Puan y el porvenir

Una comedia sobre el micromundo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA

 

A partir de esta comedia cinematográfica escrita y dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat, Puan ya no será sólo el nombre de un pueblo bonaerense y de una calle porteña en la que se ubica la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Por boca del propio protagonista, Marcelo, un profesor de la cátedra de filosofía política (Marcelo Subiotto), nos enteramos de una diferencia que existe entre un sujeto habilitado por un título universitario para enseñar una cierta tradición de ideas, y alguien –un filósofo– cuya vida está atravesada por una insistente interrogación sobre la existencia. De ese modo reflexiona el propio Marcelo frente a un puñado de vecinos de un asentamiento. El programa de filosofía en los barrios que los reúne requiere que un gendarme acompañe al docente. Dos cuestiones se superponen en esa escena: la del gesto que permite llevar la reflexión más allá de la palabra pedagógica habilitada por el título, y la condición política implícita en la situación de una clase de filosofía custodiada militarmente por un Estado que margina y enseña. Marcelo le pide al joven gendarme que se presente ante los vecinos, para mostrar cómo la función soberana –en este caso, la portación legal de un arma expuesta y el uniforme que lo avala– puede encarnarse en cualquiera. La figura de El Leviatán esculpida hace siglos por Thomas Hobbes comienza a existir allí mismo como una condición de encuentro entre la meditación del profesor, la curiosidad de los vecinos-alumnos y la amabilidad del joven soldado.

Tras la muerte del titular de cátedra, cuyo programa Marcelo enseña desde siempre, ve peligrar su lugar en el mundo: debe enfrentar en un concurso a un adversario arrollador: Rafael Sujarchuk (Leo Sbaraglia), antiguo compañero de estudios que acaba de llegar de Alemania arropado en toda clase de pergaminos académicos. Toda una vida se tambalea: un pequeño departamento atiborrado, un matrimonio reseco con una célebre abogada feminista. Es una crisis personal, pero no es solo Marcelo quien se derrumba: el dólar se dispara y la UBA –como el resto de las universidades públicas– ya no puede pagar salarios ni servicios públicos elementales y por tanto se cierra sin mayores explicaciones. Vemos la vida de un profesor y la historia de un país que se repite. Una curiosidad: el guión no preveía ninguna coincidencia con el contexto histórico real: la aceleración de la crisis envuelve a la película en un realismo involuntario.

 

Masterclass de Rafael Sujarchuk, exhibiendo un cuadro de Spinoza.

 

El Estudiante (Santiago Mitre, 2011) ya se internaba entre afiches y pintadas de las agrupaciones militantes universitarias de la Facultad de Ciencias Sociales (la antigua maternidad de M.T. de Alvear 2230) para descubrir bajo esa efusiva papelería una escuela de rosca política tradicional (el modelo de la Franja Morada). Puan repara con fino humor –y mirada amorosa– en el lenguaje de las militancias como última instancia del discurso universitario: aquel que interrumpiendo insensiblemente una extraordinaria clase sobre Rousseau, o modulando con caricatural rigidez frases en desuso de un pasado demasiado lejano o inexistente, es también capaz de organizar una clase pública, tentativa desesperada por mostrarle a la ciudad qué es lo que se hace en las aulas, entre vecinos indiferentes, rabiosos colectiveros que contratacan a bocinazos y un comisario poco dispuesto a tolerar que esa versión del saber callejero encarnado en Marcelo y en una asamblea estudiantil estropeen su jornada laboral.

En El Porvenir (Mia Hansen-Løve, Francia, 2016), una elegante profesora universitaria de filosofía (Isabelle Huppert) se pregunta hasta qué punto la actividad intelectual puede ocupar el espacio vital vaciado por un divorcio y sobrevivir el agobio de un enésimo giro hacia el mercado de las editoriales que restringe sus publicaciones de textos de Adorno o Foucault. Para Marcelo, en cambio, la vida es un desagraciado recorrido por una ciudad que le depara incontables triquiñuelas sin arrebatarle el disfrute de sus clases ni la gestualidad de encantadora inocencia con la que reacciona a las demandas de una señora adinerada –aburrida y senil– que le paga para recibir clases privadas. Las inflexiones del rostro de Marcelo se corresponden con lo que Gilles Deleuze llamó en sus libros sobre cine “imagen-afecciones”: una instancia intermedia entre una percepción externa y una acción que no se ejecuta. Pequeñas crisis de la imagen acción se suceden ante un hijo que lo desafía a descubrir sus propios deseos, ante una atractiva masterclass de Sujarchuk –su invencible rival– o ante una pregunta de la viuda del titular de cátedra: ¿Hace cuánto que estás bajo el ala de Caselli, no sería momento de hacer algo más personal? ¿Por qué hace reír este profesor de filosofía? Sus cómicas torpezas –asincronías básicas respecto del mundo circundante– activan una mirada risueña que sanciona –de modo cuidadoso– al sujeto cuya vitalidad ha resultado absorbida por los libros. Se trata de una vieja y justificada sospecha que recae sobre Marcelo y sobre toda tentativa errónea (aunque no se trate, por cierto, del peor de los errores que se pueda cometer) de sustituir la potencia de existir por el encierro entre viejos textos.

 

 

Puan no se priva de proponer un destino latinoamericano para la filosofía argentina reuniendo en una misma escena a la ciudad de El Alto, en Bolivia, con la poética de Enrique Cadícamo (“Turbio fondeadero donde van a recalar / Barcos que en el muelle para siempre han de quedar / Sombras que se alargan en la noche del dolor / Náufragos del mundo que han perdido el corazón”). En su libro Recuerdo del Presente, el filósofo Paolo Virno se dedica a investigar los modos de vivir (y compaginar) el tiempo histórico en el capitalismo tardío, tema crucial tanto en Milán como en Buenos Aires (y en el altiplano). En su prólogo a la edición argentina aclara que su trabajo va destinado a lectores capaces de interesarse “tanto en la Historia de la eternidad de Borges como en el destino de los piqueteros”. La emancipación del filósofo, de su voz más propia y de sus entornos ocurre en el derrumbe, atravesando el temor y el temblor.

 

 

 

 

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