De Sebastián Romero no se habla. ¿A quién le interesaría conocer la historia de un obrero rosarino, delegado gremial de la industria automotriz, que en diciembre del 2017 formaba parte de la larga lista de trabajadores suspendidos por la multinacional General Motors?
Su historia se diluye en una de tantas, por ende y como ya se dijo, de eso no se habla. Pero resulta que Sebastian Romero es además El Gordo Mortero. De ese sí se habla, y mucho. En esta nota, el escritor y humorista Pedro Saborido así como las académicas Cora Gamarnik y Jésica Pla analizan las construcciones mediáticas en torno a Sebastián Romero.
Estigmatización, mentiras y gordofobia, por Cora Gamarnik
A lo largo de la historia, en todas las épocas y regiones, se han usado imágenes para estigmatizar, demonizar y/o degradar a grupos y actores sociales a los que se ubicaba en el lugar subalterno y/o del enemigo. Los medios masivos de comunicación —y en particular las fotografías dentro de ellos– suelen ser puntas de lanza de estas construcciones. Es así que algunas imágenes pueden ejercer influencia en la opinión pública y actuar sobre las concepciones que la población construye sobre determinados hechos, sobre la mirada que tenemos sobre otros y otras a quienes no conocemos en forma personal.
Las caricaturas que ridiculizaban a Arturo Illia publicadas en los meses previos al golpe de Estado de 1966 son un ejemplo de cómo se crearon imágenes para favorecer una opinión que avalase el golpe. La imagen que se publicaba de los judíos en la Alemania nazi, de los vietnamitas durante los años ’60 en Estados Unidos o de los árabes después del 2001 son ejemplos paradigmáticos. Más cerca en el tiempo lo vemos en Brasil con Lula y Dilma y en Argentina con Cristina. En todos los casos se usaron fotografías, ilustraciones y/o montajes para demonizar, degradar y humillar, transformar a alguien en objeto de burla y de escarnio público. La imagen que nos hacemos de los demás pasa por las categorías a las que los vinculamos. Las representaciones colectivas, necesariamente superficiales que tenemos de aquellos a quienes conocemos por su imagen pública, tienen impacto considerable sobre la identidad social. Así cuando se describe o se muestra a alguien usando rasgos peyorativos se da pie a que funcionen o se activen representaciones que pueden influir en las relaciones que se establecen entre grupos y personas. Publicar imágenes que acentúan rasgos negativos de una persona o de un grupo es una forma de posibilitar el surgimiento o de sostener estigmas, prejuicios, actitudes discriminatorias o racistas.
El 18 de diciembre de 2017 se produjo una gran movilización social frente al Congreso de la Nación en protesta por un proyecto de reforma previsional impulsada por Mauricio Macri que les recortaba los haberes a los jubilados y jubiladas. Ese día se montó un gran despliegue represivo, la policía al mando de Patricia Bullrich como Ministra de Seguridad tiró gases lacrimógenos, baleó con balas de goma a manifestantes y a reporteros gráficos y se produjeron detenciones y escenas de gran violencia.
Dos de las fotos que se vieron ese día son la de Pablo Piovano, reportero gráfico baleado con postas de goma a corta distancia, y la de un señor mayor que se cubre también de los disparos que un grupo de policías hace solo con ánimo de asustarlo y divertirse.
En el lugar en el que la columna de manifestantes se hallaba frente a la policía se dieron las escenas más violentas. Desde el lado de los manifestantes se tiraban piedras, palos y en dos casos se vio a manifestantes disparando con morteros caseros. Uno de ellos era Sebastián Romero, quien disparaba un elemento pirotécnico atado a la punta de una rama. Al publicarse su fotografía en medios de comunicación y redes sociales acompañada del título El Gordo Mortero surgieron infinidad de memes, chistes y juegos visuales que circularon ampliamente aquellos días. La gordofobia —tan transversal e incorporada en todos los sectores sociales y políticos— agregaba una forma extra de agresión simbólica.
Esta foto habla de la ingenuidad y de la falta de reflexión sobre el poder de las imágenes que tiene el amplio campo popular y de las izquierdas en su conjunto. Mientras que el gobierno de Macri planificaba minuciosamente el uso de las imágenes para cumplir sus fines políticos a través de un equipo de especialistas que diagramaban y estudiaban qué convenía mostrar en cada caso, encontramos que prácticamente no hay debates ni previsión ni análisis sobre el uso de las imágenes en relación con las protestas sociales por parte de los propios movimientos que las impulsan, sostienen y llevan a cabo. El resultado es que estas protestas y manifestaciones suelen ser instrumentalizadas, habladas y representadas por otros. Así también es más fácil que sean demonizadas.
La foto que aquí analizamos muestra a Sebastián Romero disparando con un mortero casero. El relato posterior a los hechos se pobló de chistes —sus rastas, su remera y su contextura física fueron utilizadas para ridiculizarlo—, pero también de discursos que hablan de un arma de fabricación casera preparada especialmente para dañar a la policía. En la causa judicial los peritos consultados sostienen que era un instrumento casero que disparaba pirotecnia, bombas de estruendo que hacían ruido y que a la distancia a la que se encontraba el manifestante no podía dañar a la policía. Sin embargo, el gobierno de Macri puso una recompensa sobre su cabeza de un millón de pesos ofrecida por el Ministerio de Seguridad de la Nación y una circular roja de Interpol con un pedido de captura nacional e internacional en su contra. Ni los genocidas ni los que fugaron divisas fueron buscados como él. Romero, que era delegado gremial de la automotriz rosarina General Motors y militante del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) luego de esa manifestación fue la persona más buscada del país y se convirtió en un prófugo. Después de dos años fue detenido en Uruguay en junio pasado.
En tiempos de post verdad, de creación de fake news y de lucha comunicacional, Sebastián Romero se convirtió en una suerte de ícono gracioso y a la vez violento. Hablamos más de él que de la reforma previsional que llevó adelante el gobierno de Macri.
Ojalá este caso sirva para que las izquierdas y el campo nacional-popular en su conjunto reflexionen sobre la importancia y el rol que tienen las imágenes en la lucha política.
Carne de meme, por Pedro Saborido
Siempre se dice que el humor es síntoma o algo que muestra inteligencia. El humor no es en sí eso. El humor puede ser cruel, psicópata (el bullying lo demuestra) o puede darnos un respiro de la realidad. Puede ser, generalmente lo es, el distanciamiento de un problema. A veces, para poder sobrellevarlo y hasta encontrar una resistencia y poder operar sobre el problema. A veces, solo para negarlo. Y también olvidarlo.
En tiempos del macrismo, allá por diciembre del 2017, durante las manifestaciones en contra de la sanción de la ley de reforma previsional, hubo enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad. Y hubo una feroz represión. Y en medio de la jornada, un toque de color, una sonrisa.
Acostumbrados a ritmos narrativos de la ficción, le pedimos a la crónica periodística que también se ajuste al entretenimiento: mostrar las imágenes más espectaculares, los gases, los momentos más violentos. O sea, dame las partes de acción. Y en el medio de eso, como si fuera una que ves en Netflix o una de Bruce Willis, un detalle de humor. Algo simpático. Algo que afloje. Y ahí, en medio del drama de la represión, aparece el Gordo Mortero.
Como un personaje que había armado un aparato para tirar fuegos artificiales (claro, porque la manifestación , la protesta, también tiene que llamar la atención y tener efectos, color, espectacularidad y, por qué no, alegría) un tipo queda en posición de guerrero y el fotógrafo lo toma de tal manera que lo pone en una escena entre heroica, quijotesca y grotesca: atacar a todo el arsenal de la guardia de infantería, blindados, hombres pertrechados en escudos , motocicletas y tanquetas, con un mortero casero. Es decir, un conmovedor paso de comedia.
De hacer volar una tanqueta con una bengala de pirotecnia Júpiter hubiera pasado a la historia, por la dimensión de la hazaña. Pero solo quedó en la foto: graciosa y simpática. Destino de meme. Y ahí fue. Y se le dio fama. Demasiada. Y hasta no deseable. Porque lo hizo una presa, un objetivo. La burla también se castiga. Y de tanto humor, de tanto momento de evasión, solo surgió una imagen hipermultiplicada y un tipo que ahora está preso. No es culpa obviamente del humor ni de ser carne de meme. Pero si hay algo para observar: se puso más energía en hacerlo circular como broma en las redes, de la que hoy se dispone para encarar su defensa, cuando la pericia ya determinó que lo que tenía no era un arma de fabricación casera, sino una rama con un fuego artificial atado en la punta.
Esa pericia pone en evidencia dos cosas: que el objetivo que tenía el simpático aparato era el de hacer ruido mas no daño y que el Gordo Mortero es inocente. Pero resulta que está preso. Es un preso político. Hubo miles y miles haciendo circular su imagen como meme. Y no son justamente esas personas las que hoy lo están defendiendo y reclamando su libertad. A veces el humor no es algo que demuestre inteligencia, sino solo algo que sirve para ignorar u olvidar. Por ejemplo, cómo se llama el Gordo Mortero.
¿Por qué van a poner vallas cuando voy a pedir lo mío?, por Jésica Pla
Hace unas semanas circuló por las redes un video de mi abuela, Norma Pla, en el cual participaba del programa televisivo Polémica en el Bar, año 1994, auge de las reformas neoliberales y las protestas sociales y sus “nuevas” formas: la olla popular, como en el caso de jubilados y jubiladas, los piquetes en los pueblos afectados por las privatizaciones de empresas públicas (como el caso de YPF en Cutralcó), entre otras formas de resistencia improvisadas ante la avanzada neoliberal.
Durante el programa, Norma era interrogada sobre los métodos catalogados como “violentos” de las protestas de los jubilados y jubiladas, como arrojar piedras o el famoso “robo” de la gorra de un policía. En un momento ella responde con una pregunta. “¿Porque me van a poner vallas cuando yo voy a pedir lo mío? (…) No vamos al Congreso por deporte, porque nos gusta tirar la valla o pegarle a un vigilante. Yo salí a luchar cuando tuve hambre, usted cuando tenga hambre va a salir a luchar también”, le dice Norma a Gerardo, intentando poner el foco en el derecho vulnerado por un gobierno que arrasó con los derechos de los trabajadores y las trabajadoras de manera brutal, ante una sociedad del deme dos, de medios de comunicación que festejan y ridiculizaban quienes se oponían a esto. Y aunque parece haber llegado a ese punto, Gerardo, con su traje, en su programa, en su mesa, hombre blanco delante de una mujer jubilada, le responde: “No me ponga como ejemplo, Norma, yo no voy a tener hambre porque he trabajado exitosamente 34 años. Le pido mil perdones por eso”. Un tanto asombrada, ella le pregunta: “¿Yo no?” Para rematarla, Luis Beldi le pregunta desde atrás a mi abuela dónde y cuando trabajó, cómo aportó, abriendo el manto de sospecha sobre la legitimidad de su reclamo.
Más de dos décadas después, el 18 de diciembre de 2017, en pleno apogeo del gobierno macrista, se debatía en el Congreso una reforma previsional impulsada desde el gobierno que atacaba los haberes previsionales de jubilados, jubiladas, pensionados y pensionadas. La reforma fue enfrentada por un amplio espectro político social y ese día en las inmediaciones del Congreso diversas agrupaciones políticas y sindicales se reunieron para manifestar la oposición a la misma.
Quienes asistimos a esa manifestación, en mi caso no sin un toque emotivo, acompañada de mi mamá, hoy jubilada gracias a la moratoria previsional (que esta reforma también venía a atacar), sabemos que el despliegue de las fuerzas de seguridad distó mucho de ser lo que se intenta plantear como verdad, y que sorprendió a muchos y muchas manifestantes poco preparados y preparadas para el mismo.
La foto de Sebastián Romero parece, dos décadas después, repetir los argumentos de esa mesa a la cual mi abuela fue invitada: los y las manifestantes que se hacen de métodos violentos, de piedras, de morteros, o de gorras robadas. La pregunta de mi abuela, no obstante, sigue sin ser respondida ¿Porque nos ponen vallas (camiones hidrantes, balas de goma, gases lacrimógenos, despliegues de policía en las inmediaciones reprimiendo “preventivamente”), cuando vamos a reclamar lo nuestro?
La respuesta a esta pregunta debe interrogarnos para pensar el tipo de sociedad que queremos, y nos sigue interrogando sobre las deudas de la democracia.
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