REPARACIONES Y RELACIONES DE FUERZA
16 de febrero de 2020: qué tienen para decir Gramsci y Maquiavelo sobre los presos políticos
Esta nota se publicó el 16 de febrero. En este caso escribí motivado por el desempeño inicial del gobierno popular, nuestro gobierno, particularmente por los anuncios presidenciales y su incipiente cumplimiento, por la recuperación de la palabra presidencial tan bastardeada por Macri. Pocos días después se instaló entre nosotros la pandemia con todo lo que ha significado y significa. Como podrá comprobarse, algunos objetivos explicitados por Alberto Fernández se han alcanzado, otros están pendientes. Sigo esperanzado que se cumplan.
Hay amplia coincidencia en cuanto a que la primera etapa del gobierno del Frente de Todes es de reparación de un desastre en gran medida planificado. Hasta el mismísimo Macri acaba de reconocer que contrajo una deuda impagable. Pero detrás de esa planificación interesada e ideologizada hubo y hay mucho poder, por lo que el camino de la reparación está lejos de ser una autopista de tránsito rápido, es un camino de ripio y de cornisa.
Existe evidencia histórica suficiente de que no hay sector social dominante que renuncie a sus privilegios sin resistencia, aún después de haber sido derrotado por una revolución o en las urnas. Si en nuestro caso particular agregamos una mirada superficial, esto es, a la elección presidencial, vemos que, no obstante la decadencia que en todos los órdenes produjo, el macrismo contó con el respaldo del 40% de la población. En otras palabras, hoy las relaciones de fuerza no nos favorecen.
En este contexto, el régimen inició sus ataques al gobierno popular incluso antes del 10 de diciembre. Uno de los ejes de la estrategia de desgaste consiste en transmitir a través de sus medios fantasiosas contradicciones entre, por un lado, el Presidente Alberto Fernández y los funcionarios que se suponen más cercanos a él—lo que denominan “albertismo”—, y “el kirchnerismo duro” por otro; con especial énfasis en las presuntas diferencias entre el gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires. Según esta narrativa, hay discrepancias importantes en asuntos como la renegociación de la cuantiosa deuda externa, el aborto o los presos políticos de Macri, entre otros.
No estoy negando que, como ocurre en todos los gobiernos, hay distintos criterios para tratar ciertos asuntos, y hasta distintas concepciones en temas complejos. Pero como confirmación de la referida acción de desgaste, es notable que ciertas diferencias no han despertado el interés de la prensa oligopólica: se dan entre funcionarios que nadie identificaría como kirchneristas, tal el caso de los distintos enfoques del Secretario de Energía y el Presidente de YPF respecto de la exploración/explotación del yacimiento de Vaca Muerta, tema importante si los hay.
El propósito de esta nota no es analizar cada uno de estos temas, y menos evaluar una gestión de gobierno que recién comienza. En cambio me propongo aportar algunos elementos que podrían contribuir a la comprensión del proceso político.
El Presidente
En un país de tradición presidencialista como el nuestro, la conducta presidencial es una fuerte referencia orientadora, más todavía si se considera la norma de comportamiento de un conjunto cada vez mayor de Jefes de Estado en el marco de la fase actual del capitalismo.
Si se compara el derrotero discursivo del candidato Alberto Fernández con los hechos generados por su gobierno —prioridad dada a la solución del trágico y vergonzoso problema del hambre, la protección a Evo y el reconocimiento de que en Bolivia hubo golpe de Estado, la definición sobre la legalización del aborto, lo que conocemos hasta ahora de la renegociación de la deuda, los cambios en Ciencia y Tecnología, el retorno a la casa común latinoamericana o el replanteo de relaciones con los países de Europa Occidental y Estados Unidos, etc.— se comprueba que no ha incumplido sus anuncios de campaña, lo que implica que el Presidente ha sido coherente y no ha mentido; contraste fundamental con su antecesor, quien nunca dejó de estar en campaña ni de mentir. Así, lo que podría parecer una cuestión baladí constituye un primer paso esencial para la reconstrucción de una ética colectiva democrática y republicana; primer paso que, en términos políticos, quiere decir iniciar la recuperación de la credibilidad en la palabra pública (1).
En su discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa, el Presidente fue contundente al referirse al grave problema de la Justicia: “Vengo a manifestar frente a esta Asamblea un contundente Nunca Más. Nunca Más a una Justicia contaminada por servicios de inteligencia, ordenada por operadores judiciales, procedimientos oscuros y linchamientos mediáticos. Nunca más a una Justicia que persigue y decide según los vientos políticos del poder de turno. Nunca más a una Justicia que es usada para saldar discusiones políticas y es utilizada para eliminar al adversario de turno. (…) En los próximos días voy a enviar al Parlamento un conjunto de leyes que consagran una integral reforma del sistema de Justicia”.
No pretendo hacer las veces de exégeta, simplemente supongo que cuando ahora el Presidente dice “los presos no están a disposición del Poder Ejecutivo”, tal vez esté pensando —entre otras cosas… en que no se puede restablecer el Estado de Derecho desconociendo las normas que rigen un Estado de Derecho.
Si antes de que lleguen los citados proyectos al Congreso los presos serán liberades, o si el solo envío o su conversión en leyes va a modificar —y en cuánto tiempo— la situación, es algo difícil de predecir: que sigan vigentes los resabios del lawfare en Argentina es ominoso, pero también demostrativo de cuál es hoy el estado de las relaciones de fuerza entre el poder popular recientemente electo y la internacional reaccionaria de la derecha que impulsó y controla estas maniobras.
De Maquiavelo a Gramsci
¿Cuál es el componente autóctono que vincula la grave cuestión de los presos políticos con las relaciones de fuerza? ¿Y cuál es su importancia desde el punto de vista colectivo, no ya individual de los afectados? ¿Es conveniente el debate sobre este asunto en este momento?
En la cárcel de Turi de Bari, entre 1927 y 1928, Gramsci leyó algunas publicaciones aparecidas con motivo del cuarto centenario de la muerte de Maquiavelo (1527). Estas lecturas, el repaso de las principales obras del florentino y su reinterpretación en diálogo con Benedetto Croce y otros autores italianos, discutiendo con ellos lo que históricamente pasó a ser “maquiavelismo”, dieron a Gramsci una clave para aproximar historiografía y teoría política y le sugirieron una hipótesis para la relectura de la obra de Marx —que en realidad fue un retorno a esa fuente— y de lo que eran los marxismos.
Consciente de la rigidez y estrechez economicista de los marxismos realmente existentes, Gramsci realizó un esfuerzo de reflexión filosófico-política, enlazó el regreso a Marx —y a Lenin— con la rehabilitación de Maquiavelo (2) y buscó pensar la centralidad de la política sin oponerla mecánicamente a la economía: desarmó la concepción que hasta ese momento había de la relación base/estructura y la sustituyó por un concepto de neta raigambre maquiaveliana, el de relaciones de fuerza, que a su vez constituye el núcleo de la noción de hegemonía. En otras palabras, Maquiavelo permite avanzar en la respuesta al interrogante sobre la conformación de subjetividades colectivas y, por lo tanto, en la construcción de una voluntad colectiva nacional-popular.
Hegemonía para Gramsci es, antes que nada, primado moral y civil derivado de una reforma moral e intelectual en la que jugarán un papel sustancial los intelectuales que, como educadores y persuasores, contribuyen a crear una nueva tradición, la socialista. La supremacía social, o sea, la hegemonía en el sentido tradicional, dependerá de hasta qué punto haya calado en la sociedad este otro primado moral e intelectual. Así, en los Cuadernos se nota un registro deliberadamente maquiaveliano bajo la forma de consejos que toda política de transformación ha de tener en cuenta, por ejemplo: “Los análisis concretos de las relaciones de fuerza (…) no pueden ni deben convertirse en fines por sí mismos, a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado, y (…) adquieren un significado sólo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad. (…) Sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede lanzar eficazmente una campaña de acción política, qué lenguaje será el que comprendan mejor las multitudes, etc.” (3).
El revolucionario sardo se propuso llevar a cabo una reformulación del marxismo en términos de una “filosofía de la praxis”, de la acción. Por lo tanto, la centralidad de Maquiavelo en su obra está dada no tanto porque el secretario florentino haya hecho ciencia política y elaborado una teoría, como por haber hecho teoría política “con punto de vista explicitado”. Maquiavelo “pensaba en el que no sabe”, en el pueblo, en la “nación” italiana de la época: se propuso como tarea la necesidad de pensar la coyuntura política en cada situación real; pensar, según la conocida expresión del capítulo XV de El Príncipe, la “verità effetuale della cosa”, es decir, la verdad en la coyuntura y en perspectiva estratégica para la intervención. Según Gramsci, Maquiavelo ha escrito libros de “acción política inmediata”.
Se deduce que las relaciones de fuerza son un factor dinámico y modificable. Si la política es ciencia y es arte, como arte exige al político arrojo e intuición, y si hay un desafío que pone a prueba esas capacidades, es el que consiste en modificar las relaciones de fuerza desfavorables sin morir en el intento. Como ciencia y a los mismos efectos, establece la necesidad de dar una batalla cultural. La inevitabilidad de la lucha en la arena del sentido común —de las subjetividades— no es algo nuevo, lo nuevo son los instrumentos disponibles; así, “el elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada (…) que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (…) Los grandes Estados han llegado a serlo precisamente porque en todos los momentos estaban preparados para insertarse eficazmente en las coyunturas internacionales favorables”.
Estos elementos estarán en juego cada vez que el gobierno popular se proponga encarar una reparación o avanzar en transformaciones. La grave cuestión de los presos políticos no es una excepción.
El debate
Si somos capaces de evitar que nos divida —lógica preocupación del Presidente—, el debate sobre el tema será necesario y conveniente para contribuir a que les detenides recuperen la libertad y su buen nombre y honor, pero también y sobre todo para consolidar el proyecto popular, siempre y cuando aborde un aspecto clave en la promoción de la reforma intelectual y moral mediante la batalla cultural: en los países dependientes, cada vez que un gobierno nacional-popular tomó las riendas del Estado, en la medida que ganaba grados de soberanía era atacado como corrupto y la agresión apuntaba particularmente a sus líderes, en nuestro país recientemente sobre su lideresa. La letanía de la lucha contra la corrupción es una vieja y exitosa estrategia de ataque: terminó convertida en creencia para un sector nada despreciable de la población. Es decir, debe ser extirpada en el marco de la disputa por el sentido común: aunque no es fácil determinar qué porcentaje de los votantes de Macri en octubre pasado decidió su voto porque “los kirchneristas se robaron todo”, se puede afirmar que fue relativamente significativo; más aún, que históricamente ha sido —y es— un componente no desdeñable del antiperonismo.
Así las cosas y en las condiciones señaladas, el debate será funcional a la consolidación del largo proceso político que tiene por norte “una patria justa, libre y soberana”, equiparable a aquello que el preso del fascismo llamó “patriotismo republicano” en Maquiavelo. Será parte de una reforma intelectual y moral que no se refiere a esa moral individual que nadie discute, la de las fórmulas del tipo hay que ser honesto, sino a una instancia colectiva; que se refiere, en palabras de Gramsci, “a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo”, al desarrollo de la voluntad colectiva nacional-popular hacia una forma superior de civilización moderna; que entienda, por ejemplo, que la solidaridad, además de un mandato ético, es una necesidad política: mejora las condiciones de vida de ricos y pobres. Una reforma que tiene que ir forzosamente ligada a un programa de transformación de la economía: la reforma económica es el modo concreto en que se presenta toda reforma intelectual y moral [Cuaderno 13, 1558-1561].
Esto quiere decir que los destinatarios de tal reforma no son principalmente las víctimas del lawfare en general, ni los presos en particular, ni quienes forman parte del amplio espacio político y social que los reivindica; sino aquellas y aquellos indiferentes, ignorantes o ingenuos, que han sido convencidos de que quien vela por el ejercicio efectivo de los derechos de los más vulnerables es un ladrón.
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Me he referido a la importancia política de la verdad en Política y Verdad, El Cohete, 27/01/19.
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He tratado este tema en la nota citada en (1).
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Las citas textuales de Gramsci como las afirmaciones que hago en esta nota sobre su obra, en surgen de los Cuadernos de la cárcel y de las Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno.
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