SU MEJOR ALUMNO

Un relato de 1982 anticipa la adolescencia del autoritarismo en USA, que hoy deja de ser ficción

 

En 1982, Stephen King tenía 35 años. A pesar de su juventud ya era un escritor popular, gracias a novelas como Carrie, El resplandor y La zona muerta. Estaba casado y había concebido tres hijos, pero su vida distaba de ser idílica: lidiaba con adicciones al alcohol y las drogas que lo empujaron al filo de la muerte. (Tiempo más tarde admitió que apenas recordaba haber escrito Cujo, que publicó en el '81.) En consecuencia, su vida consistía en un acto de equilibrismo entre sus responsabilidades y la compulsión que lo empujaba a ponerse de la cabeza para funcionar. Pero, por supuesto, Stephen King no era el único en lidiar con problemas gordos: la alborada de los '80 también supuso una hora peliaguda para los Estados Unidos. Los '70 habían sido devastadores para el concepto que los ciudadanos tenían de su propio país. Los crímenes del Clan Manson habían inaugurado la década, convenciendo a la opinión pública de que los jóvenes eran peligrosos —en particular, los que reivindicaban la contracultura— y que nadie estaba a salvo, ni siquiera una estrella de Hollywood como la actriz Sharon Tate. Y el escándalo Watergate demolió la confianza en las instituciones. Si un Presidente podía corromperse como lo había hecho Nixon, ¿qué cabía esperar de los estamentos inferiores del gobierno?

En ese marco, King publicó un libro inusual. Se llamaba Diferentes estaciones (Different Seasons) y contenía cuatro novelas cortas —una por cada temporada del año— en las que se apartaba de los recursos del horror y la fantasía que le habían ganado su popularidad. Era un intento de demostrar a los lectores que podía escribir historias atrapantes sin apelar al recurso de lo sobrenatural. Casi como si dijese: no preciso de figuras imaginarias para ponerles la piel de gallina. Si algo abunda en este mundo, son los monstruos perfectamente reales.

 

 

Un par de esas historias son bien conocidas, porque dieron pie a bellas películas. La primera se llama Rita Hayworth and the Shawshank Redemption, e inspiró el film de Frank Darabont que aquí rebautizaron Sueños de libertad (1994), con Morgan Freeman y Tim Robbins como protagonistas. La tercera se llama The Body, literalmente El cuerpo y por extensión El cadáver. En 1986 la adaptó Rob Reiner bajo el título Stand By Me, esa maravilla que conocemos como Cuenta conmigo. El cuarto relato se llama The Breathing Method y nunca fue adaptado. Pero la segunda nouvelle, titulada Apt Pupil, sí lo fue, sólo que, a diferencia de las otras dos, mediante un film que no estuvo a la altura del original.

Apt Pupil fue dirigido por Bryan Singer, se estrenó en el '98 y pasó sin pena ni gloria. La vi en su momento, sin que dejase marca en mi memoria. Tiempo después se supo que Singer era un tipo siniestro, del que sólo me gustó una única película, Los sospechosos de siempre (The Usual Suspects, 1995). Lo demandaron en varias oportunidades por abuso sexual a menores, la primera vez en el '97, por presunto crimen durante el rodaje de, precisamente, Apt Pupil. Tanto estos datos como el recuerdo deslucido redundaron en que nunca sintiese deseos de revisitar la película. Hablando de monstruos de la vida real...

 

 

Pero sí tenía ganas, y desde hacía mucho, de leer Different Seasons, una de las materias que adeudaba en materia de la obra de King. A quien no sólo admiro como escritor: también lo sigo en su condición de diligente y humorístico twittero, que suele dirigir su vitriolo contra Trump y todo lo que representa. (Esta semana lo llamó Trumpty-Dumpty, en honor al Humpty Dumpty de la canción de cuna tradicional que también aparece en A través del espejo, de Lewis Carroll. También Joyce apela a Humpty Dumpty en Finnegans Wake, como símbolo de la Caída del Hombre, de su original estado de inocencia a la versión corrompida que encarnamos hoy.)

Durante las vacaciones de este año la ocasión se presentó y compré Different Seasons, grueso volumen —677 páginas— que sólo pude abrir hace poco y nada. De hecho, recién esta semana terminé de leer Apt Pupil, que es apenas el segundo relato. Por fortuna, como mi recuerdo del film es nulo, no interfirió con mi experiencia de lector. De la cual necesito decir lo siguiente. Yo ya tenía claro que de tanto en tanto King produce relatos que son anticipatorios sin saberlo, es decir: que cuentan algo que suena fantástico y delirante pero que después termina ocurriendo en la realidad, por supuesto no de forma idéntica, pero sí lo suficientemente parecido como para que la relectura inspire escalofríos metaliterarios. A la altura de 1982 ya lo había hecho al menos dos veces: primero con The Stand, o La danza de la muerte (1978), que imagina una pandemia que arrasa con el planeta. Y segundo con La zona muerta (1979), donde imaginaba que un empresario inescrupuloso podía llegar a convertirse en Presidente —esto ya tuvo lugar, como bien sabemos— y que además ese Presidente iba a generar un holocausto nuclear. (Esto no ocurrió aún pero, con Trump en la Casa Blanca, es algo tan probable como que llueva este otoño.) King en persona lo admitió vía Twitter, en septiembre del año pasado: "Hace 45 años escribí un libro sobre Donald Trump. Se llama La zona muerta. Y ahí lo bauticé Greg Stillson", que es el nombre que en la novela da al Presidente que nos conduce al Apocalipsis.

 

Stephen King hoy.

 

Pues bien: Apt Pupil pertenece a esa categoría. Pero no lo sabíamos hasta ahora —¡ni nosotros, ni el mismísimo Stephen King!—, porque la idea de que el nazismo, o el fascismo, o el autoritarismo a secas se adueñasen de los Estados Unidos sonaba, ¡hasta ayer nomás!, a delirio total y absoluto. Por eso mismo, los más conocidos entre los experimentos literarios que coquetearon con esa idea —todos posteriores a la nouvelle de King— se vieron obligados a incursionar en géneros fantásticos. En 1985 la canadiense Margaret Atwood publicó The Handmaid's Tale (El cuento de la criada), donde tuvo que irse al futuro para imaginar una deriva histórica según la cual los Estados Unidos se desunen y una de esas mitades se convierte en un Estado policial teocrático y, por ende, machista al extremo. La conjura contra América (The Plot Against America, 2004) de Philip Roth, practica ese subgénero de la ciencia-ficción que se llama ucronía: es un relato que conjetura qué hubiese ocurrido si algún elemento de la historia mundial que ya forma parte del pasado se hubiese verificado de otro modo; en este caso, Roth imaginó que en 1940 el aviador Charles Lindbergh se imponía a Franklin D. Roosevelt en las elecciones y convertía a los Estados Unidos en un país filo-nazi.

Es que hasta hace muy poco era impensable que el país de Washington, Lincoln, Kennedy y Obama se convirtiese en una autocracia. En el sur del continente teníamos claro que se trataba de una potencia imperialista, pero sabíamos también que su ascendiente político dependía de la propaganda que la vende como una gran democracia. Quiero decir: para seguir abusando de nosotros, debía sostener el discurso, tanto en el mundo como puertas adentro, de que se trata de una nación justa y magnánima, de vocación pacífica. Pero ahora que Trump impulsa un sinceramiento —porque pretende que los Estados Unidos ejerzan su poder mundial, que usen la fuerza que acumularon, sin atenerse a ley alguna ni dar explicaciones—, la novela corta de King se lee de otra forma.

 

El inolvidable cuarteto protagonista de "Cuenta conmigo".

 

¿Qué cuenta Apt Pupil? La historia de un adolescente llamado Todd Bowden, que en 1975 descubre que en su pueblo —la imaginaria localidad californiana de Santo Donato— existe un criminal nazi que se oculta bajo otra personalidad, para escapar de la justicia internacional. Lo peculiar es que, en vez de denunciarlo, Todd decide acercarse al viejo, revelarle lo que sabe y conminarlo a que le cuente las historias morbosas de su pasado. El relato cubre cuatro años de esa relación, durante los cuales el pibe pasa del horror a la fascinación y termina convirtiéndose él mismo en un criminal, en un pichón de nazi. Dicho de otro modo: Apt Pupil narra el proceso de corrupción mediante el cual un pibe normal, común y corriente, se va transformando en un monstruo — en alguien que, sin dejar de parecer y comportarse como un all American, un gringuito típico, empieza a actuar como un representante de todo lo que su sociedad considera abominable.

¿Les suena familiar?

 

 

 

El monstruo escapa del sótano

El relato establece sus intenciones desde el título. ¿Qué significa Apt Pupil? Alumno apto, o capaz. Es una formulación que aparece ya en el segundo párrafo, cuando cita una comendación que una de las maestras del protagonista hizo al culminar cuarto grado: "Todd es un alumno extremadamente apto". La madre del pibe repite esa definición durante la historia, porque para ella encapsula la esencia de su hijo: un alumno de 10, brillante, cuyo futuro no puede ser más promisorio.

King arranca subrayando hasta qué punto Todd Bowden se ve como el prototípico pibe estadounidense: "Cabello del color del maíz maduro, ojos azules, dientes blancos y parejos, piel ligeramente bronceada a la que no estropeaba ni siquiera la primera sombra del acné juvenil". Si sumamos a este esbozo su excelencia académica y el hogar bien avenido del que proviene, Todd Bowden suena a pibe salido de una publicidad de Coca-Cola de los años '50. Lo cual no tiene nada de casual, ni de genérico. Para empezar, porque King está describiendo a un pibe prácticamente opuesto al que él mismo fue en su momento: alto y desgarbado pero con tendencia a la obesidad, de pelo oscuro, miope y lleno de granos. Su padre se evaporó cuando King tenía dos años, así como lo hizo el padre de mi padre; y creció dependiendo tan sólo de su madre, lo cual significa que pasó el primer tramo de su existencia contando con lo justo y saltando entre ciudades, de oportunidad laboral en oportunidad laboral.

 

Stephen King, a la edad de Todd Bowden.

 

Lo que King busca, en primer término, es establecer que Todd no es un nerd, un inadaptado o un paria, sino el producto más perfecto de la sociedad estadounidense; no un fruto amoratado, sino una manzana de piel reluciente, que deslumbra desde el cajón de mercadería premium.

Sin embargo, esa fachada no hace otra cosa que disimular que, por dentro, el fruto ya inició un temprano proceso de putrefacción. Porque el muy listo y aplicado Todd clavó la vista en ese viejo de Santo Donato que se hace llamar Arthur Denker, lo encontró parecido a la foto de un nazi prominente que vio en una revista e investigó hasta cerciorarse de que en realidad se llamaba Kurt Dussander y había sido amo y señor de un campo de concentración llamado Patin. (King puntualiza que Santo Donato no fue el primer destino de Dussander, no señor: por supuesto pasó antes por Buenos Aires, ciudad que, en la imaginación de la mayoría de los escritores pero también, ay, en la realidad, siempre abre los brazos a los monstruos.) Lo revelador, lo determinante, es lo que Todd hace con esa información.

Un estadounidense "de bien", como aman decir los libertarios de hoy, se habría dirigido a un mayor de edad y confesado que descubrió que en medio de esa comunidad idílica vivía un genocida. Tratándose del pibe modelo del que todos tienen un gran concepto, Todd podría habérselo contado a sus padres, a algún docente y hasta presentarse en la comisaría local, y ser escuchado con atención. Pero, por el contrario, Todd fuerza a Dussander a que le abra la puerta de su casa y le espeta que conoce su verdadera identidad. Y después de aclarar que tomó el recaudo de poner esa información en manos de alguien que la divulgará si algo le ocurre, Todd establece condiciones. Quiere que Dussander lo reciba cada vez que se le ocurra, y que haga lo que le dice — básicamente, que satisfaga su curiosidad y le cuente lo que hizo durante la guerra, sin escatimar detalles.

 

Este es el King que yo conocí, al descubrir su segunda novela, "Salem's Lot": gordito, cejijunto — un nerd.

 

Confieso que este es el punto del relato de King que, desde que supe de su trama y además vi el film, me pareció más endeble. ¿Por qué un pibe como Todd, que las tiene todas servidas, decide chantajear a Dussander, en lugar de entregarlo y cimentar su popularidad, convirtiéndose en el héroe de Santo Donato? Sonaría más verosímil si, en vez de tratarse de este pibe perfecto, de este alumno modelo, el protagonista fuese un marginalito, un pendejo bulleado. Un crío golpeado física y emocionalmente, que encuentra solaz en las historias de terror que difundían los cómics y las novelas pulp de la época. Que un fan de los monstruos, como el mismo King lo fue de pibe, sienta fascinación ante un monstruo de la vida real, me hubiese resultado más creíble. Mi alma de escritor me juega aquí malas pasadas: imagino una variante de la historia, en la cual mi pibe bulleado termina ganándose el afecto del monstruo para al final traicionarlo, convirtiéndose en alguien popular y respetado por primera vez... y al mismo tiempo, en un monstruo que entregó a quien confiaba en él.

A mi juicio, ese hubiese sido el camino que a King le resultaba más natural, y que además le quedaba más a mano: un protagonista más parecido al adolescente que fue, que al pibe rubio y sin mácula aparente del relato final. Sin embargo, decidió confiar en su intuición original, aun cuando creo que él mismo la encontraba cuestionable. Por supuesto, en el contexto de la nouvelle se defiende panza arriba como gato, tratando de convencernos de que tiene sentido que Todd Bowden sea como es. Entiendo que necesitaba que no sólo el alma, sino que además la complexión del pibe lo pusiese en condiciones de volverse nazi: que no costase nada imaginar al rubio y atlético Todd, con una sonrisa Colgate en sus dientes, mientras hace fila para sumarse a las SS en un hipotético Cuarto Reich. Pero al final prácticamente confiesa que tampoco él entiende a Todd. King escenifica una conversación entre Richler, el policía que investiga el caso, y Weiskopf, el cazador de nazis que vuela a Santo Donato cuando un sobreviviente de Patin reconoce a Dussander. Y ahí Weiskopf lo dice con todas las letras: "Este chico, probablemente por pura suerte, perfora la fachada de Dussander. Pero en lugar de hablar con sus padres o con las autoridades... va a hablar con Dussander. ¿Por qué? Usted dice que no le importa, pero yo creo que sí. Creo que eso lo inquieta tanto como a mí... Me gustaría saber qué lo motiva. Quiero saber por qué".

 

Brad Renfro e Ian McKellen en "Apt Pupil".

 

Pero Apt Pupil termina sin dar una respuesta concluyente. Por supuesto, Weiskopf arriesga una interpretación: "Tal vez existe algo, en lo que hicieron los alemanes, que a todos nos complace y excita — algo que abre las catacumbas de la imaginación. Quizás parte de nuestra aprensión y horror provenga del secreto conocimiento de que en las circunstancias adecuadas —o bien, en las incorrectas—, todos estaríamos dispuestos a construir lugares como ese [se refiere a Patin, el campo de concentración] y a dotarlos de personal". Pero esto que dice Weiskopf no deja de ser una hipótesis, persuasiva hasta ahí nomás. Porque ustedes y yo aceptamos que cualquiera, lo cual nos incluye, podría hacer algo horrible bajo presión extrema. Pero también sabemos que, en presencia de un nazi de carne y hueso, responsable de la muerte atroz de miles de personas, no sentiríamos fascinación alguna, sino más bien asco y repulsión. No querríamos meternos en su casa y darle charla, sino asegurarnos de que esa persona sea encerrada cuanto antes, no sólo para que pague por sus crímenes, sino para que no pueda dañar a nadie más. Hace falta ser un árbol que creció torcido —pienso en la Vicepresidenta Villarruel y en el director del colegio Dámaso Centeno, Vilarullo: vaya apellidos, suenan a dúo tragicómico—, para encontrar defendible y admirable a Videla. La inmensa mayoría de nosotros no relajaría hasta confirmar que ya no existe forma de que alguien así pueda cruzarse con la gente que amamos.

Y sin embargo Stephen King porfía y concluye el relato, aun a sabiendas de que ni él mismo termina de entender lo que está contando. Lo cual no es descalificador, que quede claro: ningún escritor entiende del todo lo que narra. Pero lo indiscutible es que en estos casos la intuición del narrador, bajo el formato de la historia que se le ha ocurrido, debe ser lo suficientemente poderosa como para imponerse, a pesar de los reparos que la racionalidad presente.

 

 

Recién hoy, a más de cuarenta años de su publicación, podemos dar fe de que King hizo bien, de que tenía razón en preguntarse por qué, aunque todavía no estuviese en condiciones de responderlo. Porque lo que contó en Apt Pupil, a pesar de que aún no podía asumirlo —hacerlo consciente, permitirse decirlo—, era su intuición de que el Sueño Americano, el American Way, escondía un monstruo nazi en su sótano. Que hoy se ha liberado, y no sólo circula por la superficie.

En estos días ese monstruo es quien marca el paso y pretende moldear la sociedad a su imagen y semejanza. El mismísimo King lo reconoce ahora. Ya en 2017, durante su primera presidencia (¡cuando todavía se trataba de Trump en su versión light!), declaró con todas las letras: "Que este tipo tenga su dedo sobre el gatillo nuclear es algo peor que cualquier historia de horror que yo haya escrito".

 

 

 

¿Cómo termina esta película?

Una de las razones por las cuales Todd se interesa en Dussander es la posibilidad de conocer a alguien que, en un momento de la historia grande, tuvo un poder omnímodo, de vida y de muerte, sobre miles de personas. Eso lo convierte en alguien excepcional, porque en el pueblo de Santo Donato donde Todd creció —y por extensión, en los Estados Unidos—, la ley prohibe que un ciudadano disponga de semejante poder. En un sistema democrático, toda persona que ocupa un cargo vital está sujeta a controles que deberían impedir que se extralimite. Cuanto mayor sea su responsabilidad, más exhaustivas serán las cuentas que deberá rendir por su accionar.

Pero, durante algún tiempo, al menos, Dussander estuvo exento de esos controles. Puertas adentro del campo de concentración —uno que King inventó para este relato—, podía hacer lo que quisiese. Sus superiores no objetaban nada, y la sociedad hacía de cuenta que nada fuera de lugar ocurría. En el comienzo, Todd le cuenta a Dussander que, según leyó, la gente que vivía en Auschwitz no tenía idea de lo que pasaba allí. "Los locales —dice— pensaban que era una fábrica de salchichas". Pero Dussander tiene claro que los pobladores de Auschwitz sabían que lo de las salchichas era una mentira, tanto como los habitantes de Patin entendían que esos hornos que funcionaban día y noche y esas columnas de humo negro no correspondían a una fábrica de velas. ¿Suena familiar esto también, por lo menos a los argentinos que estábamos vivos durante la última dictadura?

 

¿El joven Todd Bowden? No. El joven Donald Trump.

 

Todd aprovecha la oportunidad de conocer a alguien que figura en los libros por haber sido poderoso —para el pibe, que haya usado ese poder de manera siniestra es una consideración secundaria en ese momento—, pero también capitaliza la oportunidad de arrogarse él mismo poder omnímodo sobre Dussander. Porque, para preservar el secreto de su identidad, al viejo no le queda otra que someterse a los caprichos del crío. Al principio se sorprende de que Todd no quiera dinero ni ninguna otra cosa de las que suele entrañar un chantaje típico. Pero pronto, al comprender que lo que más le interesa a Todd es saber qué se siente al ser un dios sobre la Tierra, un amo de la vida y de la muerte, se da cuenta de que no le costará mucho revertir la partida y al menos empatarla, alcanzando un ascendiente sobre Todd tan grande como el que el pibe tiene sobre él.

Las atrocidades que Dussander le cuenta empiezan a obsesionar a Todd, que sufre pesadillas cada vez más frecuentes, pierde peso y descuida sus calificaciones en la escuela. A medida que deja de ser el alumno apto del sistema educativo, y por ende de su sociedad, Todd va convirtiéndose en el mejor alumno de Dussander. Por supuesto, llegado un punto crítico entiende que debe recomponer su desempeño académico, para que sus nuevas obsesiones no queden al descubierto. Y logra hacerlo, gracias a la colaboración inestimable de Dussander, que se convierte en su cómplice. Todd rearma su fachada, para parecer nuevamente un miembro funcional de su comunidad: se gradúa, vuelve a ser el estudiante modelo. Pero ya no es el Todd del comienzo. Ahora identifica el impulso que lo arrimó a Dussander como ansia de poder, y necesita ejercerlo. Con tener al viejo en la palma de su mano ya no le alcanza, necesita hacer gala de un poder mayor, y por eso planea el asesinato del viejo. Pero el nazi lo ve venir, y le dice que, si algo le sucede, las autoridades abrirán la caja de seguridad donde figura su confesión de que Todd lo ha protegido. Esto los vuelve co-dependientes: son, en simultáneo, el amo y el esclavo del otro.

 

Los niños de Auschwitz.

 

Como ya no se son útiles como antes, el contacto entre ambos se vuelve mínimo. Para satisfacer la violencia que ahora reconoce como parte de su alma, Todd comienza a asesinar a borrachos que deambulan sin domicilio fijo. Percibe que, cuando lo hace, sus pesadillas amainan. Lo paradójico es que, obligado a revivir sus experiencias a demanda de Todd, Dussander empieza a hacer lo mismo. Los dos asesinan gente sin que el otro lo sepa, y en ambos casos sus víctimas provienen del mismo estrato social: son homeless, gente que a nadie le importa y por la que nadie reclamará. (La clase de personas a las que Ramiro Marra quiere multar, por arrogarse el privilegio de dormir en la calle.) Esto es significativo, en tanto sugiere que, cuando están aprendiendo a practicar sus artes negras, los poderosos se las agarran siempre con los más desvalidos, porque saben que nadie los defenderá ni reclamará por ellos. Así como ocurrió en Alemania con judíos, gitanos y homosexuales, así como ocurre en Estados Unidos con inmigrantes y opositores políticos, así como ocurre en Argentina con jubilados, planeros y kirchneristas.

Desde este presente, es válido leer Apt Pupil como un relato anticipatorio de los Estados Unidos de Trump. Lo único en que King la chingó es en la deriva del joven filonazi hacia el asesinato serial, en vez de hacia la política. (En la nouvelle, Todd se convierte en eximio tirador y empieza a matar gente al azar, apuntando a quienes pasan por una autopista, un poco a la manera de los que hoy entran en lugares atestados a disparar al voleo. Y Dussander entierra a sus víctimas en el sótano de su casa, como el tristemente célebre John Wayne Gacy, El Payaso Asesino.) Pero de todos modos sigue siendo una lectura que recomiendo, y particularmente hoy. (Entiendo que el libro está editado en español bajo el título equívocamente vivaldiano de Las cuatro estaciones, y en dos volúmenes separados — lo cual pondría a Apt Pupil dentro del primero.)  

 

 

A mi entender, Apt Pupil identificó –aunque, insisto, sin reconocerlo en su momento— el gen autoritario que forma parte del ADN de lo que conocemos como El Sueño Americano, hoy Pesadilla. Desde este rincón del continente y nuestra perspectiva histórica, no sorprende tanto, en cuanto deriva de una cultura implantada por los invasores europeos que diezmaron a los nativos y, para suplirlos como mano de obra, sojuzgaron a los esclavos que importaban de África. Pero para ellos mismos, que crecieron con el cuento de La Gran Democracia del Mundo Contemporáneo, todavía resulta un shock verse en ese espejo. Se convirtieron en la patria chica de casi todos los serial killers, y hoy soportan casi a diario matanzas sin sentido a manos de ciudadanos a los que permiten armarse hasta los dientes, pero siguen sin interpretar de qué clase de enfermedad social son síntoma. En los Estados Unidos de hoy, el de asesino serial es lo que un reconocido monstruo argento llamaría puesto menor. Formando parte del país más poderoso, ¿para qué conformarse con matar a unas pocas víctimas, cuando desde el estamento político podés cargarte a millones?

Imagino que, en algún momento, Apt Pupil formará parte de las antologías de literatura de los tiempos trumpianos, en su carácter de relato precursor. (Por supuesto, eso en caso de que el Hombre del Dedo en el Gatillo Nuclear no torne las antologías en práctica anacrónica.) De momento, sirve como relato del momento en el cual el fenómeno era incipiente. Podríamos rebautizarlo Retrato del fascista estadounidense como adolescente, porque eso es lo que describe: la formación del teenager como nazi, el período que dedicó a aprender lo que debía saber del más experimentado de los maestros. Porque eso es algo que tendemos a olvidar: que el fenómeno está en su fase inicial, en el primer acto de la película, donde se nos muestra cómo es la vida cotidiana pero también el mal que está naciendo entre las sombras, sin que nadie parezca advertirlo.

 

 

Cuando se trata de una película sobre el nazismo en términos estrictos, la tenemos clarísima. Ya la vimos mil veces: Hitler llega al poder pero los alemanes minimizan la cosa, le bajan el precio a la prepotencia nazi porque la encuentran propia de un payaso y pretenden seguir adelante con sus vidas habituales. En el segundo acto, no les queda otra que empezar a hacerse los boludos ante los hornos que no paran de arrojar humo negro. Y el final es bien conocido. Las víctimas por millones. El continente arrasado. Las almas de los sobrevivientes devastadas por la inhumanidad.

Leer Apt Pupil ayuda a entender que estamos en el comienzo de nuestra película, la que hoy protagonizamos aquellos que, técnicamente al menos, estamos vivos en este siglo. Y como transitamos el primer acto, es lógico que no sepamos cómo sigue y mucho menos cómo va a terminar. Todavía no la vimos, no la actuamos. Pero seríamos irresponsables hasta lo criminal si no nos cuestionásemos hoy mismo qué clase de ending tendrá esta historia, de seguir así. Si no especulásemos sobre su final, a partir de la tonelada de películas parecidas que ya hemos visto. Si no nos preguntásemos cómo quedará el planeta cuando al fin pongamos coto a la tiranía de los peores, de qué modo nos veremos obligados a (sobre)vivir, de cuántos millones de nuevos muertos estaríamos hablando.

Si todos nos planteásemos hoy, muy en serio, cómo pinta la cosa y cómo amaga terminar, quizás estaríamos a tiempo todavía de mover el culo y modificar el género del relato que habitamos.

Y no lo digo yo sino Stephen King, que de horrores la sabe lunga.

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí