Los tropiezos encadenados bajo la conducción imprevisible e incomprensible para propios y extraños de Federico Sturzenegger lo convirtieron en el candidato ideal para ser eyectado en nombre de la “buena praxis” financiera. Como si hubiera una buena política financiera que acompañara una política irresponsable de desregulación externa, que le provocó al país un déficit de divisas de aproximadamente 50.000 millones de dólares anuales.
Lo financiero es principio y fin en el neoliberalismo argentino, y la producción, apenas un detalle del que se ocupan los que no entienden por dónde pasa realmente la cosa.
Así, en el macrismo lo principal fue desregular lo financiero en línea con los deseos del capital financiero: entrar y salir a voluntad, sin controles, administrando a su favor la conexión central entre la economía local y el resto del mundo.
Fue, no cabe duda, una transferencia de poder no sólo económico sino político, desde las instituciones públicas hacia el sector privado local y externo. Apenas se pudo se sacó la flamante chequera en dólares, ahora que se podía disfrutar del respaldo de la comunidad financiera internacional: ¿buitres, cuánto quieren? ¿9.300 millones? Tomen (y cuéntenlo).
Y se adoptó la teoría adecuada para este gobierno, la arcaica y primitiva teoría cuantitativa del dinero sobre las causas de la inflación, esgrimida por el eyectado Sturzenegger, que se dedicó consecuentemente a reducir la cantidad de dinero en circulación para supuestamente hacer bajar la inflación emitiendo LEBACs.
Mientras tanto, en otro despacho, otro ministro a quien también le conviene creer en la teoría cuantitativa del dinero avanzaba con gigantescos impulsos a todo el sistema tarifario argentino, simulando que eso no tendría ningún impacto inflacionario relevante.
La combinación de ambas zonceras desembocó en persistencia de la inflación, la creación de una explosiva deuda en LEBACs y el atraso cambiario que se logró gracias a la abundancia de los fondos externos que venían a disfrutar de las teorías de Sturzenegger y de los enormes montos de fondos prestados que conseguía el ex ministro Caputo.
Vale recordar que esa masa enorme de fondos no eran presentados por la prensa dominante como una gravosa deuda, sino, en sintonía completa con el discurso oficial, como manifestaciones de la confianza internacional de “los mercados” hacia tan racional y profesional gobierno.
Todas las formas de gastar dólares fueron promovidas, combinando atraso cambiario con apertura comercial. Se facilitó y promovió la demanda de dólares por el público, que próximamente podría comprar la preciada divisa en un supermercado, en una cadena de electrodomésticos, en un hotel o cualquier otro comercio. Como si fueran mandarinas. La salida del “cepo”, o sea autorización para vender dólares –un recurso clave y escaso— con total desaprensión, fue festejada como el avance de las libertades republicanas.
Y se abrió la economía hacia la importación, habilitando el ingreso de todo tipo de productos del mundo. Argentina pasó a ser, de la mano del ideologismo macrista, la góndola de los productos importados del mundo.
La consigna parecía ser: ¡gasten dólares!, apelando al viejo truco de que la mayoría de la población jamás ha percibido peligro en el momento en que se producen los endeudamientos masivos.
En síntesis: el gobierno hizo todo lo necesario para crear volatilidad y fragilidad financiera, en un contexto internacional que difiere sustancialmente de los años '90. Pareció seguirse un manual de cómo generar condiciones de riesgo, imprevisibilidad e incertidumbre. Se apareció en los rankings internacionales entre los campeones de toma de deuda, al mismo tiempo que se subía al podio de los países con abultado déficit en la cuenta corriente del Balance de Pagos.
La temeridad de un gobierno irresponsable asustó a los propios financistas globales, que en el primer trimestre de 2018 mostraron creciente reticencia a seguir acompañando el festival de deuda del gobierno argentino.
Habría que ver cómo pesaron en la actitud de esos actores –que no se han caracterizado tampoco por la prudencia en décadas anteriores— dos antecedentes históricos significativos: el de la posición de otro gobierno republicano norteamericano, el de George W. Bush, quien se endureció con la Argentina en 2001, retaceando el apoyo en otra gran corrida cambiaria y bancaria para proteger a los acreedores financieros, y la actitud de negociación dura del posterior gobierno kirchnerista, que no se allanó dócilmente a las demandas inmediatas de los prestamistas externos.
En la construcción de ese escenario participó Sturzenegger con plena convicción, pero el cuadro general lo excedió ampliamente, porque esta crisis en el segundo semestre de 2018 es una creación colectiva. No sólo de un gobierno específico, el de Cambiemos, sino de un sector social, que es el que viene promoviendo este tipo de políticas desde Martínez de Hoz hasta hoy, y que es quien nos vuelve a reenviar a los funcionarios de las gestiones neoliberales fracasadas precedentemente.
No fue Sturzenegger el único aportante al desorden actual. Todo el gobierno es así y es eso: irresponsabilidad política, ignorancia teórica severa y primacía de los negocios particulares en cualquier circunstancia.
Pucha, se deterioró mi credibilidad
Claro, Federico hizo lo suyo, sumando una incongruencia detrás de la otra. Dicen algunos economistas que rescatan su ser neoliberal, que lo que lo dañó fue la conferencia de prensa del 28 de diciembre, en la que fue obligado a cambiar la estimación de inflación para este año del 10% (!!!) al 15% (!!!). Dicen que eso lo desautorizó y que puso en entredicho la famosa y ridícula “autonomía del Banco Central”.
A los monitos de la periferia les gusta mucho imitar cosas que en otras comarcas parecen serias, sin considerar en qué lugar habitan ni quiénes son ellos mismos.
Nadie lúcido puede creer en serio en la patraña de la autonomía del Banco Central.
La autonomía es la forma astuta de nombrar, en la época de la financiarización global, la entrega de esa institución clave a representantes directos o indirectos de los intereses del capital financiero aquí, en Suiza o en Estados Unidos. Se sustrae la institución del control democrático y se la desarticula del conjunto de la política económica, para entregarla en carácter monopólico a una reducida fracción del poder del dinero.
En ese sentido, Mauricio ha sido impecable en el cumplimiento de esos deberes con el capital financiero, habiéndolo nombrado primero a Federico, y reemplazándolo ahora por Toto. Pero lo que se expresó en la famosa conferencia de prensa es que en el gobierno nacional también habita gente con cierta conexión con la realidad, que presionó para que una meta absolutamente ridícula como el 10% de inflación para 2018 –dados los tarifazos enloquecidos que se estaban produciendo— fuera reemplazada por otra un poco más verosímil, y que diera algún margen para evitar un estrangulamiento mayúsculo de la economía vía altísimas tasas de interés.
Federico entretanto continuó inflando la bomba de las LEBACs y luego se encontró que apenas un leve movimiento en la tasa norteamericana le produjo un enorme cimbronazo, que puso a prueba su in-capacidad para enfrentar esa emergencia.
Ni parar el dólar, ni parar la fuga, ni moderar una tasa de interés astronómica, ni generar confianza. Nada.
“Se deterioró mi credibilidad”, le escribió al presidente en su carta de renuncia. No se comprende bien por qué, dado que según lo que leemos en la prensa y vemos en la televisión, es un gobierno que va de acierto en acierto y suscita la amplia aprobación de gobiernos serios y mercados ídem.
¿A qué crisis me recuerda?
La suba incesante del dólar remueve recuerdos en los argentinos. El dólar subió muchas veces, en situaciones de crisis… ¿a cuál de ellas se parece la actual?
Algunos creen ver un 2001, pero hay pocas similitudes en lo económico. No hay convertibilidad, el gobierno puede defender las reservas, hay notable apoyo internacional y del FMI…
Y sin embargo, el dólar se mueve.
¿Se parece esto a la crisis de fines del 2013, en la cual el gobierno kirchnerista que venía perdiendo muchas reservas se vio asediado por la fuerte salida de los dólares requeridos por importaciones y turismo (no se vendían para fuga) y la negativa del campo a liquidar divisas para asfixiar cambiariamente al gobierno? En algún sentido es peor a ese momento, porque este gobierno vende dólares para fugar, pero por otra parte, a diferencia del kirchnerismo, cuenta con el afecto inconmensurable de los sectores más concentrados (el 75% del poder, según Cristina) y el aporte solidario del FMI. Sin embargo, la doctora Carrió viene denunciando que desde el campo también le están retaceando dólares a este, su gobierno.
Pareciera que además de los fondos externos que entran, y salen, y entran, hay un movimiento autónomo de sectores de la sociedad que están comprando dólares con tesón y esmero. Actitud preventiva que se sitúa entre el razonamiento económico y el comportamiento pavloviano, lo que la torna pre-política. Los climas de inseguridad, y la incomprensión de lo que está pasando, ponen en marcha aproximadamente a un millón de ciudadanos que compran dólares como refugio. En el extremo, ese universo de pequeños y medianos compradores puede extenderse a 2 millones si se incluyera hipotéticamente a todos los asalariados que pagan impuestos a las ganancias. Por ejemplo, en ocasión del medio aguinaldo.
Otros recuerdan el comienzo del fin de Alfonsín, que se detonó a partir de una corrida que se inició en enero de 1989. La clave de esa corrida fue una combinación entre reservas magras en el Banco Central, retiro de apoyo de organismos financieros internacionales, negativa de los exportadores a vender sus dólares, y un vuelco masivo de pequeños, medianos y grandes agentes económicos hacia la compra voraz de billetes verdes.
En un contexto de ausencia de oferta, el dólar voló hacia el espacio sideral, y detrás de él los precios. Cuando empezó la corrida contra Alfonsín, el dólar valía 17 australes, y el atraso cambiario estimado era de aproximadamente del 35%. El dólar debió haber subido hasta 23/24 australes, y detenerse allí, que era supuestamente un nivel de equilibrio. Pero las anormales condiciones políticas y sociales creadas por la reticencia vendedora de los exportadores y la compulsión compradora colectiva llevaron velozmente el dólar hasta 650, provocando una hiperinflación.
Las contradictorias peripecias de Federico parecen haber despertado una demanda de dólares con características autónomas de lo que haga o deje de hacer el gobierno. La palabra oficial parece no estar haciendo mella en el autómata descreído de la escena local que sólo busca aferrarse a un papel emanado del Estado norteamericano. Aun no es el escenario alfonsinista de carencia completa de oferta conjuntamente con una demanda anormalmente expandida de dólares, pero el gobierno debería tratar de no acercarse a ese precipicio.
Suba del dólar no es devaluación real
El movimiento ascendente del dólar ha desorganizado el escenario económico, ya que no es previsible dónde se detendrá, ni dónde se detendrán los precios internos. El gobierno ha generado un mecanismo de retroalimentación de alza del dólar-suba de precios-necesidad de nueva devaluación, con las tarifas de los servicios públicos dolarizadas y la convalidación ideológica a todo abuso de los formadores de precios.
En ese sentido, ni siquiera sabemos si estamos en presencia de una devaluación real de la moneda, que al menos tendría el sentido de revertir el enorme agujero externo, o de un reacomodamiento cambiario al cual seguirán los precios de los bienes básicos, las tarifas públicas, y el resto de los precios de la economía. Sólo el salario estaría quedando atrás.
A los sindicatos colaboradores del gobierno los pone en una situación muy difícil porque es imposible hacer piruetas verbales ante la marejada de aumentos que afrontan sus bases. No habiendo ya metas de inflación oficiales para este año, ¿cuáles deberían ser las metas de ajuste salarial?
Dado el perfil ideológico y de clase gubernamental, puede ocurrírsele a algún genio de los que abundan en los pasillos oficiales, que el “ancla” antiinflacionaria deberá ser el salario real de los trabajadores activos, pasivos e informales. Mejor que no sea así, porque no estamos en diciembre de 2015, con Mauricio en el 70% de popularidad.
Van a acusar a los argentinos
Típico de estos episodios en donde se desmadra el proyecto político y económico de la derecha, es la nueva tanda de “reflexiones” que empiezan a escucharse, bajando desde el arriba hacia el abajo de la sociedad. “Este país es incorregible”. “Los argentinos somos ingobernables”. “Nos fumamos los dólares y no nos quedó más remedio que ir al FMI”. “Nos la pasamos boludeando y ahí tenés”.
Las mil y una formas de socializar la responsabilidad política entre todos los miembros de la sociedad. Los más diversos pensamientos falaces para transferir a pobres y ausentes las decisiones de la elite económica y social que puso a Macri en el gobierno para que tomara exactamente estas medidas económicas, aplaudidas y consensuadas por el establishment argentino.
Ahora empieza el período de crear confusión y tinieblas. Se apunta como siempre a Cristina y se agrega a Moyano, cuando se le habla al aturdido público de Cambiemos. Se reparte entre todos, y especialmente al gen argentino, inmodificable y eterno, la culpabilidad del cuadro de desorganización económica. De repente, no existe ni Mauricio, ni el mejor equipo, ni la decencia republicana expresada en Cambiemos. Todos los argentinos (y ahora también las argentinas) somos culpables.
Así de generosa es la derecha local.
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