Salven el trabajo asalariado
¿Cuál es el pacto conocido que permitió mayores márgenes de protección social?
Desde la ruptura de los pactos de posguerra hasta nuestros días —atravesados trágicamente por el Covid-19— no proliferaban con tanta inflación los planteos apocalípticos sobre el fin del trabajo. Meses después de que la Organización Internacional del Trabajo, hija sobreviviente de los pactos de preguerra, de entreguerra y de posguerra, dedicara la celebración de su centenario a la convocatoria por un debate global por el futuro del trabajo, emergieron discursos de oportuncrisis laboral. La pandemia podría servir en diversas direcciones. Desde la reapropiación ciudadana de la tecnología, pasando por la aceleración del proceso de finalización de toda forma de trabajo humano, hasta la optimista creación de un “nuevo pacto” basado en la renta básica universal y el fin de la financiarización de la economía.
La OIT estimó que en el peor escenario se podrían perder durante la crisis casi 200 millones de puestos de trabajo en el mundo. Hacia fines de abril se habrán solicitado -en sólo cinco semanas- más de 26 millones de seguros de desempleo en Estados Unidos. Todas las estimaciones son superadas por la realidad semana a semana.
Nick Srnicek —autor de Capitalismo de plataformas— es el exponente de la corriente marxista acelaracionista que postula una crítica a los infructuosos intentos de los movimientos sociales antihegemónicos y antisistema de revertir (y nunca superar) la creciente distribución desigual de la renta a nivel global. Para ello propone una reconfiguración de las fuerzas desplegadas por la tecnología, promover la aceleración imaginativa de sus creaciones más descabelladas y la elaboración de un programa postrabajo. Reconstruir un futuro para inventarlo, acelerándolo.
Sólo en Estados Unidos, Amazon registró más de 639 millones de visitas durante la segunda semana de marzo. Equivale a un 32% más que el año pasado. El valor accionario de la empresa alcanzó su máximo durante la pandemia. Vale veintiocho veces más que Mercado Libre. Está capitalizada en 1,19 billones de dólares. Apenas en septiembre había pasado la barrera del billón. Con este panorama su vicepresidente de operaciones dijo después de anunciar que contratarían -como autónomas- a 100 mil personas que quería hacerle saber a la gente que “son bienvenidas en nuestro equipo hasta que la situación vuelva a la normalidad y su empleador anterior pueda volver a contratarlo”. Desde ya, la propuesta de trabajo no incluye licencias por enfermedad ni salario fijo.
Otra es la aceleración que prefigura el pensador contemporáneo, politólogo, periodista, divulgador y prestidigitador argentino Andrés Oppenheimer. Desde la publicación de Sálvese quien pueda, el futuro del trabajo en la era de la automatización, plantea que el “47% de los empleos van a desaparecer en diez años”. Hace pocos días sostuvo en Tw que “por la crisis del coronavirus, lo que dije en el libro sobre el futuro del trabajo va a pasar más rápido de lo que pronostiqué. No va a suceder a fines de esta década, sino ya mismo”. El título de su libro es la última advertencia individualista antes de la muerte del trabajo asalariado, y la más repetida. Como quien grita: ¡Abandonen el barco, cada cual por su cuenta, sálvese quien pueda! No habrá más trabajo. Es la premisa básica de los discursos que demandan reformas laborales, flexibilización, desregulación y extinción de toda forma de organización sindical. La estocada final al pacto de posguerra de protección social y a la sociedad de trabajo. Es el título que contrasta literalmente con la frase de Jorge Bergoglio, y que pregona como un mantra Alberto Fernández. Estamos todos en la misma barca, nadie se salva solo.
A modo de experimento, Rappi lanzó a las calles de Medellín catorce unidades de unos simpáticos robots (de la start up Kiwibots) que reparten pizza. Los motociclistas observan impávidos a estos pequeños arturitos que cruzan la senda peatonal. La automatización digital se enfrenta cara a cara con la automatización robótica. El 24% de les estadounidenses trabaja a través de la gig economy. Un fenómeno que a diferencia de la amenaza robótica no necesita capítulos de Black Mirror ni experimentos patéticos porque ya ha transformado el mundo del trabajo. Millones de personas trabajan hoy mismo como independientes -y por lo tanto sin derechos laborales- cuando realizan en verdad un trabajo objetivamente más subordinado que ningún otro. El mundo del trabajo está enfermo de fraude laboral, no de robótica ni de tecnología.
Las miradas más optimistas de la oportuncrisis se postulan alrededor de la renta básica universal. Desde Srnicek, pasando por Francisco y Elon Musk (Tesla), Bill Gates (Microsoft), Zuckerberg (Facebook-Instagram-WhatsApp), Pierre Omidyar (eBay), hasta los autores del Monitor Fiscal del FMI, plantean abordar la posibilidad de un ingreso mínimo para resolver la tendencia a la automatización del trabajo y la desigualdad creciente. Casi todos, incluidos Guy Standing (autor de El precariado), Marta Aller (autora de El fin del mundo tal y como lo conocemos) o Eduardo Levy-Yeyati (autor de Después del trabajo), coinciden en que el problema a resolver es el desplazamiento de millones a la marginalidad. Para elles, la anticipación de la automatización total del trabajo también justifica o reclama esta solución.
Pero no todos coinciden en cómo se paga. ¿De dónde extraer la renta que será universal? ¿Por qué la renta básica no es ya una realidad? ¿Por qué no alcanza para ser la base de un nuevo pacto social? Cada cual tiene su respuesta según sus intereses o perspectivas. Quienes denuncian la financiarización de la economía proponen solventar la RBU con impuestos a las transacciones financieras. Quienes promueven el intercambio financiero desregulado en cambio proponen solventarla con un impuesto a las máquinas (que quitan el trabajo). Otros, con un impuesto al valor agregado y al consumo, otros con un impuesto a la extracción de recursos naturales, otros con impuestos a la tenencia de bienes suntuarios.
La única experiencia constante y sonante de aplicación de la RBU —acompañada de un estudio sobre sus impactos— fue realizada en Finlandia. Las conclusiones no detectaron cambios en la empleabilidad de las personas en un país que goza de pleno empleo, y relevaron rechazos a esta política entre la población. Aunque sí detectaron más optimismo entre los beneficiarios —en línea con los "beneficios de ser tu mismo" presentados por Ediana Balleroni—, el proceso de implementación de RBU fue suspendido.
Val Seriana, Provincia de Bérgamo. La zona tradicionalmente conocida por la elaboración de castegne viró a la producción de industria pesada terminada la segunda guerra mundial. Al calor del desarrollo afloraron los sindicatos más combativos de la zona. Tenaris -una de las más grandes empleadoras de la comuna- se suma a la campaña Bergamo non si ferma. La comunidad del valle de Seriana, el corazón industrial de Bergamo, sería la última en entrar en una cuarentena administrada. El trabajo asalariado pierde aquí y allá, con cuarentena y también sin ella.
En la Argentina —uno de los pocos países en combinar la cuarentena anticipada junto con políticas de ingresos y protección del trabajo—, la renta básica universal ocupó el centro del debate entre especialistas y analistas de las relaciones laborales después de anunciada la implementación del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que sumado a la ya exitosa Asignación Universal por Hijo parecen prefigurar una nueva etapa en las políticas de emergencia social. Cuando el gobierno argentino anunciaba la IFE, Donald Trump todavía negaba los efectos de la pandemia. Paradójicamente, Trump implementó luego —y muy rápidamente— un bono de 1.200 dólares para toda persona con ingresos inferiores a 75.000 dólares anuales. Al otro lado del Atlántico, la iniciativa británica Basic Income Conversation publicó una carta en la que le espetaba a Boris Johnson las políticas de Trump al tiempo que exigió la implementación de la RBU al terminar la cuarentena.
Al igual que con las disidencias respecto de cuál es la renta que debe ser extraída por los Estados para pagar un hipotético ingreso básico, las coincidencias respecto de las nuevas políticas de ingreso todavía parecen estar condicionadas por la emergencia en tanto no es posible dejar a un lado el debate de fondo; el modelo de Estado y el modelo de sociedad sobre el cual pactar.
A principios de abril, el Ministerio de Trabajo de Colombia impone un decreto de emergencia para las empresas de plataformas que realizan ventas y entregas a domicilio. Incluye protecciones a los repartidores, capacitaciones obligatorias sobre cuidado y canales de denuncia por posibles contagios. El servicio que prestan las plataformas está exceptuado de la cuarentena en todos los países que dispusieron esta medida hasta la fecha. La actividad que se debatía alrededor de la ilegalidad hoy es considerada esencial en todo el mundo. Rappi Colombia estimó que 45 mil personas estaban en lista de espera para conectarse a la aplicación. Aunque con más demoras -lo que repercute en los ingresos de los repartidores- registró un aumento del 15% en los pedidos. En pocos días las empresas que contratan a trabajadores asalariados como si fueran autónomos, concentran la venta y la distribución de alimentos elaborados y de artículos de primera necesidad. En su exponencial desarrollo, la actividad y el trabajo en plataformas que podría fortalecer las contribuciones a la seguridad social espera por regulaciones impositivas y laborales. Mientras, los estados lanzan inversiones sin antecedentes para compensar la suspensión de la actividad económica al tiempo que dispensan a los empleadores de pagar las contribuciones patronales a la seguridad social.
¿Cuál es la capacidad de los Estados de sostener al sector privado para evitar el colapso del mercado de trabajo? Si el problema de fondo es la exclusión de millones de personas de ese mercado, que es la misma circunstancia que vuelve insostenibles los sistemas más avanzados de protección social, ¿cuáles son las chances de resolver el problema cargando a los estados de imposibles inversiones sin coincidir en la extracción de renta? La solución de fondo quizás se encuentre en develar qué nos trajo el problema: la destrucción ininterrumpida de trabajo asalariado. El mismo trabajo que fue la base de los pactos de posguerra y de un estado social de derecho. El que posibilitó el mayor período de crecimiento y distribución equitativa de la riqueza. A fuerza de destrucción del trabajo asalariado es que son posibles las distopías de su fin. Sin temor a la nostalgia, la reconstrucción de los años dorados del capitalismo quizás sea el único pacto realista y conocido al que podamos aspirar antes, después y más allá de la emergencia. Aquel basado en la solidaridad es el pacto posible de recrear para planificar un futuro.
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