ROMANCE DEL COCODRILO Y LA MUERTE
La vera historia de una auténtica crónica macrista con textual entrecomillado.
No es caimán (¡válgame Dior, ese es cubano!) ni es lagarto (casi peor, de Saramago). Es cocodrilo bien telúrico, bien del Iberá, al que Mauricio otea de parado sobre el estanco plástico que flota sin que nadie lo sepa, bien aislado. En la urbe rugen las mujeres, truenan los teléfonos, trepa el verde, pero allí otro es el color, el de las plantas, el de la coraza del reptil amigable que se zambulle en la costa hacia el Fondo, del que es padre, amigo, hermano en lo indeleble. Le trae al Presidente buenas nuevas y un albur promisorio y una intriga, como la de aquél epónimo que en Delfos supo dar al incestuoso todo un reino, sin contarle el ciego final ni lo que hizo la amada con sus trenzas.
Lejos está de ser invento tal lujuria de escenas y paráfrasis, nada de eso. Lo relata una fuente más que confiable, certera; Tribuna de Doctrina, como si hubiera estado ahí, personalmente, o fuera el invisible bichito que se mete a espiar donde uno lo invita y al otro ni le quita quien esté o deje de estar en la entrevista. Si lo dice el centenario matutino del héroe de Cepeda, ¡a qué dudar!, ha sido así. De tal modo desde el éter corrobora el general fundador que muy orondo legitima a sus hijos putativos, en la pluma, en la espada, de facto, como diga. Él, que también fue Presidente, ve en el actual un descendiente que a imagen y semejanza quiere ser inmortal, con otros versos. No le fue bien con la rima al creador del centenario matutino. Debió conformarse con la Historia y la escribió a su medida, como éste que le sigue en mismo trono que lo hace, Jaime y Disney mediante, sin pudor y sin fatiga.
Pero esto que cuenta el diario La Nación ha de ser cierto, sin duda sabe lo que Mauricio sabe pero por sobre todo lo que siente. Que es sensible el Presidente, en negro sobre blanco escrito está: “No quiere estar atrapado entre despachos” y a meditar parte a los esteros de Corrientes, a falta de París, Niu Iorc, Washintón o, más cerca, lo del amigo sajón que con esmero, junto al lago le dice a quien sí y a quién no bien guardado hay que guardar, muy eficiente. A la vuelta ha de adoptar “medidas trascendentales”, como siempre; según consejo del reptil que viene desde el fondo del Fondo y le sugiere jugar “un as en la manga”, o bien “algo desconcertante, inesperado”. ¡Claro! Algo notable, ¡idéntico a si mismo!, otra vez, ya nadie aguarda la palabra fluida, inflamada verba, vuelta a cero, tabla rasa. Gran idea retornar como el resorte que vuelve a su lugar después del amasijo. “Resiliencia” (pero mecánica esta vez) llámale el poeta que anhela aludir a la mental para trocar ese rictus de aquí nunca pasa nada, y se vislumbra, de “sonrisa leve”, tensa, fatigada. Es “el mundo inestable que le toca”, en suerte buena o mala, poco importa, pues es él el Presidente, un Ícaro de amianto, tan humilde que en terapia trabaja —alguna vez— “entender que no puede resolver todo de un día para el otro”. Sí, el diario de Mitre Saguier os da la posta, lo asegura, que Mauricio al sauropsido arcosaurio recurre con premura, angustiado por cómo los macroeconómicos cimbronazos pueden (sic) afectar “a los que menos tienen”. Como él —por eso sabe—, cuyo hermano menor luce una fortuna mayor, según se ha visto, al declarar la guita encanutada en un paraíso que ni es el Edén ni que es la planta, flotando en el secreto bursátil de la nada.
Como un buen alumno del Niuman, es el matutino quien confiesa, aunque está grandecito el Presidente, ha de hacer correctamente los deberes para arribar con talante extraordinario en febrero venidero a su nueva condición: sexagenario. Vuelve a percutir la moraleja del Oráculo de Delfos, en anfibio correntino reciclada, de unir infancia y avanzada madurez, vivificada en ominosa amenaza, nada menos que en padre reflejada. Pues el vulgo lector recién se entera que, quien en casta prosapia alguna vez depositara su simiente para engendrar, nada menos, al “más poderoso de Argentina”, el ahora dirigente. El gran predatario del Estado, el de ayer, el que hereda a su progenie, se halla postrado, terminal, en una cama, solo rodeado de nurses y galenos, entubado. Y pidiendo que él mismo, el Presidente, le ponga de una vez fin a tal dolor, a esa agonía. Bah: que lo mate, de toda mortuoria mortalidad así termina de reflejarse el “alter ego pero conflictivo” en el cruel espejo de los días, que asemeja a uno y otro, cada vez más, al “forjador de su temple”, quien perturba “abordar nuevos desafíos”. Y no se anima.
Mira el hijo la escena. Ese es Franco, su padre “indefenso y doliente” que “en sus breves momentos de lucidez” sigue pidiéndole la muerte. Una vez más en sus presidenciales pensamientos se entromete, esta vez en la aritmética de cuanto más tiempo para el Poder a él le resta, ¿año y medio?, ¿cinco? ¿veinte? Entonces arriba a la sesuda, casi aristotélica respuesta: “Una vez que terminaste, terminaste”, flecha certera, pragmática filosofía, lanza enhiesta. Verdad indisoluble como que no todo cocodrilo ha de aguardar como marroquinero destino ser zapato ni cartera.
Deja el litoraleño reptil, no obstante, una señal, un recuerdo, una advertencia. En el páncreas del mandatario —sigue el diario— una papa con células madre conjurada por si alguna vez, en un descuido, llega a apartarse del indicado y recto, su camino. Puede peligrar entonces el tenis que la ha traído a maltraer el brazo, que por supuesto es el derecho. O algo peor aún, horrible, calamitoso: que un menisco alcance a privarle del fulbito. ¡Qué será de este país si eso sucede! ¿Dónde iremos a parar? “El futuro es una incógnita”, así es como el veraz matutino cierra la crónica, con humana duda, la fe impertérrita, las virtudes del prohombre protegidas, a resguardo su imagen ahora renovada; de un héroe civilizador pues hoy se trata, figura intacta.
Dado que Heidi hay una sola, se mira y no se toca es la premisa, Jaime en remojo la Barba pone (es berreta la imagen, mas no hay otra), pero antes genera un nuevo ídolo, que la inocente ninfa lleva bajo el brazo, convenientemente aromatizado en su sobaco. Es el tierno, mullido corderito, por fin huérfano, amoroso que por el prado planea protegido por la niña siempre alegre, el que siempre siempre siempre sale airoso. Son los mismos que de Suiza al mundo y lares hacen cuentas, numeradas o no tanto, con el fin de perpetuarse en quien la menta. Parece que en su meta de grandeza mal se cruza en creciente número la gentuza que a la Luna envía Mauricio sin parar y en su corteza se apretuja, haciendo peligrar del satélite su órbita. Con cierta, próxima, posible posibilidad de que se estrelle contra ese universo virtual y paralelo en el que habita Heidi y su cordero, el cocodrilo, los cofrades de aquél grado, ya sabemos de quiénes se trata. No se trata de este planeta, de esta Tierra la que la desorbitada Luna destruye por su propio peso. Es ese holograma fantasioso, ese hediondo pantano pletórico en reptiles, el que un sábado el diario más conservador describe como el mejor de los mundos: imposible.
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