El despido de John Bolton como Consejero de Seguridad Nacional pone en evidencia el desorden de la gestión de Donald Trump y conmina a su administración a exhibir algún éxito de cara a las próximas elecciones de noviembre de 2020. Bolton se constituyó en el funcionario número 51 en ser eyectado del entorno presidencial, récord absoluto para un periodo presidencial. Dicha etapa empieza a ser evaluada como caótica y, al mismo tiempo, incapaz de cumplir con los objetivos comprometidos con el electorado.
La imprevisibilidad manifiesta y el enfrentamiento cotidiano entre los grupos de poder que rodean al primer mandatario han derivado en una paulatina merma en el liderazgo global, incluso entre sus socios históricos más cercanos. El despido de media centena de colaboradores forma parte de un modelo de gestión, que ha sido acompañado con la sistemática ruptura de pactos internacionales, repetidas amenazas de contingencia bélica y anuncios varios de acuerdos nunca validados. Trump se ha caracterizado por destituir funcionarios con la misma impronta teatralizada con la que condujo el reality televisivo The Apprentice desde el 2004 en adelante. Su antecesor, Barack Obama, despidió el mismo número de colaboradores pero en 8 años de mandato.
Más allá de los cambios de nombres, los ejes de política exterior de Trump continuarán, sin duda, generando situaciones de tensión en las 5 áreas estipuladas como prioritarias en términos estratégicos. Dichas localizaciones se relacionan con:
- La guerra comercial con China.
- Las negociaciones con Corea del Norte relativas a su programa nuclear.
- El triángulo de Medio Oriente, emplazado entre la República Islámica de Irán, Arabia Saudita e Israel.
- Los acuerdos con el Talibán en Afganistán.
- La situación de Venezuela.
El conflicto con el gigante asiático es por la hegemonía económica y comercial a nivel global. Los think-tanks de Washington vienen alertando, desde hace una década, acerca del desafío que implica la evolución tecnológica de Beijing respecto de sus competidores transnacionales con sede en Estados Unidos. Los aranceles dispuestos por Washington para intentar obstaculizar la sinergia productiva china favorecieron una desaceleración de la economía mundial, impactando incluso en colectivos ligados a la base electoral republicana. Estos últimos grupos se vieron perjudicados por los desajustes producidos en las cadenas de valor mundial (con eslabones claves instalados en el sudeste asiático), y por la caída de las exportaciones generadas por los aranceles —en espejo— impuestos por Xi Jinping.
Mientras que las negociaciones con Corea del Norte se convirtieron en un vodevil de pactos potenciales y resultados nulos, Bolton certificaba ante su jefe que el programa de enriquecimiento de uranio persa sería un fracaso, dadas las restricciones producidas por las sanciones económicas dispuestas por Washington. Luego del abandono unilateral del Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés), también conocido como 5+1, los halcones republicanos esperaban que Teherán se dignara a negociar en situación de mayor debilidad. Sin embargo, a pesar de las especulaciones del ahora expelido consejero de Seguridad, Irán informó la semana pasada que puso en funcionamiento 20 centrifugadoras IR-4, el doble que las avaladas por el Tratado 5 +1, que la administración de Barack Obama había firmado en 2015.
Las vacilaciones respecto a las negociaciones en Afganistán (origen inicial del fundamentalismo islámico, financiado en los años '70 por Washington, para dotar de capacidad militar a quienes se enfrentaban contra la Unión Soviética), contribuyeron a dotar de mayor incertidumbre el tablero mundial. El caso de Venezuela es, sin embargo, el que asume mayor relevancia para la política trumpista, dado que implica la doble posibilidad de controlar las mayores reservas de hidrocarburos del mundo y, al mismo tiempo, contar con la posibilidad de restringir los suministros de petróleo de Caracas hacia China, estrangulando su crecimiento.
Amenazas
Cuando Trump justificó el despido de Bolton, afirmó que este último se había extralimitado en relación a Venezuela. Esa afirmación convirtió a los periodistas acreditados en la Casa Blanca en primerizos estudiantes de hermenéutica, intentando descifrar el verdadero significado atribuido a tal imputación. El propio Presidente se encargó, pocas horas después, de convertirse en su propio intérprete al caracterizar a Bolton como un mero conciliador. Sin solución de continuidad nominó a Michael Kozak como subsecretario de Estado para América Latina, en sustitución de la renunciante Kimberly Breier. Los antecedentes de Kozak muestran el perfil injerencista que el Departamento de Estado depara para sus vecinos al sur del río Bravo. Como primer tarea de su nuevo cargo, se abocará a intentar aplicar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) contra Venezuela, un acuerdo de defensa mutua interamericano, aprobado en septiembre de 1947 en Río de Janeiro, en el marco de la Organización de Estados Americanos.
Dicho Tratado fue creado para salvaguardar a los Estados miembros de amenazas militares extracontinentales. Washington lo desechó en ocasión del ataque británico a las Islas Malvinas en 1982 pero pretende que sea avalado ahora contra el chavismo. En esa misma lógica, la última semana, el embajador estadounidense ante la OEA, Carlos Trujillo, advirtió que quien triunfe en las próximas elecciones en Argentina deberá oponerse al gobierno de Nicolás Maduro: “Tenemos mejor relación con quienes nos apoyan en este tema”, señaló en forma amenazante.
El hostigamiento al gobierno de Nicolás Maduro, el anunciado muro en la frontera con México y la proliferación de discursos discriminatorios contra las minorías, son parte de una carrera por evitar la proliferación del multilateralismo, evitar el abandono del dólar como dispositivo de transacción económica internacional e impedir el incremento de la cooperación e inversiones chinas, sobre todo en América Latina.
La globalización de Beijing no solo supone un desafío para países que Washington considera como parte integrante de su patio trasero sino que implica la posibilidad de que su éxito (el de China) se convierta en un modelo imitable de desarrollo. El ejemplo de Beijing anuncia que el control y la regulación estatal son palancas útiles para salir del estancamiento y superar, con cierta rapidez, la pobreza. Dicho paradigma aterroriza a las corporaciones monopólicas trasnacionales. Y exigen rápidas respuestas ante dichas amenazas.
Las empresas chinas invirtieron —entre 2000 y 2017— 100.000 millones de dólares en América Latina y sus bancos de Desarrollo Exportación otros 141.000 millones (desde 2005 hasta 2018), orientados a proyectos de energía e infraestructura. Mientras que Washington intenta imponer formatos políticos y patrones gubernamentales sobre la región, el gigante asiático continua con su pacífica y estratégica tarea de articulación global, sin reclamar a cambio formatos institucionales ni someter a gobiernos.
Los consejeros como John Bolton podrán permanecer o ser destituidos. Pero la lógica estructural no suele cambiar con la irrupción de nuevos nombres, trascendidos cotidianos de reyertas palaciegas o escenificaciones televisivas. El poder global no suele jugar a las escondidas.
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