America is back informó Joe Biden, en más de un discurso, después de su éxito electoral. Iba sin decir detrás de esta breve frase que el incalificable experimento trumpiano había quedado atrás y que con su acceso a la presidencia retornaba una manera adecuada de gobernar, especialmente en el campo de las relaciones internacionales. Hay algo de autoelogio –es inevitable decirlo– en esta forma de presentar las cosas, pues es obvio que quien ha encabezado el presunto regreso del gran país del norte a una buena senda política ha sido nada menos que él. Pero hay también algo así como una falta de modestia en ese enunciado. Siguiendo una línea de tiempo se advierte que lo que más inmediatamente podría volver bajo el rótulo de América en términos de gestión pública serían los modos, los criterios y la experiencia legados por el binomio que antecedió a Trump, que fue el compuesto por Barack Obama y… Joe Biden, presidente y vice, respectivamente, de 2009 a 2017. ¿Alarde, boutade, ingenuidad? Es difícil contestar, hoy por hoy, esta pregunta.
Biden ha anunciado la reincorporación de su país al Acuerdo de París sobre el cambio climático y el recalentamiento global. Y ha resuelto volver a participar activamente en la Organización Mundial del Comercio, abandonando la política obstructiva de Trump, que impedía la renovación del órgano de apelaciones de aquella y prácticamente paralizaba su actividad. Y se ha mostrado, en general, partidario de retomar el multilateralimo global, que fue sistemáticamente combatido por su antecesor.
Tiene también interés en mejorar los vínculos con la Unión Europea estragados por el desdén trumpista. Es probable, por ejemplo, que se muestre propenso a aliviar la relación con Alemania en lo que respecta a la terminación del óleo/gasoducto Nord Stream 2, prácticamente prohibido por Trump, que trasladaría gas y petróleo desde Rusia a Alemania. Beneficiaría el abastecimiento de ambos recursos para los germanos pero también para otros países del vecindario. Conviene destacar que el ducto está ya construido en un 95%, pero su finalización se detuvo por la presión del ahora ex presidente, no tan interesado por mortificar a Moscú como por conseguir que Berlín le comprara petróleo a Estados Unidos. Probablemente Biden accederá a su terminación.
Los malos tratos propinados por Trump a los miembros europeos de la OTAN motivaron una respuesta de algunos de éstos. Alemania y Francia encabezaron la puesta en marcha de una política enfilada a conseguir cierto margen de autonomía estratégica respecto de aquella organización. En junio de 2018, junto con Bélgica, Dinamarca, España, Estonia, Finlandia, Holanda, Portugal, Suecia y el Reino Unido establecieron un acuerdo destinado a alcanzar una nueva cooperación militar por fuera de la antedicha OTAN, que desarrollara nuevas capacidades para desplegar operaciones combinadas. Hoy no está claro cuál será el futuro de esta iniciativa pues Biden está muy interesado en recuperar aquella alianza atlántica por su importancia militar y por su multilateralidad; adicionalmente, está también muy próximo el retiro de Angela Merkel y habrá que ver si su reemplazante está dispuesto a continuar con ese emprendimiento.
Vale la pena mencionar, finalmente, que Estados Unidos y Rusia acordaron, a comienzos de febrero, la extensión por cinco años del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que Trump se inclinaba a no renovar. Así, ha quedado activo el control de estos letales artefactos nucleares.
Hasta aquí llegan las más importantes intenciones e iniciativas positivas alcanzadas hasta ahora por el flamante presidente en el plano internacional. Veamos ahora la otra cara de esta luna.
China y Rusia
Biden y Xi Jinping tuvieron una primera comunicación telefónica el pasado 11 de febrero. Curiosamente, las versiones de esa charla dadas a conocer por cada parte se refieren a los mismos temas pero con distinto tenor. Según comunicó la Casa Blanca, el presidente norteamericano “subrayó sus preocupaciones sobre las prácticas económicas coercitivas e injustas de Pekín, la represión en Hong Kong, los abusos a los derechos humanos en Xinjian –región en la que habitan los uigures, que son mayoritariamente musulmanes (E.L.)– y las acciones cada vez más autoritarias en la zona, incluso hacia Taiwán”. Medios chinos, por su parte, señalaron que Xi pidió a Biden “actuar con prudencia respecto a los señalamientos que se hacen sobre las políticas chinas en Taiwán, Hong Kong y Xinjiang”. Es notable: parece aquel juego de niños al que llamábamos “el teléfono descompuesto”.
Más recientemente, en el contexto de la IV Sesión de la XIII Asamblea Nacional Popular, el canciller chino, Wang Yi, reclamó el levantamiento de los aranceles impuestos a los productos de su país por Trump, a los que calificó de “restricciones irrazonables”. Abogó también por una “coexistencia pacífica” y recomendó “no entrometerse en los asuntos externos del otro”. Y remató: “Esperamos que la administración Biden se aleje claramente de las prácticas peligrosas de su antecesor. No habrá concesiones”. Fue, al parecer, una agria y tardía devolución de gentilezas al nuevo presidente.
Ninguna de las dos partes hizo referencia explícita al latente conflicto que se extiende sobre el Mar de la China Meridional.
En lo que respecta a Rusia, luego de un ataque simultáneo de la milicia Katib Hezbollah a varios objetivos y asentamiento militares que albergaban efectivos y contratistas norteamericanos, realizados en febrero, en Erbil, en la región kurda de Irak, Estados Unidos llevó adelante como represalia un ataque aéreo sobre posiciones del antedicho grupo, localizadas en ¡Siria! Fue un tiro por elevación contra Rusia, que mantiene un fuerte apoyo militar al presidente Bashar al Assad y opera una base naval en la región de Latakia. El canciller ruso Sergéi Lavrov presentó públicamente una protesta al respecto.
“Guerras interminables”, Irán y América Latina
En Afganistán, Trump había puesto en marcha un plan de retirada militar luego de alcanzar un acuerdo con los talibanes y con las actuales autoridades de ese país. Biden, al contrario, parece inclinado a mantener algún nivel de efectivos allí, pues no se fía de los resultados de esa pacificación. La jugada es riesgosa pues el incumplimiento de lo acordado podría conducir a una nueva espiral de violencia. Ha trascendido, también, que tomaría la decisión de mantener fuerzas militares en Irak. En parte debido a un resabio de desconfianza hacia el gobierno chiita de ese país y también porque prefiere evitar un eventual resurgimiento de ISIS o de Al Qaida en la región. Y se ha mencionado ya su sesgada decisión de atacar retaliativamente a Katib Hezbollah en Siria. Todo lo cual indica que las “guerras interminables” continuarán.
Respecto de Irán, Biden ha expresado ya su interés por reincorporarse al Acuerdo 5+1 –del que del que se retiró Trump– que controlaba el desarrollo nuclear persa. Pero fija como condición inicial que Teherán retroceda en el enriquecimiento de uranio –se estima que desde la salida norteamericana había alcanzado un 20%– a lo que la contraparte iraní se niega pues entiende –no sin razón– que quien rompió el trato fue Washington. Como en el fondo el convenio es beneficioso para todos es probable que finalmente se consiga un avenimiento. Pero las relaciones están por el momento muy tensas y la presión norteamericana no merma.
Con relación a América Latina es poco lo que se ha visto: no hay nada establecido con firmeza aún. Y más bien permanecen retazos de las políticas de Trump. Biden se mostró preocupado por la represión ejercida por Daniel Ortega en Nicaragua, a quien desde el Departamento de Estado se le reclamó “un cambio de rumbo”. El flamante titular de esa cartera, Antony Blinken, tildó a Nicolás Maduro de “dictador brutal” y, por otra parte, se mantienen todas las políticas restrictivas que Trump impuso a Cuba. Sin decirlo explícitamente, persiste la inaceptable condena contra la “troika de la tiranía” –como llamaba a esos tres países el híper reaccionario John Bolton, asesor de seguridad de Trump– que expone la continuidad de un inaceptable intervencionismo norteamericano en la región.
Puede mencionarse, adicionalmente, que Biden en más de una oportunidad se mostró preocupado por la pérdida de influencia de Estados Unidos en América Latina, ante la presencia china: el parecido de esto con lo que ha pregonado y actuado Trump es obvio.
Final
Haciendo un balance de lo expuesto se llega rápidamente a la conclusión de que, hasta ahora, es mucho más lo que viene de antes que las iniciativas instalada por el nuevo presidente en el campo internacional, con pretensiones dizque renovadoras. Es dudoso que América –ese ambiguo nombre que, en rigor, en este caso, menta exclusivamente a los Estados Unidos– haya vuelto. Por el momento, lo único que se ve es que quien ha retornado es simplemente Joe Biden.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí