitó de la dictadura más descarnada de nuestra historia para ser neutralizada.

Con el mismo énfasis, es justo decir que las fotografías de esta exposición tienen el doble valor de mostrar como nunca antes un período histórico crucial de nuestro país, y de hacerlo a través del ojo de un solo fotógrafo. La proximidad con los hechos fotografiados sumada a la ajustada selección de Pérez Aznar vuelve interesantísimo el compilado. Él fue quien descubrió este valioso material que, de otro modo, hubiera sido devorado por el olvido. Y a pesar de la improvisación que denotan las tomas –comprensible por la vertiginosa irrupción de la realidad en las cámaras de quienes testimoniaban aquél tiempo desenfrenado–, es noble resaltar que esta unidad de mirada que propone Facio no había sido presentada nunca desde del trabajo de Pinélides Fusco sobre el primer peronismo. Esto no es poco. Por eso quise entrevistarla en su estudio, donde me recibió a sus 86 abriles, con su amplia sonrisa de siempre.

Sara aclara de entrada que esta muestra es una selección de un trabajo profesional que nunca había pensado exponer. Y que fue concretada por idea de Ataúlfo Pérez Aznar, que buceó durante tres años en ese material inédito como un topo alucinado. Las fotos fueron hechas originalmente para la agencia Sipa Press de Francia, para la cual Sara trabajó con Alicia D’ Amico y María Cristina Orive durante aquellos años, fotografiando la política de Argentina, Uruguay y Chile.

–Es una muestra de “puro periodismo total en blanco y negro” que hice como profesional –explica–, al igual que otros trabajos de entonces, como la campaña de Álvaro Alsogaray o de Cafiero.

–Trabajabas para todos…

–Éramos profesionales independientes, no militantes.

–¿Y porqué, reconociendo que fuiste fotoreportera durante varios años, tuviste un notorio enfrentamiento con los periodistas gráficos?

–En una oportunidad yo critiqué la inclusión en un salón de arte fotográfico de una foto de Massera caminando por la calle mientras tenía prisión domiciliaria, donde nadie duda que debía estar. Según mi criterio esa foto servía sólo para los diarios o para un juez, no para el arte. Para un museo, las reglas estéticas son otras. Hay fotos que tienen condiciones para los derechos humanos o para estar en el Conti, pero no para un salón de arte fotográfico.

–¿Y cómo compatibilizás esa desinfección ideológica del arte a la que adscribís, con el montaje de una muestra llamada Perón sobre uno de los períodos más dolorosos de la Argentina, en un museo como el Malba?

–Como dije, la idea de esta muestra es de Ataúlfo Pérez Aznar, no mía. Yo elegí algunas fotos. Otras, tal vez sean demasiado periodísticas.

–Lo decís restándole nuevamente valor a ese tipo de fotografía.

–No es que tengan menos valor. Pero yo construí la mejor colección fotográfica latinoamericana en el Museo Nacional de Bellas Artes y tengo un criterio claro sobre el tema.

–¿Qué debe tener una foto para poder entrar en un museo?

–Una mirada personal. Que haya empatía entre el fotógrafo y el tema.

–¿Estas fotos tienen esa empatía?

–No con el peronismo, sino con la gente. Me atraía el fervor que despertaba el peronismo en la gente.

–¿Cómo se combina el hacerle la campaña a Alsogaray, con esta empatía con el pueblo que mencionás?

–En la diferencia entre un militante y una persona independiente. A un militante todo lo que hagan sus líderes le parece maravilloso –dice, en una definición curiosa de militancia–. Yo, en cambio, era profesional.

–Entonces no creés en el compromiso ideológico de un fotógrafo con un tema.

–Claro que creo. Pero no lo creo en mí, porque nunca estuve en un partido. Yo soy militante de la fotografía y de los buenos fotógrafos. Todo lo que sea guerrilla, secuestro, muerte y violencia, como sucedía en los '70, no me gusta. Soy de una generación que admiraba la paz –dice, asimilando ahora compromiso político y violencia.

–¿Pensás que la fotografía llamada “de arte” tiene mayor valor que aquella testimonial?

–No. Hay muchos reporteros gráficos como Eugene Smith que son artistas.

–Gene Smith es mi fotógrafo predilecto. Y él se comprometió a fondo con los temas que fotografiaba. Tanto que murió como consecuencia de los golpes que le dieron mientras hacía su famoso ensayo sobre el envenenamiento del mar que producía la empresa Chisso en Minamata. ¿No pensás que ese tipo de fotografía puede producir cambios sociales y culturales de gran valor?

–Por supuesto. En la colección del Museo de Bellas Artes puse una foto del Che de Fredy Alborta, que tiene un enorme valor emocional. Pero sólo algunos valen la pena.

–¿No fuiste demasiado autoritaria algunas veces?

–Hay que ser un poco autoritaria, porque si no te pasan por arriba. No me gusta serlo, pero tuve que sobreponerme a mi gusto.

–Me refería al poder que ejerciste desde tu sitio en la fotografía.

–Ese me lo dieron ustedes.

–Me da la impresión de que vos también peleaste por eso.

–Peleé por la fotografía. No peleé por mí, si no estaría haciendo viajes y yendo a congresos a los que nunca acepté ir, así como no acepté ninguno de los cargos públicos que me ofrecieron todos los gobiernos desde Frondizi hasta aquí.

–¿Qué pensás del macrismo?

–Creo que este es un momento difícil y que hay gente muy valiosa haciendo muchos esfuerzos. Ojalá tengan éxito porque ante todo soy muy patriota.

–¿Y del kirchnerismo?

–Que fue una lástima que se desperdiciaran tantas oportunidades debido a gente que no tenía la capacidad necesaria. El actual gobierno tiene gente más preparada en lo suyo. El Ministro de Transporte sabe de transporte; el de Economía, de economía.

–¿Ves bien encaminada la economía?

–¡No sé, querido…!

–Como decís que este Ministro de Economía sabe de lo suyo…

–Quiero decir que es economista, no jardinero.

–Hasta donde yo sé, Kicillof también era economista y no jardinero.

–No me refiero a él.

–¿Y entonces a quienes te referís?

–A otros que no estaban preparados en lo suyo…

……………………

–¿Cómo es hoy un día en la vida de Sara Facio?

–Me despierto temprano, leo La Nación, bajo a tomar café a alguno de los bares que hay en mi barrio. Si está disponible, allí hojeo Clarín… Después vengo al estudio, llueve o truene. Veo amigos. De noche salgo poco.

–¿No leés ningún diario más progresista?

–No porque no los encuentro en los bares. Y no los voy a comprar. Además no me interesan los diarios que no tienen fotos.

–¿…? Decís que no quisiste exponer esta muestra el año pasado para que no sea usada políticamente. Pero exponer estas fotos sobre lo más desmesurado de los años '70 durante un gobierno antiperonista como el actual, ¿no tiene una cuota de oportunismo?

–¿Te parece que el macrismo ataca hoy al peronismo?

–Si, a una parte. Aunque, sobre todo, me parece que ataca al país. Pero esa es otra discusión. Vos y yo podemos tener miradas políticas diferentes pero eso no quita que tengamos muchos puntos en común respecto de la fotografía o de la vida. Que defendamos nuestras verdades con honestidad. Creo que ambos somos buenas personas.

–¡Vos no! –dice y me hace una mueca.

–Mirá que reformulo la nota y te lo confirmo –la amenazo, y ambos lanzamos una carcajada. Desde entonces la entrevista se tiñe de ternura.

–¿Qué creés que hiciste bien y mal en la vida?

–Creo estar con la conciencia tranquila respecto del cuidado de mis padres y de mis sobrinas, que quedaron huérfanas muy chicas. Mariana es una de ellas, hoy una exitosa fotógrafa. Además creo que hice bien mi propio trabajo. Lo malo fue no haber desarrollado con más énfasis en la editorial (La Azotea). Es lo único que no terminé en mi vida y tengo cierta sensación parecida a la de haber abandonado a un hijo. Pero ahora estoy ocupada con el lanzamiento de la Fundación María Elena Walsh que ayudará a quienes hacen música y literatura, temas a los que yo agregué la fotografía.

–¿Extrañás a María Elena?

–¡Claro! Mucho…

–¿Creés en Dios?

–Y, si… Qué vamos a hacer.

–¿Y qué creés que te dirá María Elena cuando se encuentren?

–¡Al fin llegaste!

María Elena deberá armarse de paciencia. Ese encuentro parece todavía muy lejano. Sara –la autoritaria, la controvertida, la colega, la amiga, la que dedicó su vida a plantar los cimientos del reconocimiento de la fotografía de arte en nuestro país– mantiene entero el ímpetu y la inteligencia que siempre la caracterizaron y que muchos jóvenes fotógrafos de hoy le envidiarían. Esta muestra trasluce una vez más su interés por los otros y por el mundo que la rodea, algo que también deberían aprender de ella las nuevas generaciones. El tiempo dirá si su pensamiento político neutralizará la importancia de su obra. O al contrario, si ésta lo trascenderá. Yo adscribo a lo segundo.

 

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