Un silencio de siglos que debe terminar
Cuando Violeta Parra se pegó un tiro en febrero de 1967, Francisco todavía era Bergoglio. Apenas había ingresado a la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José, en San Miguel.
Cuando Violeta se preguntaba “qué dirá el santo padre, que vive en Roma”, le hablaba a Juan XXIII, el mismo del Concilio Vaticano II. Su pregunta apuntaba al silencio de éste sobre el asesinato del comunista Julián Grimau, aquella madrugada del 20 de abril de 1963, a manos de los carniceros de Francisco Franco en España. Así, con el silencio del santo padre, “degollaban a su paloma”.
Cuando Violeta escribió “miren como nos hablan de libertad, cuando de ella nos privan en realidad”, no había visto la experiencia más libre que vivió su país con Salvador Allende. Con sus nacionalizaciones y planes de alfabetización. Pero, por su conocimiento del sistema, tampoco le hizo falta ver la barbarie del genocida Pinochet para denunciar la privación de la libertad. La peor dictadura con su implementación de un neoliberalismo temprano en estas tierras de América Latina. Allí donde el pueblo chileno perdió su libertad y aún siguen buscándola, aunque esté bien escondida detrás de la constitución de 1980.
Cuando Violeta escribió “miren como nos hablan del paraíso, cuando nos llueven balas como granizo”, todavía no había sucedido la complicidad clerical de la iglesia con las peores dictaduras latinoamericanas. Esos silencios corporativos que saben hacer los curas cuando abusan de niños o acompañan el genocidio de los pueblos originarios. Esas complicidades tantas veces denunciadas, pero nunca condenadas.
Cuando Violeta denunciaba la sangre derramada, todavía no habían sucedido las matanzas de miles de jóvenes que dejaron la inocencia cuando lucharon por un mundo mejor.
Cuando Violeta denunciaba las injusticias al “señor fiscal” mientras se hacía más fuerte su “alma para cantar”, todavía no habían hecho efecto las medidas neoliberales que profundizaron la desigualdad, generando la muerte y desesperación de millones de ciudadanos en todo el continente.
Así como Violeta se preguntaba qué diría aquel “santo padre”, el actual recorre las tierras sufridas de Chile. Es el momento de contestarle a Violeta. De terminar con el silencio de siglos.
Y ahí está querida Violeta. Ha llegado tarde pero Francisco ha respondido a tu pregunta:
"Esta tierra, si la miramos con ojos de turistas, nos dejará extasiados, pero luego seguiremos nuestro rumbo sin más. Pero si nos acercamos a su suelo lo escucharemos cantar, y cantar con tristeza: Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar”.
Ahora queda que la institución que él representa en Chile, en Argentina y en todo el mundo actúe en consecuencia.
La justicia sobre esa siempre postergada Araucanía, víctima de buscadores “de montaña de oro que el indio nunca buscó”. Sobre esa sociedad cautiva de la educación paga mientras “los mineros producen buenos dineros, pero para el bolsillo del extranjero”.
Ojalá podamos pedirle a Francisco que les transmita a los dueños de la tierra que queremos vivir dignamente, sin egoísmos ni limosnas; sin explotación ni matanzas. Solo así podremos darle, como Violeta hace medio siglo, “gracias a la vida”.
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