RATAS O ARDILLAS EN NUEVA YORK
Malos malísimos y héroes de siempre en un best-seller capaz de hacer feliz al lector más variado
Mafiosos, criminales y malandras eran los de antes, con códigos y su pinta canchera. Hasta su lugar en la novela de misterio ha sido desplazado por malos malísimos sofisticados, cuando no, cajetillas. Los héroes, sin embargo, mantienen ese look un tanto desarrapado, sazonado con una pizca de lumpen, bohemios ya sin fe. Al menos en la literatura; en la tevé o el cine perdura la figura depilada del muchachito, aún a contramano del personaje literario en que se inspiran. Es el ejemplo de Tomás Crucero —Tom Cruise— de la saga de Misión Imposible, que hace no tanto encarnó a Jack Reacher (algo así como Jacobo Alcanzador), el investigador pergeñado por Lee Child (neé Jim Grant; Reino Unido, 1954) que protagoniza ya veinticinco millonarias novelas. Entre el actor y el héroe se abre un frágil puente de madera sobre abismo monumental, ya que el protagonista de los libros es un urso de casi dos metros, ciento treinta kilos de fibra y músculo, fierón marcado de cicatrices, diestro en las armas y en las piñas como Rambo, pero sin la condición de subnormal monosilábico. Muy por el contrario, Reacher ostenta una lengua de doble filo y aguzada punta, fieramente amarrada a un haz de neuronas adiestradas en el arte de la inducción.
Los gángsters de otrora, en la actualizada realidad efectiva han sido reemplazados por ejecutivos del jet set, altos funcionarios de los poderes del Estado y encumbrados empresarios; mientras que en buena parte de la ficción los malos malísimos ahora son los terroristas suicidas, materializados en el fenotipo morochón y eternamente sospechoso por portación de jeta. Esto en los países del Primer Mundo, se entiende. Cualquier semejanza, purísima casualidad.
El esquema se desarrolla y profundiza a partir de 2009 con Mañana no estás, el aggiornado policial de Child que ahora aterriza en estas llanuras gracias a la feliz conjunción de dos pequeñas editoriales locales que arrebataron los derechos a las multinacionales del papel impreso. Hazaña que les permitió que la poco sencilla traducción sea encarada por el escritor Aldo Giacometti (Buenos Aires, 1978), quien supo respetar el ritmo y los climas tan particulares del autor. A propósito y como al pasar: en dos oportunidades en la novela, cuando el protagonista pasa por las plazas Madison y Union de Nueva York, se detiene a mirar las ratas que allí pululan. Es tan vox populi como recontravisto en cuanta serie, película o animación que haya de la Gran Manzana, que además de las palomas, allí habitan las ardillas; mucho más que las ratas, que las hay pero raramente se ven (para eso hay que ir al subte). Ambas especies son roedores. Asquerosa & infecta rata (rat) o tierna & simpática ardillita (squirrel), la base de un equívoco voluntario. Rambo o Boogie El Aceitoso. Improbable que al traductor se le haya traspapelado la diferencia. Parece más bien que el autor escribe, efectivamente, ratas. Asquete a los epígonos de Mickey, juego para neoyorquinos o simple chascarrillo, lo que sea, puede no querer decir nada o decirlo todo.
Pues Lee Child se desplaza durante las cuatrocientas ochenta páginas de Mañana no estás, haciendo calculados pininos sobre ese filoso vértice sin tropezarse, ni siquiera hacerse un rasguño. Para un lado está la ciénaga de la épica convencional norteamericana, la del héroe desinteresado que cumple con las reglas torciéndolas para el bien de la humanidad bajo la advocación de las barras y las estrellas. Hacia el otro borde, la burla sutil y disfrazada, destinada a entendidos más o menos del palo, atentos al paradigma del macho machote, un héroe sin súper pero más, siempre al borde del sacrificio que lo magulla pero no tanto como para zafar del chupón final con la bella. Todo bajo el paraguas protector del eufemismo “seguridad nacional”.
Así, esta atrapante entrega de la saga Reacher arranca a las dos de la mañana en el subterráneo de Nueva York con el susodicho detectando una sospechosa ponebombas que responde a los diez o doce puntos del manual básico de detección del terrorista islámico. Pelo morocho, piel cetrina, campera enorme para ese cuerpo y en pleno verano, bolso vacío pero con objeto pesado en su interior, labios mascullando permanentemente como rezando, etc., etc. Para un lado, el astuto previsor. Para el otro, el maniático paranoico, obsesivo y sobre todo pletórico de prejuicios: “Los hombres bomba miran derecho hacia el frente. Quizás llevaron su compromiso hasta el punto problemático y temen una intervención. Quizás como los perros y los niños sienten que si no están viendo a nadie entonces nadie los está viendo. Quizás un último remanente de conciencia hace que no puedan mirar a la gente que están por destruir. Nadie sabe por qué, pero todos los hacen”. La cuestión es que, cuando Reacher encara a la pobre mujer, ella extrae del bolso un bufoso tamaño baño y se vuela la tapa de los sesos. Un enchastre para todos lados; a la teoría conspirativa no menos que a la sugestionada expectativa del lector.
En este doble juego apto para todo público ideológico transcurren al galope los ochenta y tantos capítulos restantes en los que no faltan la femme fatale seductora y traicionera, los policías corruptos y los que no, la detective que mete en cana al héroe y luego se le mete en la cama como corresponde, todos y cada uno de los clichés del género. El uso de los estereotipos se despega de cierta previsibilidad por gracia de una maestría en la escritura que explica el éxito de la narrativa de Child y construye un estilo. El permanente juego dialógico, el retruécano y lo vívido de la acción descartan puntos ciegos y otorgan una velocidad en la que salen uno tras otro los conejos de la galera sin dejar resquicio donde ver cuándo los pone dentro. Colabora en el efecto la meticulosa, ínfima al detalle, de toda descripción; del modelo de vagones del subte, pasando por la indumentaria del perseguidor, llegando a las características técnicas del arma más sofisticada y las condiciones meteorológicas que al mismo tiempo anuncia el zócalo del televisor encendido a treinta metros.
Al lector que conserva el sabor de la lectura no se le pasa que el autor le hace mirar la mano izquierda para hacer el truco con la derecha, o viceversa. Aún así se zambulle gustoso en esas páginas para ser zarandeado, envuelto y desvelado por los tentáculos mágicos de una historia tirante, hemorrágica, escrita con plenitud. Para los estudiosos, también un reservorio de la teoría del best-seller.
FICHA TÉCNICA
Mañana no estás
Lee Child
Traducción de Aldo Giacometti
Buenos Aires, 2020
485 págs.
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