Quo vadis, Mister President?
Grave error estratégico de Biden al romper el status quo con Rusia cuando su desafío debería ser China
El pasado 24 de junio la ciudad de Severodonetsk, hasta entonces un bastión militar de Ucrania, cayó en manos de las fuerzas rusas. Y el 3 de julio fue asimismo ocupada Lisichansk por las tropas de Moscú, que de este modo han quedado prácticamente con el control total de la recientemente declarada República Popular de Lugansk. En los dos meses y medio que requirieron las operaciones sobre estas dos últimas localidades, los efectivos rusos alcanzaron un logro considerable.
Por otra parte, el 17 de mayo la ciudad de Mariupol –un importante centro de producción siderúrgica de la región de Donetsk– había caído ya en manos de las fuerzas rusas después de extendidos e intensos combates. Cuando las operaciones sobre las ciudades de Lugansk mencionadas arriba finalizaron, el esfuerzo de Moscú se volcó nuevamente hacia Donetsk. Al momento de escribir estas líneas el empuje bélico ruso está centrado sobre Kramatorsky Sloviansk, que son las últimas poblaciones de importancia que quedan allí.
Mientras todo esto ocurre, Estados Unidos ha despachado un nuevo paquete de asistencia bélica a Ucrania –misiles y munición de artillería pesada, entre otros envíos– por valor de U$S 820.000 millones. Esta nueva entrega sugiere que lo recibido con anterioridad por Kiev –tanto de Washington como de otros países de la OTAN– aunque no ha sido poco, no ha sido suficiente para enfrentar las capacidades bélicas de Rusia. Y que por tanto no lleva las de ganar sino más bien las de perder, tal como se desprende de lo expuesto más arriba.
Por su parte, el Presidente ucraniano Volodimir Zelensky acaba de pedir una ayuda internacional por fuera de lo bélico-militar. Ha dicho: “Es necesario no sólo restaurar todo lo que destruyeron los ocupantes, sino también crear una nueva base para nuestra vida: segura, moderna, conveniente, sin barreras. Esto requiere inversiones colosales: miles de millones, nuevas tecnologías, mayores prácticas, nuevas instituciones y por supuesto reformas”. Tanta pretensión y tanto optimismo… ¿sabrá dónde está parado?
¿Lo sabrá asimismo el Presidente norteamericano? Como he mencionado en otras columnas para El Cohete, Joseph Biden comenzó a organizar esta aventura antes de que él mismo dispusiera la retirada de Afganistán y, correlativamente, antes de que las interminables guerras de Medio Oriente y alrededores –que han sido tan persistentes como fracasadas para Estados Unidos– hubieran terminado o al menos amainado.
Da la impresión de que la pretensión de recuperar esa solitaria hegemonía a escala mundial que tenía Estados Unidos hace poco más de una década habita en la mente del casi octogenario Presidente norteamericano. Esto, al tiempo que no rehúsa sino más bien alienta la posibilidad de apoyarse en una nueva contienda bélica para conseguirlo.
Hay una especie de karma que atraviesa la historia norteamericana desde 1620 en adelante. Los pilgrims y quienes les siguieron no cesaron de guerrear: contra los pueblos originarios, contra los ingleses, los españoles, los franceses, y contra México y Cuba, en los siglos XVII, XVIII y XIX. Vinieron luego, en el XX, los avances sobre Haití, Colombia, República Dominicana y de nuevo Cuba, todo esto sin completar la lista. Participaron en las dos Guerras Mundiales y también en las de Corea y Vietnam. En nuestra América indujeron el intervencionismo militar, la sujeción de nuestros uniformados a la doctrina de la seguridad nacional y, más tarde, el nefasto terrorismo de Estado. Es decir, tercerizaron la intervención directa. En el siglo XXI, finalmente, las guerras de Medio Oriente y cercanías. Enumerado todo esto solo a modo de ejemplo y sin agotar la lista, que es asombrosamente larga si se la despliega.
Hay, pues, una clara tendencia norteamericana en la que abreva también Biden: un apelar frecuente a lo bélico como un recurso tanto de las relaciones internacionales cuanto de la seguridad internacional. Esto se visualiza nuevamente, hoy, en la guerra ruso-ucraniana.
Un equívoco mayor
La antedicha tendencia ha impulsado al Presidente norteamericano hacia una equivocación mayor. En 2022 Rusia no representa ninguna amenaza inmediata para Estados Unidos. Existe ciertamente entre ambos países una vieja paridad militar que incluye tanto a las capacidades convencionales como a las nucleares. Pero han sabido convivir más o menos adecuadamente durante muchos años.
Este equilibrio se quebró inesperadamente por la decisión de la gran potencia del norte –acompañada por los países de la OTAN– de expandir esta organización en detrimento de Rusia. Esta fue la chispa inmediata que incendió la pradera. Estados Unidos eligió romper aquel status quo que venía de lejos. Moscú procuró detener esta maniobra por la vía diplomática y mediante conversaciones bilaterales de altísimo nivel, pero no tuvo éxito. Y Estados Unidos desató una extraña guerra por delegación, que puso a Ucrania –con todo el apoyo militar de Washington y la OTAN– como antagonista de Rusia.
Este equívoco mayor contiene además otra faceta: la desaprensión norteamericana frente al enorme crecimiento económico de China y al desarrollo de las amplias e intensas actividades comerciales y financieras que ha alcanzado a escala mundial. Para colmo, este inesperado quehacer estadounidense ha propiciado un estrechamiento de las relaciones entre Rusia y China.
Son verdaderamente ininteligibles esas dos actitudes/opciones de Biden. Da toda la impresión de que debería haber actuado a la inversa: mantener el estado de cosas con Rusia y salir al paso del desarrollo chino y de sus intensos avances en los planos mercantil y en el de las finanzas. Su antecesor –Donald Trump–, como se recordará y por raro que parezca, comprendió mejor que el Presidente en ejercicio qué era lo que estaba pasando en el mundo: mantuvo adecuadas relaciones con Vladimir Putin y, en cambio, litigó con Pekín.
Final
Biden ha incurrido en un quid pro quo que conlleva un grave error estratégico: el desafío fundamental que debe enfrentar es el que le coloca Pekín, no Moscú. Estados Unidos –con sus aliados europeos y de otras latitudes, Japón y Australia entre otros– tiene frente a sí la enorme competencia económica que le presenta China, con sus desenvolvimientos comerciales y financieros a escala internacional. A lo que se suma la progresiva expansión geopolítica china sobre el espacio Indo-Pacífico y, eventualmente, hacia otras regiones del mundo. Rusia, en cambio, debería haber significado para la gran potencia del norte un estático y ya viejo juego de competencias relativo al campo nuclear. Peligrosísimo sí, pero controlable. Y no mucho más.
Ha sido la tentativa de extensión de la OTAN hacia el este, es decir hacia Rusia, instalada por Estados Unidos, la que desató el conflicto bélico en curso. A esto, que verdaderamente no es poco, se le ha sumado un incipiente malestar económico mundial. Puede decirse que en lo inmediato despunta una crisis económica que se expandiría desde las economías avanzadas hacia abajo. Conforme a lo que comunican destacados economistas, entre otros Nouriel Roubini, se abre paso la posibilidad de que se instale una estanflación, es decir una situación de estancamiento con inflación “que, entre otros rasgos podría incluir masivas crisis de deuda. Todo lo cual aumenta la posibilidad de una recesión global sincronizada” [1]. Seguramente algo habrá tenido que ver la guerra con esto.
En fin, el mundo se nos destartala. Y las decisiones del señor Biden no tienen poco que ver con ello.
[1] Roubini, Nouriel, “A stagflationary Debt Crisis Loom”, Project Syndicate, 7/07/2022.
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