Rafael Cullen y el valor de lo público

La excelencia del Hospital de Clínicas. Narrativa de una caída en la universidad pública

 

Rafael salió de casa el viernes 28 de agosto pasado alrededor de las once de la noche, fibrilando, con un índice de saturación de oxígeno debajo de lo normal, sospecha de Covid-19 y de una falla renal aguda cuya gravedad se confirmaría luego con otros estudios. Más temprano, ese mismo día, habíamos solicitado a PAMI la atención domiciliaria; era la tercera visita médica en esa semana (las dos anteriores, el miércoles y el jueves), esta vez con equipo de emergencia. El electrocardiograma indicó que había que ingresarlo a una unidad de atención hospitalaria. ¿Dónde capita? pregunta el enfermero. En el Clínicas, respondo.

La ambulancia llegó a la Guardia del Hospital de Clínicas José de San Martín antes que nosotros. Cuando entramos ya estaba ingresado. Dos horas después, y luego de tomar todas las muestras de laboratorio y tomografía incluida, nos informan que un primer diagnóstico –a confirmar– es la falla renal que habría desencadenado los demás síntomas respiratorios y cardiológicos.

Dos días después, hisopado negativo de por medio, queda internado en la Unidad Coronaria del mismo Hospital. Una semana más tarde, mediante un segundo hisopado, se confirma el Covid-19 y a la siguiente semana comienza a cursar una neumonía bilateral severa –producto, además, de una bacteria hospitalaria– que obliga a intubarlo y conectarlo a un respirador. De ahí en más, el despliegue de todo el protocolo que incluyó el suministro de dos unidades de plasma.

La multiplicidad de factores intercurrentes hizo que su recuperación se demorara bastante. En ese trayecto se pusieron en práctica todo tipo de procedimientos diagnósticos y terapéuticos que incluyeron laboratorio, rayos X, ecografías, tomografías, cirugía para realizar una traqueotomía pues había que extubar después de veintiún días –según indicaron los terapistas–, interconsultas (nefrología, urología, infectología, neurología, cirugías vascular, torácica y plástica, etcétera), muchas de ellas diariamente y otras tantas veces como fue necesario.

Cinco semanas después de su ingreso y ante su estado reservado por las serias dificultades que presentaba para su recuperación –especialmente porque no despertaba del coma farmacológico inducido para sostener la ventilación mecánica– fue derivado a la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del mismo Hospital. Allí, nuevos estudios, transfusiones y diferentes prácticas para regularizar y estabilizar todas sus funciones. Con dedicación y habilidad de artesanos, los intensivistas fueron compensando uno a uno los valores indicativos de cada una de sus funciones. Después de casi dos meses de internación pude escuchar en la voz del equipo médico: “está mejor”. Con peligrosos retrocesos y promisorios avances, a ciento veinte días desde su hospitalización y en medio de las celebraciones del fin de un año poco feliz, se despidió de la Unidad de Terapia Intensiva para ingresar al sector post-covid de la División de Clínica Médica del mismo Hospital y continuar allí con su rehabilitación, por cierto muy trabajosa porque las secuelas son devastadoras. No obstante, y precisamente como consecuencia de ellas, cinco días después debió retornar a la UTI donde se encuentra nuevamente asistido con los máximos cuidados, estable y en progreso, al momento en que repaso estas líneas (*).

Por toda su atención, además de dadores voluntarios de sangre, lo único que el Hospital de Clínicas nos ha solicitado fue el documento de Rafael y su carnet de PAMI.

Rafael es mi compañero de vida desde hace casi treinta años. Sus herman@s de la vida, sus amig@s y compañer@s de varias décadas, nuestr@s vecin@s y amig@s del barrio y del Grupo de Teatro Catalinas Sur, tan solidari@s como fueron y siguen siendo sin fronteras ni deslices, acompañaron todos y cada uno de los días de esta espera. En su mayoría son consecuentes defensores del campo popular en sus múltiples variantes. Para asombro de no poc@s de ell@s, la excelencia de su atención y cuidado era gratuita y pública, sin intermediaciones de prepagas ni administraciones tercerizadas. Esta última observación me llevó a reflexionar en largas charlas telefónicas (todavía me gusta escuchar las voces en vivo) sobre el estado del (des)conocimiento acerca de la cosa pública y la penetración del discurso hegemónico en los intersticios de la sociedad, supuestamente menos permeables a sus argumentos. Puedo imaginar que, en general, es sabido que el Hospital de Clínicas es el Hospital Escuela que depende de la Universidad de Buenos Aires. Pero llama mi atención esa ajenidad respecto del patrimonio científico y sanitario de carácter público que, desfinanciado y maltrecho, ha resistido y resiste aún los embates del neoliberalismo. La excelencia de la que hablo no siempre –ni necesariamente– forma parte del discurso político que se supone alternativo al de los poderes hegemónicos.

Propios y ajenos han manifestado sus críticas –con diferente grado de intencionalidad– respecto del déficit comunicacional del gobierno de los Fernández. Me pregunto si algunos de los medios de comunicación auto referenciados como progresistas/populares/alternativos/no hegemónicos (o la denominación que se quiera atribuir a aquellos medios que no forman parte del poder comunicacional concentrado), con muy honrosas excepciones, tienen para sí una mirada cuanto menos parecida. No pocas veces algunos de los artículos de sus portales o sus editoriales radiales o audiovisuales parecen competir en la retórica acerca de cuán imperfecta es la narrativa oficial mientras suscriben una agenda política impuesta por quienes son su antítesis. Otras, sus títulos apelan al impacto antes que al contenido. Me pregunto entonces, y sin eludir el valor de la crítica imprescindible en todo proyecto y práctica políticos, ¿no será necesario construir una agenda propia que contribuya a inscribir un relato contrahegemónico que ponga en valor la cosa pública que aún resiste, persiste e insiste? ¿O será tal vez –como dice Guillermo Saccomanno– que la corrección política posmoderna nos ha lavado el lenguaje y hay que renombrar todo otra vez para restituir una cultura política de lo propio?

En tiempos de esta pandemia que se ha ensañado de manera brutal con la humanidad, no estaría de más recuperar y resignificar la narrativa de los que caímos en la universidad pública, que –sin desconocer sus actuales déficits acumulados por políticas alternas de vaciamiento y privatizadoras– seguimos creyendo en su prestigio y excelencia, suscribimos su impronta democratizadora y no resignamos la defensa de esos silenciosos artesanos de la vida que cotidiana, cuidadosa y porfiadamente buscan sanar esos cuerpos asolados por el virus y sus secuelas, contienen nuestra angustia y sostienen la esperanza.

 

* Una versión anterior de esta nota fue publicada en el portal de Radio Gráfica.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí