El 22 de agosto de 1951 Eva Perón renuncia a la candidatura vicepresidencial que ella misma había soñado y que una enorme movilización obrera respaldaba ocupando un radio de cinco kilómetros en el centro de la capital. Las razones a las que ha aludido la historia para explicar aquella escena ya mítica en la que la frágil mujer dialoga con unas multitudes desbordantes en la avenida 9 de Julio son múltiples. Su enfermedad es una. La impugnación de la que fue objeto por parte del ejército fue otra. Ostensiblemente, no resultan incompatibles entre sí. La oposición del cuerpo de médicos y de militares se impuso como límite infranqueable. La número dos del peronismo chocaba contra una prohibición: la de traducir su prestigio social en poder institucional. La compleja estructura de la frase pronunciada en aquel Cabildo Abierto por la renunciante –“no me hagan hacer lo que no quiero hacer”— registra el nudo adverso de la correlación de fuerzas de aquella coyuntura. De un lado, los hombres de uniforme (la bata blanca o el verde olivo), del otro, los sindicatos peronistas. Las expresiones de Eva, escribe Aurora Venturini, excedían su cuerpo y se clavaban en el cerebro de la gente. En su libro Eva, Alfa y Omega la autora le atribuye a su personaje las siguientes palabras: “Me están poniendo un corset para quedar derechita al lado de Perón, cuando asuma la segunda presidencia”.
En su magnífico Evita íntima, Vera Pichel se explaya sobre la creciente oposición militar que, durante la segunda mitad del año ’51, impugnaba a la candidatura vicepresidencial a la esposa del Presidente: “La mayor oposición a Perón estaba en los colegios militares y en la Escuela Superior de Guerra, su subdirector era entonces el coronel Pedro Eugenio Aramburu”. De la conspiración participaban también los generales Menéndez y Lonardi. Mientras crecía el entusiasmo popular con la formula Perón-Perón, entre los militares se veía con espanto un eventual ascenso de esa mujer: no estaban dispuestos a tolerar la mera “posibilidad de que Evita asumiera la totalidad de los poderes en caso de fallecimiento de Perón, convirtiéndose en jefa suprema de las Fuerzas Armadas”. A comienzos del mes de agosto cientos de dirigentes de la CGT salieron de su inmovilismo y pidieron públicamente a Perón que se postule a su reelección, agregando un comentario preciso: “El anhelo de todos los trabajadores es que la señora Eva Perón sea consagrada Vicepresidenta de la nación”. De modo tal que durante aquel Cabildo Abierto del 22 de agosto Perón debía sopesar la situación en los términos de un tridente: una tardía reacción sindical, la declinante salud de Eva, la ramificación del complot militar. Siendo este último factor el más amenazante. En palabras de Pichel: “Lo que no podía controlar en ese momento era el frente militar”.
Pichel narra de este modo la escena del día 22. Hacia las 17 Perón ingresa al palco montado sobre la avenida 9 de Julio junto a sus ministros y autoridades gremiales. Sin Eva. Esa ausencia inquietó a la multitud allí reunida. Los gritos reclamando su presencia interrumpieron las palabras de José Espejo, secretario general de la CGT, que tuvo que prometer a la gente que en ese momento iría él mismo a buscarla. Cuando Eva aparece, lo hace visiblemente emocionada. El coro presente le pedía que acepte la candidatura. Ella responde: “Yo siempre haré lo que quiera el pueblo”. Luego Perón toma la palabra, y la multitud sospecha que Eva no había dado una respuesta clara. Las masas quieren volver a escucharla. Eva les pide cuatro días para meditar su decisión, pero la multitud no los concede. Su voluntad se expresa en un nítido: “No, no. Ahora”. Eva explica: “Renuncio a los honores, pero no a la lucha”. Pero la insistencia popular no se atenúa. Eva pide: “Por favor, no me hagan hacer lo que no quiero hacer” y “les pido que se desconcentren”. Pero la multitud formada por unos dos millones de personas no acepta. Eva solicita al menos “unas horas”. Durante los días posteriores, el General Lucero le comunicaba a Perón que el descontento militar se había vuelto incontenible. Era indispensable comunicar el rechazo de Eva. Eva formaliza definitivamente su renuncia a las 20:30 del 31 del mismo mes por medio de un mensaje radial.
La renuncia de Eva era justificada por una superposición de las razones: la enfermad y la inconveniencia de su candidatura. Se trataba de una renuncia forzada. Aceptar los límites que se le imponían suponía aceptar una Eva agonizante, excluida. Si la acción de renunciar supone un acto voluntario de abstención por parte de un sujeto en posesión de su capacidad de ejecutar una acción, lo de Eva parece menos una renuncia y más la aceptación de una imposición. O, en todo caso, una renuncia forzada. Aceptada de mala gana.
Las imágenes de aquel 22 de agosto fueron leídas por Beatriz Sarlo como la culminación de una historia. El amargo rigor de su libro, La pasión y la excepción, señala el efecto de intemporalidad alcanzado entonces por la figura de Eva. Un cuerpo cuya belleza no resulta deteriorada por la enfermedad y al mismo tiempo “completamente ocupado por la política”. Un cuerpo que se encuentra con el límite de sus fuerzas. “Las fotos de esa noche, más que las palabras, están preparadas para convertirse en iconografía del evitismo que profesará, más de una década después, el peronismo revolucionario”. Los efectos inmediatos de su renuncia apaciguaron a los militares, y peronismo logró así evitar el enfrentamiento que no quería. Sólo a mediano plazo se descubriría en aquella escena un mensaje en la botella arrojado hacia el futuro. Sarlo lo decodifica a su manera: una “ética sacrificial jacobina”. Fórmula escueta que permite captar una comunicación capaz de saltearse casi dos décadas, y una destinación trágica, que habría de sobrevivir tras los crímenes de la última dictadura. Con otro arsenal interpretativo, Abel Gilbert propondrá una lectura más ajustada de esta conexión a través del tiempo. En su libro Llevo en mis oídos, música y sonidos de Cámpora y Perón a Isabel y López Rega (de próxima aparición), es la sordera de Perón, más que la renuncia de Eva, lo que habría llevado a Montoneros a emprender la acción armada. Si en aquel Cabildo Perón hubiera escuchado lo que el pueblo quiere (cosa que no hace, porque los informes de Lucero lo fuerzan a considerar la amenaza de las armas), Eva hubiera podido haber incidido en la marcha de las cosas, quizás enfrentando la conspiración militar (Pichel cuenta una reunión ocurrida a fines de septiembre con dirigentes gremiales y un general leal al gobierno, en la que Eva enferma pero enterada de los intentos golpistas dijo: “Si el Ejército no lo quiere a Perón, lo defenderá el pueblo”, y ordenó de inmediato “la compra de cinco mil pistolas automáticas y dos mil quinientas ametralladoras con sus municiones correspondientes, para formar milicias obreras”). Veinte años después, la juventud se impondría la tarea de producir una escena distinta, en la que el general por fin pudiera escuchar al pueblo. Una imposición de masas y de armas lo suficientemente disuasoria para enfrentar a los militares gorilas y desbloquear los oídos del líder popular.
La renuncia en su forma lógica es un tipo particular de abstención que, según el filósofo Paolo Virno, se destaca entre los tipos más sutiles de la acción. En su libro Sobre la impotencia, estudia el particular efecto que en ciertas circunstancias se producen por medio de la suspensión de una actividad o de un discurso. Considerada una operación que da lugar a una potencia específica, la dimisión es una de las modalidades principales de la acción. El ejemplo más evidente, en el campo político, es el de la huelga general. Sostener un paro de todas las actividades económicas por un largo tiempo requiere de una enorme capacidad de organización gremial. La cesación de tareas laborales, equivalente a la acción de no trabajar, evidencia hasta qué punto la renuncia, como acto que consiste en la capacidad de no actuar, puede contarse entre las formas más elaboradas de la acción. Ahí donde millones de brazos caen y las personas ya no obedecen la disciplina laboral capitalista, se torna visible una potencia obrera irrenunciable desde el punto de vista de la producción social. En la medida que pone en marcha una potencia determinada, el poder de la abstención ilumina, en determinadas situaciones, el poder hacer propio de la renuncia como acto cabal.
El valor de una renuncia política pude ser evaluado, por tanto, más allá de su presunto valor moral, por sus efectos: aquello que se desencadena en términos de una nueva potencia en la coyuntura (o en la historia). Una situación formalmente opuesta a la del renunciamiento de Eva es la decisión de CFK de no ocupar un lugar en las listas electorales de las próximas elecciones. Inmediatamente después de conocida la sentencia de los jueces que la condenaron a seis años de prisión con inhabilitación para ejercer cargos públicos (a fines del 2022), la Vicepresidenta declaró que no intentaría aprovechar los resquicios normativos —la condena no fue confirmada por otras instancias judiciales— que le permiten candidatearse a cualquier tipo de cargo público durante el año en curso. Su diagnóstico, transmitido en vivo, fue implacable: el país está colonizado por un Estado paralelo y un poder judicial mafioso.
La interpretación inmediata, luego de las explosivas declaraciones de CFK, fueron las de un renunciamiento sin masas obreras en las calles. De eso se hablaba en todas partes hasta que la propia Vicepresidenta aclaró, en una intervención pública realizada durante el mes de diciembre, que esa lectura era errada y que la suya no era la situación de una renunciante, sino más bien la de una proscripta, que no es lo mismo. La distinción no es menor y puede ser presentada del siguiente modo: allí donde la renuncia libera una potencia nueva que modifica a la larga los términos de la situación, la proscripción congela toda dinámica e impone un estado de cosas inalterable. La denuncia de proscripción, hecha por la líder del Frente de Todos, no supone una substracción de su posición de conducción, ni convoca a la aparición de candidatos nuevos a la conducción del Frente. Hace algo distinto. Anuncia un cambio de procedimiento y de objetivos.
La nueva situación presenta un liderazgo que al considerarse perseguido e imposibilitado de competir electoralmente, declara que por fuera (por encima) del juego de las candidaturas, se juega una confrontación aún más decisiva en torno a los poderes que regulan y distorsionan la democracia como régimen político. Proscripción, más que renuncia entonces. Conviene tener clara la diferencia, si se desea entender el sentido de la conminación napoleónica que tanto gustaba a Perón sobre los bastones de mariscal. En palabras de CFK: “No pidan permiso”. Mas que un llamado a la proliferación de conductores, se trata de una consigna orientada a precisar nuevos objetivos, y nuevos términos de disputa. Si en Eva la renuncia fue un modo convertir la imposición de una exclusión en mensaje político a la multitud, en CFK la proscripción aparece —a la inversa—, como la reafirmación de quien aún sin ser estrictamente marginada del juego electoral, no acepta ser excluida del juego político. Su jugada es de una complejidad evidente. Porque la admisión voluntaria de la proscripción —que adquiere la forma de una renuncia a toda candidatura—, es un acto político que apunta a reunir todo el poder posible para cuestionar una persecución que, por producirse en el gobierno del que ella misma es Vicepresidenta, requiere por parte de sus seguidores, de un enorme sentido de la paradoja. Ahí donde la renuncia de Eva preanunciaba la incapacidad de enfrentar al poder militar como poder de veto sobre la movilización popular, la actual declaración de CFK de ausentarse de las candidaturas pretende señalar la existencia de una trampa, sin hallar el modo de desarmarla. En la célebre Carta al padre, Franz Kafka buscaba una salida allí donde la generación anterior no había sabido encontrarla. La cuestión no era, para él, la de cómo compartir las frustraciones de sus mayores, sino la de emprender el camino allí donde a sus antecesores se les había bloqueado. Puesto también él ante la ley, se proponía no una abstracta libertad sino una salida concreta.
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