REFLEJOS VIEJOS
Es necesario aceptar y defender la necesidad del desequilibrio fiscal en las actuales circunstancias
El indudable alivio provocado por la evaporación de la opción del default –instancia económico-política para la cual ni el país ni el gobierno estaban preparados— abre la agenda pública a nuevos temas que se refieren al tránsito de nuestra economía hacia la “normalización”. Hay respiro fiscal, reducción de obligaciones acuciantes y tiempo para construir otro perfil –uno mejor— de comercio exterior. El gobierno podrá desplegar, más libremente, políticas expansivas para salir de la postración macristo-pandémica.
Sin embargo, la normalización parece una tarea imposible, básicamente porque no se podrá volver al pasado económico ni local, ni internacional. En principio porque una vez despejada esta primera incógnita en relación a la deuda pública con bonistas del exterior, nos encontramos con que la pandemia continúa, y acota y limita acciones de reactivación, hasta que aparezca una vacuna disponible y aplicable, que esperamos ocurra en 2021.
En el próximo año deberemos enfrentar otro tramo de la pesada herencia macrista: la renegociación con el FMI, donde reaparecerán las demandas de cambios estructurales a favor del capital. Quizás el contexto global de serio desorden económico nos ayude indirectamente a suavizar los condicionamientos de ese organismo internacional.
Pero nadie deberá sorprenderse si, superado el episodio epidemiológico, nos encontremos con que el mundo de 2022 no es igual, sino peor, al del 2019.
La vuelta de una página, de las varias páginas que tiene salir de la pesadilla del endeudamiento externo, ha vuelto a abrir la agenda para las discusiones sobre el rumbo de la política económica y social, y los embates de los sectores conservadores para disputar la dirección del país en función de sus propios intereses. Son estos sectores quienes quieren apelar a viejos reflejos aprendidos en nuestra sociedad, para solucionar los nuevos problemas que tenemos que enfrentar.
¿Equilibrio fiscal con extremo desequilibrio social?
Según proyecciones realizadas por UNICEF Argentina, entre diciembre de 2019 y diciembre de 2020, la cantidad de chicas y chicos pobres pasará de 7 a 8,3 millones. UNICEF estima que el porcentaje de niños y niñas pobres en nuestro país alcanzaría el 62,9% del total hacia fin de este año.
Este dato estremecedor debe colocarse en el contexto del crecimiento de la pobreza e indigencia, el aumento del desempleo, la informalidad y la precariedad laborales.
La contundencia de la información disponible ayuda a resolver dilemas económicos cuyo debate pudo haber tener sentido en épocas normales, pero no ahora. El gobierno ha sabido reaccionar en la dirección correcta en materia de protección masiva, y debe seguir haciéndolo todo el tiempo que haga falta hasta que el tejido productivo empiece a proporcionar empleos e ingresos a millones de personas. Pero es evidente que más allá de la pandemia existe un cuadro de falta de inclusión estructural que deberá ser abordado. Por lo pronto no hay que ignorarlo, y seguir cubriendo sin reticencias las necesidades básicas de la población.
Para seguir protegiendo y cuidando, habrá que saber darle la espalda a reflejos ideológicos del pasado. Sacarse de encima el latiguillo del equilibrio fiscal, cosa ya obsoleta –no solo aquí, sino en los países centrales— para épocas comunes, pero que la excepcionalidad del momento actual vuelve a subrayar.
La supervivencia de una parte de los argentinos no puede estar sujeta a diálogo o conversación, con sectores de una insensibilidad social increíble. En muchos casos, quienes reclaman en la actualidad equilibrio fiscal, son los mismos que no están dispuestos a aportar absolutamente nada en situación de pandemia, y que planifican radicaciones en el Uruguay para no pagar impuestos en la Argentina, donde realizan sus negocios y amasan sus fortunas.
Como son parte de la élite social, con control sobre el aparato de comunicación social, no reciben el repudio que en una sociedad normal merece tal desprecio por su país y por la vida de sus semejantes.
Fracaso de la ortodoxia económica en pandemia
Israel ha sido un caso exitoso de integración de un país pequeño en la globalización neoliberal. Eso se logró aprovechando ingredientes desarrollistas promovidos a partir de las necesidades de las industrias de defensa del país, la promoción del desarrollo de tecnologías de punta con fines múltiples militares y civiles, reforzadas por la llegada de miles de científicos e ingenieros que en su momento migraron desde la ex URSS. Esas capacidades tecnológicas construidas han dado la base para construir el mito del “país start up”, como si eso deviniera de la economía de mercado.
Justamente, hace décadas que el sistema político israelí está completamente hegemonizado, en el terreno del pensamiento económico, por la ortodoxia. Este sesgo ha generado serias disparidades sociales, pero la exitosa inserción externa permitió mantener un claro consenso neoliberal en la sociedad, que abarca a los principales partidos del espectro político.
La pandemia obligó a tomar un conjunto de medidas protectivas como en la Argentina, con la diferencia que el mercado laboral israelí está ultra flexibilizado, dependiente del presente de las actividades productivas. La paralización provocada por las medidas oficiales para frenar la pandemia arrojó rápidamente a más de un millón de personas a la calle, sobre un total de 9 millones de habitantes. La cuarentena dio buenos resultados sanitarios, pero fue rápidamente cuestionada tanto por los grandes empresarios, como por los miles de ciudadanos “independientes” que no tenían cómo ganar su sustento. A diferencia de la Argentina, dónde en medio de una grave situación económica heredada, el gobierno salió con mucha convicción a extender una red protectora a decenas de millones de ciudadanxs mediante diversos tipos de transferencias y subsidios, la visión económica ortodoxa del gobierno israelí llevó a no tomar medidas paliativas, y a apostar a que una rápida reactivación resolviera las angustias de los ciudadanos, sin tener que desembolsar recursos adicionales. Lo cierto es que la pandemia no pasa, sino que va y viene, y nuevamente los números de contagiados e internados en ese país comenzó a dispararse. La tensión entre el Ministerio de Salud y el de Economía fue en aumento, zanjándose a favor de criterios neoliberales, aflojando las medidas de protección, para evitar aumentar el gasto público y sobre todo no incrementar el déficit fiscal, vaca sagrada del neoliberalismo. Fiscalismo extremo, en condiciones sociales completamente excepcionales.
Lo que se presenció a continuación fue una furia social extendida, expresada en una sucesión de movilizaciones masivas de amplios sectores que no tienen objeciones con el discurso neoliberal, ni con el modelo económico, pero que están demandando protección y ayuda. Para ver la índole despolitizada de las manifestaciones, en algunas de ellas “no se aceptan políticos”.
Netanyahu, personaje reaccionario pero con astucia política, percibió la bronca y lanzó hace dos semanas un pago de suma fija a todo el mundo, insuficiente pero imprescindible, para frenar el descontento. Desde el Ministerio de Economía, una fuente consultada señaló: “Por este camino podemos llegar a ser Venezuela…”. El neoliberalismo es en serio una ideología cerrada a la realidad.
Esta parece ser una característica universal de la pandemia: crea realidades sociales extremas, que se imponen incluso por sobre las ideas de los protagonistas. Una sociedad que en ningún momento cuestionó al neoliberalismo, y en la cual la primera minoría vino acompañando durante los últimos 12 años al derechista Netanyahu, se volvió en gran número a atacar al gobierno y a reclamar su renuncia, porque se trata de necesidades que no admiten dilación en su tratamiento.
Lo que es completamente ajeno a la concepción neoliberal es la comprensión de que este es un momento de cuidado y de contención, y no de ahorro fiscal. Por razones políticas y sociales, pero también por razones económicas. A diferencia de Israel, en la Argentina no reina un consenso neoliberal y la ortodoxia económica que protagonizó el desastre 2015-2019 fue arrojada a la oposición. Lo que no quita que los protagonistas políticos y empresariales de la debacle le reclamen al gobierno que se suicide políticamente.
Es necesario aceptar y defender la necesidad del desequilibrio fiscal en las actuales circunstancias, acompañando esta realidad con medidas protectivas adicionales: fortalecer la recaudación mediante ingresos fiscales provenientes de los sectores perceptores de altos ingresos y rentas monopólicas, y aplicar medidas efectivas de contención de aumentos especulativos de los precios, especialmente de los alimentos.
Por otra parte, la reactivación que ya se observa en algunas áreas, y que comenzará a extenderse en los próximos meses, ayudará también en materia recaudatoria.
Si el gobierno fuera sensible a la vocinglería de la ortodoxia que reclama equilibrio fiscal, aunque fuera por razones de relaciones públicas, arriesga paradójicamente una situación fiscal más desequilibrada –por contribuir a acelerar desde el Estado el derrumbe económico—, o un malestar social extendido por su inacción en este momento excepcional. Malestar que sería aprovechado por la incitación de la derecha desestabilizadora, que busca cualquier flanco para desgastar a la actual gestión.
Hoy, cuidar es, en todo sentido, la mejor opción.
Impulsar exportaciones en un mundo proteccionista
Otro ejemplo de viejos reflejos ideológicos, aprendidos en otras épocas más expansivas del capitalismo, es la supuesta “salida exportadora”.
Esta idea reaparece en paralelo a que se va renegociando la deuda externa, y el horizonte no inmediato se empieza a poblar de vencimientos de deuda significativos, aunque no dramáticos.
La forma más sofisticada de salida exportadora fue pensada en la época de Sourrouille, incluido Lavagna, como salida agraria e industrial. Lástima que no encontró protagonistas concretos para llevarla a cabo entre la élite económica argentina.
Luego llegó el boom sojero, y transitoriamiente pareció que todo se resolvía, hasta que se pinchó la burbuja que duplicaba el precio de las commodities y todo volvió a una realidad menos promisoria, que requería políticas públicas más sofisticadas, que no llegaron a concretarse.
En el interludio de pensamiento mágico llamado macrismo, nada bueno ocurrió, sino que al contrario el mercado norteamericano comenzó a cerrarse cada vez más a la producción argentina. El acuerdo del Mercosur con la Unión Europea fue otro episodio lamentable de abdicación de los intereses estratégicos regionales en aras de negocios puntuales de algunos empresarios locales. Además, fueron los propios europeos los que trabaron su avance, porque reclaman aún más asimetría en el acuerdo.
La realidad es que la frazada corta de la globalización neoliberal, que concentra sistemáticamente los ingresos mundiales en una élite ínfima, creo crecientes problemas para la colocación de la producción, lo que se ha exacerbado por la irrupción de China como gran fábrica mundial. Trump es hijo de esas tensiones proteccionistas, y de las frustraciones sociales extendidas que genera esta forma concentradora de funcionamiento del capitalismo actual. Así llegamos a fines de 2019 con una tregua en la guerra comercial USA-China, debido a razones electorales norteamericanas. Pero la pandemia trastocó todo y las tensiones se relanzaron, más potentes que nunca.
Todas las economías nacionales, sobre todo en Occidente, se han encogido fuertemente, y si 2021 será el año de la vacuna contra el Covid-19, 2022 verá la reaparición en escena de todas las tensiones internacionales vinculadas a que la demanda mundial estará severamente contraída, y todos buscarán aprovechar los “mercados externos” para compensar la demanda que no encuentran en los propios mercados domésticos.
Dado que no es previsible un vuelco redistributivo global, ni tampoco una reducción sustancial de la deuda mundial para que Estados, empresas e individuos puedan gastar más, el escenario será aún más complicado que en 2019. La Argentina debe saber que no la estarán esperando para comprarle sus productos, especialmente en la zona del Atlántico. Incluso puede ser que diversos actores, incluidos los gigantes en pugna, la desplacen de algunos mercados que considera ya consolidados.
Más allá de que siempre será bueno diversificar nuestros productos exportados y nuestros mercados de destino, la verdad es que una política de mejora de nuestra balanza comercial no se debería asentar en la esperanza de una vigorosa “salida exportadora”, simplemente porque el mercado mundial muestra un panorama muy conflictivo, y más aún si se intensifica la disputa USA-China.
En cambio hay un margen importante en materia de sustitución de importaciones, en la medida que se desarrollen políticas específicas en esa dirección. Son también actividades que generan producción y empleo, y que ahorran divisas que antes se usaban en la importación. Tiene el potencial de reforzar el entramado productivo local y de democratizar el panorama empresarial.
Cuando Aldo Ferrer proponía “vivir con lo nuestro”, no lo hacía desde una mirada ingenua o arcaica, como tratan de desvirtuar los liberales, pretendiendo una economía cerrada y enclaustrada. Lo que Ferrer proponía era no recurrir al crédito externo para estar tapando constantemente los déficits de nuestro comercio exterior. Buscaba un intercambio con el resto del mundo basado en el equilibrio, y no en el endeudamiento permanente. Claro, a los endeudadores seriales de la Argentina, esta visión nacional les resulta insoportable y prefieren usar los medios de comunicación para distorsionarla ante la población, presentándola como si alguien estuviera proponiendo vivir sin computadoras o tomógrafos computados.
El consejo de Ferrer sigue siendo básicamente correcto y refleja con precisión los intereses presentes y futuros de nuestro país.
A pesar de todo el daño que los experimentos neoliberales nos han provocado, el problema de la deuda externa es solucionable, por lo menos en el sentido de transformarla en un elemento que no trabe seriamente el progreso nacional.
La condición para que la deuda, a pesar de vencer en el futuro sea un problema del pasado, es que tratemos como sociedad de lograr dos metas posibles, una económica, la otra política.
- Formular e implementar políticas públicas efectivas e inteligentes, que apunten a tener un crecimiento compatible con una balanza comercial equilibrada o discretamente superavitaria, que no requiera de financiamiento externo sistemático.
- La continuidad en el tiempo de gobiernos nacionales que no respondan al capital financiero global y a sus socios locales, que son quienes promueven los reiterados episodios de endeudamiento argentino destinados a mantener al país anclado en el subdesarrollo.
Entre tanto, no mirar al 2022 con los ojos del pasado, y cuidarse de los “consensos” que promueve la derecha fracasada.
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