Al comienzo de junio, nadie ponía en duda que el desempleo estadounidense en la crisis de la pandemia se estaba yendo a las nubes. Tampoco que la reacción destemplada de los norteamericanos contra los chinos se debía a que estaban perdiendo la carrera tecnológica. Al ser la economía norteamericana el centro dinámico de la acumulación a escala planetaria y además sostén de la cultura reaccionaria de la periferia basada en la no intervención estatal (el mito de la asignación por el mercado), la preocupación generada por este consenso amplio y prácticamente sin fisuras se extendía a todos los rincones del deprimido e infectado globo. Pero ambas ideas señeras de la sabiduría convencional están desenfocadas, cuando no erradas, y reconocen en la visión ofertista de la economía y la sociedad su comunidad de origen.
El viernes 5 de junio, hasta pocas horas antes de que la BLS (Bureau of Labor Statistics: Oficina de Estadísticas Laborales) procediera a informar los guarismos de mayo, nadie quería quedarse corto con el salto en la tasa de desempleo y el espíritu del juego era quién daba más. Sucedió lo contrario. Los indicadores de la BLS registraban un aumento en mayo de 2 millones y medio de empleos lo que significó que la tasa de desempleo en mayo fuera del 13,3% por debajo del 14,7% de abril.
La primera reacción, muy propia de la vida cotidiana actual, fue la diseminación por las redes sociales de que el desagradable y tramposo de Trump estaba haciendo lo que mejor sabe: mentir. Tras las minuciosas revisiones de los especialistas, la conclusión fue que los indicadores eran correctos y no estaban falseados. Como sucede con los indicadores inmediatos, están sujetos a posteriores revisiones que le quiten el carácter provisorio y suban o bajen. Particularmente teniendo en la mira que la BLS aclara que en el informe de mayo no hay encuestas hechas en forma personal y "aunque [los centros regionales de recopilación de datos de BLS] estaban cerrados, alrededor de las tres cuartas partes de los entrevistadores en estos centros trabajaron de forma remota para recabar datos por teléfono", lo que redundó en que por el virus la tasa de respuestas a su encuesta de hogares "fue aproximadamente 15 puntos porcentuales más baja que en los meses previos a la pandemia". Pese al repunte, no hay que perder de vista que hay 20 millones de empleos menos en mayo que en febrero. Asimismo, gran parte de la mejora del indicador se debe a la vuelta a sus trabajos de las personas despedidas o suspendidas, aunque en una proporción considerable haciendo menos horas. Eso sí: siempre que sean blancos, porque a las minorías de otro color les aumentó el desempleo.
El examen de las razones que llevaron a la unanimidad sobre el mal diagnóstico del alza del desempleo da indicios para calibrar las consecuencias políticas en el resto de la geografía mundial en vista del dilatado alcance del llamado soft power. Que se permanezca tan indiferente al arsenal de políticas que se pusieron en marcha para frenar una homérica caída de la demanda, habla mucho del comportamiento político de nuestro tiempo. En los países centrales los datos recopilados por Fitch Ratings indican que en los últimos tres meses, el gasto fiscal en los países desarrollados destinado a paliar las consecuencias de la pandemia ronda el 7% del PIB mundial, o alrededor del doble del total gastado durante la crisis financiera mundial. En cuanto a la política monetaria, según datos de fuentes privadas y públicas, los cuatro bancos centrales más grandes del mundo, la Fed norteamericana, el BCE (UE), el BOJ (Japón) y el PBOC (China), emitieron contra distintos activos ilíquidos entre 23 y 24 billones y medio de dólares.
Tomar como puntos de referencia que el PIB norteamericano anda por los 20 billones de dólares y el Producto Bruto mundial por los 129 billones de dólares permite apreciar la magnitud de lo emprendido. Posiblemente sea bastante menos de lo necesario, pero no es desdeñable y no es sin consecuencias positivas como la del aumento del empleo. Ahora el problema que tienen los norteamericanos es que si bien la Fed afirmó que va a seguir haciendo todo lo que haga falta, en agosto vence la vigencia de varias de las medidas fiscales y se teme que no se las renueve amparándose en los resultados positivos de ahora. No son rescoldos infundados. Stephanie Kelton, una de las mentoras más conocidas de la Teoría Monetaria Moderna, refiere en el New York Times que “la semana pasada, un grupo bipartidista de 60 miembros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos envió una carta a los líderes del Congreso, expresando su preocupación por el aumento de la deuda y los déficit que surgieron como resultado de la respuesta del gobierno federal a la pandemia de coronavirus. "No podemos ignorar el problema apremiante de la deuda nacional", escribieron. La carta advierte sobre "daños irreparables a nuestro país" si no se hace nada para "detener la marea de tinta roja”. Kelton demuele el mito de que el déficit es una amenaza y demuestra que es la única solución. Mientras tanto, las especies financieras que se transan en las bolsas siguen en alza, contrariando las recomendaciones de los más tradicionales operadores. La muchachada confía en que no tendrán ningún éxito los que abogan por frenar el gasto financiado con recursos monetarios y fiscales.
A todo esto, el nonato Economic Outlook de la OCDE presenta dos escenarios igualmente probables para cada país y economía: un escenario (A) en el que ocurre un segundo brote en todas las economías hacia fines de este año y un escenario alternativo (B) donde se evita el segundo brote. En el escenario A de choque doble, se prevé que el PIB mundial disminuya en un 7,6% este año y se mantenga muy por debajo de su nivel anterior a la crisis a fines de 2021. En el escenario B de choque único, se prevé que el PIB mundial disminuya en un 6% este año, pero a fines de 2021 casi habrá recuperado el nivel anterior a la crisis. Aun así, en muchas economías avanzadas el equivalente a cinco años o más del crecimiento del ingreso real per cápita podría perderse para 2021. El informe de la OCDE estima una inflación muy baja o deflación.
Gambetas tecnológicas
En cuanto a la carrera tecnológica, los datos de la realidad se inclinan a indicar que China no estaría sobrepasando largamente a los Estados Unidos. Más bien lo contrario. Y no se trata, como habitualmente se procede en este tipo de análisis, de perder de vista que las empresas de mayor valor en la bolsa de New York son precisamente invocadas como las tecnológicas, lo que en sí eximiría de mayores comentarios en un sistema cuyo eje es el valor de cambio, no el valor de uso. Pero aun descontando estas distracciones, el diagnóstico del retraso tecnológico relativo sigue concitando adherentes. Un artículo aparecido en la Nikkei Asian Review (NAR, 28/05/2020) informa que el gigante de las telecomunicaciones chino Huawei “ha almacenado hasta dos años de chips estadounidenses, cruciales para proteger sus operaciones de las represiones de Washington”, ni bien Washington endureció aún más el control de exportaciones para impedir que los proveedores no estadounidenses produjeran chips para los propios diseños de Huawei. NAR da cuenta que Huawei gastó 23.450 millones de dólares en 2019 para almacenar chips, componentes y materiales, un 73% más que en 2018, cuando se conocieron las primeras sanciones norteamericanas.
Ahora “Huawei –dice la nota de NAR— [está] particularmente ansiosa por acumular inventarios de Xilinx [que hace chips programables en California], para los cuales no hay proveedores comparables que no sean de los Estados Unidos […] son extremadamente cruciales para […] Huawei. […] Ni siquiera el propio diseñador de chips HiSilicon de Huawei puede diseñar chips que puedan competir completamente con las ofertas de Xilinx […] Los chips de Xilinx también tienen fuertes implicaciones para la seguridad nacional, ya que son ampliamente utilizados en tecnología espacial y de defensa, como los aviones de combate estadounidenses F-35, los satélites y la investigación de la NASA, según la empresa”. La administración Trump ha presionado a TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Co.), el mayor fabricante de semiconductores del mundo, socio de producción de Xilinx y un proveedor clave de Huawei, para establecer una fábrica de chips en los Estados Unidos. Se anunció que construirá una fábrica en Arizona. TSMC no podrá vender chips de avanzada a China dada su conexión con el mercado estadounidense.
Por la prohibiciones, tampoco el gigante chino está pudiendo hacer pie en las empresas norteamericanas Intel y su rival más pequeña ADM, que controlan en conjunto casi el 98% del mercado global de CPU de servidores de alta gama, indispensables para el creciente negocio en la nube de Huawei. En pos del objetivo de que las empresas norteamericanas se olviden de China como válvula de escape, no le hacen asco a nada. Por caso, el Procurador General Bill Barr propuso que los Estados Unidos compren una participación accionaria en Nokia y Ericsson, los principales competidores de Huawei.
Un editorial del Wall Street Journal (09/06/2020) señala que “gracias a la posición de liderazgo de Estados Unidos en semiconductores que se remonta al siglo XX, la ley de los Estados Unidos sigue siendo un guardián de los microchips más sofisticados, y Washington por ahora probablemente puede impedir que China logre la paridad tecnológica”. El WSJ debería haber aclarado: por medio de empresas norteamericanas, pero eso queda fuera del alcance del cronista por excelencia de la alienación mercantil. El WSJ entiende que la clave de bóveda en la primacía tecnológica está en “hacer 5G más barato para que los países puedan decirle no a Huawei”. En ese aspecto el WSJ trae a colación que a principios de este año, seis senadores presentaron una legislación para desarrollar standards comunes 5G (Red de acceso de radio abierta) que reducirían el costo del equipo sin comprometer la seguridad.
A la espera de la baratura la diplomacia norteamericana no perdió el tiempo y, para impedir que la tecnología 5G pueda ser ofertada por Huawei, revivió la llamada alianza Five Eyes (Cinco Pares de Ojos), según informaron distintos medios internacionales. La Five Eyes fue conformada por Inglaterra y sus ex cuatro colonias de Canadá, los Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda para compartir datos de inteligencia en la Guerra Fría. Al respecto, el londinense The Times (29/05/2020) titula: “Huawei: Downing Street planea un nuevo club de democracias 5G”. Puntualiza la nota que "Gran Bretaña está buscando forjar una alianza de diez democracias para crear proveedores alternativos de equipos 5G y otras tecnologías para evitar depender de China". Resalta el cambio notable del Primer Ministro Boris Johnson, quien había recibido fuertes críticas de los Estados Unidos y Australia por su decisión anterior de permitir que Huawei ingresase a la red 5G de Gran Bretaña. El Brexit tiene como contrapartida un acuerdo de comercio con los norteamericanos.
Pandemia y conciencia
El devaneo macroeconómico de prever un desempleo que no fue y la falsa escuadra del análisis geopolítico de asignarle a China una capacidad que no tiene y restarle a los Estados Unidos una que sí posee, son pifiadas serias. Si estás rémoras ideológicas no se superan, su peso muerto en la salida de la pandemia se hará sentir. Los yerros tienen en común ser hijos putativos del ofertismo que se impuso desde 1970 al amparo de la idea de que el keynesianismo había fracasado, conforme sugería el asentamiento en los países centrales de una tasa de inflación con visos de tornarse inmanejable. En los hechos, el fracaso del keynesianismo no se veía en ningún lado. El crecimiento mundial continuaba asentado sobre la filosofía social a la que condujo la Teoría General; no obstante el monetarismo se impuso, porque en los países centrales primó el temor de que el alza de los precios tuviera mayor costo político que el desempleo y la caída de la actividad. Tal cambio de criterio se respaldaba en el hecho cierto de que por esa época la curva de Phillips se había invertido. Esa curva empírica calculada a fines de la década de 1950 reflejaba el dato de que, a mayor inflación, menos desempleo. Para la primera crisis del petróleo, y a causa de la inédita alza del barril, la realidad era la de mayor inflación, mayor desempleo.
Grandes sectores norteamericanos entendían que sin Bretton Woods, para consolidar al dólar como signo monetario mundial había que poner en práctica la religión monetarista para alcanzar el Paraíso no inflacionario que prometía. Sin ningún esfuerzo la periferia fue sumada al ditirambo hacia la estabilidad del nivel de precios. A la típica élite reaccionaria de país subdesarrollado que custodia el Santo Grial del lugar que le tocó en la división internacional del trabajo, el sambenito antinflacionario por su colisión con la demanda efectiva le facilitaba la práctica de su histórico deporte preferido: dañar a su propia sociedad civil.
La inefectividad de la política económica se fue haciendo endémica. La intermitencia en el crecimiento tras la crisis de 2008 fue un hito en el que se conjugaba la falta de respuesta de las mayorías a políticas que las perjudicaban de manera pronunciada y la testarudez de seguir adelante con esas recetas que no llevaban a ningún lado. No es una novedad que la pandemia haya creado y siga creando problemas políticos densos. En términos de arquitectura del poder y no de agonía, una circunstancia perenne condiciona las respuestas posibles, y es que no suele ser inmediato para la conciencia tomar cabal registro de lo que está detrás de lo que pasa cuando el tiempo pasa. En ciertos procesos, el lapso entre lo que acontece y la formulación del análisis que explica sus causas y consecuencias es considerable. No se ve por qué la pandemia por sí misma haría que aparezca la consciencia política que muestre el camino de superación de estas horas tan oscuras. La verdadera oportunidad es la de siempre, la del trabajo político que articulen las mayorías nacionales a sabiendas de que los seres humanos nunca nos planteamos problemas que no se puedan resolver.
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